CAPTAIN SINDBAD (1963, Byron Haskin) Las aventuras de Simbad
Viendo CAPTAIN SINDBAD (Las aventuras de Simbad, 1963), la primera sensación que a uno le viene a la mente, es comprobar la decadencia, o la falta de spirit que marcaba una película de aventuras centrada en el conocido personaje, máxima estando avalada por uno de los más competentes especialistas que tuvo Hollywood, de lo que podríamos denominar “cine de palomitas”; Byron Haskin. Firmante de un buen número de propuestas entroncadas en diferentes vertientes del género de aventuras y la ciencia-ficción, en Haskin se dio cita un competente artesano, sin personalidad definida, pero al mismo tiempo consciente de la importancia del realizador –entendido este dentro de un terreno de labor en equipo-, a la hora de proporcionar interés a cualquier encargo. Sus películas ofrecían por lo general amenidad y buen ritmo, cuando no en ocasiones extraños matices de complejidad –como lo demuestra la magnífica THE NAKED JUNGLE (Cuando ruge la marabunta, 1954), quizá la obra más perdurable de su filmografía-. Por todo ello, a nivel personal resulta un poco triste asistir a esta propuesta de cine de aventuras basado en lo “maravilloso” del mundo oriental, que desde sus primeros compases acusa esa triste sensación de suponer un producto anacrónico y, lo que es peor, carente de ritmo en la mayor parte de su –por otro lado- no muy extenso metraje. No cabe duda que nos encontramos ya en 1963, donde de alguna manera este tipo de cine formaba parte del pasado, aunque en este mismo año se rodaran al menos dos películas –también insertas dentro del ámbito de una serie B tardía-, que con todas sus limitaciones, sobrepasan con creces las menguadas cualidades de esta casi fantasmagórica producción surgida al amparo de la Metro Goldwyn Mayer, protagonizada de forma muy plana por un Guy Williams en el rol del mítico marino –este procedía de encarnar a “El Zorro” en una serie televisiva. Esos otros títulos que nos vienen a la mente, son THE RAVEN (El cuervo, 1963. Roger Corman), jugando con los anacronismos en los magos que protagonizaban Karloff y Price –tal y como aquí se ofrece de manera torpe por medio del mago Galgo (Abraham Sofaer)-, y LA FRECCIA D’ORO (1962, Antonio Margueritti), en la medida que este último film, coproducción protagonizada por el norteamericano Tab Hunter, lograba insuflar en su metraje una visión de lo maravilloso, en la que no faltaba un componente humorístico e incluso desmitificador hasta cierto punto atractivo. En su defecto, el film de Haskin se muestra desganado y formulario, dominado en ocasiones por unas atroces transparencias, utilizando una escenografía quizá ya utilizada en otros títulos previos –lo cual en sí mismo no es nada cuestionable- y una ambientación de guardarropía que emerge con una sensación deja vu que no abandona en casi ningún momento la narración. Ese buen pulso que el director de TREASURE ISLAND (La isla del tesoro, 1950) supo insuflar en este y otros exponentes previos de su filmografía, se encuentra bastante ausente en una película despojada de sentido de la progresión, en el que el dibujo de sus personajes no funciona ni por la vertiente de la credibilidad ni, por el contrario, en su contraste humorístico. Quizá influido por una trayectoria televisiva en la que Haskin ya se encontraba inmerso –la estética de algunas de sus secuencias, dominadas por una utilización desmadejadamente pulp del color, nos recuerda a series de aquella época, como podría ser aquella inefable Batman-, la película desciende demasiado por la ausencia de una auténtica puesta en escena. Ese predominio de un color desfasado y feista, o la ausencia de efectividad de sus supuestas situaciones humorísticas –una excepción: cuando Galgo idea un frustrado alargamiento de su brazo para poder recuperar el anillo mágico que porta en su mano el malvado El Kerim (Pedro Armendáriz), y con el que domina la utilización de sus poderes-, permiten que sus escasos ochenta minutos de duración devengan casi eternos.
Por fortuna, es algo que queda de lado en su tramo final. Será un fragmento que, sin resultar nada extraordinario, si que adquiere ese ritmo y efectividad que se echa de menos de forma lastimosa en el resto del metraje. Me refiero al episodio que marca la búsqueda de Simbad del corazón de El Kerim, que se encuentra en un peligroso y siniestro lugar en el centro de un pantano, y en la cima de una especie de precedente del famoso pirulí madrileño. Pese a sus ingenuidades, el recorrido, los peligros y las bajas de los hombres del marino en su intento de llegada al extraño pináculo adquiere un moderadamente atractivo alcance fantastique –la adecuada presencia de ominosos picados y contrapicados contribuye a ello-, que se prolongará cuando los supervivientes accedan al pie del mismo, y Simbad ascienda por su interior, escalando una polvorienta y muy gruesa maroma de cuerda que –detalle genial- tiene su punta conectada con un gong que informará al malvado Kerim de la cercanía de la búsqueda de su corazón –representado de manera bastante zafia, como un pequeño cojín rojo de tejidos brillantes-. Pese a que el montaje de la situación vaya paralela al intento de ejecutar la condena contra la princesa –prometida fiel de Simbad, quien prefiere morir a renunciar a su amado y casarse con el tirano- y resulte un tanto pueril, lo cierto es que es en esos fragmentos donde CAPTAIN SINDBAD levanta el vuelo –la ausencia de Ray Harryhausen es, sin embargo, poderosa- aunque, por desgracia, concluya con una escenografía principesca y oriental dominada por su alcance kitsch justo es reconocerlo, bastante acorde a la mediocridad que nos brinda el resto de su metraje. Una película en la que, en última instancia, lo único que sorprende es comprobar que en sus créditos se encuentran al alimón dos guionistas de la talla de Ian McLellan Hunter y Guy Endore, o comprobar como se desperdicia de forma lastimosa un intérprete tan extraño como Henry Brandon –VERA CRUZ (Veracruz, 1954. Robert Aldrich), THE SEARCHERS (Centauros del desierto, 1955. John Ford)-
Calificación: 1’5
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