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CINEMA DE PERRA GORDA

WHIRLPOOL (1949, Otto Preminger) Vorágine

WHIRLPOOL (1949, Otto Preminger) Vorágine

Enmarcada dentro de un periodo especialmente fecundo en la trayectoria de uno de los más grandes –al tiempo que actualmente semi olvidados- realizadores con que contó Hollywood a partir de la emigración de grandes talentos europeos en la década de los 40, WHIRLPOOL (Vorágine, 1949) se sitúa en un lugar muy curioso en la filmografía de Otto Preminger. Y al citar este rasgo lo hago por el propio carácter del film –entroncado en los rasgos más conocidos de su aportación al cine negro-, pero ubicado entre su colaboración –codirección- en el film póstumo de Lubistch –THE LADY IN ERMINE (1948)-, y la posterior e infravalorada adaptación de Oscar Wilde –THE FAN (1949)-. Ciertamente, al evocar ahora la trayectoria del maestro vienés, los films antes citados constituyen sendos islotes en un periodo iniciado con la majestuosa LAURA (Idem, 1944) y que ofrecerá al cine norteamericano todo un ciclo de magníficos exponentes de una variante especial dentro del género negro, caracterizado por una especial fascinación y ligeros toques fantastique. Dentro de ese ámbito, cabría de entrada situar a WHIRLPOOL no como uno de los grandes títulos de su realizador –aunque su nivel sea considerable-, pero fundamentalmente como un singular puente entre dos de sus obras más relevantes –la ya citada LAURA y la posterior ANGEL FACE (Cara de Ángel, 1953)-, al tiempo que adelanta algunos de los rasgos ya asumidos en su cine posterior. Y en este último ámbito cabe destacar con facilidad la –entonces- insólita utilización de los títulos de crédito –se imprimen sobre unos rollos de telas que giran-, quizá en la primera ocasión que el realizador vienés integró dramáticamente los mismos, avanzando de alguna manera el espíritu del film que iban a contemplar –a este respecto es reveladora la amplísima colaboración posterior con el especialista en la materia; Saul Bass-.

Y sobre ese giro inicial se abre este WHIRLPOOL que tiene sus primeras secuencias en unos grandes almacenes donde Ann Sutton (la siempre turbadora Gene Tierney) es pillada in fraganti por los inspectores de estas dependencias, ya que pese a ser esposa de un prestigioso psicólogo –el Dr. William Sutton (Richard Conte)-, padece de cleptomanía. Como avispado testigo de esta embarazosa situación se encuentra un sofisticado y ladino charlatán e hipnotizador –David Korvo (José Ferrer)-, que muy pronto se brindará a Ann para ayudarle en sus problemas psíquicos, pero en realidad la quiere hacer objeto de un maquiavélico plan en el que se incluye el asesinato por estrangulamiento de una antigua amante suya despechada, pretendiendo que la culpabilidad del crimen recaiga en la joven. Como se puede evidenciar por su sinopsis argumental, WHIRLPOOL se inscribe de lleno igualmente en ese tipo de cine psicoanalítico y de raíces freudianas muy practicado por Hollywood en aquellos años convulsos, y en el que de forma curiosa tuvieron especial protagonismo –con resultados desiguales, pero en líneas generales brillantes-, ilustres repatriados en USA como Alfred Hitchcock, Fritz Lang, Robert Siodmak o el propio Edgar G. Ulmer ¿Influencia o redescubrimiento del desasosiego proporcionado por el expresionismo alemán? Muchos estudiosos han hablado con más propiedad del tema; simplemente quede constancia de este hecho.

WHIRLPOOL se divide –al igual que lo hacía LAURA, con la que guarda bastantes semejanzas- en dos partes claramente diferenciadas. La primera de ellas establece el marco de acción y exposición de sus principales personajes, y se caracteriza por la elegancia de su puesta en escena –alguna de sus secuencias incluso se desarrolla en una fiesta de sociedad-. Por su lado, la segunda mitad tiene un acusado carácter policíaco –se trata de esclarecer la culpabilidad o no de Ann en el asesinato antes reseñado-. Y ambos fragmentos tienen su nexo en la deslumbrante secuencia en la que la joven protagonista, tras ejecutar todo cuando hipnóticamente le ha indicado Korvo, baja al amplio salón de actos donde finalmente se encuentra el cadáver de la incómoda amante de este Theresa (Barbara O’Neil). Una escena deslumbrante en la que destaca el uso de los silencios, la elegancia de las sombras y el movimiento descendiente de la grúa hasta encuadrar un cuadro de la víctima y posteriormente, de forma sorpresiva, mostrarnos el cadáver de esta y la llegada de la policía. Puede que esté describiendo una de las mejores secuencias jamás filmadas por Preminger.

El desarrollo de la segunda parte ofrece una intriga tan eficaz como convencional, pero tiene el interés de mostrar una sorprendente coartada del verdadero criminal, quizá un tanto inverosímil –se auto hipnotiza para someterse a una operación y finalmente vuelve a hacerlo para acudir de nuevo al lugar del crimen-. Creo que es en este elemento concreto –así como en el entramado psicoanalítico que preside el recorrido tortuoso de la acusada por recordar elementos de su pasado que tiene ocultos en su mente-, donde se esconden las mayores debilidades del conjunto. Contrastando con ello, ofrecerá su mejor personaje; el teniente Colton (excelente Charles Bickford), que se debate a la hora de encauzar el caso entre su lógica detectivesca y el pasado que marca el reciente fallecimiento de su mujer, con la que de alguna manera mantenía un tipo de relación similar a la del matrimonio Sutton. Hay un momento magnífico al respecto, ubicado en la parte final de la película, en el que Colton se despierta y accede a la petición del esposo de Ann de llevar a esta al lugar del crimen, donde el cineasta logra describir de forma admirable la intuición del veterano agente de acceder a esa sugerencia pensando en su desaparecida esposa –el realizador encuadra a Bickford sentado en la cama y al lado la foto destacada de su ella-.

Es notoria la maestría que evidencia Preminger a lo largo de toda la película, a la que hay que unir el magnífico look de la Fox –ambientación, fotografía, diseño de producción-, confluyendo en un film realmente estupendo. Sin embargo, no se pueden ocultar los reparos antes señalados, y también de forma especial el miscasting existente en la labor de José Ferrer para interpretar al villano de la misma –por más que su trabajo sea correcto-. Es evidente que el actor ideal para el mismo era Vincent Price, en nómina en aquellos años para el estudio, y que ya había despuntado en los papeles que posteriormente definirían su imagen cinematográfica a partir del debut en la realización de Joseph L. Mankiewicz en DRAGONWYCK (El castillo de Dragonwyck, 1946. Joseph L. Mankiewicz). Esta inadecuación actor-personaje y el poco partido que se extrae en el interpretado por Richard Conte hay que ponerlo en contraposición con la fascinación ofrecida por la bellísima Gene Tierney y el talento desplegado por el ya veterano Charles Bickford.

No convendría omitir, para finalizar, la presencia de bastantes detalles de raíz expresionista que rodean este extraño WHIRLPOOL. Desde el encuadre que oscurece el entorno de los ojos de Ann cuando esta es hipnotizada por Torvo en plena fiesta, hasta la secuencia final en la que la presencia de los espejos son determinantes para definir el momento en el que el culpable de toda la trama, está sometido o no a su propio trance hipnótico.

Calificación: 3           

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