THE SOCIAL NETWORK (2010, David Fincher) La red social
Si hay algo que no se puede negar en la filmografía de David Fincher, es el hecho de saber sorprender al espectador con sus películas. En apariencia desligadas una de otra –tanto en sus temáticas como en la formulación visual de cada una de ellas-, lo cierto es que nadie le puede negar su capacidad de riesgo, al tiempo que un sendero de evolución, lo cual no quiere decir que nos encontremos ante uno de esos supuestos genios que pronto se entronizan en el cine de nuestros días –Christopher Nolan sería otro ejemplo paradigmático-, aunque justo es reconocer que se trata de nombres que tienen bastante que decir en el cine de un futuro inmediato. Dicho esto, y advirtiendo que me parece un film notable y, en bastante momentos, magnífico, de entrada asumo que mi esperado acercamiento a THE SOCIAL NETWORK (La red social, 2010) me ha deparado un cierto grado de sorpresa. Sorpresa esta basada sobre todo en lo uno intuía iba a ofrecer la película, y lo que realmente la misma brinda en sus fotogramas. Es decir, como espectador esperaba un relato más o menos lineal del proceso que llevó a Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg) –ayudado de manera más o menos superficial por Eduardo Saverin (Andrew Garfield)-, a la creación a partir de una simple broma informática desarrollada desde su ordenador en Harward, de lo que hoy conocemos como facebook. En realidad, Fincher no obvia dicho relato –extraído de la novela de Ben Mexrich, y transformado en valiosísimo guión por parte de Aaron Sorkin-. Sin embargo, la película poco a poco, según el espectador va introduciéndose en un relato que en sus primeros compases alberga convenciones del cine juvenil, va orientándose en la auténtica razón de ser que anida en su entraña; la de ofrecer el retrato de un ser solitario. Un joven incapaz de establecer relaciones sentimentales normales en ese mundo universitario que le rodea. Un auténtico “friki” que esconde una mente privilegiada que quizá el mismo desconoce, y que sublimará esa incapacidad para comunicarse.
Pero hasta que llegue dicha conclusión, el film de Fincher ofrece una elección formal sino novedosa –como en el resto de las artes, en el cine ya está todo inventado-, si poco frecuentada, como es la alternancia de tiempos y puntos de vista de sus personajes. Será una opción que –es indudable- quizá confunda en cierta medida al espectador, pero según va discurriendo el metraje logran atrapar al mismo, al desplegar una espiral de tensión –siempre envuelta de correctos y educados modales por parte de los seres que pueblan la historia-, en la que, en última instancia, se pone en tela de juicio una más de esas diatribas que permiten ligar hasta el momento su cine –tanto el que me gusta como el que en su momento detesté o me resultó indiferente-; ubicar sus propuestas dentro de un contexto en el que se manifiesten situaciones límite que pongan en tela de juicio el lado oscuro que anida en la condición humana. Es cierto que en esta ocasión no nos encontramos ante los límites de la admirable ZODIAC (2007) o la –por mi considerada- aborrecible FIGHT CLUB (El club de la lucha, 1999). De alguna manera, parece que el realizador tamiza esa mirada revestida de severidad, como si su anterior título THE CURIOUS CASE OF BENJAMÍN BUTTON (El curioso caso de Benjamin Button, 2008) –que aún considerando interesante, creo que pecaba de una cierta frialdad, ya que no provocó en mí sentimiento alguno- supusiera un referente para intentar plantear esta nueva historia dentro de unos parámetros más –por así decirlo- “convencionales”. Así pues, ligando las derivaciones que establece su argumento central, este se despliega en una especie de demostración de lo efímero de los sentimientos, las emociones, la unión del esfuerzo colectivo, la amistad, de todo cuanto, en definitiva puede existir de noble en el ser humano. Todo ello se describe en esta película, merced a su estructura narrativa, como algo tan efímero como demostrativo de esos pequeños instantes de felicidad que proporciona el discurrir de nuestros senderos vitales.
Todo ello es expuesto por Fincher buscando ante todo evolucionar en su relato de los tintes más amables –sin que ello evite marcar ya la premisa del rechazo sentimental que recibe nuestro protagonista por parte de su supuesta novia, que en realidad se erige como catalizador del comportamiento y, en última instancia, la creación que le proporcionará fama, fortuna y la inmortalidad como ser humano, aunque ello sea a costa en definitiva de su incapacidad para desarrollar ese sentimiento para amar, acercarse o, sencillamente, sentir, con cualquier otro ser humano-. Esa es la gran paradoja que plantea THE SOCIAL NETWORK, la de plantear un imperio para abrir relaciones, rompiendo con ello lo que durante siglos se estableció como marco natural para la relación entre los seres humanos. De ahí quizá la apuesta por la creciente gravedad del relato, en el que se entrecruzan situaciones y puntos de vista de sus roles principales, sirviendo todos ellos como elementos de reflexión en sus acciones, comportamientos, ofreciendo el antes y el después, la verdadera faz en suma de una serie de relaciones ligadas en torno a un descubrimiento que aparece casi por casualidad, y ante cuya creciente magnitud, toda una serie de personas irán integrándose por la sencilla razón de vislumbrar las enormes posibilidades del invento que involuntariamente se ha creado –en especial me gustaría destacar la astucia que ofrece Sean Parker, encarnado por un sorprendente Justin Timberlake-.
Decir a estas alturas que Fincher es un realizador de talla, deviene innecesario. Pero justo es señalar –y no soy el primero en destacarlo-, que el gran acierto de la función proviene de la astucia de un guión que sabe extraer una serie de novedosos matices, a un argumento que de entrada se prestaba a un simple biopic. Sin poder señalar que con ella nos encontremos ante un logro absoluto, y quizá incluso esa fama que le precedió ane la catarata de premios recibida que la catapultó por un momento a ser la favorita de los Oscars 2011, lo cierto es que THE SOCIAL NETWORK se contempla con creciente interés, dejando una extraña sensación de amargura, quizá por poseer una conclusión sencilla pero muy cercana, en la medida que pese a desarrollarse en un contexto más o menos sofisticado, permite al espectador reconocerse a sí mismo.
Calificación: 3’5
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