WILD ORANGES (1924, King Vidor) Flor del camino
Hace ya bastantes años, en una ocasión el excelente comentarista Quim Casas hacía referencia –en el contexto de un análisis de la mayestática THE CROWD (…Y el mundo marcha, 1928)- la presencia dentro de la obra muda de su director, King Vidor, de una olvidada película calificada como uno de los títulos más radicales de su andadura silente. Era este WILD ORANGES (Flor del camino, 1924) que jamás pensé tendría oportunidad de contemplar, pero que finalmente he podido presenciar, merced a la infinita generosidad de un anónimo posteador a partir de una emisión en el canal televisivo TCM. El visionado ha tenido para mi un cierto inconveniente, en la medida que me cuesta bastante poder penetrar en la esencia de un film mudo que no vaya acompañado de fondo sonoro. Pese a ese matiz absolutamente personal, no se puede dejar de reconocer que nos encontramos ante un título magnífico, lleno de sugerencias estrictamente cinematográficas, dotado de un tercio final absolutamente arrebatador, que podría fácilmente quedar entroncada entre las conclusiones del cine de Griffith y el mismísimo GREED (Avaricia, 1924) de Strohëim. Personalmente, quizá opondría el entusiasmo que señalaba al inicio de estas líneas por parte de Casas, en la medida que creo que no tiene punto de comparación el alcance no solo de THE CROWD, sino incluso de THE BIG PARADE (El gran desfile, 1925), dentro de los escasos títulos de la obra muda de Vidor que he podido contemplar hasta el momento.
WILD ORANGES es una atractiva mezcla de melodrama con relato pasional de aventuras, que se inicia de manera deslumbrante. A partir del discurrir de una hoja de papel por el influjo del viento, provocará que un carruaje que porta a su tripulante y una joven se desboque en pleno campo. Un mero acontecer del destino que concluirá con la muerte de la muchacha y, con ella, la desolación de su marido –John Woolfolk (Frank Mayo)-. Se trata de un comienzo arrebatador que sumergirá al espectador en el contexto del drama, trasladando la acción tres años después, cuando nuestro protagonista llegará hasta las costas de Florida y se acercará hasta una vieja y casi fantasmagórica mansión sureña para repostar agua. En ella observará por prismáticos a una bella joven –Millie (Virginia Valli)-, aunque la realidad es que casi por encantamiento y sin él pretenderlo -ya que en modo alguno desea implicarse con ninguna mujer que le vuelva a devolver al ámbito de la tragedia personal-, se verá ligado a esta muchacha, que la película describe metafóricamente con la fuerza de una tela de araña. De este modo Vidor planteará la metáfora en una película pródiga en ellas, revelando la fuerza y la inocencia de un lenguaje cinematográfico en plena febrilidad de la eclosión de su madurez; la fuerza del viento arreciará sobre los ventanales de la mansión como modo de expresión de la relación amorosa entre Woolfolk y Millie, abriendo con ello el bloque final de la película, que por derecho propio debe considerarse entre los fragmentos más líricos, arrebatadores y vibrantes del cine de su realizador, o la representación de la pasión que nacerá entre la pareja, a partir de la prueba de esas naranjas silvestres que Woolfolk ingiere nada más se encuentra ante la joven, subrayando los subtítulos el extraño sabor que emana de dicha fruta; amargo en principio pero atractivo muy poco después.
Hasta entonces, la película se inserta dentro de la vertiente del cine de aventuras, logrando una atmósfera y la especial espesura del contexto costero, que interactúa en la narración como un personaje fundamental de la función. La decadencia de la mansión supondrá además un escenario casi fantasmagórico, que para nuestro protagonista tendrá otra expresión metafórica; esa mecedora situada en el patio de la misma, que él desengañado explorador encontrará en movimiento –es realidad la ha abandonado pocos instantes antes el viejo Litchfield, abuelo de Millie, quien con su nieta se refugió en este entorno tropical tras el impacto que en él provocó la guerra de secesión-. Será el indicio de un ámbito físico en la que la fuerza de la sensibilidad humana volverá para un hombre curtido en la adversidad y la soledad –con la única compañía de su fiel compañero Paul (Ford Sterling)-. Será sin embargo un retorno de inmediato revestido en elementos inquietantes, en los que tendrá bastante que ver la presencia de un irascible y violento personaje que tanto Millie como su abuelo de alguna manera protegen –este será uno de los pocos flancos que en la película no revisten una excesiva convicción-. Se trata de Iscah Nicholas (Charles A. Post), un hombretón con resabios de niño e instintos progresivamente violentos, quien muy pronto nos revelará su personalidad psicótica al someter a Millie a una cruel tortura aislándola sobre un tronco y sometiéndola al acoso de los cocodrilos. Poco a poco el espectador intuirá la existencia de una extraña circunstancia que rodea el respeto y temor que abuelo y nieta sienten hacia este siniestro personaje, que en el fondo de su fiera personalidad siente un enorme cariño hacia la muchacha.
