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CINEMA DE PERRA GORDA

THE BIG SKY (1952, Howard Hawks) Río de sangre

THE BIG SKY (1952, Howard Hawks) Río de sangre

No se si se trata de una impresión puramente personal, pero me parece que la figura de Howard Hawks goza en los últimos años de una consideración tan indiscutible, aunque su obra lleve aparejada un determinado grado de olvido. Quizá ello obedezca al hecho de que los aficionados de determinadas generaciones precedentes, tengamos un conocimiento bastante amplio del conjunto de su producción, mientras que en los colectivos más jóvenes, en los que predomina un escaso aprecio al cine que podríamos denominar clásico, no aparece un interés renovado sobre su significación en la cinematografía norteamericana ¿Es posible a estas alturas brindar publicaciones, estudios o miradas que aporten algo nuevo a la generosa literatura generada por el autor de THE BIG SLEEP (El sueño eterno, 1946) Sinceramente creo que la existencia de nuevas apreciaciones, serían la señal de una obra provista de la vitalidad que sigue manteniendo bajo mi punto de vista, la no siempre admirable pero en conjunto valiosísima filmografía de Hawks.

Y a la hora de apostar por esa apreciación particular del conocimiento de la misma, es la que desde estas líneas me anima a formular que en uno de esos títulos que forjan su obra, generalmente apreciado pero nunca con especial entusiasmo, se encuentra bajo mi punto de vista la auténtica esencia y sedimento de su manera de entender el cine y, ante todo, su modo de plasmar su visión de la vida y las relaciones humanas. Todo ello se expresó de manera rotunda y, al mismo tiempo, sencilla y a ras de tierra, en esa auténtica epopeya singular, desdramatizada pero no por ello carente de apasionante hondura, que se manifiesta en todos y cada uno de los fotogramas de THE BIG SKY (Río de sangre). Rodada en 1952, cuando buena parte de la filmografía de Hawks ya se encontraba conclusa –tan solo realizaría con posterioridad nueve largometrajes y el episodio en un film colectivo-, THE BIG SKY parte de la base de una novela de A. B. Guthrie Jr., asumiendo la plasmación de su guión por parte del experto Dudley Nichols, quien quizá aportó al conjunto una ligera patina de reminiscencias fordianas. Tomando como fondo el año 1832, narrado por la ocasional voz en off de Zeb Calloway (excepcional Arthur Hunnicutt), este será el veterano cazador, tío de uno de los protagonistas. Se trata de Boone Caudill (Dewey Martin), un joven e impulsivo muchacho, que en los primeros compases del film se encontrará con un hombre de mediana edad, aunque revestido aún de enorme fortaleza y vitalismo. Este es Jim Deakins (Kirk Douglas), quien junto a Boone y Zeb, se reunirán en la cárcel de Sant Louise, uniéndose a la aventura comercial comandada por Frenchy Jourdonnais (Steven Geray), encaminada a sortear el Missouri unos tres mil kilómetros río arriba, para con ello desafiar a la compañía de pieles, y llegar hasta lugares donde estas no han sido explotadas salvo por los indios “Pies Negros”, para los cuales portarán en la expedición a la hija del jefe de la tribu –“Ojos de Garza” (Elizabeth Threatt)- que ellos consideran murió en un ataque. La presencia de la india, de alguna manera ejercerá como detonante a la hora de poner a prueba la intensa amistad existente entre Jim y Boone, al tiempo que ejerza como elemento vector para adquirir la necesaria madurez del muchacho. Este rasgo concreto se establecerá dentro de la aventura colectiva de la tripulación de Frenchy, en la que tendrán que luchar contra su propio cansancio, la constante amenaza de los hombres de la compañía de pieles, que incluso llegará a violentar a ciertas tribus indias que pondrán en peligro la expedición comercial que, en realidad, supone toda una odisea humana.

