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CINEMA DE PERRA GORDA

LIGHTNING STRIKES TWICE (1951, King Vidor) La luz brilló dos veces

LIGHTNING STRIKES TWICE (1951, King Vidor) La luz brilló dos veces

En la obra de todos los grandes cineastas norteamericanos clásicos, se encuentran títulos que por general suelen ser despachados con indiferencia, incluso con desprecio, en la medida de soportar el anatema de no ser dignos del nivel de sus artífices. Partiendo de la base de que como sujetos a las normas de su industria, y como profesionales sometidos a vaivenes de su inspiración, era y es del todo punto permisible la desigualdad, podríamos citar ejemplos concretos en la obra de Lang –SECRET BEYOND THE DOOR… (Secreto tras la puerta, 1947)- o Hitchcock –STAGE FRIGHT (Pánico en la escena, 1950)-, pero la lista sería interminable. Y cito ejemplos no al azar, relacionados con LIGHTNING STRIKES TWICE (La luz brilló dos veces, 1951. King Vidor), cercanos en el tiempo e incluso en algunos de sus elementos temáticos y / o de producción –la presencia de Richard Todd en el film de Hitchcock y el de Vidor-, en la medida que el paso del tiempo va disipando esos recelos, aunque ello no haya sucedido en el título que nos ocupa, que sigue gozando de una notable mala fama que nunca he compartido. Entendámonos, LIGHTNING STRIKES TWICE no emerge como ninguna de las cimas del cine de su autor, tiene defectos bastante ostentosos, pero al mismo tiempo resulta eficacísima como extraño melodrama de suspense, al tiempo que en la confluencia de sus limitaciones habría que contraponer el bagaje de elementos positivos, que siempre me han permitido contemplar la película con una nada oculta satisfacción. Es decir, nos encontramos ante una propuesta de la Warner enmarcada en un tipo de cine muy en boga en aquella época, que el autor de THE CROWD (…Y el mundo marcha, 1928) resuelve en todo momento con oficio, y en no pocas ocasiones con destellos de notable inspiración. Incluso me atrevería a señalar más. Es precisamente en ese desequilibrio y entramado de subtramas que se desprende en su metraje, donde se encuentra la parte más notoria de su atractivo.

El relato se inicia con un extraño golpe de efecto, a través del plano general nocturno de una penitenciaría, roto con la intensidad de un rayo. De inmediato la cámara se traslada el interior de la misma, donde se va a proceder a la ejecución de Richard Trevelyan (Richard Todd), acusado del asesinato de su mujer, asumiendo este con estoicismo el cumplimiento de su sentencia sin siquiera recibir al padre Paul (Rhys Williams), cuyo testimonio al parecer sirvió para ejecutar su condena. De repente esta quedará conmutada con la celebración de un segundo juicio –mostrando el detalle ingenioso del director de un rotativo que tiene preparadas sendas portadas a elegir si este es declarado de nuevo culpable o inocente-. En todo caso, ya percibimos una de las incongruencias de guión –obra de Lenore J. Cofee, basado en una novela de Margaret Echard- que plantea la película, en la medida de producirse un indulto por un voto femenino que rompió la mayoría… y que posteriormente veremos se trata de una persona muy cercana al acusado ¿Cómo pudo ser nombrada jurada? Sería este uno de los diversos elementos –y hay varios más-, que servirían a cualquier espectador para rechazar casi de plano la propuesta. No seré yo quien lo haga, en la medida que en ocasiones desprenden para mí más interés títulos imperfectos pero vivos, que otros de impecable ejecución despojados del menor grado de inspiración.

