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CINEMA DE PERRA GORDA

HONDO (1953, John Farrow) Hondo

HONDO (1953, John Farrow) Hondo

No cabe duda que HONDO (1953, John Farrow) es un producto que bebe –sin ocultarlo-, de influencias de éxito en el western de inicios de los años cincuenta. Desde sus imágenes iniciales, podemos retener ecos de SHANE (Raíces profundas, 1953. George Stevens), WINCHESTER 73 (1950, Anthony Mann)… y muchos otros. Desde la presencia de un cowboy solitario que tiene un punto de inflexión en su vida y marca así mismo la de quienes le rodean, la presencia de un guión de trayectoria itinerante, la idea de la descendencia, la segunda oportunidad en la existencia, la influencia de un entorno físico, la humanización de la figura del indio, la presencia de una trama en la que la causalidad marca en definitiva el destino de sus personajes… Todos estos y otros elementos son incorporados sin prejuicios en esta ocasión, y hay que decir que este poco reconocido film de John Farrow, quizá no se sitúe en cabeza de la expresión cinematográfica de todas las temáticas apuntadas, pero lo cierto es que resulta tan valioso o más que muchos de los ejemplos canónicos que se suelen destacar en cada una de ellas. En definitiva, cabe señalar que nos encontramos con un magnífico exponente del cine del Oeste, poco comentado y valorado en cualquier antología del género, pero que se describe como una propuesta seca y concisa, densa y sensible, romántica y sencilla al mismo tiempo. Una casi perfecta combinación de situaciones y personajes, hasta trazar un guión realmente modélico en el que cada situación, elemento, personaje o detalle incorporado, de inmediato prende en sus fotogramas, enriqueciendo un conjunto de ajustada duración –apenas ochenta minutos-, que no por ello deja de resultar menos denso y atractivo. Es perceptible que muy pocos minutos después de iniciar la película, valoremos que el elemento motor de la misma es la excelencia de su guión, obra de James Edward Grant –persona muy ligada al entorno de John Wayne, quien corrió a cargo de la producción del film-. Ni que decir tiene, que Wayne encontró en este material un elemento de partida sumamente atractivo, que se sumaba a la compenetración que se establecía por lo general entre actor y guionista a la hora de facilitarle unos diálogos secos, directos y definitorios, que se engarzaban a la perfección con los modos de la célebre estrella.

 

Hondo Lane (Wayne) es un conocido tirador, famoso en todo su territorio, considerado medio apache, que incluso tuvo una esposa india ya fallecida. Desde entonces deambula mientras ejerce como mensajero gubernamental, vislumbrando el inicio de un levantamiento entre los desengañados Apaches, contra los norteamericanos. Tras una situación límite, Hondo llega junto a un fiel perro que le acompaña, hasta el rancho de los Lowe, que comanda Angie (Geraldine Page), junto a su pequeño hijo Johnny (Lee Aaker). El encuentro entre el veterano hombre del Oeste y la aguerrida ranchera, estará descrito inicialmente por la mutua reserva –incluso ella miente al hablar de la cercanía de su esposo-. Sin embargo, pronto se establecerá entre ellos una especial vinculación, aunque sea el primero quien siga manteniendo una serie de barreras, para preservar a madre e hijo de situaciones que en poco les favorecería por su vinculación a él. Hondo dejará –no sin propiciar una transformación en su existencia- a Angie y Johnny, regresando hasta la población de donde partió, transmitiendo a los oficiales la información que posee del levantamiento indio, y conociendo al esposo de la mujer que acaba de dejar. Se trata de Ed (Leo Gordon), un individuo pendenciero que abandonó a Angie hace tiempo y con quien finalmente tendrá que enfrentarse, cuando este desea acabar con el protagonista, en plena emboscada india. De forma paralela, los Apaches llegarán hasta el rancho Lowe, donde la actitud valiente del pequeño Johnny –se enfrenta al jefe Vittorio (Michael Pate)-, lo llevará a granjearse la simpatía de dicho líder, quien llegará a adoptarlo como guerrero adoptivo. Mientras tanto, nuestro protagonista es apresado por los apaches, aunque cuando está a punto de ser torturado, Vittorio descubre su afinidad con Angie y Johnny. Por ello le dejarán volver al rancho, donde el veterano vaquero acentuará su relación con su propietaria, mientras se acrecienta su cariño hacia el pequeño, desconociendo ella que fue él quien mató a su marido. Aún comprendiendo la situación –se trataba de un individuo de la peor estofa-, finalmente frenará a Hondo para que revele la auténtica situación a Johnny –él tampoco sabe la verdadera personalidad que escondía su padre-. Ante la generalización del levantamiento de los Apaches, finalmente Hondo y su nuevo entorno familiar abandonarán el rancho con destino a California, acompañados por un grupo de soldados, y resistiendo todos ellos una emboscada de los indios, que en el fondo dejará entrever una mirada compasiva hacia una minoría cercana a la extinción.

