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CINEMA DE PERRA GORDA

TWENTIETH CENTURY (1934, Howard Hawks) La comedia de la vida

TWENTIETH CENTURY (1934, Howard Hawks) La comedia de la vida

Los orígenes de TWENTIETH CENTURY (La comedia de la vida, 1934. Howard Hawks) se centran en la obra -de cierto éxito en Broadway- Napoleon of Broadway, un original de Charles Bruce Millholland, que tomaba como base la excentricidad del comportamiento del célebre productor teatral David Belasco. Sin embargo, nadie recuerda que existe otra nada solapada influencia -esta cinematográfica- que, buscada o relegada a un segundo plano, ha pasado más desapercibida, en la medida que hablamos de un título cinematográfico que, siendo muy interesante, no cuenta con la más mínima popularidad. Me refiero a la estupenda SVENGALI (Idem, 1931. Archie L. Mayo), adaptación de la novela de George L. Du Maurier, en la que un magnífico John Barrymore, encarnaría al inquietante personaje del mismo nombre, claro precedente -en la película se le cita de manera expresa-, del que el mismo actor asume, de manera delirante, en esta admirable comedia de Hawks, que en su versión cinematográfica desplegaría la labor del irresistible tándem formado por Ben Hetch y Charles MacAarthur -el primero ya había colaborado con el cineasta, y ambos volverían a formar parte del “bardo” hawksiano en posteriores ocasiones-, uniendo al conjunto aportaciones más o menos menguadas y apócrifas, como la de un Preston Sturges, que pronto fue despedido del proyecto, dado que no se observaban suficientes avances en su tarea.

En muchas ocasiones se ha subrayado que, junto a IT HAPPENED ONE NIGHT (Sucedió una noche, 1934. Frank Capra) -también auspiciada para la Columbia-, el film de Hawks aparece como uno de los referentes canónicos de la Screewall Comedy. Más allá de permitirme señalar en voz baja que, pese a resultar una obra estupenda, disiento un tanto en la mitificación existente sobre la película de Capra, la circunstancia podría ponerse en tela de juicio, en la medida que hay exponentes previos de Lubitsch y incluso otros cineastas, que ya habían adelantado algunas de sus características. Lo que sí ofrece TWENTIETH CENTURY, y lo hace además con un pasmoso equilibrio -algo además que nunca se le ha reconocido-, es constituir una extraordinaria síntesis de la herencia que el Splastick y el burlesco norteamericano, había brindado al cine norteamericano en el no muy lejano periodo silente, incorporando en esta remembranza un argumento envuelto en el sarcasmo habitual de la pareja de guionistas, e insertando en el mismo esa “guerra de los sexos” que sería moneda corriente a partir de ese momento en el género. Esa admirable mixtura de perfiles, quedará además reforzada, al introducirse en el ámbito de la profesión teatral, describiendo sus vicios, miserias, trucos e incluso egos, aportando Hawks la genialidad de recurrir a una planificación paralela, que se introduce de manera transparente en el discurrir de su base argumental, hasta el punto que el espectador no percibe esa doble recreación del universo de la representación, que ofrece el conjunto de sus imágenes.

Vayamos por partes. Una de las excelencias de TWENTIETH CENTURY, proviene en el enorme acierto planteado, a la hora de incardinar con perfecto equilibrio, esa herencia del cine cómico, en unos nuevos modos de comedia, que se estaban fraguando ante el público de la época. Conviene en este momento, hacer una breve mención a su argumento, centrado en la megalómana figura del productor teatral Oscar Jaffe (John Barrymore), dispuesto a llevar al estrellato a su último descubrimiento, una joven tendera polaca, a la que ha bautizado artísticamente como Lily Garland (Carole Lombard). Pese a la inexperiencia y los nervios de la joven, logrará su objetivo, lo que hará que se vuelva por completo posesivo, aunque junto a su mecenazgo, logre una sucesión casi indefinida de éxitos. La tormentosa relación entre ambos, concluirá cuando Lily lo abandone y se marche a Hollywood para iniciar una carrera cinematográfica, dejando a Jaffe sin la menor inspiración, e iniciando el magnate teatral una serie inacabable de fracasos, que le llevarán a la ruina. Sin embargo, en un viaje en tren -llamado Twentieth Century, de ahí el título original del film-, coincidirá inesperadamente la pareja, varios años después, sucediéndose una serie de situaciones a cuál más hilarante, que llevarán a la esperada conclusión final.

Antes lo señalaba, la obra de Hawks se encuentra trufada de personajes y situaciones heredadas de la más pura comicidad silente ¿Soy el único en encontrar un enorme parecido en la pareja de ayudantes de Jaffe -los memorables Oliver Webb (Walter Connolly) y Owen O’Malley (Roscoe Karns)-, con los inolvidables Laurel & Hardy? ¿No tiene una ascendencia claramente cómica, el impagable personaje del chiflado y veterano empresario -Mattew J. Clark (Etienne Girardot)-, dedicado en el tren a ofrecer talones sin fondos, o colocar pegatinas anunciando el fin del mundo, allá donde puede con su ingenio? O la presencia, encarnando un finalmente derrotado investigador, del eminente Edgar Kennedy, una de esas grandes figuras cómicas secundarias, tan necesitadas de una definitiva reivindicación. Esa ascendencia Slapstick, es la que, a mi modo de ver, contribuye a hacer especialmente transgresor el discurrir de una comedia, que se paladea con verdadero placer -siempre concluido en carcajadas-, a partir de una sucesión de punzantes diálogos pronunciados casi a ritmo de metralla, especialmente disparados a modo de reproche entre la pareja protagonista. Es un ámbito en el que se detecta ¡y de qué manera!, la maestría del tándem Hetch & MacArthur, pero en esta ocasión tiene un marco de tratamiento, quizá más equilibrado que en otras ocasiones -pienso en la a mi juicio un tanto sobrestimada y posterior HIS GIRL FRIDAY (Luna nueva, 1940), del propio Hawks-. Ese casi invisible equilibrio, en el que diversos nervios narrativos, totalmente dispares, confluyen con una precisión casi absoluta, es lo que considero otorga a esta extraordinaria comedia, no solo un lugar de referencia en la evolución del género, sino un auténtico gozo, considerada en sí misma.

