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CINEMA DE PERRA GORDA

INTERSTATE 60: EPISODES OF THE ROAD (2001, Bob Gale) Interstate 60

INTERSTATE 60: EPISODES OF THE ROAD (2001, Bob Gale) Interstate 60

A la hora de hablar de las mejores muestras de cine fantástico de los últimos tiempos, es más fácil recurrir a referentes “de prestigio”, que intentar bucear entre aquellas propuestas que, en ocasiones de manera inesperada, nos brinda el conjunto de su producción. Podría decirse que el ejemplo de INTERSTATE 60: EPISODES OF THE ROAD (Interstate 60, 2001), única película realizada hasta la fecha por el habitual guionista Bob Gale –recordado sobre todo por su aportación en la trilogía iniciada con BACK TO THE FUTURE (Regreso al futuro, 1985. Robert Zemeckis)-, se ha visto perjudicada con el paso del tiempo, quizá por haber aparecido en voz baja en diferentes países, ya que en Estados Unidos mantiene un estatus de culto por una vez merecido.

Y es que, digámoslo ya, y partiendo de la base de que Gale destaca ante en su faceta de guionista que en la de realizador, INTERSTATE 60… se erige como una por momentos casi apasionante fábula fantastique, que conecta de manera muy clara con el universo de Lewis Carroll, en ocasiones se nos aparece como una versión “blanda” de la admirable SAMMY GOINT SOUTH (Sammy, huída hacia el sur, 1963. Alexander Mackendrick) y, en definitiva, propone una mirada nada complaciente en torno a la necesaria madurez como persona de su joven protagonista –Neal Oliver (un encantador James Marsden)-. Se trata de un muchacho procedente de una familia acomodada, sobreprotegido por sus padres, en especial un progenitor empeñado en que estudie leyes para triunfar en la vida, aunque sus inclinaciones se detecten en las bellas artes, y que muestra su particular rebelión trabajando en una fábrica, al objeto de no tener que recibir dinero de su familia. Sin embargo, durante la celebración de su cumpleaños, y en el momento se soplar la tarde, formulará un deseo que será escuchado por un misterioso camarero –O. W. Grant (magnífico y mesurado Gary Oldman)-. Lo que no conocerá Oliver –aunque sí el espectador-, es que se trata de un misterioso e inmortal personaje, que se aparece ocasionalmente en la tierra a personas que deseen formular un deseo que sirva para modificar el curso de sus vidas.

Ya en la impagable secuencia pregenérico –en la que ofrece un guiño a la trilogía dirigida por Robert Zemeckis con la presencia de un episódico Michael J. Fox-, el film de Gale muestra a las claras su cartas, que se definen ante todo en la consecución de un prodigioso guión, repleto de ingenio e ironía, erigiéndose en una auténtica parábola que sobresale por encima de la apuesta por la libertad y la reflexión del individuo a la hora de elegir su futuro. Más allá de esas claras intenciones, Gale no deja de aprovechar la ocasión para ponernos en alerta en la facilidad con la que se pueden incorporar los totalitarismos en un ámbito en apariencia abierto a las libertades –esa ciudad en la que una droga permitida se utiliza para mantener controlada y servil a la población; o esa otra localidad en la que todos sus habitantes son letrados, invocando a una incesante sucesión de leyes para tener constantemente clientela- o incluso hablar bien a las claras sobre la falsedad de las apariencias –el museo que en teoría reúne falsificaciones de cuadros, pero que en realidad es la mayor pinacoteca del mundo-.

Así pues con una puesta en escena sencilla y transparente, en la que el ritmo y las ocurrencias no decaen en un solo instante de su metraje, Bob Gale nos introduce en un mundo paralelo. En un territorio que se extiende a los lados de una supuesta autopista que no aparece en los mapas, en la que se introducirá el joven Neal tripulando el estridente coche rojo que le ha regalado su padre –será ese un detonante de rebeldía en contra del dominio que este intenta ejercer sobre él-, e iniciándose en una extraña aventura centrada en el cumplimiento de un encargo brindado por un extraño y un tanto siniestro personaje –Ray (espléndido Christopher Lloyd)- y, sobre todo, espoleado por el insólito hechizo que sentirá hacia la imagen de una joven y bella modelo que se le irá apareciendo en diversos anuncios publicitarios, intuyendo desde el primer momento que se trata de la mujer de su vida. Para ello, Grant le ofrecerá como regalo una bola que de entrada brinda las respuestas a las interrogantes que el muchacho va planteando, casi como metáfora de la falta de seguridad que este manifiesta al enfrentarse a la madurez en la vida. Por ello, el instante en que este se decida a prescindir de la misma lanzándola al vacío, supondrá de alguna manera la asunción de ese estatus –al tiempo que proporcionará al espectador un elemento suplementario inquietante-

Uno de los aspectos que más contribuyen al placer que proporciona el visionado del film de Bob Gale, reside sin duda en la amplia galería de personajes episódicos –por lo general encarnados por intérpretes de cierto renombre, que aceptaron encantados encarnarlos-, todos ellos provistos de un ingenio y una entidad admirable. Dentro de la pieza de alto octanaje que constituye el entramado argumental de la película, lo cierto es que se combina en su trazado el ingenio, lo inquietante, la lógica más aplastante en ocasiones encubierta en situaciones absurdas, lo inquietante tamizado de fino humor –el rol encarnado por el excelente Chris Cooper (Bob Cody)-, la lógica que encierra la aplicación de una micro sociedad de tintes fascistas –explicitada por el comisario de policía interpretado por Kurt Russell-, o incluso la falsedad de las apariencias –esa impresión de “choni” que ofrece la idolatraba muchacha buscada por Neil cuando la rescata de la cárcel, que utiliza precisamente dicha fachada para eliminar a molestos pretendientes-.

Podría decirse que nada sobra y nada falta en una auténtica obra de orfebrería –esa tarjeta que Cody le entrega a Oliver, y que más adelante servirá a este para volver a ponerse en contacto con él y salvarlo de una situación apurada-. Es por ello que Bob Gale entendió que no era necesario más que seguir el trazado de su enunciado, envolverle en una cierta aura visual fantastique, dotarlo del ritmo adecuado, proporcionarle diálogos que resultan un goce para los oídos, una interpretaciones acordes a las intenciones de sus personajes y, escondiendo bajo su aparente volatilidad, suficientes cargas de profundidad. Y es en ese aspecto concreto, donde me gustaría destacar la secuencia más aterradora de la película; la llegada a la ciudad donde la droga de éxtasis se ha convertido en un objeto de dominio para los ciudadanos, de una madre que transportará Neal, angustiada por la ausencia de su hijo, que se ha iniciado ya en ese juego de alienaciones colectivas. Su desamparo será tal, que no dudará en introducirse en ese submundo donde la voluntad del individuo quede por completo anulada, con tal de poder reencontrarse con su vástago, aunque este no sea más que una pálida sombra del ser que alumbró, dominado por un entorno en donde la carencia de valores quede enterrada en medio de una diversión sin sentido. Aviso de navegantes que nos brinda una película que no goza en nuestro país del reconocimiento que merece, y que supone una autentica delicia. Divertida, intrigante, lúdica y dominada por un inagotable ingenio, INTERSTATE 60: EPISODES OF THE ROAD es una de esas delicatessen que debería ser proyectada a todo niño y adolescente, o aquel con mentalidad de serlo, para entender que debajo de la aparente inocencia del joven, se encuentra la eterna cuestión de la difícil senda de la madurez.

Calificación: 3’5

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