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CINEMA DE PERRA GORDA

WHILE PARIS SLEEPS (1932, Allan Dwan) Mientras París duerme

WHILE PARIS SLEEPS (1932, Allan Dwan) Mientras París duerme

Hace unos meses tenía la ocasión de contemplar HANGMAN'S HOUSE (El legado trágico, 1928), una atractiva incursión de John Ford en la figura de un preso encarnado por Victor McLaglen, que se fugaba para ajustar cuentas en torno a una injusticia cometida en territorio irlandés. Es curioso señalar como cuatro años después, el mismo intérprete encarnaba un rol de características similares en WHILE PARIS SLEEPS (Mientras Paris duerme, 1932), un atractivo pero apenas referenciado título de Allan Dwan, del que por fortuna existe una muy valiosa referencia en el imprescindible “50 años de cine norteamericano” de Taverniel y Coursodon. Todo ello, dentro de su por otro lado no muy estimulante y forzosamente parcial recorrido por la prolija filmografía del cineasta. Señalaban con pertinencia los críticos franceses la atmósfera asfixiante del relato, destacando el conjunto casi como precedente del “realismo poético” francés.

Y es que es así como a veces nos damos de bruces con orígenes cinematográficos. Como en esta producción de serie B de la Fox, que apenas sobrepasa la hora de duración, y que ofrece en su escasísimo metraje, más densidad, fuerza expresiva y arrojo fílmico, que tantas y tantas producciones de notable presupuesto, incluso no pocas desarrolladas en ambientaciones similares. El film de Dwan se inicia con una garra asombrosa, mediante ese travelling frontal que se dirige en medio de la espesura del follaje de la Guyana, centrando el mismo en la figura de Jacques Costaud (McLaglen), un preso fugado con un compañero que es perseguido por un grupo de guardias de la prisión. En apenas pocos planos percibimos esa sensación de opresión que viven los dos fugados, siendo el compañero de este acribillado por los disparos de los guardias, mientras que Costaud se sumerge en un pantano y es dado por ahogado en el mismo. La acción se traslada a Paris, ciudad donde el fugado tiene una cuenta pendiente; el reencuentro con su hija, de la que solo posee una carta de su mujer –en la que manifiesta estar a las puertas de la muerte- y una imagen de la muchacha. Ella es la joven Manon (Helen Mack). Muy pronto nos trasladamos a su entorno, el de una mugrienta pensión regentada por una anciana poco recomendable, en los bajos fondos de Paris. De la misma es desalojado por la propietaria, ya que debe el dinero del alquiler –se ha gastado todo el que tenía en el funeral de su madre-. La muchacha no olvida tampoco a su padre, depositando una carta de recuerdo en el monumento al soldado desconocido –Jacques combatió en la I Guerra Mundial, aspecto por el que le fue conmutada la pena de muerte por asesinato-, ya que desconoce la realidad de este –su madre le contó que murió en combate sin encontrarse su cuerpo-.

En apenas unos minutos, Allan Dwan logra introducirnos en la atmósfera de esos bajos fondos parisinos con una presteza, una autenticidad y un sentido del primitivismo cinematográfico, a mi modo de ver directamente heredado de Griffith, combinando en sus imágenes una clara herencia expresionista. Con el uso de una planificación en la que nada falta y nada sobra, unos diálogos siempre pertinentes –la afirmación de Jacques cuando es capturado en torno a la paradoja de los crímenes cuando son cometidos siendo soldado o civil-, lo cierto es que en todo momentos asistimos a una especie de pesadilla directamente enmarcada dentro de rasgos cercanos al folletín, en la que el primitivismo de sus personajes deviene sorprendentemente eficaz. Un ámbito en el que el destino en ocasiones impide el reencuentro deseado –ese impagable instante en el que Manon abre la puerta de la que era su habitación, dudando entre salir o quedarse a comer en la que ya es la alquilada por Paul (William Bakewell), sin saber que tras ella se encuentra su padre, al que por otro lado nunca conocerá como tal-.

Es sorprendente el grado de vigencia que adquiere ese auténtico descenso a los infiernos de ese muerto en vida que es Jacques Costaud, al que solo la intención de ayudar a esa hija que nunca deseará que sepa que es su progenitor –su esposa se lo sugirió por carta-, en un momento dado optará por identificarse como amigo del mismo. Y en torno a este deseo contemplaremos la historia de amor entre Manon y Paul, ese joven gascón que casi de manera inevitable se enamorará de la muchacha, siendo correspondido en sus sentimientos, dentro de un ámbito –esa lóbrega taberna de siniestros sótanos llamada “Casque d’Or”-, en donde nada bueno puede surgir. La cámara de Dwan se muestra segura ante todo en la plasmación de un universo sucio, asfixiante y oscuro, en el que la vida aparece cuando el resto de parisinos duermen, y donde el delito, el pecado y el recelo aparecerán, de manera sorprendente, como caldo de cultivo para que estos dos jóvenes puedan iniciar una nueva vida, en común, y bien lejos de la pestilencia emocional que desprenden todos sus rincones. Un contexto del que el realizador sabe extraer toda su crueldad –ese sótano del establecimiento en el que el siniestro Roca no duda en quemar en un horno a un soplón de la policía, y en el que finalmente Costaud no dudará en inmolarse, no sin antes lograr que la policía atrape a la banda de delincuentes que operan en dicho ámbito, como si un detestable microcosmos cobrara vida cada noche parisina.

Apenas hay en el reducido metraje de WHILE PARIS SLEEPS instantes para el sosiego. Solo la contemplación por parte de Jacques como su hija acude a una iglesia a poner dos velas a sus progenitores, o ese paseo en barca de la muchacha con Paul, en el que él revela sus orígenes, y que ella no duda en considerar el mejor día de su vida. Y entre la nómina de seres de baja estofa que pueblan esta ficción, nos quedaremos con el semblante triste y al mismo tiempo comprensivo de Fifi (Rita La Roy), otra de las empleadas en el tugurio en el que Manon trabaja, quien verá en ella la oportunidad de regenerarse en una vida que ella misma nunca ha podido tener. Apenas una mirada, un gesto, era suficiente en una película de la concisión y la fuerza emocional del film de Dwan, para trasladar al espectador los sentimientos de estos personajes, que parecen erigirse como una mezcla entre Griffith y Borzage, pero aderezados con un sentido de la crueldad, el detalle –la fuerza que adquiere esa condecoración de guerra que la muchacha guarda con devoción como único recuerdo de su padre- y la inmediatez de verdadera consistencia. Sin embargo, los fotogramas finales darán un margen a la esperanza. Los dos amantes se dispondrán a viajar a ese rincón francés que fue el origen de Paul, realizando una ofrenda a los padres de Manon, sin que ella sepa que, en una segunda y casi suicida oportunidad, fue su progenitor el que puso la simiente para sacarla del arrollo.

Con WHILE PARIS SLEEPS nos encontramos ante una pequeña joya del cine de Dwan, que solo nos lleva a intentar acercarnos a más títulos apenas reseñados de este pionero del cine, cuyo instinto fílmico fue una constante a lo largo de una extensa andadura, que se prolongó hasta finales de la década de los cincuenta.

Calificación: 3’5

1 comentario

RAFAEL -

Éste es el trabajo que hay que hacer para evitar que determinadas obras de arte se pierdan en el olvido. Enhorabuena.