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CINEMA DE PERRA GORDA

THE NIGHT HAS EYES (1942, Leslie Arliss) La noche tiene ojos

THE NIGHT HAS EYES (1942, Leslie Arliss) La noche tiene ojos

Algún día habría que analizar, las enormes y constantes conexiones establecidas entre las cinematografías británicas y norteamericana, sobre todo en la relativa a las reconstrucciones de época, y la imbricación de ambos países, en la plasmación en la pantalla de exponentes de esa corriente gótica, que tuvieron un especial marco de expresión fílmica en los años cuarenta. Dentro de dicho ámbito, es evidente que THE NIGHT HAS EYES (La noche tiene ojos, 1942. Leslie Arliss) aparece como un exponente claramente seguidista, a la impronta que Alfred Hitchcock había marcado en REBECCA (Rebeca, 1940), mientras que en la propia Inglaterra, era seguida por cineastas de la talla de Thorold Dickinson –aún tan necesitado de revalorización-, por medio de exponentes como GASLIGHT (Luz de gas, 1940). Nos encontramos ante un contexto social –la vivencia de la II Guerra Mundial-, muy propicio para este tipo de relatos, entre románticos y sombríos, que aunaban su componente de intriga y apego freudiano, que se prolongaría en el cine norteamericano, a través de las costuras del noir. Es la perfecta delimitación que esgrime esta apreciable pero en todo momento limitada producción inglesa, que de nuevo viene a mostrar el alcance y la relativa cortedad de miras, del cine filmado por el británico Leslie Arliss (1901 – 1987), uno de los nombres más ligados a los estudios Gainsborough. En esta ocasión, asume por un lado unas costuras bastante ligadas a la serie B, al tiempo que para incardinar una curiosa fantasmagoría que parece ofrecerse fuera de época, pero que al mismo tiempo se describe en una temporalidad contemporánea a la de su rodaje. Es por ello sorprendente escuchar el hecho de que el personaje encarnado por James Mason relate su andadura luchando con el ejército republicano español -¿de qué forma sería disimulada dicha referencia, cuando la película fue estrenada en nuestro país?-.

THE NIGHT HAS EYES se inicia en un internado, donde se nos presentan a los vértices femeninos del relato, que apenas alcanza los ochenta minutos de duración. Ellas son Doris (Tucker MaGuire) y la más joven Marian (Joyce Howard). Se trata de dos profesoras que han decidido pasar sus vacaciones, en el entorno de los páramos de Yorkshire. Mantienen el triste recuerdo de la desaparición de su común amiga Evelyn, suponiendo que tuvo algún accidente en las ciénagas de la zona. Muy pronto, al encontrarse con aquel siniestro entorno físico, sufrirán la inclemencia de una terrible tormenta, siendo acogidos por el joven y enigmático Stephen Deremit (Mason), que las acogerá para salvarlas de las inclemencias del tiempo, pero que muy pronto les hará ver su aparente hostilidad. Las muchachas descubrirán que se trata de un famoso y atormentado compositor, por el que de manera inesperada se verá atraído Marian. Así pues, el film de Arliss despliega su efectivo pero poco profundo calado, a partir de dos subtramas tan definidas como carentes de profundidad. De un lado plantear un relato de suspense, integrando para ello elementos ligados a la iconografía del cine de terror. Por otra parte, quizá lo más perdurable de su trazado, resida en el intento, nunca logrado del todo, de plantear la historia de una atracción de dos personas de diferente sensibilidad, que en un momento determinado se encuentran en una situación límite.

Con respecto al primer enunciado, la película despliega unos primeros instantes cercanos al ámbito de la comedia de terror, sobre todo centrados en los diálogos pretendidamente distanciadores esgrimidos por Doris. En algunos instantes, uno tiene la sensación de asistir a ecos de la célebre –y, si se me permite, sobrevalorada- THE OLD DARK HOUSE (1932) de James Whale-. Una vez la película se adentra en su atmósfera gótica, justo es reconocer que podremos disfrutar de dos magníficos episodios, que tendrán como epicentro las peligrosas aguas pantanosas. El primero de ellos –quizá el pasaje más intenso de la película-, se desarrollará en una terrible tormenta, y por medio de una planificación de ecos soviéticos, viviremos con intensidad el peligro vivido por las dos amigas antes de llegar a la mansión que, en esos momentos, aparecerá como providencial para ellas. El otro episodio descrito en los pantanos, se insertará en la conclusión de la película, aunque paradójicamente carezca de la intensidad del fragmento anteriormente descrito. Sí que servirá, sin embargo, para subrayar ese carácter granguiñolesco  -tan cercano a las no muy lejanas producciones protagonizadas por el hoy olvidado Tod Slaughter-, centrado en este caso en la figura de la perversa ama de llaves –a la que se adivina un alcance diabólico- y su esposo, encarnado por el histriónico Wilfrid Lawson, desconocido fuera de las fronteras inglesas, pero que siempre fue el intérprete más admirado por los propios actores de las islas.

Dentro de dicho ámbito, THE NIGHT HAS EYES describe una serie de convenciones, como la presencia de habitaciones secretas en la mansión, la impronta de la tormenta, o incluso elementos sobrenaturales, como esa intuición de la sensible Marian, de la presencia incorpórea de la desaparecida Evelyn, en la habitación en la que las dos amigas reposan. Y será precisamente en la conjunción de esta última y el inicialmente hosco Stephen, donde se encuentre lo más perdurable y al mismo tiempo insuficiente, de una película que hubiera precisado más arrojo, también más duración, para consolidar ese aporte romántico. Se trata de una producción que incluso alberga un apunte necrófilo –la casi obsesiva búsqueda de la muchacha del cuerpo de su desaparecida amiga, que le llevará a encontrarse con un esqueleto, que poco después descubrirá pertenece a un antiguo monje-, para ofrecerse como algo más de lo que es. Y es cierto que aparece una especial química entre los dos intérpretes. Incluso que por momentos uno parece imbricarse en el contexto de aquellas fascinantes apuestas de terror firmadas por el olvidado Víctor Halperin. Esa presencia en el over narrativo del atormentado compositor, mientras su inesperada enamorada escucha las notas de sus interpretaciones, dan la medida de lo que pudo ser y no fue, un relato dominado por un extremo romanticismo, que pese a todo se deja ver con tanto agrado, como con la sensación de sabernos a poco.

Calificación: 2’5

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