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CINEMA DE PERRA GORDA

CENTENNIAL SUMMER (1946, Otto Preminger)

CENTENNIAL SUMMER (1946, Otto Preminger)

Creo no equivocarme, al afirmar que CENTENNIAL SUMMER (1946) es uno de los títulos menos conocidos de la filmografía del gran Otto Preminger. Por fortuna, con el paso de los años, incluso exponentes ignotos, como los apreciables, aunque nada valorados por su artífice, exponentes que filmó en la Fox, antes de la extraordinaria LAURA (Idem, 1945), han conocido ediciones digitales o emisiones televisivas. En realidad, para poder efectuar una mirada global a su cine, quedan por recuperarse algunos de los títulos que firmó a finales de los sesenta o primeros setenta -en donde hay coincidencia en el inicio de su decadencia-, y rarezas como la película que nos ocupa, que no se llegó a estrenar en su momento en España, y carece de edición digital, al tiempo que apenas fue emitida por la pequeña pantalla en el pasado -pensar en que algún canal lo haga ahora, es algo por completo improbable-.

Y a CENTENNIAL SUMMER le sucede, como a tantas otras producciones, que en el momento de su estreno cosecharon un sonoro fracaso, fueron apiladas y condenadas al olvido. Y ni siquiera el prestigio cimentado por su artífice -también ejerciendo como productor en esta ocasión-, ha servido con el paso del tiempo, no solo para desempolvar su resultado sino, lo que es más importante, atender al conjunto de sus cualidades. Y es que, conviene decirlo ya, en esta superproducción, que estrecha lazos con esa mezcla de Americana de índole familiar, frecuentada en el cine americano de su tiempo, no solo destaca por la brillantez de sus elementos de producción sino, de manera muy destacada, por la facilidad con la que logra orillar, determinados riesgos cercanos a la cursilería, presentes en otras producciones, a las que se asoma -LITTLE WOMEN (Mujercitas, 1949. Mervyn LeRoy)-. Junto a ello, su capacidad para acercarse al intimismo e incluso la intensidad, a partir de una base dramática tan liviana, quedará ligada a los modos visuales y narrativos, que desplegará un Preminger en plena forma.

Descrita en la celebración de la Exposición Universal de Filadelfia de 1876, conmemorando el centenario de los Estados Unidos de Norteamérica, CENTENNIAL SUMMER parece emerger de las imágenes de la época, iniciándose con la locución conmemorativa y ante la muchedumbre, del presidente de la nación. Un imponente plano de retroceso en grúa, al tiempo que describir la masa de público concentrada, nos trasladará la acción hasta el entorno de la familia Rogers, cuyo patriarca -Jesse (un estupendo Walter Brennan)-, no dejará de protestar entre el público, por lo inaudible que resultará la alocución del mandatario. Será la manera que tendrá el cineasta, de insertarse de entre la generalidad, a la coralidad de la familia protagonista. Esa constante dualidad será una de las apuestas visuales de Preminger, al objeto de sortear determinados convencionalismos de producción, en una película que es bastante probable que surgió tras el éxito del MEET ME IN ST. LOUIS (1945) de Vincente Minnelli. Sin embargo, el hecho de emerger de esa tendencia al azúcar que sobrevolaba sobre el musical protagonizado por Judy Garland, es bastante probable que fuera la base de la muy fría recepción, vivida en el momento de su estreno.

Y es que aunque la película cuente con algunas brillantes canciones de Jerome Kerr, nos encontramos con una comedia romántica de ámbito familiar, en la que se juega por completo con el concepto de la fragilidad del amor. Un ámbito que sugerirá el guion de Michael Kanin, adaptando la novela de Albert E. Idell, pero que no cabe duda es potenciado por un Preminger, que prolongaría en posteriores títulos suyos, firmados al servicio de la 20th Century Fox de Zanuck, pero que, aun sometiéndose a las convenciones del estudio -a mi juicio mucho más atractivas que las de otras majors más reputadas-, sabría potenciar por medio de una puesta en escena, en la que ya ensaya y se enseñorea, con unos rasgos de estilo, plenamente reconocibles. Al hablar de esta película, y junto a referentes antes señalados, nos encontramos en un subgénero, que en la propia Fox daría como fruto, exponentes como THE LATE GEORGE APLEY (1947, Joseph L. Mankiewicz), o en la Warner LIFE WITH FATHER (1947, Michael Curtiz). Títulos que plasmaban con ropajes familiares, esa incorporación de la vida americana, a un determinado estatus de progreso que, en el estudio de Zanuck, y dentro de un ámbito más escorado al drama, marcaría otros títulos, como el estupendo WILSON (Idem, 1944, Henry King).

