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CINEMA DE PERRA GORDA

A FEVER IN THE BLOOD (1961, Vincent Sherman)

A FEVER IN THE BLOOD (1961, Vincent Sherman)

No es la primera ocasión en la que lo afirmo, pero el progresivo repaso a buena parte de su producción, me hace confirmar que en Vicente Sherman se encontraba un notable narrador y exponente de la denominada generación intermedia, capaz por lo general en el seno de Warner Bros, de extenderse en una filmografía dominada por el manejo diestro de diferentes expresiones del melodrama, y que curiosamente en sus últimos años se imbricó en una serie de variantes posibilitadas por el estudio, dentro de una sociedad USA que abría las puertas a un determinado grado de cuestionamiento de sus ejes. Fruto de ello aparecerán a finales de los cincuenta y primeros sesenta, títulos tan atractivos como THE GARMENT JUNGLE (Bestias de la ciudad, 1957) -heredada de un despedido Robert Aldrich, cuando el rodaje ya se encontraba avanzado, en esta ocasión para la Columbia-, THE YOUNG PHILADELPHIANS (La ciudad frente a mí, 1959), y al que cabría añadir A FEVER IN THE BLOOD (1961), que asume el hecho de resultar inédita por completo en nuestro país -ni siquiera hemos contado con edición digital de la misma-. Todo ello, que duda cabe, no puede decirse que apareciera como decisión personal del realizador. Por el contrario, obedecía a las decisiones de unos estudios que apostaban por un aggiorgnamento de sus argumentos, toda vez el código Hays había decaído, en buena medida por la presión de figuras del mundo del cine, entre las que cabría destacar el constante bombardeo propiciado por Otto Preminger.

Dicho esto, no se puede negar que Sherman se acometió al tratamiento de esa actualización argumental, con el background atesorado en su experiencia previa, acertando al mostrar una determinada simbiosis de narrativa clásica con la adopción de determinados rasgos visuales propios de estos nuevos tiempos. Todo ello se ratifica, punto por punto, en A FEVER IN THE BLOOD, que puede aparecer como el auténtico canto de cisne de su aportación cinematográfica, en la medida que con posterioridad solo filmará un par de largometrajes sin significación -uno de ellos, una biografía sobre Cervantes rodada en nuestro país- adentrándose por el contrario en una muy extensa y poco distinguida andadura en el medio televisivo. Basada en un argumento de Roy Huggins -también productor de la película-, Harry Kleiner y William Pearson, la película se dirime en realidad en el ámbito de la pugna política de tres probables aspirantes el cargo de gobernador de un estado, los cuales tomarán como base la manipulación del ámbito de la Justicia, del que dependen de manera más o menos cercana. Uno de ellos es el juez Leland Hoffman (Efren Zimbalist Jr.), caracterizado por la rectitud de su comportamiento. Otro de los candidatos es el ambicioso fiscal Dan Callahan (Jack Kelly) y, por encima de ellos, se encuentra el veterano y amoral senador Alex S. Simon (un brillante Don Ameche, que acierta al bandear su personaje desde la comedia ligera hasta los matices oscuros), casado con la joven Cathy (esplendorosa Angie Dickinson), secretamente enamorada de Hoffman, varios años viudo. La novedad del asesinato de la esposa del sobrino del ex gobernador del estado -encarnado de manera brillante por un veterano Herbert Marshall- será vista como una oportunidad por parte de Callahan para revindicar una candidatura personal que había esbozado poco antes con Leland, ayudándose para ello con los trapicheos de su fiel colaborador, el veterano sargento Mickey Bears (Jesse White). Al mismo tiempo, Leland intervendrá para asumir como juez la vista, interviniendo más tarde Simon al intentar sobornar al magistrado, al que ofrecerá ser juez federal si en un momento determinado acepta la petición de nulidad de la vista, que intuye se planteará en la misma en un momento dado.

Las piezas de la película se ofrecen de manera clara en un relato que, justo es reconocerlo, se disfruta con interés. Que jamás carece de sentido del ritmo, y que se ve beneficiado además por un montaje dominado por la inmediatez -obra de William H. Ziegler-, capaz de proporcionar a los diferentes episodios que intercalan las acciones de sus protagonistas una pátina de modernidad visual. La película se iniciará con un episodio percutante, la descripción del asesinato protagonista, a través de una planificación que por momentos aparece como un precedente de la que iniciaba la extraordinaria THE NAKED KISS (Una noche en el hampa, 1964) de Samuel Fuller. Desde el primer momento sabemos que el jardinero Thomas Borely (Robert Colbert) -alguien con brotes psicóticos muy bien expresados en sus breves apariciones en el relato- es el autor del crimen, por lo que nuestra visión siempre tiene presente que la vista está jugando con la vida de un inocente, al que literalmente se está utilizando como ‘carnaza’, pese a que los indicios sean proclives a su acusación.

Quizá tomando como referente la cercana ANATOMY OF A MURDER (Anatomía de un asesinato, 1959) del ya citado Preminger, lo cierto es que el film de Sherman destaca por la franqueza -siempre con tinte sensacionalista- sexual de su propuesta -en un momento dado se expresará en la vista la incesante vida sexual de la asesinada-. La cámara demostrará una notable agilidad a la hora de cubrir el centro de los acontecimientos narrados, o en la incorporación de los actores dentro del encuadres acertando al trasladar a espectador esa tensión latente entre ellos, por más que en líneas generales la misma se exprese siempre con encuentros donde la dureza del enfrentamiento quede tamizada de modales civilizados. Sin embargo, si algo echo de menos en A FEVER IN THE BLOOD es densidad. No cabe duda que sus dos horas de metraje discurren con celeridad, pero no deja de resultar evidente que uno añora una mayor capacidad de introspección psicológica a partir de la ambición de su base argumental, que no siempre su director acierta a convertir en auténtica profundidad cinematográfica. Es cierto que nos podemos quedar con el tratamiento del asesino -esa panorámica que describe su turbación cuando abandona la sala como testigo, al ser encuadrado desde la tribuna del jurado-, por más que la resolución final del caso aparezca un tanto peregrina y forzada. Me quedaré asimismo con las secuencias protagonizadas por los dos latentes amantes – Zimbalist y Dickinson- revestidas de intensidad y verdad, o con esa bien elegida galería de veteranos secundarios que aparecen como entregados colaboradores en las campañas de los candidatos. Pero fundamentalmente, destacaría dos episodios que elevan la intensidad de este, con todo, más que apreciable drama judicial. De un lado, la intensidad con la que el abogado defensor (inesperado Ray Danton) logra acorralar a Bears, haciendo con ello palanca para demandar la anulación del juicio, y llegando a insuflar a la narración de momentos espectaculares. El otro, la celebración del 4 de julio por parte del partido que se encuentra a punto de celebrar sus primarias, y que por su configuración me recordó instantes similares de la inmediatamente posterior THE MANCHURIAN CANDIDATE (El mensajero del miedo, 1962. John Frankenheimer)

Calificación: 2’5

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