Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

TOO LATE FOR TEARS (1949, Byron Haskin)

TOO LATE FOR TEARS (1949, Byron Haskin)

Figura recurrente en cualquier antología que recorra el cine de géneros en el periodo clásico de Hollywood, lo cierto es que en Byron Haskin (1899 – 1984) se encierra una curiosa paradoja; la de ser más reconocido dentro de su faceta como diseñador de efectos especiales –aspecto por el que llegó a obtener un Oscar especial en 1939, y otras cuatro nominaciones casi consecutivas a inicios de la década de los cuarenta-, que por su andadura como realizador. Una parcela en la que, sin embargo, destacó por su aportación de títulos de cierto atractivo en diferentes géneros –en especial dentro del ámbito de los de aventuras y ciencia-ficción-, dentro de una obra que se extiende a unos veinticinco films, iniciados en pleno periodo silente y extendidos hasta bien entrada la década de los sesenta –periodo en el que su buen pulso narrativo conoció un notable declive-, combinados con su implicación en el medio televisivo. Dentro de esa filmografía, en la que personalmente no dudaría en destacar las estupendas TREASURE ISLAND (La isla del tesoro, 1950) y THE NAKED JUNGLE (Cuando ruge la marabunta, 1954), se encuentran aportaciones al western –un género en el que no brilló del mismo modo- y también el policíaco, vertiente en la que se encuentran exponentes estimables como THE BOSS (1956), o la muy previa I WALK ALONE (Al volver a la vida, 1948). Mucho más cercana cronológicamente a la segunda de ellas, encontramos TOO LATE FOR TEARS (1949), que plantea ya de entrada una curiosa circunstancia, en el hecho de no estar producida por la Paramount, como si sucedía con I WALK ALONE -en este caso corrió a cargo de la menos poderosa United Artists-, aunque su reparto se encuentre igualmente protagonizado por Lizabeth Scott.

En esta ocasión –la copia que visioné, portaba el título KILLER BAIT, con el que se estrenó en USA- partimos de un guión realizado por el especialista –y ocasional director- Roy Huggins, que surgió de la base de un serial periodístico propio, y en la que se detecta una aguda mirada crítica en torno a la fragilidad existente sobre la supuesta solidez del American Way of Life, que en aquellos años empezaba a implantarse en la vida norteamericana, tras la traumática experiencia de la II Guerra Mundial. Todo ello se concreta en un atractivo punto de partida, mostrando la vista panorámica de un nocturno Los Ángeles. De la misma nos centraremos en el vehículo que tripula un matrimonio medio norteamericano; el formado por Alan (Arthur Kennedy) y Jane Palmer (Lizabeth Scott). En la breve conversación que sirve de presentación del mismo, contemplamos en apenas breves instantes la inestabilidad de la pareja, el carácter más sumiso del esposo, y el desapego de Jane de las convenciones que conlleva el entorno de Alan. Nos encontramos ante el indicio de una crisis, que adquirirá su verdadera faz ante la vivencia de un inesperado acontecimiento –una brillantísima idea de guión-; la tirada de un maletín a su coche que, por error, han destinado unos desconocidos. Será el detonante que ejercerá para determinar muy pronto la fragilidad de las relaciones existentes, en un matrimonio caracterizado por un hombre respetuoso de la ley, y conformista con su estatus social y laboral –en este sentido, la labor de Kennedy es ejemplar-, y una esposa –sorprendentemente brillante Lizabeth Scott-, que verá desde el primer momento en esos sesenta mil dólares que contiene el maletín –magnífico el plano sostenido en el que el matrimonio contempla el dinero- que se mantiene en off hasta la conclusión del mismo, mientras percibimos la importancia que este inesperado botín, casi caído como una tentación del Diablo, provoca en un matrimonio modélico solo en su apariencia.

A partir de dicho encuentro, la lucha se establecerá entre el deseo del esposo de devolverlo a la policía, y la tentación cada vez más acusada de Jane de convencer a Alan para que escondan dicha cantidad, y solo tener que utilizarla en el futuro. Hay dos detalles de especial interés que conviene destacar llegados a este punto. El primero, constatar que nos encontramos con un matrimonio de cierto estatus, residente en un cómodo edificio de apartamento, y contiguo al cual se encuentra el de la hermana del esposo –Kathy (Kristine Miller)-. El segundo, ya se deja entrever que en el pasado de Jane hubo otro matrimonio cuya culminación esconde oscuros aspectos –que posteriormente tendrán una crucial importancia en el devenir del argumento-. Es decir, en apenas unos minutos, y dentro de un ámbito donde la capacidad de observación por parte de Haskin deviene brillante, asistimos a un retrato revestido de aspereza dentro de un contexto de relativa comodidad, violentado por la llegada de ese inesperado botín y, con ello, el estallido de la auténtica personalidad del matrimonio protagonista. Ambos se verán introducidos en una espiral, en la que Alan se llegará a convertir en involuntaria y trágica víctima, mientras que su esposa encontrará en la insólita situación una extraña fascinación –justo es reconocerlo, en ocasiones no explicitada de forma lo suficientemente precisa-. Como si a partir de esa violentación, más allá que el propio hecho del dinero que desea mantener a toda costa –y que su marido dejará en la consigna de una estación de tren-, revele en ella la demostración de su auténtica personalidad. Es decir, que en esa Jane que encarna una Lizabeth Scott con una convicción insólita en su habitual gelidez como actriz, se esconde bajo su apariencia de impecable ciudadana, el perfil psicológico de una femme fatal en ciernes.

