Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

CHILDREN OF THE DAMNED (1964, Anton M. Leader)

CHILDREN OF THE DAMNED (1964, Anton M. Leader)

En más ocasiones de las deseables, un fracaso comercial o crítico ha condenado durante décadas determinados títulos, y solo el paso de muchos años ha permitido rehabilitarlos del ostracismo al que han sido sometidos. Considero que un ejemplo palmario de esta circunstancia se produce con CHILDREN OF THE DAMNED (1964), única película filmada por el habitualmente televisivo realizador americano Anton M. Leader en terreno británico, a partir de la división americana de la Metro Goldwyn Mayer, intentando con ello prolongar el inesperado éxito de la primigenia VILLAGE OF THE DAMNED (1960, Wolf Rilla), adaptación de la novela de John Wyndham ‘The Midwick Cuckoos’. Para ello, albergaron el acierto no de plantear un remake de la misma, sino, por el contrario brindar una variación de su planteamiento de base, trasladando su radio de acción de un contexto rural a otro urbano, modificando el origen de los propios protagonistas y, lo que resulta para mi más importante; la aplicación como telón de fondo del relato, de una mirada revestida de ambivalencia y pesimismo en torno al entonces muy vigente temor en torno a la posibilidad de un holocausto mundial en aquellos tiempos de la guerra fría. Fruto de esa afortunada confluencia de elementos se ofrece no solo una propuesta que a mi modo de ver -lo reconozco, muy poco compartido- se erige incluso con superior interés a su ya magnífica referencia cinematográfica. Es más, y dentro de una mirada muy personal, creo que su extraordinario resultado la sitúa entre las muestras más valiosas de la -ya de por sí especialmente relevante- ciencia-ficción británica, junto con la muy cercana THE DAMNED (Estos son los condenados, 1962. Joseph Losey) y la posterior QUARTEMASS AND THE PIT (¿Qué sucedió entonces?, 1967. Roy Ward Baker).

La película se inicia de manera directa -posee un guion sin fisuras, obra del posteriormente oscarizado John Briley-, con la contemplación de una prueba realizada en Londres entre varios niños, que muy pronto revelará la enorme inteligencia del pequeño Paul (inquietante, aunque humano Clive Powell), y de inmediato conoceremos a los dos conductores del relato. De un lado el genetista David Neville (Alan Badel) y el psicólogo Tom Llewellyn (Ian Hendry) -magníficos ambos intérpretes en su perfecta compenetración, destacando desde el primer momento la ironía del primero y la vulnerabilidad del segundo-. Ambos investigan, a cargo de la Unesco, el sorprendente coeficiente intelectual del niño, caracterizado por su frialdad, lo que llevará a investigar su entorno familiar. Se encontrarán con su madre y descubrirán que no tuvo un padre al uso. Pronto les harán conocer que, en realidad, existen hasta seis niños, cada uno de ellos procedente de un país diferente -entre el que destacará la presencia de una pequeña rusa- todos ellos caracterizados por similares circunstancias de origen -proceden de entornos desestructurados y carencia de padres conocidos-. Los pequeños, provistos de telepatía colectiva, pronto escaparán de la custodia a la que se les somete por parte del personal de sus propias embajadas, refugiándose en una vieja y ruinosa iglesia, acompañados por Susan (Barbara Ferris), la tía de Paul. Junto al seguimiento que les brinda la pareja protagonista se unirá el avezado agente gubernamental Colin Webster (Alfred Burke) viejo conocido de Neville y Llewellyn, definido desde el primer momento por su personalidad expeditiva y carente de sensibilidad, y quien en todo momento irá encaminado a eliminar a estos niños, intuyendo su peligro potencial.

A partir de esta premisa, por un lado proseguirán las investigaciones moleculares en torno a los niños -analizando muestras de Paul- sosteniéndose la hipótesis del origen extraterrestre de todos ellos. Por otro, se iniciará el acoso al templo por parte de agentes gubernamentales, a los que se sumará personal de las diferentes embajadas, cada vez más conscientes del posible peligro que presentará la asombrosa inteligencia de los muchachos, que han probado en el recinto abandonado una extraña y amenazadora arma que ha revertido una emboscada dirigida a ellos. También se descubrirá que, en realidad, estos muchachos albergan las características genéticas previstas en los humanos largo tiempo después. La espiral dramática se irá enrareciendo, dividiendo a los dos científicos, puesto que Neville se mostrará cada vez más decidido a eliminar el peligro potencial que estos representan, mientras que el psicólogo se mostrará más comprensivo, defendiendo que los muchachos solo atacan como rasgo de defensa.   Estos retornarán a sus diferentes embajadas, pero se enfrentarán a la generalizada mezquindad institucional de todos los países, retornando a la ruinosa iglesia y siendo conscientes que su destino solo se enmarca en un sacrificio colectivo. Será el momento de estar dispuestos a un bombardeo por parte del ejército, que en un momento determinado enfrentará a las autoridades de las diferentes naciones, e incluso a los dos científicos protagonistas. Sin embargo, en un impactante clímax, un inesperado giro del destino propiciará un trágico final.