Exponentes que, en esta ocasión, se centra en la cotidianeidad de la familia protagonista, con un patriarca caído en desgracia, debido a su afición por crear sofisticados relojes que no conducen a resultado alguno, lo cual no dejará de producirle disputas con su esposa -encarnada por Dolores Gish-. Y una pugna también marcada entre las dos hijas de la familia -el más pequeño de los descendientes, apenas tiene una presencia episódica-, puesto que la mayor -Edith (Linda Darnell)-, se encuentra prometida, pero sin especial entusiasmo, con el amable pero timorato Ben Phelps (William Eythe), recién licenciado como médico especialista. Por su parte, la hermana menor -Julia (Jeanne Crain)-, se encuentra carente de compromiso. Pero todo variará ante la inesperada visita de la familia de Zenia (Constance Bennett), elegante mujer de mundo y hermana de la madre de la familia. A ella, le acompañará Philippe (Cornel Wilde), llegado para ultimar el pabellón francés. Sin embargo, de manera inesperada, el elegante francés, no solo se acercará de manera casi inmediata con Julia, que le ayudará en la culminación del pabellón, cuando a este se le ha dejado solo, sino que incluso soliviantará a Zenia, que no dudará en competir con su propia hermana -con la que apenas se habla-, a la hora de disputar la atención del recién llegado.

Así pues, la película discurrirá entre las discusiones establecidas entre el matrimonio de cabecera. Las humillaciones recibidas por el padre de familia en el entorno de su trabajo en el ferrocarril, debido a su empeño con la creación de relojes. Las disputas entre las dos hermanas, a la hora de captar la atención de Philippe. El desengaño del educado Ben, que aceptará jugar al equívoco con Julia, al objeto de provocar ambos a los que consideran su verdadero foco de atención. O, de manera inesperada, los celos que sentirá la esposa de Jesse, por el inesperado cariño que recibirá de su propia hermana quien, en realidad, lo que ha intentado es utilizar sus encantos, para lograr dignificar la condición laboral de su cuñado, intentando con ello que sus inventos se canalicen cara al éxito.

En realidad, todo confluirá en una singular ronde de sentimientos, descritos por Preminger con instantes revestidos de emotividad -la visita de Julia a su padre, llevándole una cena, sabiendo que ha sido confinado al turno de noche-, que incluso tendrán su contrapartida musical; esa canción que entona con entusiasmo el joven negro, cuando Jesse y Philippe confiesan y se solidarizan, en su verdadero de ánimo. Preminger articula una puesta en escena dominada por planos largos, con mano diestra, incorporando divertidos episodios de comedia -todo cuanto acontece en la fiesta de inauguración del pabellón francés, hasta que Jesse es descubierto en la impostura que le ha alentado Zenia, a la hora de vender su invento del reloj, al jefe de la firma de ferrocarril en la que trabaja.

Sin embargo, si algo me transmite este casi ignoto film de Preminger, pese a que en su momento se planteara como una superproducción, es la capacidad con la que el cineasta sabe transmitir sensibilidad, mediante esa puesta en escena, precisa, pero al mismo tiempo, dirigida a la entraña de sus personajes. Es decir, en su maestría a la hora de traspasar el innegable virtuosismo técnico de que hace gala, para lograr insuflar de vida, complicidad e ironía, un relato que probablemente en otras manos, hubiera descrito un resultado más inane. Que duda cabe que, para alcanzar ese vitalismo, que fue ignorado en su momento, consiguiera un singular aliado en ese vibrante Technicolor, con una iluminación de Ernest Palmer, ayudado de manera muy decisiva por los dos consultores de color más importantes que generó el Hollywood clásico -Richard Müeller y Natalie Kalmus-. Lástima, llegados a este punto, que la copia que he podido contemplar, no me permita apreciar este virtuosismo visual, en toda su magnitud.

Con todo ello, CENTENNIAL SUMMER logra trascender ese marco de comedia de época para erigirse, como buena parte de los títulos de Preminger de este periodo, en una mirada que combina la elegancia en la puesta en escena, como la revelación del cineasta vienés como inesperado especialista romántico. Es cierto, que todo ello proviene de esa herencia de los últimos exponentes de la obra lubitschiana. Pero no por ello podemos dejar de valorar en su justa medida, la sensibilidad demostrada, que en la secuencia de cierre plasmará esa capacidad de ser sensible y divertido al mismo tiempo -la revelación de Zenia cuando se introduce en el tren en el que abandona Filadelfia, del juego que permitirá a su cuñado esa deseada realización personal-, aunando espectáculo, canciones y emotividad, en una película ignorada y  fracasada en su momento, pero que a mi modo de ver, se mantiene con sorprendente vigencia.

Calificación: 3’5

1 comentario

jorge trejo -

hermosa película que en su estreno en México se llamó "una viudita de París". después de un número musical, hay una escena con la mamá y las dos hijas, en que se habla en verso, demy hace lo mismo en "las señoritas de rochefort"...