Antes lo señalaba. THE BIG SKY es, bajo mi particular punto de vista, la quintaesencia del cine de Hawks. Al margen de suponer bajo mi punto de vista una de las cumbres de su obra –no dudo en situarla junto a RED RIVER (Río Rojo, 1948) como una de sus dos cimas cinematográficas-, su discurrir supone una de las demostraciones supremas del placer que puede proporcionar el lenguaje cinematográfico. Unas virtudes estas que en esta ocasión dejan de lado en casi todo momento el sendero de la dramatización. En su oposición, Hawks apuesta desde sus primeros instantes –la forma en la que se conocen Jim y Boone-, por una puesta en escena en la que prima lo desapasionado e impresionista, en una manera de entender la puesta en escena que en todo momento va revestida de un singular matiz humorístico. Así pues, nos encontramos con un denominado western que en modo alguno se ajusta a los cánones del género, más allá de la presencia ocasional de los indios. Por el contrario, nos encontramos con una película que oscila en su fondo entre el cine de aventuras y el más específico Americana, combinado por esa mirada irónica y divertida, que proporciona siempre el contrapunto amable a las situaciones que de entrada podrían aparecer como más intensas o dramáticas. Con estas premisas, y a través de la sencilla base argumental delimitada por las incidencias de sus tres principales personajes masculinos imbuidos en la aventura colectiva del ascenso del Missouri, nos encontramos con una película admirable, épica desde la sencillez, en la que por momentos podemos atisbar ecos del Flaherty en el uso de los parajes del Parque Natural Teton, sirviendo ello como base para plasmar esa esforzada odisea que, sin embargo, es mostrada en toda su cotidianeidad. Las cotidianeidad que permite que en muchos momentos, desparezca de la pantalla cualquier inflexión argumental, teniendo la impresión el espectador de que se asiste a una determinada impresión de “cine verdad”, una sensación extrañamente placentera de suprimir la impostura de la recreación en la pantalla, para transmitir tras ella una insólita veracidad y complicidad con los personajes partícipes del relato. La extremada complicidad entre Jim y Boone, la simpatía que desprenden los tripulantes, el impagable contrapunto escéptico, sabio y al mismo tiempo del entrañable Zeb, la belleza telúrica de los parajes, la demostración del esfuerzo colectivo o, en definitiva, el peso específico que adquiere la bellísima partitura de Dimitry Tiomkin –en mi opinión, la mejor que compuso para la gran pantalla-, son factores que confluyen en el resultado de esta obra maestra. De una película que trasciende su condición como tal, para erigirse como un auténtico tratado de relaciones humanas, en la que se condensa el sedimento y la sabiduría que un cineasta había dejado impresa en su obra precedente, y que seguiría plasmando en títulos posteriores. Ninguno de ellos llegaría a la altura de esta cima –por más que entre sus títulos posteriores se alberguen joyas del calibre de RÍO BRAVO (1959), HATARI! (¡Hatari!, 1962) y, sobre todo, EL DORADO (1966)-. En esta obra maestra absoluta, además se plasma la relación homoerótica más atrevida del cine de su autor, establecida entre el personaje encarnado por Kirk Douglas y el joven que interpreta Dewey Martin, en todo momento vestido con un pantalón de cuero, expresándose constantemente entre ambos una serie de guiños que van unidos a las miradas de soslayo e incluso las poses provocativas lanzadas por Martin. Una singularidad esta ejemplarmente planteada por ambos intérpretes –fácil en Douglas, menos recurrente de el segundo-, y que cabe unir a uno de los aspectos más sorprendentes del film. Me refiero a la singularidad de una dirección de actores, en la que en muchos momentos se tiene la sensación que estos no interpretan, y la cámara de Hawks se limita a registrar una sucesión de tomas falsas. Es tal el grado de sinceridad y simplicidad que registran las mismas, tan sorprendente y moderna dicha elección por parte del director y secundada por sus intérpretes, que de alguna manera se derriban las fronteras de la ficción cinematográfica, para asistir pura y simplemente a una aventura que un grupo de amigos asumen con absoluta convicción, sin regusto épico alguno.

THE BIG SKY conoció en el momento del estreno una amputación de su generoso pero al mismo tiempo apasionante metraje. En España la copia exhibida apenas alcanza las dos horas, sobre los ciento treinta y cinco de las copias originales, que han sido rescatadas en edición digital. Sin embargo, la propia estructura del film y la configuración de sus escenas en base a episodios, permiten que la ausencia de metraje no tenga incidencia en la esencia de su conjunto. Es tan placentera la sucesión de vivencias, de peleas, confesiones, miradas, actitudes, que permiten que su conjunto alcance la consideración de obra cumbre del cine. En pocas ocasiones he sentido una sensación tan intensa ni me he sentido tan identificado con la aventura de los personajes del film de Hawks. Un relato en el que la comedia se da de la mano con el drama –la ejemplar secuencia de la amputación del dedo de Douglas es un ejemplo impagable al respecto-, en la que la presencia de ese viejo indio alelado proporciona momentos hilarantes en situaciones tensas –sus risas cuando todos ellos salen del fuerte de MacMasters-, en donde el whisky en todo momento tiene acto de presencia, en el que las peleas se suceden como emergidas en un cartoon –la primera que sufren Jim y Boone en la taberna y por la que son llevados a la cárcel-, y en el que la presencia de la joven india, supondrá un elemento de desestabilización –o quizá una argucia- para poner en tela de juicio una amistad profunda hasta extremos indecibles. La excepcional obra de Hawks destaca también en la belleza con la que se muestra el esfuerzo de ese grupo de pioneros portando su envejecido barco a la contra del caudaloso río Missouri, sintiendo la belleza de la naturaleza en momentos como el episodio en el que Jim es guarecido de la herida sufrida por la emboscada lanzada por los hombres de MacMasters en el interior de una catarata. Una película en la que la presencia de los indios es descrita de forma contundente –y desdramatizada- por la flecha que atravesará el cuello de uno de los hombres de Frenchie, y rodearán durante varios días el discurrir del barco por el río.

Es tal la sucesión de elementos y detalles que convierten esta película en una obra memorable, que sobre todo hay que atender a la modernidad que preside su desarrollo dramático, a la capacidad de sugerencia que brindan sus dos principales personajes masculinos y, sobre todo, a la implicación que se consigue por parte del espectador, para integrarse de tu a tu, en la aventura que este contempla a través de la pantalla. Ese es, en definitiva, el gran logro de toda obra artística que se precie y, por supuesto, el marchamo definitivo que personalmente me lleva a considerar THE BIG SKY no solo como una de las obras cumbres del cine de Howard Hawks sino, sobre todo, una de las mejores y más singulares películas surgidas en el cine USA durante la primera mitad de la década de los cincuenta. Fuente de inagotables placeres y modelo de cara a una renovación de modelos narrativos, su revisión no solo me ha permitido refutar su valía sino, como ya intuía, apreciar aún más si cabe su inmarchitable grandeza.

Calificación: 5

1 comentario

santi -

excelente pelicula , magnifico douglas y un entretenidisimo western