Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

MOCKERY (1927, Benjamin Christensen) La novela de un murik

MOCKERY (1927, Benjamin Christensen) La novela de un murik

Célebre por su extraordinaria HÄXAN (La brujería a través de los tiempos, 1922), hay que reconocer que aún no se ha logrado profundizar en el conjunto de la filmografía de su artífice, el danés Benjamin Christensen (1879 – 1959). Una obra que se extiende en una quincena de largometrajes, iniciada en los primeros pasos del siglo XX, y que se prolongaría de manera intermitente hasta 1942. De ella, destaca el contrato que en plenos años veinte le llevó a Hollywood, filmando para la Metro Goldwyn Mayer, donde dirigió una serie de títulos caracterizados por su alcance bizarro, y en donde se intuye que fue reclamado, a partir de la irresistible fuerza dramática desplegada en el mítico título ya reseñado. Sigue sin ser revisada su producción generada en USA, centrada en dramas extremos lindantes con el grand guignol, tan familiares y atractivos en los últimos compases del periodo silente. Un ámbito en el que la máxima estrella de dicha vertiente, lo ofrecía el intenso y entregado Lon Chaney, a quien se proporcionó una dilatada filmografía, en la que tuvo como directores a personalidades especialmente insertas en aquellas formas de expresión del drama. Figuras como Tod Browning –artífice de algunos de los mayores éxitos del intérprete-, el sueco Victor Sjöstrom, o el propio Christensen, unidos en MOCKERY (La novela de un murik, 1927), en cuya formulación dramática participó el propio director, junto a Estig Esbern, y en la que cabe reseñar a título informativo, la presencia como productor del alemán Erich Pommer.

La película nos sitúa en el ámbito de la revolución rusa, describiendo una historia de amor no correspondido, entre un rudo campesino –Sergei (Chaney)-, y una joven con la que se encontrará de manera inesperada, y que pronto descubrirá se trata de una aristócrata –la condesa Tatiana Alexandrova (Barbara Bedford)-. En definitiva, se trata de una producción de época, puesta al servicio del innegable talento de Chaney, que sin embargo no logra situarse entre las mejores contribuciones cinematográficas protagonizadas por el intérprete, en su oposición, deberíamos situarla en un nivel medio dentro de dichas producciones, en las que junto a ocasiones aciertos dramáticos y expresivos, aparece en más ocasiones de las deseables, la carencia de una superior consistencia argumental, que no logra ser sublimada a través de su puesta en escena. Creo a este respecto, que lo mejor de MOCKERY se sitúa en sus primeros minutos. En ellos, la cámara de Christensen describirá ya en su primer plano en el campo de Siberia, una panorámica lateral, mostrando el cuerpo de un hombre que de inmediato comprobaremos ha muerto. La descripción de los horrores de la revolución será rápida e impactante, bastando muy pocos instantes para mostrar el encuentro entre el campesino y la muchacha, en ese momento camuflada como otra campesina. Serán unos minutos excelentes, en los que el danés jugará con el pudor de las miradas de los dos personajes, inmersos dentro de un ámbito convulso, que desprende una extraña sensación de horror intuido. Pronto llegarán hasta una cabaña en apariencia abandonada, donde Sergei mostrará su delicadeza al bañar los pies de la exhausta joven –en una decencia dominada por una soterrada sexualidad -. Muy pronto, este defenderá a la aristócrata del ataque de unos campesinos, ganándose desde entonces el cariño de la muchacha, y haciéndole partícipe de su auténtica identidad, puesta al servicio de la causa zarista, pidiéndole que la ayude a llegar hasta Novokursk, bajo una promesa de eterna amistad.

Ambos lograrán alcanzar su objetivo, aunque Sergei quede herido y hospitalizado, siendo visitado por Tatiana. Sin embargo, el peligro para ella ha pasado, al tiempo que se encuentra ya en su ámbito, lo que facilitará un alejamiento de su salvador. A ello, contribuirá conocer al apuesto y galante capitán Dimitri (Ricardo Cortez), en quien inicialmente el sincero campesino encuentra un rival amoroso. A partir de ese momento, el film de Christensen aparece como otra producción destinada al lucimiento de Chaney, que funciona cuando la cámara se centra en la capacidad del gran intérprete por insuflar aliento dramático a sus secuencias, antes que en el desarrollo de un argumento cargado de maniqueísmo, en el que la división de buenos y malos campa por sus respetos. Dentro de una descripción del ámbito de la revolución en el que los obreros aparecen como seres dementes y desprovistos del más mínimo sentimiento, aparecerá la caballerosidad del estamento militar que representa Dimitri, en el que no se atisbará la necesaria entidad como personaje. Sin embargo, justo es reconocer por un lado la frialdad que esgrimirá la aristócrata ya solventada su misión y su peligro, que se limitará en conceder un trabajo de criado a Sergei en la mansión que reside, propiedad del acaudalado matrimonio Galdaroff, caracterizado por su mezquindad y su desprecio a las personas de inferior condición social. De nuevo surgirá ese maniqueísmo, al describir a esa pareja de ricos desprovistos de la más mínima humanidad, e incluso dominados por la cobardía en el caso del marido, o en su desprecio a sus criados, en una esposa en todo momento cargada de joyas –incluso porta una diadema- que tratará a sus sirvientes de manera humillante –algo que la propia configuración de los subtítulos, subraya en lo sufrido por Sergei-.

No se puede dudar que nos encontramos con una producción destinada al consumo de las masas de la época, y por ello no hay que pedir a su conjunto más de lo que este nos concede. MOCKERY atesora una cuidada ambientación y diseño de producción, que se eleva por encima de los convencionalismos argumentales que presenta, y que permiten intuir casi en todo momento lo que va a suceder, siempre dentro de los márgenes del folletín. Dichas limitaciones, no impiden reconocer la eficacia de un conjunto caracterizado por un notable ritmo, que discurre hasta una atractiva catarsis final descrita en el interior de la mansión, una vez estalla la rebelión de los campesinos. El juego de luces y sombras registrado, las vacilaciones de un Sergei animado inicialmente a la rebelión por parte de un criado resabiado de su condición, y espoleado por las humillaciones sufridas por parte del ama de la mansión, también por el regreso de Dimitri, y comprobando en última instancia el agradecimiento de Tatiana, al interceder favorablemente ante los militares en torno a su comportamiento, cuando retornen y decidan fusilar a los campesinos levantados. Dentro de esas luchas, la película ofrece una atractiva idea visual; Sergei encerrará a los criados que quieren violar con Tatiana en el sótano, poniendo encima de la trampilla un barril de vino para evitar que puedan fugarse. Al regresar los militares, algunos de sus disparos pegarán al barril, que irá derramando su líquido, permitiendo con ello que los encerrados puedan salir del escondite, y propiciando con ello la lucha final, en la que de nuevo aflorará la nobleza del campesino, así como su sacrificio final. Ni que decir tiene que un argumento así, podría haber resultado malsano y critico en las manos de un Von Strohëim, capaz de aunar espectáculo, mirada crítica y crudeza emocional en su cine. Por el contrario, asistimos a un relato tan previsible como efectivo en sus mejores momentos, que ante todo permite encontrarnos con una mirada complementaria, del talento de uno de los mejores intérpretes norteamericanos del periodo silente. Ya es bastante.

Calificación: 2’5

0 comentarios