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CINEMA DE PERRA GORDA

SO RED THE ROSE (1935, King Vidor) Cenizas de la guerra

SO RED THE ROSE (1935, King Vidor) Cenizas de la guerra

Dejando al margen los títulos apenas explorados de su periodo silente, es probable que SO RED THE ROSE (Cenizas de la guerra, 1935) sea la película menos recordada en la filmografía de King Vidor. Una curiosa circunstancia que no obedece, en modo alguno, a su carencia de interés. Por el contrario, intuyo que tal desconocimiento se debe a una circunstancia muy prosaica, centrada en determinadas dificultades, que han limitado su difusión durante décadas –personalmente, he accedido a un visionado, a partir de una copia de pésima calidad-. Y es sorprendente que dicha circunstancia no solo se haya producido, sino que me temo que vaya a seguir teniendo recorrido en el futuro, ya que nos encontramos ante una producción Paramount, que no solo supone un sensible y valioso melodrama, desarrollado en la guerra civil norteamericana sino, lo que es más importante, prolonga algunos elementos temáticos ya presentes en su obra precedente y, lo que es más importante, anticipa algunas cuestiones temáticas, que el propio Vidor plantearía, dos décadas después, en WAR AND PEACE (Guerra y paz, 1956).

Es cierto que nos encontramos en un marco ambiental totalmente opuesto, del planteado en la obra de Tolstoi. SO RED THE ROSE se describe esencialmente en el entorno de una enorme plantación, comandada por la familia Bedford, y enmarcada en el Sur norteamericano. Los primeros pasajes de la película, aparecen casi como una mixtura de referencias vidorianas, que podrían establecerse en el universo sumiso de los esclavos negros que habían aparecido en la no muy lejana HALLELUJAH (Aleluya, 1929), así como esa mirada sobre la colectividad, inherente a la visión del realizador, mostrada una vez más en la casi inmediata OUR DAILY BREAD (El pan nuestro de cada día, 1934). Ello sin apelar a esa reflexión en torno a la brutalidad de la guerra, tema central de la maravillosa THE BIG PARADE (El gran desfile, 1925). La plantación parece dirimirse en un cierto aroma de placidez, comandada por el veterano y bondadoso Malcolm Bedford (Walter Connolly), aunque muy pronto se harán presentes entre sus moradores los ecos de la contienda, con la llegada de diversos invitados, planteándose entre ellos la necesidad de implicarse activamente en la defensa del Sur en su lucha con los unionistas. En medio de dicha circunstancia, y adelantándose a la Audrey Hepburn y Henry Fonda de la citada WAR AND PEACE, nos encontramos con el enfrentamiento que se brinda entre Valette Bedford (Margaret Sullavan), la hija de los dueños de la plantación, en esa latente relación mantenida con su primo Duncan Bedford (Randolph Scott). Mientras que la primera no deja de alternar en su personalidad un aura amable y condescendiente, con el influjo sudista de su familia, Duncan destacará por su abierto pacifismo, que en su entorno no dejará de percibirse como una muestra de cobardía. La llegada del joven George Pendleton (Robert Cummings), favorecerá un cierto galanteo con Valette, decidiendo este atender a la llamada de voluntarios, para participar de manera activa en la contienda civil. Será el indicio de una espiral trágica, que de manera progresiva se irá apoderando del alma de la plantación, viendo como varios de sus componentes son engullidos por la tragedia de la guerra, mientras que los propios esclavos negros se sublevarán contra su dominio, ambicionando la llegada de Lincoln.

Alcanzando un delicado equilibrio entre lo íntimo y la incidencia del contexto social en que se insertan. Asumiendo el influjo de la contienda, descrita esencialmente en el off narrativo –lo que permitirá que sus escasas secuencias de guerra, adquieran una especial fuerza dramática-, SO RED THE ROSE es una muestra más del talento de Vidor, para trascender la base dramática de una historia que podía quedar engullida en los perfiles folletinescos de un melodrama sudista. Por fortuna, el cineasta encuentra en el mismo una sólida base para trasladar ese grito en torno al embrutecimiento del ser humano en el contexto de la guerra, contraponiéndolo con esa latente historia de amor que estará presente entre la hija de los Bedford y el reflexivo Duncan. Una vez más, el contraste entre individualismo y colectividad, inserto en un contexto convulso, que tendrá su epicentro en las estancias de la mansión familiar, beneficiada por un cuidadoso diseño de producción Paramount. En sus dependencias, Vidor logra articular una planificación de gran sensualidad, ayudada por el aporte de su banda sonora, siempre presta a una extraña musicalidad. Será el campo de cultivo de esa extraña danza de la muerte, que se cobrará tanto a Pendleton como el joven vástago de la familia, que será detectado de manera casi sobrenatural por su madre en la distancia del combate, percibiendo su muerte, y viajando junto a Duncan en carro hasta el dantesco fragor del combate, recuperando el cadáver del muchacho entre las nieblas y humos del combate, en uno de los pasajes más dolorosos del cine de Vidor en aquellos años. Poco a poco –también el patriarca se verá obligado a implicarse en el combate-, Duncan se verá en la obligación moral de sumarse al mismo, traicionando sus ideales. En su ausencia, la mansión será atacada por parte de unos soldados unionistas, quedando un joven de los mismos malherido y protegido por Valette. De manera repentina, regresará Duncan, convertido en mando confederado, y llevando en su actitud el embrutecimiento de alguien que se ha dejado por el camino esa alma sensible que le caracterizó. Al encontrar al soldado herido, no dudará en su decisión de denunciarlo para que sea ahorcado. Sin embargo, en el último momento volverá a su interior la humanidad que le caracterizó, permitiendo que el muchacho se salve de dicho castigo. No será más que una luz para la sensatez, que pronto quedará borrada en la catarsis que se producirá con el asalto de la edificación por parte de los unionistas, quienes no solo detendrán al confederado, sino que no dudarán en incendiar las dependencias, destruyendo con ello todo un mundo que ya se ha derrumbado y que hemos contemplado con toda su placidez en las imágenes iniciales de la película.

Seis meses después, el universo de la familia apenas alberga como supervivientes a su matriarca y la hermosa Valette. Han perdido toda su fortuna, y sus trabajadores negros cobraron la libertad. Su mundo aparece quizá tamizado con la posibilidad de un nuevo comienzo, integrado en los renovados y traumáticos tiempos sociales, y dominado por la modestia. Para la muchacha quedará la nostalgia latente de ese hombre que siempre ocupó su corazón, y que ahora añora de manera casi dolorosa. De repente, escuchará la voz de este llamándola, en una hermosa conclusión, con una sucesión de travellings en la frondosidad del bosque, hasta que sus deseos se conviertan en realidad, triunfando el amor por encima de las contrariedades y dificultades del mundo en que les tocó vivir.

Ayudada por el magnífico diseño de época, propio del estudio, una magnífica dirección de actores –destaquemos especialmente la veteranía de Walter Connolly y la sensualidad y frescura de Margaret Sullavan-, no cabe duda que SO BED THE ROSE merece una casi obligada reivindicación, como valioso exponente de la obra vidoriana. Es cierto que la mirada sobre el universo de los esclavos negros peca de cierto esquematismo, pero ello no evita disfrutar de un relato lleno de matices y, sobre todo, plenamente representativo de la obra de su realizador.

Calificador: 3

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