SKIDOO (1968, Otto Preminger)
Pocas temáticas incidieron de forma más perniciosa en el cine moderno, que el intento de plasmación de aquellos elementos que formaron la contracultura estadounidense. Desde su estridente aspecto externo por medio del movimiento hippy, hasta la relación que el mismo tuvo con el protagonismo de drogas alucinógenas como el LSD. Fueron estos y otros, elementos que se trasladaron a la pantalla, por así decirlo, de un modo literal, provocando que se plasmaran tomando como base una serie de licencias e histerismos visuales, en los cuales parece que hubo un erróneo consenso a la hora de entender que canalizaban una adecuada representación. Fue, lamentablemente, y dentro de un ámbito en el que el cine clásico se había ya desmoronado por completo, un terreno en el que se destilaron auténticos horrores, a los que el paso del tiempo les proporcionó un piadoso olvido. Sin llegar a unos extremos de perversidad, lo cierto es que uno de los grandes cineastas de todos los tiempos, que supo sortear ámbitos de producción mucho más complejos, se embarró con SKIDOO (1968), en uno de los mayores fracasos de su carrera, hasta el punto que pese a dirigir posteriormente algún título de cierto interés, nunca logró superar una apuesta casi catastrófica. Obviamente, me estoy refiriendo a la figura del vienés Otto Prmeinger, con una de las filmografías más valientes y libres del cine americano desde la década de los cuarenta, y que a partir de mediados los años cincuenta, proporcionó títulos de valiente concepción, aunando intenso talento y gran espectáculo, en los que logró estar varios pasos por delante, en la vanguardia de temas hasta entonces orillados por Hollywood.
Desde el descomunal fracaso comercial y crítico que sufrió en el momento de su estreno, SKIDOO quedó aparcada en las estanterías. Ni siquiera se estrenó en nuestro país, no albergó ni la prueba venial y curiosa de los pases televisivos, o ediciones videográficas o digitales. Ni siquiera la singularidad de su espectacular reparto, o el culto que el paso de los años ha proporcionado otros títulos de su época, ha permitido la más mínima clemencia con un título casi imposible de contemplar, y del que tan solo se puede acceder a una copia que amputa salvajemente su formato panorámico, dañando uno de los elementos que Preminger cuidó como gran cineasta que era, desde su estreno en la pantalla ancha con RIVER OF NO RETURN (Río sin retorno, 1954). Poco se ha escrito sobre una película que, de no estar avalada por quien viene, habiendo gestado el proyecto con total y absoluta libertad, dada su doble condición de productor y director, nadie mostraría el menor interés por la misma. Tan solo puedo traer la valoración nada positiva que el desaparecido José María Latorre, brindaba en 1977 en un estudio sobre la obra del cineasta en la revista “Dirigido por…”; “SKIDOO no es el exorcismo que se pretende, sino una lamentable exhibición de impotencia, encubierta tras el rechazo de un clasicismo en el que Otto Preminger nunca supo –o no quiso- reconocerse… SKIDOO será la visión conciliadora de dos generaciones opuestas. Grotesca y deformada una, cuya representación está compuesta por una larga lista de actores maduros, particularmente aficionados a la máscara… Superficial, complacida y paternalista la otra, representada por actores de suma opacidad: John Philliph Lae, Alexandra Hey… Entre ambos coexiste un nebuloso y fantasmático Groucho Marx, que deambula por la farsa como de prestado”. Han pasado muchos años desde esta afirmación, y cierto es no pocas de las valoraciones del llorado Latorre evolucionaron con el paso del tiempo. Sin embargo, su atinada descripción de esta extraña y desafortunada farsa, sigue plenamente vigente.
La película, narra a grandes rasgos el retorno a su antigua vinculación al gangsterismo, que de la noche a la mañana vivirá Tony Banks (Jackie Gleason). Durante muchos años vivió al margen del mismo, estableciéndose en una lavandería de coches en San Francisco, y formando una familia con su esposa Flo (Carol Channing), de la que es fruto la joven Darlene (Alexandra Hay). Una noche recibirá la visita de Hechy (Cesar Romero) y Angie (Frankie Avalon), invitándole a cumplir el encargo de Dios (Groucho Marx), el capo mafioso al que sirvió en el pasado, para que se introduzca en prisión y liquide a Packard (Mickey Rooney), viejo compañero suyo, que se encuentra custodiado, a punto de efectuar unas revelaciones que perjudicarían gravemente su imperio delictivo. Por su parte, Darlene acudirá a su domicilio con la compañía del apuesto Stash (John Pilliph Law), líder de un grupo de hippies. Serán ambas, las dos subtramas que irán entrelazándose, y que se trasladarán hasta la cárcel, donde Banks se someterá a la dura prueba de cumplir el siniestro encargo, al tiempo que se rodeará de la amistad con dos compañeros de cárcel, probando incluso los efectos alucinógenos del LSD. Por su parte, las peripecias vivirán sus últimos minutos en el cuartel general de Dios, donde este se recluye en un recinto casi acorazado, alejado de cualquier ataque o atentado, incluso por parte de la tripulación que le acompaña, siendo partícipe de la realidad que le rodea, por medio de un complejo sistema de pantallas de televisión.
Los primeros minutos de SKIDOO ya vaticina el conjunto molesto, artificioso y escasamente atractivo que brindará su conjunto; una sucesión de imágenes de programas televisivos de diferentes canales, ejercerán como anticipo a esa extraña crónica de la sociedad del momento que pretende y no logra el tantas veces grande Preminger, en la que curiosamente, más allá de las inevitables plasmaciones visuales de los efectos de la droga vividos por Banks, en líneas generales asume una planificación tan habitual como inane. Y en un conjunto tan dominado por el astracán ¿qué cabe reseñar y salvar en su discurrir? Más allá de poder contemplar un reparto en el que abundan viejas estrellas, y la última aparición cinematográfica de Grucho Marx, recuperando su bigote pintado, y encarnando a un depravado con extraña mezcla de distanciación y aspereza, poco queda por reseñar. Quizá el debut de ese excelente y singular comediante que fue Austin Pendleton, dotando de sensibilidad a su rol de recluso genio de la mecánica, que culminará la película en un –este sí, detalle genial- romance con Groucho en pleno mar. O en la impagable idea de guión, de exteriorizar el consumo de LSD a todo el personal de la prisión, al introducir en las ollas de la cocina esas hojas de papel en donde se contiene dicha sustancia. O en la idea –mal aprovechada- de ese bunker en el que Dios se ha apostado una década de existencia, y en el que su única comunicación con el exterior es ese complejo sistema de pantallas. O en ese apartamento lleno de modernas aplicaciones –recuerda un poco el de Jack Lemmon en la previa UNDER THE YUM YUM TREE (Adán también tenía su manzana, 1963. David Swift)- al servicio de las conquistas del narcisista y tontorrón Franke Avalon. O en el instante, inesperadamente siniestro, en el que Banks descubre el cadáver de su socio, con una bala en su frente, en el lavadero que comanda. Sin embargo, hay un destello de ese Otto Preminger que muchos seguiremos considerando uno de los grandes cineastas de la Historia del Cine. Un hondo primer plano sobre un resignado Jackie Gleason, cuando asume que no podrá renunciar el crimen que se le ha adjudicado si desea salir de la prisión, que tiene el oportuno contraplano de compresión en Fred, esE genio de la mecánica que encarna Pendleton, ante cuya disyuntiva llevará a cabo un plan de intenciones hilarantes, y resultados tan poco atractivos como el conjunto del film.
Calificación: 1’5
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