Bajo mi punto de vista LIGHTNING STRIKES TWICE si la tiene, y una de ellas se basa en esa extraña combinación de géneros que comprende su conjunto. Una mezcla que en su primer tramo aborda los límites del cine de terror, en otras se comporta como un Neowestern, por momentos parece una muestra de Americana, mientras que en sus instantes más intensos destaca ese aliento romántico que fue una de las mayores cualidades del gran realizador. Muy pronto la película se centrará en la auténtica protagonista, Shelley Carnes (la siempre personalísima Ruth Roman), una actriz teatral –resulta interesante como es presentado su personaje en un viaje en bus, donde por vez primera toma contacto con el “Caso Trevelyan”- que ha decidido tomarse unas vacaciones de descanso tras una extenuante gira interpretando el papel de Desdémona –otra de la debilidades del film-, adentrándose en el desierto y llegando por medio de las argucias de Myra Nolan (Katrhryn Givney), hasta un entorno que le acercará a la figura del desaparecido Richard. El fragmento en el que, en medio de una tormenta –atención a esa insólita cortinilla inserta a modo de parabrisas horizontal-, la actriz se adentra en unas dependencias en las que se encuentra con este, supone uno de los más brillantes del film, siendo enmarcado dentro de esa antes señalada vertiente terrorífica, y delimitado por ese magnífico plano en el que, encuadrando la cámara teniendo por medio un cristal, en su exterior se encuentra Shelley completamente empapada y asustada, contempla el reflejo creciente del rostro de Richard iluminado por una vela. El misterio y la irresistible ligazón que ambos sentirán en ese primer instante, se exponen de manera magistral en un solo plano, dando pie a un episodio en el que la inquietud y ese atractivo que ambos –especialmente el misterioso absuelto- no podrán evitar, y en el que el uso de la oscuridad y las acciones de ambos, serán reveladoras de una pasión casi inevitable. Llegados a este punto, me gustaría desmarcarme de uno de los elementos que más apoyos han tenido a la hora de rechazar la película; el supuesto miscasting de Richard Todd en el rol de Trevelyan. Sin ser un intérprete de una gran trayectoria, creo que en estos años Todd logró aprovechar, siquiera fuera de forma efímera, su capacidad para crear personajes ambivalentes en los que la atracción y el rechazo formaban un conjunto bien engrasado –algo que Hitchcock aprovechó en la ya citada STAGE FRIGHT-. Junto a Ruth Roman despliega una extraña química, que tendrá un punto de inflexión magnífico en el episodio desarrollado en el denominado “Cañón de la luna”, a donde Shelley acudirá imbuida por un lado por la intuición de que Richard es inocente del crimen por el que finalmente fue indultado, y también por la pasión no reconocida que siente por él. Allí se lo encontrará reflexionando solitario, teniendo que sufrir los reproches que con inusitada dureza este le brinda –la película tiene en sus diálogos un considerable interés-. Sin embargo, el riesgo que la joven sufrirá de precipitarse al vacío al intentar marcharse humillada, provocará la intervención de este y la primera demostración del amor que ambos se profesan –Max Steiner puntea con brillantez este momento, dentro de un fondo sonoro bastante acertado-.

Ni que decir tiene que todo no se encuentra al mismo nivel en el film. Que están prendidos con alfileres determinados aspectos del comportamiento introvertido de Trevelyan –aunque en una conversación de Shelley con el padre Paul, este le comente con no poca sabiduría después de ensalzar al joven; “cada hombre tiene sus momentos oscuros y en la oscuridad de esos momentos está su salvación”-, que el personaje que encarna con convicción Mercedes McCambridge carece de la necesaria hondura… Pero al mismo tiempo, y aún recordándonos un poco su obsesión por Richard el hecho de que nos encontremos con una relativa revisitación de la maravillosa LEAVE HER TO HEAVEN (Que el cielo la juzgue, 1948, John M. Stahl) –y la presencia de Darryl Hickman en el reparto haciendo de su hermano tullido quizá no sea una casualidad-, no impide que su metraje esté dotado de un notable ritmo, que esa combinación de relato contemporáneo ambientado en un territorio anclado en el pasado funcione muy bien –la extrañeza que suponen las secuencias desarrolladas en la gasolinera o en la población, donde la entrada de Richard en uno de sus establecimientos provocará el recelo de sus clientes, y una secuencia estupenda en plano fijo, en la que Shelley, que allí se encuentra, es mostrada mirando al frente, sintiendo como este se aleja en el lado derecho del encuadre hasta salir, sin poder evitar finalmente mirar hacia atrás. Es en esos momentos, en el cierto misterio que adquiere la presencia del cuadro del extraño joven en la mansión de los Nolan –en una secuencia que utiliza con acierto un espejo-, es donde encuentro los suficientes alicientes –pese a lo poco creíbles que aparecen los temores de Shelley en su primera noche como sra. de Trevelyan- que me permiten valorar LIGHTNING STRIKES TWICE con bastante mayor aprecio de lo habitual, sin por ello considerar que se trata de un logro de gran alcance. Se trata de un producto con ingredientes no todos de primera calidad, pero que en su confluencia encierran no pocos motivos de interés.

Calificación: 3

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