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CINEMA DE PERRA GORDA

BREWSTER’S MILLIONS (1945, Allan Dwan) Mi novio está loco

BREWSTER’S MILLIONS (1945, Allan Dwan) Mi novio está loco

“Creo que Mi novio está loco fue una de las mejores historias que he rodado en mi vida” Así respondía Allan Dwan a Peter Bogdanovich, cuando este le preguntaba por BREWSTER’S MILLIONS (Mi novio está loco, 1945), una de las diversas comedias que filmó, al amparo del productor Edward Small, que el propio realizador confesaba por un lado que dirigíó, con la intención de que llegaran y se disfrutaran por los soldados en activo, y por otro que rodaban con una enorme libertad, saltándose cuando podían, de las servidumbres de un guión más o menos prefijado. Es algo que se puede percibir, en no pocos momentos de manera gozosa, en esta historia, que sirvió de base cuatro décadas después, para una de las obras menos apreciadas de Walter Hill –confieso que no la he visto nunca-; BREWSTER’S MILLIONS (El gran despilfarro, 1985), al servicio del histrionismo cómico de Richard Pryor. Consignemos igualmente, que ya en 1935 se llevó a cabo la segunda de las adaptaciones de la novela de George Barr McCutcheon, a cargo de Thonrton Freeland, puesto que en pleno periodo silente tuvo lugar la primera de ellas.

Sorprende, ir percibiendo como en la gigantesca y oscilante obra de Dwan, que abordó prácticamente todos los géneros y situaciones industriales, le permitió una andadura tan dilatada, inserta en ese medio siglo tan crucial para el cine norteamericano, nos proporcione en su parcial redescubrimiento constantes sorpresas. Entre ellas, cabe incluir esa obra, dominada por ecos tan cercanos a la Screewall Comedy, que viene a ratificar la vigencia de esta corriente del género, por encima de las producciones firmadas por los realizadores más caracterizados en el mismo. A este respecto, no dejo de formular la necesidad de ir profundizando en la presencia de títulos olvidados como este y tantos otros, firmados por cineastas tan opuestos como Edgar G. Ulmer o Charles Vidor, que en su conjunto aportan un corpus al mismo, realmente formidable. El film de Dwan se inicia de manera muy ingeniosa –Jackson (Eddie Anderson, siempre preparado para robar los planos en que aparece)-, el sirviente negro de la casa, es mostrado limpiando una de las cristaleras de la misma desde el exterior, limpiando la superficie enjabonada que cubre su rostro-. Será la apertura de una divertida película, a partir de la llegada de la contienda mundial, de Monty Brewster (Dennis O’Keefe), junto a dos de sus compañeros y amigos, decidido este último en volver junto a su novia –Peggy Gray (Helen Walker)-, con la que desea casarse de inmediato, al tiempo que iniciando posibles proyectos profesionales junto a sus compañeros, ya que ambos no viven una situación especialmente halagüeña. La inesperada llegada del enviado deL prestigioso bufete de abogados Grant & Ripley, le notificará ser poseedor de una herencia de ocho millones de dólares, legados por un tío suyo, con la sola condición de que gaste uno de dichos millones, bajo una serie de premisas, antes de cumplir los treinta años de edad. Pese a que solo queda un mes para ello, Brewster intuirá que podrá cumplir dicha condición con facilidad, teniendo en cuenta además que no puede confiar a nadie la existencia de la propia herencia final. Sin embargo, muy pronto se rodeará de sus dos colegas y su propia novia, embarcándose en cumplir la insólita condición, camuflada en medio de decisiones de empresa a sus colaboradores, y asumiendo no sin desesperación, que poder llevar a cabo la misma, es mucho más difícil de lo que parece.

A partir de esta absurda pero endiablada premisa –un poco como se planteaba en el inolvidable SEVEN CHANCES (Siete ocasiones, 1925) de Buster Keaton-, se describe un muy enrevesado punto de partida, que permitirá a Dwan llevar a cabo una comedia de ritmo trepidante, dispuesta a través de una serie de secuencias delimitadas en forma de episodios autónomos, en los que destacará la presencia de un admirable timing, tal y como el propio Dwan confesaba a Bogdanovich, tenía como premisa a la hora de llevar a cabo estas comedias. Y hay que reconocer que en este caso nos encontramos ante un cineasta que conoce muy bien los resortes del género, a la hora de desarrollar las posibilidades de un punto de partida, que permitirá secuencias tan brillantes, como la segunda del relato, en la que Brewster y Jackson, se ven envueltos en un autentico paroxismo, al identificar cualquier ruido que les rodea, con esa esperada llamada del bufete de abogados, para notificarle la confirmación de la herencia. Los devaneos del primero con su prometida, a la hora de dilatar la fecha de su boda, sin decirle a ella las autenticas razones para ello. El endiablado ritmo que define el episodio en el que Monty ve como todos sus intentos en derrochar el millón de dólares que posee, finalmente vuelven junto a él, con la inesperada subida de los ruinosos valores de bolsas que comprara, el triunfo del caballo perdedor con el que había apostado cinco mil dólares, o lograr que un banco al borde de la quiebra en el que había ingresado una gran cantidad de dinero, se enderece precisamente por dicha acción. La contrariedad con la que verá que sus intentos se frustran, nublarán su mente, hasta el punto en el que aparecerá el rostro humanizado de un icono de su memorandum –antes de que Frank Tashlin utilizara dichas premisas-, o llegue a apostar por un desastroso espectáculo musical, auspiciado por Mikhail Mikhailovich (impagable Mischa Auer), que tendrá como cabeza de cartel a la imposible Trixie (divertidísima June Havoc). En definitiva, disfrutaremos de la sucesión de una incesante serie de peripecias, que Dwan sirve, albergando un reparto magnífico, en el que sorprende la pericia de O’Keefe en el género, planificando con un espléndido sentido del encuadre, a la hora de ubicar los actores en el mismo, en ese deseo de buscar un ritmo, que en no pocas ocasiones deviene endiablado, centrando el mismo en los constantes esfuerzos de su protagonista, a la hora de luchar contra esa especie de maldición que se cierne sobre él, al impedir gastar ese dinero mientras la fecha límite del plazo se va acercando.

Divertida sin tregua, coronada con una modélica secuencia de conclusión, que aparece casi como una ceremonia acelerada en la búsqueda de una conclusión definitiva del gasto solicitado, previo paso al cobro de la herencia. Una auténtica filigrana cinematográfica, en la que el ritmo, y la propia angustia de su protagonista, culmina esta pequeña pero impagable alegoría en torno a lo caprichoso de lo material, con la que Allan Dwan asoma la punta del iceberg, de un género que demostraba conocer con mano experta. Palabra de pionero del cine.

Calificación: 3

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