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CINEMA DE PERRA GORDA

GONE GIRL (2014, David Fincher) Perdida

GONE GIRL (2014, David Fincher) Perdida

Considerado con pertinencia uno de los realizadores más atractivos del cine actual, la figura de David Fincher cabe ser encuadrada a la hora de ofrecer visiones reveladoras de las paranoias escondidas en la sociedad de nuestros días, eligiendo para ello el formato del thriller. Un ámbito que le permitió a mi juicio su mayor logro hasta el momento en la extraordinaria ZODIAC (2007) –que paradójicamente iniciaba su nudo argumental en plena década de los setenta-, pero que ha logrado extender en miradas de diferente índole, en las que se aúna la plasmación de una narrativa personalísima –que algunos no han dejado de señalar como innecesariamente virtuosa-, bajo la que introduce argumentos de poderoso e incluso hipnótico trazado. El de GONE GIRL (Perdida, 2014) es uno de ellos, centrado en la repentina desaparición de Amy Dunne (estupenda Rosamund Pike). Hasta ese momento, la pareja que conforma junto a Nick (un opaco Ben Affleck, quien sin embargo sirve a los intereses del conjunto como personaje pasivo)-, aparece como un supuesto matrimonio feliz, estando a punto de celebrar su quinto aniversario de boda. De repente, como si nos encontráramos en una variante de BUNNY LAKE IS MISSING (El rapto de Bunny Lake, 1965. Otto Preminger), la cotidianeidad de la pareja es violentada por la repentina desaparición de su esposa. Lo que en principio es idílico, muy pronto devendrá una abrupta ruptura, ante la cual el en apariencia ideal Nick, pronto devendrá como el depositario de las dudas y, días después, las iras de una población civilizada solo en su fachada, derrumbando la frágil fachada de este presunto cabeza de una pareja revestida de enormes fisuras.

GONE GIRL prolonga esa querencia de Fincher por una personalísima adscripción en el universo del cine de suspense. Una actualización en el que el cineasta asume influencias como las de Alfred Hitchcock SHADOW OF A DOUBT (La sombra de una duda, 1943), o la más cercana en el tiempo de David Lynch –BLUE VELVET (Terciopelo Azul, 1986)-. De la primera retoma esa capacidad para ofrecer una radiografía de la sociedad norteamericana media, y de la segunda su capacidad para plasmar una patina visual que roza abiertamente con lo onírico, al aportar un aura de estilización formal, inherente al autor de THE ELEPAHNT MAN (El hombre elefante, 1980). Y es en la mixtura de ambos ámbitos, donde a mi modo de ver se despliegan las cualidades más rotundas de este insólito drama matrimonial, surgido de la novela de Gillian Flynn, llevado con elegancia y sigilo por un Fincher, que sabe introducir los suficientes quiebros dramáticos para jugar con la tensión del espectador. En este sentido, justo es admitir la contundencia con la que se introduce ese desarmante giro en el ecuador del relato. Será un aparente asidero, presionado al límite al sufrir casi en carne propia, como prolongación del punto de vista, las crecientes tribulaciones vividas por el personaje recreado por Affleck. Sin embargo, esa misma querencia, estimo no funcionará de la misma manera en los minutos finales de la película, donde cuesta creer aquello que nos transmiten las imágenes, por más que se ofrezca con similar pericia, y revelen bajo sus costuras una indudable aura transgresora.

Sin embargo, prolongando aquello que señalaba con anterioridad, lo mejor, lo más rotundo y valioso de GONE GIRL se encuentra, por encima incluso de la destreza de Fincher a la hora de prolongar unas líneas narrativas inherentes a un realizador con personalidad, en su facultad a la hora de describir la falsa facilidad del progreso, y su gélido reflejo de cara a las emociones humanas. Esa capacidad para describir un mundo sin sentimientos, ahogado en la supuesta ventaja de todo tipo de objetos que prolongan nuestra comunicación, lujosas pantallas de plasma, un universo en teoría dominado por el lujo. Y todo ello aparecerá en realidad como el marco para que ese inicial matrimonio modelo, despliegue las fisuras que lo están despedazando antes incluso de que los conozcamos. Una pareja que se encuentra dominada por la grusura del esposo, sometido desde el primer momento a un extraño dominio que se nos antoja tan pueril, como más adelante justificado en una presunta paranoia. Y será a partir de la desaparición de Amy, cuando este mismo Nick sea el epicentro de la aparición de la verdadera faz de una colectividad de tintes pavorosos. Lo describirá desde esa vecina chismosa que en apariencia se conforma en aparecer como la mejor amiga de la desaparecida, o en el atroz protagonismo de un reallity –por cierto bastante similar con algunos muy populares en nuestro país-, que no duda en poner a los pies de los caballos a un marido acusado al que no dudan en declarar como culpable del supuesto asesinato, sobre todo por haber mantenido una aventura conyugal que es ocultada por este.

Esa sensación de violentar el puritanismo latente en la Norteamérica presuntamente dominada por el progreso, será uno de los principales hallazgos de la película, teniendo el esposo envuelto en una inesperada espiral de contrariedades, que introducirse en la vorágine de falsedades que impone su propio entorno social, acogiendo la protección del controvertido pero eficaz abogado Tanner Bolt (abrasador Tyler Perry), para intentar salir de una autentica pesadilla, que por momentos nos entronca con la que reiteradamente planteó uno de los grandes fatalistas del cine; Fritz Lang. Estoy convencido que el maestro vienés se sentiría complacido del regusto que plantea GONE GIRL, prolongando aquel discurso que se establecería de manera especial en su díptico de despedida del cine norteamericano –WHILE THE CITY SLEEPS (Mientras Nueva York duerme, 1955) y BEYOND A REASONABLE DOUBT (Más allá de la duda, 1956)-, pero que se podría establecer incluso en su debut en USA –FURY (Furia, 1936), o en tantas y tantas de sus ficciones, en donde ponía en jaque con profunda severidad, las profundas lacras de una sociedad que quizá haya evolucionado en su aspecto exterior, pero en su entraña interna sigue manteniendo no pocos aspectos deplorables, en buena medida extendidos a todo el mundo occidental.

Así pues, con voz callada, bajo los ropajes de una sofisticada propuesta de cine de suspense, asistimos a una dolorosa –por reconocible- disección de la crisis de valores que atenaza nuestro mundo. A la ausencia de sentimientos sinceros. Al materialismo reinante como único asidero vital, incluso envuelto en los ropajes de las sociedades más avanzadas de nuestro días. Apenas, para concluir, cierta indefinición perceptible en los primeros minutos, y la ya señalada inverosimilitud patente en su tramo final, pueden oponerse a los logros, a la pericia e incluso a ciertas deslumbrantes set pièces, que prolongan la ubicación de David Fincher, como uno de los realizadores de referencia en el cine norteamericano de nuestros días.

Calificación. 3’5

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