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CINEMA DE PERRA GORDA

THE MASTER RACE (1944, Herbert J. Biberman)

THE MASTER RACE (1944, Herbert J. Biberman)

Retenido en la memoria del aficionado, por las penalidades, el riesgo, la valentía y, por que no decirlo, la fuerza física y el grito desgarrador que esgrime SALT OF THE EARTH (La sal de la tierra, 1954), una de las películas sociales más comprometidas jamás generadas en el cine norteamericano, lo cierto es que ello ha permitido mantener en la memoria el hombre de su artífice; Herbert J. Biberman. Sin embargo, pocos sabrán que no fue esta la única película filmada por Biberman, responsable de cinco títulos, de los cuales los tres últimos –muy alejados entre sí en el tiempo-, destacaron por su filiación de alcance progresista. Y es precisamente THE MASTER RACE (1944) –jamás estrenado en nuestro país y del que apenas se tenían noticias hasta que una oportuna edición digital nos ha permitido conocerlo-, el primero que permitiría a su artífice elevarse por encima de dos pequeñas producciones de serie B de carácter serial –esta es igualmente una producción en la que se aprecia un presupuesto menguado-, hasta erigirse como una propuesta personal, en la medida que la propia historia de partida es responsabilidad suya, participando igualmente en calidad de coguionista, en el ámbito de una R.K.O. que vivía el momento en el que los aliados se encontraban incluso unidos a las fuerzas rusas juntos en la lucha contra el nazismo.

Esta circunstancia marca sin duda la base de THE MASTER RACE, que se inicia de forma inquietante en 1944, cuando una serie de oficiales alemanes se reúnen para constatar el imparable avance de las fuerzas aliadas, que en Europa han hecho la suficiente mella para concluir en el hecho del final del nazismo. Unas imágenes documentales de bombardeos, precederán a esa reunión que encabeza el siniestro general Von Beck (una admirable composición de George Couloris). Este brinda a los asistentes un lúcido análisis de la situación, sorprendiendo en el mismo el hecho de que en realidad hayan utilizado los estragos del nazismo –destacable es la presencia de un cuadro de Hitler tumbado y arrinconado-, al objeto de intentar preservar la raza aria –o superior, como denominará- en el contexto mundial. Una premisa sin duda atractiva, que es prolongada con la propuesta del militar, de diseminar a todos los oficiales que sobreviven por distintos emplazamientos europeos, al objeto de infiltrarse entre la población civil y, con diferentes argucias, provocar un determinado grado de inestabilidad y enfrentamiento que haga prevalecer el fantasma del fascismo cotidiano.

En realidad, Biberman se apunta a una saludable y aún vigente corriente ya presente en el cine norteamericano previo a la llegada de la “Caza de Brujas” de McCarthy que, incluso en plena vigencia del nazismo, planteaba escenarios de posible continuidad en el mismo aún cuando su égida oficial hubiera sido vencida. No hace falta más que remitirse a las propuestas de Fritz Lang, a títulos como THE FALLEN SPARROW (1943) de Richard Wallace, o incluso años después al THE STRANGER (1946) de Orson Welles. Con todos ellos mantiene algún contacto esta hasta cierto punto insólita propuesta, que alberga a partes iguales ese aspecto de idealismo quizá un tanto trasnochado, un grado de dramaturgia o descripción de caracteres en ocasiones algo esquemática, pero al mismo tiempo describiendo una extraña fisicidad, un grado de terrible fantasmagoría, que a fin de cuentas es lo que proporciona a la película su más altas dosis de interés. La acción muy pronto se centra en la figura de Von Beck, quien no duda en dispararse un tiro en la pierna para hacerse pasar por herido de guerra y viajara hasta una pequeña localidad belga, que se encuentra totalmente anegada por los estragos de la guerra y prácticamente en ruinas. Allí se instalará en la vivienda –salvaguardada de los bombardeos- de la esposa de un colaboracionista, madre de una joven, donde prácticamente se aposentará amedrentándolos y ocupando una falsa identidad. A partir de ese momento, y una vez la población, seriamente diezmada, va retornando a la misma e iniciándose los trabajos de reconstrucción de la misma, bajo el auspicio de las fuerzas aliadas comandadas por los norteamericanos, Von Beck irá llevando a la práctica una serie de estrategias de cara a fomentar ese enfrentamiento latente, que tendrá fáciles exponentes al enfrentar a familias que han tenido algún tipo de contacto con oficiales nazis durante la ocupación.

No puede decirse que ello sea lo más interesante del relato. Como antes señalaba, hay en THE MASTER RACE un cierto exceso de maniqueísmo, sus diálogos en ocasiones resultan impostados, y sus personajes y las situaciones vividas carecen de la sensación de verosimilitud y complejidad que hubiera sido necesitado alcanzar para que el atractivo de la propuesta hubiera sido casi total –ejemplos de ello es la escasa entidad del concejal superviviente, Katry, o el excesivo tipismo mostrado por el oficial ruso que se encuentra entre ellos-. Sin embargo, y aún dentro de sus imperfecciones –que también lastraban SALT OF THE EARTH, en aquel caso con mayor justificación-, no cabe duda que nos encontramos ante un título dotado del suficiente interés. Interés que por encima de todo viene propiciado en la espesa atmósfera que en todo momento se logra en el relato, en buena parte debido por la magnífica y contrastada fotografía en blanco y negro propuesta por Russell Metty. Ello unido a una escenografía en la que las ruinas, la sensación de estar viviendo un escenario dominado por la destrucción, llega a impregnar el relato de una impronta casi aterradora. Junto a ello, la fuerza que impone el histrionismo de Couloris, detalles como esa muñeca que entregan en la calle a la pequeña hija de unos de los resistentes, fruto de un efímero romance con un nazi, o el repentino arrepentimiento de unos de los oficiales alemanes encarcelados, sinceramente deseoso de redimirse de su condición de monstruoso representante de un colectivo que desea borrar de su mente, hasta convertirse en un simple ser humano.

En realidad, el film de Biberman se inserta en un periodo concreto de la historia del cine USA, tan ligado a la circunstancia bélica del momento, y cierto es que del mismo se puedan depurar ingenuidades o un grado de carencia de rigor. Sin embargo, por encima de todas estas debilidades, lo cierto es que de sus fotogramas trasciende por un lado una extraña fuerza, casi deudora de la ascendencia del cine soviético, al tiempo que un grado de sinceridad en su enunciado, que unido al propio hecho de haber permanecido tantos años casi oculta para el público, le permite ser recuperada y recibida con cierto grado de alborozo.

Calificación: 3

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