CHILDREN OF THE DAMNED destaca, desde sus instantes iniciales, por su formulación muy cercana a las costuras del thriller. Heredando en cierta medida ciertos estilemas marcados en aquellos años en el cine americano, así como el de títulos precedentes del cine inglés como la estupenda SEVEN DAYS OF NOON (Ultimátum, 1950. Roy Boulting), asistimos a un relato de creciente angustia y densidad, en el que destacará una puesta en escena crispada, muy atenta a la disposición de sus personajes dentro del encuadre. A partir de esas premisas, destaca poderosamente la implacable progresión de sus secuencias, en las que se alternan a la perfección las diferentes subtramas sugeridas, englobadas en dos principales; la investigación sobre el pasado de los niños y el creciente desasosiego que la incidencia de estos, desprenderán en sus diferentes autoridades responsables, temerosas de una escalada de guerra a partir de las armas que los pequeños podrían recrear.

A partir de estas premisas, destaca de manera poderosa la mirada sombría que se ofrece del Londres de la época -intuyo que una de las razones del fracaso de la película estuvo centrada en el nihilismo generalizado de su propuesta-. A ello ayudará de manera esplendida la iluminación en blanco y negro de David Boulton quien, en plena compenetración con Leader, logran transmitir en todos y cada uno de los fotogramas una constante sensación de pesimismo y desesperanza. Calles desiertas, rincones sombríos -el lúgubre apartamento en el que vive Paul junto con su amargada madre- la perfecta utilización escenográfica de ese templo ruinoso -que, por momentos, parece haber sido extraído de una producción de Hammer Films-, en la percepción de un pathos de incierto resultado. Junto a ello, la película destaca en su impecable trazado de personajes, huyendo del estereotipo y albergando todos ellos una deliberada ambivalencia, que les permitirá aparecer más vulnerables, creíbles y cercanos, permitiéndonos abandonar el hecho de asistir a un relato de ciencia-ficción y, por el contrario, vivir una historia en la que nos sentimos en todo momento imbricados.

Todo ello confluye en un conjunto apasionante, milimétrico en el engarce sus diferentes elementos pero que, al mismo tiempo, desprende en su conjunto una angustiosa sensación de cercanía. De sus discurrir destacaremos momentos magistrales como el asalto en el interior de la iglesia por parte de dos de los matones de Webster, que los pequeños revertirán con su poder, hasta provocar la muerte de ambos. Más impactante resultará, si cabe, la descripción del asalto de varios agentes a estos, en el que los muchachos responderán con una extraña máquina que ofrecerá infernales ruidos para desquiciar a los asaltantes, episodio este en el que el montaje y la garra expresionista se aunarán de manera admirable. Pero antes habremos contemplado una secuencia de extraordinaria composición; el velatorio de los niños del cadáver del compañero indio que ha sido asesinado. Todo ello, teniendo como fondo casi sepulcral las ruinas del tiempo. En cualquier caso, para valorar el alcance de esta para mi extraordinaria película, me gustaría referirme a una secuencia que en otras manos hubiera estado muy cerca del ridículo pero que, dada la precisión con la que se plasma, alcanza un resultado aterrador: la conversación de las autoridades y Paul, en la que este lee sus mezquinos pensamientos, provocando que se maten entre ambos.

CHILDREN OF THE DAMNED revela en sus últimos minutos su condición de parábola cristiana -como la planteaba el film previo de Rilla- en una catarsis de admirable precisión donde todos los personajes presentes dudarán de las convicciones que han mantenido hasta entonces, y en la que se demostrará la imprevisión de la condición humana en el mundo moderno. De tal forma, pese al escaso reconocimiento vivido en su momento, hete aquí que el único film de Anton M. Leader -es triste que no hubiera reincidido en la realización cinematográfica- ofreció una de las propuestas de denuncia más atrevida de aquel tiempo de amenaza y confrontación, superando las brillantes propuestas firmadas al otro lado del océano por cineastas como John Frankenheimer o Sidney Lumet.

Calificación: 4

0 comentarios