NIGHT HAS A THOUSAND EYES (1948, John Farrow) Mil ojos tiene la noche
NIGHT HAS A THOUSAND EYES (Mil ojos tiene la noche, 1948. John Farrow) se beneficia de la interacción de diversos factores. De un lado el buen momento profesional de John Farrow, uno de los más competentes artesanos con que contaba Hollywood en aquellos tiempos, que quizá encontró en su trayectoria con la Paramount el marco adecuado para dar rienda suelta a sus características como realizador –recordemos las ciertas similitudes que esta película plantea sobre uno de sus títulos más famosos THE BIG CLOCK (El reloj asesino, 1948)-. Al mismo tiempo, cierto es que esta película resulta un atractivo exponente de la tendencia ofrecida por dicho estudio de plantear mixturas de géneros –melodrama, fantástico y policíaco-, que quizá tendría su exponente más valioso en la excelente y olvidada GOLDEN EARRING (En las rayas de la mano, 1947. Mitchell Leisen) –otro realizador especializado en estas mezclas, que un par de años después también adaptaría otra novela de Cornell Woolrich con NO MAN OF HER OWN (Mentira latente, 1950). Evidentemente, nos encontramos con una apuesta propicia para las inquietudes de una productora que apostaba ya en estos años por su incorporación a la producción del cine noir, al tiempo que revelaba en esa querencia por el fantastique unos ropajes que avalaban su consustancial buen gusto, al tiempo que secundaba la tendencia marcada en el cine norteamericano de inclinarse por relatos de corte sobrenatural. Se trata por otra parte de una vertiente en la que por otra parte tomarían parte activa nombres canónicos como el de Otto Preminger, cuya LAURA (1944) no deja de mantener elementos de esta índole, y que poco después incidiría en dicha vertiente con la muy interesante WHIRLPOOL (Vorágine, 1949).
De todos modos, si hay que intentar precisar los límites que preside NIGHT HAS…, personalmente los establecería en la presencia de un relato francamente interesante, incluso con momentos magníficos, digno de ser rescatado de la memoria de un injusto olvido, pero al mismo tiempo incapaz en su conjunto de saber consolidar en su propuesta los diversos matices de su enunciado, aunque cierto es que por separado alcancen una notable validez. En este sentido, las primeras imágenes de la película destacan por su fuerza, describiendo a través de una serie de virtuosos movimientos de grúa –una de las facetas con las que Farrow demostró su especial habilidad- una situación de alcance melodramático en la que Elliot Carlson (John Lund) logra rescatar a la joven Jean Courtland (Gail Russell) de su suicidio arrojándose al paso de un ferrocarril. La impactante situación nos introducirá en un fragmento magnífico, trasladándonos a la tragedia que vive John Triton (Edward G. Robinson). Se trata de un hombre dedicado profesionalmente a la realización de números y espectáculos mentalistas que, de la noche a la mañana, vivirá con creciente angustia el hecho de la veracidad de sus poderes. Será una presencia que Farrow sabrá expresar con fuerza con la combinación de ese flash-back combinado con la voz en off del protagonista, proporcionando al relato una notable fluidez. Todo ello describirá un primer tercio del metraje en el que se logra insertar una extraña sensación, logrando la cámara conformar un atractivo bloque dominado por un aura en la que la presencia de lo misterioso, irá derivando progresivamente en tintes inquietantes. El desarrollo argumental fundirá la acción en el momento presente, tras mostrarnos la relación que une a Triton con Jean, hija de la que fuera su novia –Jenny (Virginia Bruce)-, y a la que dejó al adivinar en ella su muerte próxima cuando esta tuviera su primer hijo con él –uno de los mejores momentos del film, transmitiendo una sensación de amenaza prácticamente basada en las miradas-. No logró finalmente este vaticinio que se evitara la muerte de su amada, ya que el fallecimiento de esta se produjo al nacer Jean, fruto de la relación de Jenny con su amigo Whitney (Jerome Cowan). Sin embargo, el alcance trágico de su poder