El gran realizador transmitirá con una simple panorámica -describiendo el cartel anunciador de la última producción de Jaffe, y adelantando al Lubitsch de TO BE OR NOT TO BE (Ser o no ser, 1942)-, el casi inagotable egocentrismo del protagonista. Ayudado por la excepcional sobreactuación de un eminente John Barymore, que parece describir una danza en su constante sucesión de subterfugios -es impagable ver imitar la campanilla de una puerta, en los ensayos de su producción-, la cámara de Hawks acierta al filmarlo, como si situara sus parlamentos y decisiones en una falsa cuarta pared ya que, en el fondo, el productor no deja de interpretar en todo momento. Como también lo hará su añorada actriz, quien pronunciará en uno de los últimos encuentros con su mentor; “Solo somos reales en el escenario”. Lo cierto, es que TWENTIETH CENTURY articula buena parte de su originalidad y eterna vigencia, a la hora de plasmar una de las primeras “guerras de los sexos” inherentes al contexto de la Screewall Comedy, incardinándola dentro del universo de la representación. Esa cualidad, es aprovechada hasta el límite por el cineasta, permitiendo con la anuencia de esa auténtica dinamita que despliegan sus vitriólicos diálogos, que su conjunto adquiera una vida propia. Y es que entre las disputas, llevadas hasta casi el límite por Oscar y Lily, la sensación de cercanía y verdad que transmite su conjunto de secundarios -y, con ellos, adentrarnos a los vicios y costumbres de la trastienda teatral-, y la constante incorporación que sus imágenes ofrecen del burlesco silente, que ya formaba parte del pasado del cine americano, pero que aún prolongó su influencia durante la década de los treinta, nos encontramos con una película loca y desenfrenada, dominada por un extraño staccato, que sabe equilibrar, y la locura, la falsa teatralidad, el artificio, y el amor que en esta ocasión, se ha transmutado por completo en dominio. Así pues, desplegada como un pentagrama a dos velocidades, la propuesta de Hawks aparece en cierto modo, como una de las precursoras al describir, en esta ocasión en tono de comedia, la trastienda del microcosmos teatral, que quizá ya había sido tratado con menor crueldad en títulos inmediatamente precedentes -pienso en algunos melodramas de la RKO, dirigidos por Lowell Sherman o George Cukor-, y que a lo largo del tiempo, brindarían exponentes tan célebres como la citada TO BE OR NOT TO BE, A DOUBLE LIFE (Doble vida, 1947. George Cukor), ALL ABOUT EVE (Eva al desnudo, 1950. Joseph L. Mankiewicz), no pocos exponentes del cine de Ingmar Bergman, del nunca suficientemente necesitado de reivindicación, Sacha Guitry, o la menos reconocida, aunque magnífica THE DRESSER (La sombra del actor, 1983. Peter Yates). En buena parte de ellas se plasma, en tono de comedia o tragicomedia, la escasa frontera que el mundo de la escena, marca en ocasiones a los que en ella alimentan su vocación, sus egos, o la propia realización de unas personalidades, fuera de ellas dominados por la mediocridad.

De todo ello habla, sotto voce, esta extraordinaria comedia, dominada en todo momento por la sinfonía del resquemor y el fingimiento, de dos seres que no pueden realizarse como tales sino a través de una constante sobreactuación -es curioso señalar, que John Barrymore, de alguna manera retomó este contexto, interpretando con tintes inequívocamente biográficos, a un actor teatral dominado por el alcoholismo, en la divertida THE GREAT PROFILE (1940, Walter Lang), dos años antes de su muerte-, aporta por otro lado, una constante experimentación formal por parte de su realizador. Destacaremos su admirable dominio de la elipsis -el aplauso forzado de Oliver, cuando Jaffe logra que Lily grite como él quiere, que funden con la ovación que le brinda el público en el estreno-, el gusto por el detalle -el alfiler que, en definitiva, habrá sido el catalizador del éxito de la hasta entonces mediocre actriz, y que en todo momento esta portará encima, como recuerdo de un pasado aún recordado-, e incluso por la presencia de elementos grotescos, como esa cama en forma de delirante nave, absolutamente kitsch, reveladora de una relación artificiosa y grandilocuente entre la pareja.

Sin embargo, dentro de un conjunto delirante, dominado por una enorme modernidad tanto en sus postulados como en su articulación visual y narrativa, no me gustaría dejar de destacar un instante memorable, ubicado precisamente instantes después de ese inesperado triunfo de Lily, en todo momento intuido por Oscar. Se trata de un pasaje dominado por una extraña y silenciosa intimidad. En medio de la ovación del público, se encuentra escondido el productor, subido y escondido en la penumbra, sentado en unas pequeñas escaleras de la escenografía. Un ominoso picado subjetivo describe el ámbito de su mirada; la creación de una nueva estrella. Hawks no se resistirá a insertar un contrapicado que muestra, por un momento, la humanización del hombre de teatro, feliz, inmóvil y extrañamente absorto, viviendo a escondidas el éxito. Durará poco…

Calificación: 4

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