 

Como antes señalábamos, el ajustado y denso metraje del film de Farrow aglutina una serie de constantes bastante habituales en la evolución del western de inicios de los cincuenta; un periodo en el que el popular género adquirió una cotas de complejidad realmente admirable. Dentro de ese contexto, lo cierto es que nos encontramos ante un ejemplo magnífico, en el que los personajes adquieren humanidad, prestan su experiencia, su inocencia y una experiencia vital atesorada, al servicio de una historia que nunca decae en su ritmo –quizá una de sus escasísimas limitaciones es probablemente esa mecánica de situaciones que en algún momento deviene excesivamente precisa-, que busca en toda causa o acción un efecto para el futuro, y que logra expresarse con miradas, diálogos siempre ajustados, implicaciones emocionales del paisaje –su alcance telúrico es bastante notable-. En este rasgo concreto, sabe combinar el intimismo de sus secuencias en interiores con la fuerza expresiva de aquellas desarrolladas en exteriores terrosos, con un cielo luminoso en su intenso azul, o con la fuerte influencia del paisaje –el reflejo del agua-, en ese pequeño paraíso que supone el entorno del rancho de los Lowe.

 

Sin embargo, la gran virtud de esta película –que es difícilmente extrapolable a unos modos de producción que no fueran los del entorno de Hollywood de la década de los cuarenta y cincuenta- es saber aglutinar un conjunto de talentos –generalmente valores seguros-, que se combinan casi a la perfección de esta tan pequeña como finalmente magnífica película. Un producto definido en un fragmento inicial realmente magnífico –la llegada del viejo vaquero al rancho de los Lowe y el inicio de su relación con Angie y el pequeño Johnny-, en el que la planificación y duración de sus secuencias, la estupenda química que se establece entre Wayne y la debutante Geraldine Page, la fuerza del fondo sonoro de Hugo Friendhofer y, de forma muy especial, la fuerza y luminosidad del warnercolor, imprime una extrña personalidad elegíaca, romántica y evocadora a esas secuencias cotidianas, familiares y sensibles, en las que Angie no deja de coquetear con el recién llegado, mientras este se mantiene aparentemente impasible ante la vivencia de un entorno cuasi familiar que inicialmente no desea revivir, pero ante el que quedará finalmente hechizado.

 

No puede dejar de mencionarse que nos encontramos ante uno de los títulos en los que John Farrow –uno de esos denominados “artesanos” de Hollywood por el que siento una mayor debilidad-, dejó de lado su inclinación hacia complejos planos secuencia –aunque algunos de ellos, más mitigados, se encuentren en el conjunto del metraje-. No creo descubrir nada al advertir que el realizador –que al parecer era un hombre de enorme bagaje cultural-, desde el primer momento advirtió la valía del guión de Grant, y se propuso algo tan noble como aglutinar los elementos de valía que se aunaban en el proyecto, logrando un conjunto denso y sencillo al mismo tiempo –creo sin duda que se trata de una de sus mejores películas-, emotivo y comprometido con el género en el que se incrusta, y que atesora el mérito suplementario de estar rodado para exhibirse en tres dimensiones. Y digo mérito en la medida que dicha apuesta visual por fortuna no se nota demasiado a la hora de ser contemplada en pantalla –apenas algunos momentos en momentos de lucha entre apaches y americanos-. En su oposición, la película –que concluye con una brillante secuencia de combate que rodó John Ford ante la obligada ausencia de Farrow para cumplir con otro rodaje cinematográfico-, alberga algunos de los momentos interpretativos más memorables de la trayectoria de Wayne. La escena en la que está a punto de confesarle a Johnny que ha sido el asesino de su padre demuestra –por si a alguien le quedaba alguna duda-, la enorme talla de actor del “Duque”, que podría contraponerse con el sentido del humor que demuestra el instante en el que tira bruscamente al niño al lago para que aprenda a nadar, envolviendo en la situación a Angie. Ambos son ejemplos de una película que, hay que reconocerlo, juega sobre seguro, en la medida que la labor compenetrada de un equipo de primera, podía trasladar con inspiración a la pantalla un material de tantas posibilidades.

 

Calificación: 3’5

 

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