no parece tener límite, ya que además de predecir la muerte de Whitney, también hará lo propio sobre la de Jean, instando en ella un fatalismo que para Carlson puede tener algo de conducta criminal en torno a nuestro protagonista. Será a partir de ese momento cuando NIGHT HAS… adquiera una textura más ligada hacia el cine policiaco. También más convencional, pero en la que encontraremos la presencia del teniente Swan (William Demarest) que introducirá en la película una mirada más escéptica. Sin embargo, este fragmento insertado en el centro del metraje nos conducirá hasta un tercio final en el que, no se por qué, parece que nos encontramos con una especie de remake del conocido éxito del estudio DEATH TAKE A HOLIDAY (La muerte en vacaciones, 1934) –curiosamente realizada por Mitchell Leisen, el otro realizador de la Paramount citado en estas líneas-. De aquel título retoma la atmósfera casi mortuoria que se despliega en una elegante mansión poblada de atildados caballeros –ciertamente un tanto apergaminados-, en esta ocasión definidos por ser socios del difunto Whitney, encargados del nuevo rumbo de su empresa petrolífera. En este contexto, Jean espera la llegada de su muerte al socaire de las estrellas, mientras Triton intenta desafiar al destino y los agentes de Swan se empeñan en desdeñar el aspecto premonitorio de la amenaza que se ciñe sobre la joven.
Es indudable que resulta hasta cierto punto difícil conciliar en un mismo relato dos visiones absolutamente contrapuestas –una marcada en el aspecto racional y otra con una mirada abierta hacia la interacción de fuerzas desconocidas-, y en este sentido podemos decir que el film de Farrow se resiente en algunos momentos –giros desarrollados en las visiones que Triton mantiene sobre la amenaza de Jean, la apresurada pirueta final criminal, poco adecuada a las sugerencias que previamente se han venido vertiendo, y que concluye pese a todo con un plano que prefigura la conclusión de la excepcional THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957. Jack Arnold)-. Pero, si más no, lo cierto es que la película sabe mantener el pulso en todo momento, sobre todo cuando a partir de la presencia de la investigación policial, se intuye un cierto descenso en el interés de la función. Finalmente este no se produce, aunque cierto es admitirlo, se sustituya la fascinación por un grado interés más cotidiano. La ligereza en la planificación y la movilidad en la cámara de Farrow, y la oportuna incorporación de matices de índole sobrenatural sobre todo en el tramo final, unido a la evolución que registra el personaje que con tanta brillantez encarna el estupendo William Demarest –matizando con sutileza los perfiles de su escepticismo inicial-, proporcionan especialmente al fragmento desarrollado en la mansión de los Courtland una siniestra atmósfera en la que parece debatirse una interminable batalla entre lo racional y lo sobrenatural –el momento en que un policía dispara a Triton sin que la pistola ejecute la orden, mientras el segundo se muestra tranquilo de que su destino no va a afectarle, es sintomático de ello-. Si a ello unimos el especial acierto de casting al aunar en la película al mencionado Demarest, la sensual Gail Russell y un matizado y magnífico Edward G. Robinson que parece salido del infierno de las pesadillas langianas de THE WOMAN IN THE WINDOW (La mujer del cuadro, 1944) y SCARLETT STREET (Perversidad, 1945), lograremos darnos una idea del alcance de esta película atractiva y hasta en ciertos momentos apasionante. Sin embargo, finalmente en ella se detecta el hecho de encontrarnos ante una propuesta que, pese a sus evidentes cualidades, no llega a apurar el apasionante caudal de propuestas que atesora. Entre ellas, y pese a la magnífica labor de Robinson, la de mostrar el tormento interior de un hombre sensible, incapaz de asumir y racionalizar las facultades de un poder, que en teoría debería proporcionarle ventajas inagotables, pero que muy pronto adquirirá inevitables tintes de tragedia.
Calificación: 3
2 comentarios
Juan Manuel -
Moon -