BELLE LE GRAND (1952, Allan Dwan)
Cuando Allan Dwan asume el rodaje de BELLE LE GRAND (1952) –como tantos de sus títulos, ausente en su momento de las carteleras españolas-, su carrera ya se encontraba poblada por cientos de títulos –es legendario lo prolijo de su andadura-, estaba inserto dentro de su largo periodo para la Republic –uno de los más conocidos estudios “pobres” de Hollywood-, y pese a todo, en los pocos años que restaban de su filmografía, esta se pobló de exponentes magníficos y, sobre todo, ubicados entre los referentes más insólitos del cine de su tiempo. Poco a poco Dwan había ido depurando su cine, pero sus constantes temáticas seguían casi inalterables, proponiendo parábolas de enfoque moral revestidas de un primitivismo que fue prolongando en su discurrir por diversos géneros y argumentos. Esta circunstancia se manifiesta de manera plena en la película que centra estas líneas, que a grandes rasgos podría definirse como una historia en la que los conceptos de ambición y redención se entrecruzan en una trama argumental que combina la narración de época con ecos del western y ciertos resabios de Americana, insertando del mismo modo diversos aspectos épicos, muy propios del mejor cine norteamericano. Incluso siendo algo más rigurosos, y aún encontrándonos dentro del ámbito de un estudio de los ya señalados pobres, lo cierto es que la película muestra en diversos de sus instantes –el espléndido episodio del incendio de la mina, o los interiores de la mansión en la que reside Enna McGee (la impar Hope Emerson) junto a su apocado esposo Corky (John Qualen)-, un esplendor de producción poco común en el mismo, contribuyendo a dotar de credibilidad al conjunto del relato.
BELLE LE GRAND comienza su desarrollo en la segunda mitad del siglo XIX, con el juicio que condenará a la joven Daisy Henshaw (Vera Ralston) a cinco años de prisión, en calidad de inductora del asesinato de un dudoso personaje. La película se iniciará con contundencia mostrando el alegato del fiscal en primer plano y un ligero contrapicado de gran expresividad, anticipando al espectador el hecho de dicha condena, aunque no sepamos en realidad los motivos que pudieron motivar tal acción. Daisy no podrá disfrutar el debido resultado de su defensa, asumiendo por el contrario el repudio de su padre en el momento de ser condenada. Una rotunda elipsis nos limitará esos cinco años, contemplando a continuación a través de un montaje de gran dinamismo, como con el paso de estos, la condenada –convertida ya bajo el nombre de Belle Le Grand-, se ha transformado en una acaudalada mujer de mundo, que ha logrado amasar una fortuna dedicando su vida a los juegos de azar y a la implantación de exitosos casinos. Lo que ha procurado en todo momento, es que con el cambio de nombre lleve aparejado costear de forma anónima todos los gastos emanados por su hermana pequeña Nan (Muriel Lawrence), entre los que se encuentra el desarrollo de su carrera musical. Pero junto a este crecimiento en la fortuna de Belle, se encuentra su reencuentro con el siniestro Montgomery Crame (Stephen Chase), quien en su momento propició que esta fuera condenada en el pasado y, con él, la entrada en escena de John Kilton (John Carroll), un hombre aventurero y ambicioso, que precisará financiación para prolongar sus negocios, y que encontrará en Crame un sempiterno opositor. A partir de ese momento, el film de Allan Dwan logrará esa combinación de géneros –entre los que no faltarán apuntes de comedia, por lo general centrados en los señalados personajes encarnados por la Emerson y Qualen-, e incluso la presencia de canciones, la sensación en suma de asistir como testigos de un periodo convulso de la sociedad norteamericana, en la que la aventura de los pioneros y la fuerza del Oeste, se va transmutando en un nuevo sistema económico en el que la bolsa aparecerá como avanzadilla de un capitalismo que de manera paulatina se adueñará de su sociedad.
Y junto a la precisión, el buen pulso y el sentido del montaje, Dwan no olvidará su capacidad para mostrar una producción trepidante, en la que incluso a través del personaje de Nan se traslada esa nueva sociedad norteamericana, en la que la cultura y el espectáculo constituirán elementos de gran importancia a la hora de configurar su personalidad –y al mismo tiempo permitan la interpretación de algunas canciones por parte de la Lawrence-. Será precisamente la presencia de Nan, la que introduzca en la película una extraña relación triangular entre Kilton, Belle y su no reconocida hermana pequeña, aspecto este que finalmente la hermana mayor asumirá con un sentimiento de derrota, dejando que la cantante y Kilton decidan seguir adelante con su relación, aunque la película culmine con el reconocimiento entre este y Belle de la realidad de sus relaciones. Mientras tanto, BELLE LE GRAND destacará por su extraordinario sentido del ritmo, por la constante sucesión de fragmentos vibrantes, como ese ya señalado incendio de la mina –provocado por un lacayo de Crame; Stone (Harry Morgan)-, en el que su propietario logrará salvar la vida de varios de los atrapados –en ese ya señalado y espléndido episodio, lleno de dramatismo y fuerza expresiva-, aunque no pueda evitar que se produzcan cinco víctimas mortales –son impresionantes los planos desesperados de las esposas en las afueras de la mina, esperando la salida de sus familiares-. Será una enorme contrariedad que no mermará la pasión de su propietario, quien logrará la financiación por parte de Belle, descubriendo una enorme veta de oro, y también asumiendo una casi desesperada contraofensiva por parte de Crame, quien estará a punto de provocar el linchamiento de su eterno rival, y también del matrimonio McGee, que solo la muerte en defensa del siniestro personaje, en sus últimas palabras revelará los motivos y personas que provocaron el accidente.
No cabe duda que BELLE LE GRAND rezuma por los cuatro costados ese electrizante discurrir de la obra de un pionero, que se sentirá como pez en el agua al narrar una de esas tantas historias de similares características –enclavadas en periodos similares, pobladas por personajes femeninos de gran fortaleza-, que se insertarán en aquel periodo de su cine. Poco tiempo después la incorporación del color y su encuentro con el singular productor Benedict Bogeaus, introduciría a Dwan en el último gran ciclo de su cine, incorporando sus temáticas habituales dentro de contextos en no pocas ocasiones revestidos de enorme complejidad. Una complejidad que en esta ocasión ya se vislumbra, aunque desde un prisma y un look más ligado a su andadura pasada.
Calificación: 3
3 comentarios
Alfredo Alonso -
Coincido en lo que habéis comentado sobre el directo y añado que incluso en filmes tan modestos como Passion es posible disfrutar de las cualidades anteriormente expuestas.
Cineyarte
Juan Carlos Vizcaíno -
westerner -