HÄXAN (1923, Benjamín Christensen) La brujería a través de los tiempos
Hace ya algunos años, al comentar la extraordinaria FREAKS (La parada de los monstruos, 1932. Tod Browning), planteaba su condición de film único en la historia del cine, sin descendientes comparables, aunque la fuerza de sus influencias se pudiera detectar en películas también muy especiales. De alguna manera, esa misma reflexión me ha venido a la mente al contemplar esta excelente película. Excelente, sorprendente, deslumbrante en no pocas ocasiones, atrevida en casi todo momento y, por encima de todo, logrando arrebatar con sus imágenes. Unas imágenes estas que además trascienden por un lado las tendencias que el cine nórdico puso en práctica en aquel tiempo, y por otra impiden la necesaria inclusión del film de Christensen en cualquiera de los géneros codificados –incluso en nuestros días-. Es decir, aunque se pueda acercar a sus códigos HÄXAN (La brujería a través de los tiempos, 1923. Benjamín Christensen) no es plenamente un film de terror, tampoco es un documental ni, por supuesto, se ajusta en su estructura a un recorrido más o menos lógico o coherente. Por el contrario, el extraño realizador se implica directamente en sus objetivos cinematográficos, no solo asumiendo la abundante reflexión en off del relato –obviamente a través de los subtítulos- sino implicándose en ellos como si de un irónico apólogo moral se tratara. Y para que cualquier espectador advierta esa directa toma de conciencia a través del material rodado y expuesto, en los primeros instantes de la película no dudará en insertar un primerísimo plano de su rostro, mostrando una mirada inquisitiva –casi afianzándose en su rasgo de insólito demiurgo-. Y es que a fin de cuentas, uno de los adjetivos más ajustados que podemos afirmar de la propuesta, es constatar el hecho de ser un “film personal”.
Combinando una notable capacidad de investigación, recreando episodios centrados fundamentalmente en la represión registrada en periodo de la inquisición, y al mismo tiempo no negándose a plasmar las elucubraciones o imágenes que la leyenda popular han venido manifestando sobre la presencia diabólica, lo cierto es que Christensen sabe en todo momento nadar y guardar la ropa, servir a los intereses del espectáculo que indudablemente plantea, y al propio tiempo volcar toda su convicción para narrar con un enorme sentido de lo macabro, lo siniestro e incluso lo lúbrico, una serie de situaciones producto de la ficción inmediata, pero que en definitiva todos sabemos que son escenificaciones de episodios, tragedias y situaciones que provocaron el horror durante décadas. Dentro de este contexto, lo cierto es que el realizador actúa en su propuesta con una enorme capacidad intuitiva. Sabe ubicar el elemento de investigación en el primero de los siete capítulos en que se divide la función –unas secuencias que estoy seguro tuvo que contemplar el gran Jacques Tourneur a la hora de dar vida, de manera más o menos elíptica, según sus intenciones iniciales, la criatura demoníaca que se erigía como auténtico leiv motiv de una de las más grandes películas del cine de terror de todos los tiempos; THE NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1958)-. A partir de este fragmento inicial –en el que se describen y comentan diversos grabados que muestran iconografías diversas de acciones y ceremonias demoníacas-, los cinco que se sucederán tendrán como marco compartido la edad media, mostrando la facilidad con la que en aquellos oscuros años, un simple aspecto envejecido y taciturno,puede condenar a la hoguera a una vieja costurera que nunca ha hecho mal a nadie. Pero al mismo tiempo, muy poco después podremos asistir como testigos a la manera con la que esta barbarie se extendió con tanta facilidad en países cristianos europeos. La anciana despechada por haber sido condenada injustamente se vengará de la familia que la acusó, incriminándolos también a ellos y, con ello, la prolongación de la acción de la inquisición se extenderá de manera tan generosa como terrible en aquel largo periodo.
Cierto es que el film de Christensen es espléndido visualmente, fascinante en su recreación de los escenarios que utiliza, lúcido en su grito de denuncia de aquellas prácticas que se han venido relatando, vouyeur a la hora de dar vida plástica a las ceremonias satánicas que escenifica con tanto atrevimiento como respeto a las leyendas que les sirvieron de base –y que supusieron los rasgos que mayor capacidad transgresora y, por ello, de rechazo, provocó entre los círculos conservadores, cuando la película se estrenó-. Pero por encima de todo, creo que la finalidad de la propuesta es erigirse como un solapado alegato moral teñido de permanente pesimismo. Una visión sinceramente dominada por la misantropía, que habla de la consustancial cercanía y atractivo que el mal ejerce en la especie humana, e incluso, yendo aún más lejos en sus propuestas en ese último capítulo, ambientado en la actualidad de rodaje de la película, en el que lo que antes parecía posesión diabólica, médicamente se justificaría con trastornos como la histeria, prolongando los estilemas de esa mirada desencantada sobre la propia condición humana. El mero hecho de tener que tratar enfermedades de índole mental, el aislamiento que las personas que los sufren deben recibir, no dejan de marcar, siquiera sea de forma muy sutil, esa sensación estimo que muy pensada por Christensen, cara a abordar una actitud casi nihilista sobre esos hombres y sobre todo mujeres que fueron vejados e incluso asesinados en el pasado de forma absolutamente injusta, pero también a la hora de volver a la actualidad, y comprobar como –bien sea por trastornos mentales-, en realidad el ser humano contemporáneo parece estar reacio a la normalidad cotidiana. En este sentido, más allá del rasgo insólito de su propuesta, de la extraordinaria imaginería que propone, del cuidado y la expresividad de los rostros que provocan sus primeros planos, de la profundidad en la investigación efectuada y, sobre todo, en su carácter casi profético al saber combinar tendencias casi contrapuestas en una misma película, o en la singularidad que la temática elegida y la disposición de sus elementos proporciona, lo cierto es que, entre líneas, podemos plantearnos un film que sabe mirar hacia atrás con valentía, y al mismo tiempo no deja de asistir a aquello que por otro lado critica o cuestiona. Pero junto a ello, dentro de su recorrido por el horror, Christensen ratifica esa innata tendencia del hombre hacia el mal. Y para ello en teoría no hubieran hecho falta iconos demoníacos ni invocaciones histriónicas. Pero las hubo, y con ello se logró plasmar un símbolo que, en realidad, ha sido uno de los rasgos consustanciales a nuestra propia existencia como humanos.
Con todo lo dicho, es evidente que HÄXAN es un título admirable, arrebatador en su proyección visual, del que se pueden detectar no pocas referencias posteriores –desde la mencionada del film de Tourneur, hasta la encarnación de Tim Curry en la olvidable LEGEND (Leyenda, 1985. Ridley Scott)-. Pero no es menos cierto que tras su abigarrada imaginería, tras los horrores que describe, y también tras las ceremonias ocultistas que proyecta con indisimulado deleite, se esconde un tratado moral de enorme calado, en el que la visión que se ofrece del eje existencial de nuestra humanidad, puede decirse que –sin florituras- reviste un rasgo profundamente pesimista.
Calificación: 4
2 comentarios
irian-hallstatt -
No la he visto, pero es de esas películas que desde hace años uno lleva diciendo "he de pillármela", y ahí que sigo sin verla. Pero gracias por el post, porque en cuanto pueda si que me hago con ella.
Chari Aparici -