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CINEMA DE PERRA GORDA

AN AMERICAN ROMANCE (1944, King Vidor)

AN AMERICAN ROMANCE (1944, King Vidor)

Rodada en un periodo de menguada actividad dentro de la filmografía de King Vidor, lo cierto es que AN AMERICAN ROMANCE (1944) supone una nueva vuelta de tuerca dentro de las obsesiones que hicieron del ya veterano pionero uno de los grandes nombres del cine norteamericano. En sus imágenes detectaremos –por encima de todo-, episodios magníficamente realizados –los primeros momentos de la película ya muestran ese aliento épico propio de su cine-, y junto a ellos asistiremos ante la sempiterna lucha entre individualidad y colectividad que ha supuesto uno de los ejes del cine de Vidor. Tanto como ese primitivismo consustancial a su obra o la inclinación por símbolos patrióticos o religiosos, de alguna manera representativos de ese universo vital consustancial a los pioneros norteamericanos. Dentro de ese contexto, la película muestra la aventura de la familia Dangos, creada a través de la llegada a Norteamérica del inmigrante ruso Steve Dangos (Brian Donlevy) –a quien, al llegar a la frontera de inmigración USA, han reducido su largo y complicado apellido original-. Acudiendo a la llamada que le formulara su primo –Anton (John Qualen)-, llegará hasta Minessota, donde muy pronto destacará por la incansable capacidad de trabajo desarrollada en las minas. Sin apenas aprendizaje del inglés, pronto trabará contacto con la joven maestra –Ann (Anne Richards)-. Día a día y con una enorme constancia, Steve irá progresando en sus capacidades hasta que finalmente decida trasladarse para trabajar en una factoría de fabricación de acero, desde donde iniciará su despegue profesional llevando hasta allí a Ann, con la que finalmente se casará, creando una numerosa familia. A partir de ese momento, la película oscilará en su narración en el devenir de sus hijos –uno de los cuales morirá trágicamente al actuar como voluntario en la I Guerra Mundial-, asistiendo a la consagración de Steve como magnate del automovilismo.

 

No se puede negar que AN AMERICAN… es un film que posee los suficientes atractivos como para no quedar ubicado como un film indigno de la filmografía de Vidor. La película ofrece un ritmo admirable, sabe utilizar las elipsis de manera más de adecuada procurando insuflar un ritmo acertado al relato, Vidor sabe incidir en el elemento cotidiano, dejando de lado de manera clara cualquier tipo de subrayado. Ello será evidente a la hora de plantear los instantes más proclives al sentimentalismo, como el terrible momento en el que los Dangos conocen la noticia de la muerte de su hijo primogénito –Vidor resuelve la secuencia con unos planos sostenidos, jugando con la incidencia de la iluminación y la sobriedad de sus intérpretes-. Al mismo tiempo, y tal y como años atrás sucediera con los títulos más característicos del realizador en su vertiente social, el director apuesta por un alcance didáctico insertando facetas y momentos –a modo de breves documentales-, en la que se muestran tanto los peligros de los trabajos desempeñados por Dangos, como los modos y dificultades de producción existentes –especialmente destacable es a este respecto la secuencia en la que este se escapa de milagro de una muerte segura, a consecuencia de la caída de un depósito lleno de acero incandescente-. Si a ello unimos esa general carencia de énfasis que preside la película, la singularidad de su fotografía en color, esa clara inclusión de su metraje dentro de un terreno de comedia amable, o su apuesta como una muestra de “Americana” en la que su conjunto queda claramente insertada, podremos hacernos una idea del conjunto de virtudes que atesora una película ambiciosa en sus planteamientos, pero en la que finalmente perdura esa capacidad para mostrar de la manera más cotidiana posible, toda una saga familiar que se prestaba para un relato previsiblemente dominado por los giros dramáticos más previsibles. Quizá esa apuesta por la narración en voz baja –que en modo alguno va unida con un desaliño en la realización; en todo momento AN AMERICAN… deja bien a las claras la raza de su realizador-, es la que finalmente permite que queden en un segundo término las debilidades que en su metraje se producen. Debilidades estas bastante visibles, y que en líneas generales han sabido detectar todos los que en su momento contemplaron sus imágenes. Con ello podría incidir en las insuficiencias que se detectan a la hora de la narración –consecuencia clara de los cortes que la película sufrió de manos de la Metro Goldwyn Mayer-, y que tienen especial incidencia en esa chapucera conclusión que dice bastante poco del conjunto del metraje y que, para más inri, proporciona a la película un alcance patriotero francamente risible, que hasta ese momento se había soslayado con habilidad. No cabe duda que los últimos minutos del film carecen de esa homogeneidad lograda en los dos tercios precedentes, acusando su conjunto de un desequilibrio si más no, sí de cierta importancia.

 

En cualquier caso, más allá de esta circunstancia –que en buena medida no debe ser achacable a las intenciones de su realizador-, lo cierto es cierto que a mi modo de ver el gran defecto de la película estriba en la adopción de una cierta blandura en su puesta en escena, que de alguna manera la aleja del vigor que definió el mejor cine vidoriano. En su oposición, sus imágenes estarán más cercanas a ese tipo de cine familiar tan practicado por el estudio del león en aquellos primeros años cuarenta –títulos como MEET ME IN ST. LOUIS (1944. Vincente Minnelli), rodado el mismo año, y tantos otros, serían ejemplos pertinentes al respecto-. Pese a la evidente destreza del realizador, la competencia del grupo de intérpretes –en la que hay que hacer mención a un Brian Donlevy en principio poco ajustado para el papel protagonista; Vidor siempre quiso contar para este papel con Spencer Tracy, pero quien ofrece un trabajo francamente esforzado, suavizando ese lado oscuro inherente a sus características como intérprete-, y la presencia de numerosos momentos que revelan el lirismo, la fuerza y la intuición del director –el plano secuencia inicial, en el que contemplaremos la destreza del protagonista, que le permitirá ser repatriado; el inicio de la educación del protagonista, ante la que posteriormente se convertirá en su esposa; el encuentro de Steve con su posterior socio; –Howard Clinton (Walter Abel), dentro de una inesperada reparación de su vehículo; la breve secuencia entre Ann y su pequeño hijo, delante del jardín de su casa, evocando el poder de Dios-, lo cierto es que una extraña sensación invade al espectador a la hora de contemplar la película. La de apreciar las virtudes que en bastantes momentos se insertan en ella, que llegados a un punto entran en colisión con esa cierta blandura o esas debilidades estructurales, que impiden que nos encontremos con esa rotunda propuesta de Americana que, solo en algunos momentos, alcanza a despuntar.

 

Calificación: 3

1 comentario

Zinquirilla -

¡Feliz día del Blog! ;-)