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CINEMA DE PERRA GORDA

TIARA TAHITI (1962, Ted Kotcheff) Tiara Tahití

TIARA TAHITI (1962, Ted Kotcheff) Tiara Tahití

Acostumbrados a la falacia de la supuesta rutina y previsibilidad del cine inglés, no me resulta nada extraño, por el contrario, encontrarme con una comedia tan singular como TIARA TAHITI (Tiara Tahití, 1962), en la que se establece de manera tan aguda el contraste de mundos inherente al clasismo social británico, al tiempo que revela buena parte de los mejores estilemas en la obra de un cineasta tan singular, atractivo y, finalmente, decadente, como el canadiense Ted Kotcheff -William T. Kotcheff firma en esta ocasión-. Nos encontramos en este caso con su obra de debut, tras una cierta experiencia televisiva en el marco del cine inglés, adaptando una novela de Geoffrey Cotterell -también coguionista- iniciada en la Alemania de la reconstrucción tras la II Guerra Mundial, donde se encuentra un destacamento inglés comandado por el -en el fondo- inseguro coronel Clifford Southey (John Mills), destacado por su extraña personalidad en el trato con sus subordinados. Sin esperarlo, hasta el destacamento llegará un viejo colega laboral -el capitán Brett Aimsley (James Mason)-, que en el pasado fue superior suyo y con quien desde el primer momento encontrará una abierta incomodidad, sobre todo, al ver la manifiesta capacidad de este para relacionarse con los soldados. Ese resentimiento existente con alguien dotado de una extraña superioridad en su personalidad, es el que le llevará a jugarle una mala pasada al tener conocimiento de un pequeño contrabando que va a realizar, cuando se dispone a abandonar aquel destacamento y que provocará la caída del prestigio militar de Aimsley.

Pasan bastantes años, comprobando como Southey sigue siendo tan arrogante e inseguro como entonces, pero ha logrado en Londres un notable ascenso social, ejerciendo como gerente de una compañía de hoteles. Mientras tanto, su rival se encuentra residiendo libremente en Tahití ya que, tras abandonar la vida de Inglaterra, se trasladó a un entorno exótico y hedonista acompañado además por la joven nativa Belle Annie (Rosenda Monteros). Aimsley vivirá en un ámbito indolente contando con las tertulias de su amigo francés -también confinado voluntariamente- Henri Farengue (Claude Dauphin), y el puenteo que sobrellevará al oficial Desmoulins (Jacques Marin), al engañarle señalándole que está asesorándole en la novela que este último está escribiendo. Será todo ello un contexto festivo en el que aparecerá igualmente la insidia del poderoso comerciante Chong Sign (impagable composición de Herbert Lom) en contra de Aimsley, dados sus celos por el acercamiento hacia Annie. Aquel ámbito plácido y paradisiaco aparecerá violentado por la llegada de Southey acompañado de dos ayudantes femeninas, con la intención de edificar un hotel en aquellas tierras y extender su compañía, sin apenas imaginar tanto tiempo después que allí pudiera encontrarse de nuevo con aquel compañero que siempre le incomodó y superó.

Estas serán las premisas de una extraña y, por momentos, deliciosa comedia que, bien es cierto, se sale de lo corriente a lo habitual en el género en aquel tiempo, aunque en el fondo adelanta dos de los elementos más concretos de lo mejor en la irregular obra de este insólito realizador. Y es que si unos cuantos años después, Kotcheff ofrecía su propuesta más insólita -WAKE IN FRIGHT (Despertar en el infierno, 1971)- centrada también en el contraste de mundos y civilizaciones, no es menos cierto que mediada dicha década brindaría otras dos estupendas comedias -FUN WITH DICK AND JANE (Roba bien sin mirar a quien, 1977) y WHO IS KILLING THE GREAT CHEFS OF EUROPE (Pero… ¿Quién mata a los grandes chefs?, 1978)- de los mejores exponentes de dicho género en aquel tiempo-. Es decir, nos encontramos con un relato plácido centrado en el estudio y contraposición de caracteres -a los que Mason y Mills se prestan en sendas espléndidas y cómplices performances; imprescindible escucharlos en sus voces originales- de las cuales se extrae un enorme contrapunto cómico, en especial, dado el eterno fastidio por parte de Southey de verse superado de manera inevitable por el carisma natural de quien considera su contrincante -la secuencia en la que este, profundamente irritado en su despacho, durante la noche escucha las incansables risotadas de sus soldados ante las ocurrencias de su rival, supone un originalísimo y espléndido ejercicio de slowburn cómico-.

Pero en TIARA TAHITI destaca, asimismo, la placidez con la que describe ese modo de vida en el que nada sucede, por parte del entorno paradisíaco que centra la acción, abriendo el terreno a títulos inmediatamente posteriores, como el magnífico DONOVAN’S REEF (La taberna del irlandés, 1963. John Ford), prolongando al mismo tiempo comedias que centraban sus argumentos en el enfrentamiento de mundos, como la previa TUNES OF GLORY (Whisky y gloria, 1960. Ronald Neame) -también con Mills en su reparto- de la que esta película parece casi una involuntaria -y más lograda- prolongación. Esa sensación de livianeidad. Esa apuesta por un modo de vida libre y sin ataduras, casi primitivo y, si se quiere, un poco y pacíficamente anarquista, es la que se extiende en buena parte del metraje de una obra insólita pero llena de chispa. En la que resultan regocijantes tantos los divertidos devaneos del siniestro Sign, o los lamentos apenas escuchados de la supuesta validez como escritor del oficial de policía Desmoulins. Incluso de los celos que momentáneamente sentirá Belle Annie. O de los inverosímiles giros argumentales que se producirán -el intento de asesinato de Aimsley, o la incierta, aunque divertida acusación a su eterno rival, atónito protagonista de una aventura que sobrepasará sus entendederas, aunque sirva al primero para que renuncie a sus pretensiones de edificar un establecimiento hotelero en aquel marco-.

Bellamente fotografiado en color por un Otto Heller entregado en acentuar el aura exótica de la belleza paisajística de Tahití, TIARA TAHITI alberga lo más hermoso y sincero de la película, precisamente en sus sencillos pero expresivos planos finales. Será en esos momentos en los que, uniendo la intensidad en la sincera planificación de Kotcheff y la entregada interpretación de sus dos protagonistas, comprobemos esencialmente la melancolía del atildado Southey, por un momento y sin palabras, añorando un modo de vida por completo opuesto al suyo pero que, quizá, en su mirada adivine como una apuesta sincera por la placidez de la existencia. Memorable cierre para una comedia extraña, olvidada y jubilosa, merecedora de una justa consideración.

Calificación: 3

1 comentario

Germán Barón Borrás -

Gran análisis, Ted Kotcheff es muy valioso, te recomiendo que veas "Acorralado" no es ninguna perdida de tiempo - como te leí- y si un clásico del cine de acción de los ochenta