Pero esta desde el primer momento ha sentido en su interior la ligazón que le une a John, aunque en primera instancia tanto uno como otro se nieguen una nueva oportunidad en sus vidas. En la muchacha para evitar tener que dejar de lado la convivencia de su abuelo, y en el curtido explorador y marino por no tener que sufrir de nuevo el desconsuelo de ver trágicamente frustradas sus expectativas sentimentales. Sin embargo, el anhelo de uno u otro se someterá aprueba cuando Millie viva, inicialmente aterrorizada, una manera diferente de entender la existencia en una corta travesía en alta mar. Allí comprobará en carne propia una sensación de peligro amparada por la compañía y protección de una persona con la que se siente irresistiblemente atraída. King Vidor logra expresar esa pasión combinándola con la valoración de la libertad y un sentido inédito hasta entonces en la muchacha de lo que supone la concepción de su propia vida. Con tanta economía de medios como pasión melodramática, la película logra manifestar esta pulsión emocional que no solo a la muchacha le permite nacer a la vitalidad del amor, sino que a un hombre descreído de la felicidad le proporcionará una nueva oportunidad para sentir esa pasión. A ambos les costará salir de una cerrazón que nubla sus propias emociones. Especialmente a John, quien a punto se encontrará de dar de lado el sentimiento que dicta su corazón, aunque finalmente no pueda zafarse del mismo, propio de las naranjas amargas, que tanto regusto deja tras ser ingeridas por primera vez.
Será a partir de su retorno en la búsqueda de la joven, cuando la película alcance su paroxismo. Poco antes, tanto ella como su abuelo se revelarán contra la tiranía de Nicholas, intentando engañarle en sus intenciones de abandonar aquel turbio y desgastado lugar. Sin embargo, este advertirá la intención y se enfrentará con su viejo morador, matándolo, y reduciendo a Millie, a la que atará y amordazará en una cama. En medio de esa desoladora situación, John se adentrará en un marco que se revela especialmente peligroso, y que Vidor logrará destacar en ese matiz amenazante. Allí finalmente el curtido hombre de mar se enfrentará en una pelea de extraordinaria dureza. Una contienda de larga duración que quedará plasmada en la pantalla con una contundencia casi sobrecogedora, contrapuesta al montaje de los planos de Millie revolviéndose atada, o los del fiero perro que se encuentra sujeto por un collar de hierro en una caseta en la puerta de la vieja edificación. La pelea entre los dos contendientes adquirirá una fuerza inusitada, prolongándose de manera casi antinatural incluso cuando Millie logre librarse de sus ligaduras y ayudar a su enamorado. La fiereza casi imbatible del psicópata Nicholas se revelará como un elemento insalvable para los dos amantes, que huirán intentando llegar hacia un pequeño bote que los lleve a su velero y, con ello, alcanzar la libertad absoluta. A punto estarán de ello, aunque el enfermizo enamorado de Millie logre alcanzar a John en el pequeño muelle. De nuevo se recrudecerá la lucha, aunque los dos amantes logren zafarse del acecho. Sin embargo, Iscah aún les atacará disparando con la pistola que a Woolfolk se le ha caído en su visita a la mansión. Recrudeciendo los ataques de un sujeto que revela una vitalidad de instinto diabólico, un elemento finalmente decidirá el destino, esta vez a favor de la comprometida pareja de amantes. El fiero perro se logra soltar de sus ataduras, logrando atacar en su embestida al violento Nicholas –el plano en que se muestra el plano totalmente en negro con la sola iluminación de los puntos de los ojos encendidos del animal, acercándose hasta este, se erige como el más aterrador de la película-.
Después de la noche llega el día, de la tormenta la claridad parece concluir esta apuesta de Vidor por la fuerza del amor. Un título magnífico que en los primeros años veinte demostraba el magnífico pulso cinematográfico, de quien era considerado como un primerísimo cineasta. Aún lo sería bastante más, muy pocos años después.
Calificación: 3’5
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Andrés -