Bajo mi punto de vista ahí se encuentra el elemento más atractivo de TOO LATE FOR TEARS, teniendo su definitivo paso a esa revelación con la incorporación al relato del turbio Danny Fuller (el siempre magnífico Dan Dureya), quien se presentará en el domicilio de los Palmer, camuflándose en su primera aparición como falso policía, y revelando muy pronto su verdadera identidad e intención de recuperar ese dinero del que iba a ser destinatario. A partir de ese encuentro, en Jane se establecerá un doble juego con este, accediendo a sus amenazantes requerimientos, pero al mismo tiempo mostrando una extraña fascinación con él, de la que el propio interesado será inesperado partícipe. Fruto de ello será la magnífica secuencia nocturna en el lago, que se ofrece como extraño lugar para el disfrute de parejas, en donde Alan caerá como involuntaria víctima, y activando ese lado oscuro que poco a poco hemos ido detectando en su hasta entonces esposa. Tras el involuntario homicidio, Jane no encuentra el ticket que el esposo tenía guardado y estaba a punto de volver a utilizar para llevar el dinero dejado en consigna a la policía, lo que enredará por su lado su deseo insaciable de alcanzar ese dinero, y por otro ofreciendo la mitad a Fuller, en una espiral de fascinación por el mal. Es un elemento, que tiene presencia malsana en la película, asumiendo de manera esporádica, una cierta sensación de desasosiego y recurso a la mentira. Ello revelará una fascinación por el poder y la vivencia de una nueva vida, que proporciona esa generosa cantidad, ante esta auténtica cobra que se ha despertado en Jane, que no dudará incluso en plantear el envenenamiento de su cuñada para evitar una posible y molesta testigo.

Sin embargo, todo lo logrado y que convierte el film de Haskin un título bastante estimable, preciso es reconocer pierde bastante de su fuerza con la entrada en escena de Don Blake (un inexpresivo Don DeFore), presunto compañero de Alan durante su lucha en la contienda mundial, que de manera paulatina irá convirtiéndose en otra figura molesta para los planes de Jane, al tiempo que iniciará una relación progresivamente estrecha con Kathie. Pese a que la protagonista del relato en todo momento hará ver –e incluso elaborará una puesta en escena- que su esposo ha desaparecido y se ha fugado a México abandonándola, Blake se convertirá en todo momento en una especie de “Pepito Grillo” para las intenciones reales de esta, ya que en realidad –y es un elemento sorpresa del guión que no revelaremos- conoce en profundidad la auténtica personalidad que se esconde en esa esposa, que mantiene contra viento y marea la desaparición de un esposo al que ella mató accidentalmente –aunque en realidad no mostrará tras dicha acción ningún motivo de arrepentimiento-. En un momento determinado, y pese a la vigilancia de la policía y la denuncia de Blake, Jane logrará hacerse con el maletín que tanto deseaba, fugándose a México tras desembarazarse de un crédulo Fuller, e iniciando esa vida de lujo que en realidad anhelaba en su interior, codeándose con gigolós e instalándose en una suntuosa suite. Será el principio del fin tras la inesperada visita de Don Blake, quien en un último encuentro con Jane descubra la realidad de su propia personalidad y los motivos que le llevaron a convertir a la viuda en objeto de su persecución. Esta, en un momento de desesperación, no dudará en ofrecer a Blake el dinero que dispone, pero un último arrebato de su carácter acabará con ella, culminando la película con un rotundo primer plano de su mano inerte, sosteniendo esos billetes que revolotean junto a ella. Una conclusión quizá acomodaticia –junto al hecho de apercibirnos que Tom se ha casado con Kathie-, que limita, pero no anula el alcance de esta propuesta, todo lo irregular que se quiera, pero no desprovista de atractivos, en la que ante todo cabe destacar lo venenoso de su lectura sociológica y la sorprendente brillantez de su punto de partida.

Calificación: 2’5

0 comentarios