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CINEMA DE PERRA GORDA

Charles F. Haas

STAR IN THE DUST (1956, Charles F. Haas) [El último sol]

STAR IN THE DUST (1956, Charles F. Haas) [El último sol]

Hace unas pocas semanas, la contemplación de SHOWDOWN OF ABILENE (1956), me ponía en contacto a una de las obras más personales, de uno de los directores inclasificables del cine norteamericano de la segunda mitad de los años cincuenta; Charles F. Haas. Las escasas pero crecientes referencias existentes en torno al mismo, hablaban de la relación que mantenía con la otra aportación de Haas al western. La casualidad me ha permitido acceder a STAR IN THE DUST (1956) –editada digitalmente en España, con el título EL ÚLTIMO SOL, y en la que firma únicamente como Charles Haas-, rodada inmediatamente antes a SHOWDOWN… Y es cierto que comparte su caudal de cualidades, erigiéndose como una de las muchas muestras singulares que el cine del Oeste proporcionó, en quizá el periodo más creativo y valioso de su andadura. Asimismo, se pueden percibir tanto determinabas búsquedas formales, e incluso planteamientos dramáticos, centrados en la descripción de un microcosmos en estado de conflicto y tensión.

A partir del plano fijo de una estrella tirada en el suelo, sobre la que discurre un viento que esparce la arena del suelo, STAR IN THE DUST se inicia de manera sorprendente con ese abrasador plano general de un amanecer, cuyo fulgor se extenderá al conjunto de un relato que se extenderá en pocas horas de acción –asumiendo quizá la cercana herencia de la fórmula cronológica instaurada por Fred Zinnemann en HIGH NOON (Solo ante el peligro, 1952)-. La misma se focalizará en el pequeño microcosmos de Gunlock, donde se espera en pocas horas, al caer la tarde, el ajusticiamiento mediante la horca, de Sam Hall (espléndido, como siempre, Richard Boone). Para él este será el último sol que señala el título español, después de haber cometido tres asesinatos, por los que ha sido condenado. De su custodia y el cumplimiento de la condena, se encarga el sheriff Bill Jorden (John Agar), un joven respetuoso con la Ley, al que atenaza el influjo de su padre, cuando ocupó el mismo cargo, y que se encuentra cercano a casarse con la joven Ellen (Mamie Van Doren), hermana del banquero George Ballard (Leif Erickson), sobre el que se proyecta una turbia sombra en su comportamiento. La población se encuentra totalmente dividida, enfrentada en una soterrada guerra entre agricultores y ganaderos y, en definitiva, envuelta en una tensión, que sabe plasmar con un enorme acierto Haas, jugando con un sutil sentido del ritmo, con la agudeza del guión, los diálogos y las miradas de unos actores que, en líneas generales –hagamos excepción de la manifiesta incapacidad de Agar para transmitir emociones-, aparecen como notables aliados, a la hora de expresar una colectividad convulsa. No es la primera vez que se citan títulos como este, a la hora de apostar por el universo del western como plataforma para manifestar parábolas que exorcicen las postrimerías del macarthysmo norteamericano.

Es probable que fuera este uno de dichos ejemplos. En cualquier caso, lo que conviene destacar de la atractiva propuesta de Charles F. Haas, aparece su precisión en el uso de los recursos de una serie B, para describir un universo dominado por el desasosiego. Y para ello, además de ese impecable recurso de la presencia de la luz de la jornada-, que proporcionará al conjunto un aura por momentos fantastique-, no hay más que contemplar ese inusual inicio del relato, que describe con pertinencia el grado de tensión vivida en dicha población. Pero para ello utilizará dos singulares elementos. De un lado, la inesperada presencia de un carro con tablones de madera, que se insertarán en el desértico centro de la localidad, descubriendo muy pronto que son los elementos que servirán para el rápido levantamiento del cadalso que ajusticiará a Hall. Junto a ello, aparecerá uno de los rasgos más singulares de la propuesta; ese trovador que cantará y al mismo tiempo se distanciará de la acción, haciéndolo además desde el punto de vista del propio condenado, hasta el punto de hacerlo ¡Cuando este ya ha sido ejecutado! Dicho conjunto será el ámbito en el que se extenderá esta prolongada catarsis colectiva, desarrollada en apenas unas horas, que Haas articula con destreza en un recorrido que se va sucediendo entre los principales personajes de la función, utilizando recursos dramáticos –por ejemplo, la presencia de rejas que cercan a algunos de sus roles-, la apuesta por el detalle –ese peldaño chirriante que, situado en la escalera que asciende a la celda del condenado, servirá como aviso para los hombres de la ley, para evitar situaciones indeseadas-.

STAR IN THE DUST discurre con un extraño sentido del virtuosismo y el fatalismo, en una atractiva propuesta, que en todo momento se proyecta con un adecuado sentido del crescendo dramático, a modo de capas que van revelando su doblez en los comportamientos de su fauna humana y, sobre todo, aflorando el latente enfrentamiento y las tensiones que asumen sus habitantes. Para ello, Haas recurrirá con especial pertinencia al off narrativo, sabiendo expresar algo muy complejo de mostrar en la pantalla; el sentido latente de la amenaza. Es algo que casi podrá palpar en una película que sabe oscilar dentro de su ajustada duración, hacia una ejemplar catarsis final, que se erige casi como un necesario punto de inflexión, cara a normalizar un traumático escenario, que se ve abocado a la confrontación. Y será en dicho ámbito, donde la película adquirirá algunos de sus instantes más memorables. El ataque y tiroteo contra la comisaría en la que se encuentra recluido Hall, donde morirá de un disparo el anciano y entrañable Orval (maravilloso James Gleason, uno de los mejores secundarios de Hollywood), recibiendo el reconocimiento final de sus compañeros. El plano de detalle de las botas del condenado, que describirá su inesperado cumplimiento de la condena o, dominada por una percutante plasmación, la muerte final de Ballard, encaramado en la esquina de la terraza de uno de los edificios, cuando se encuentra a punto de acabar con el sheriff Jorden.

Calificación: 3

 

SHOWDOWN AT ABILENE (1956, Charles F. Haas)

SHOWDOWN AT ABILENE (1956, Charles  F. Haas)

Autor de apenas ocho títulos en la década de los cincuenta, y desarrollando la mayor parte de su andadura como realizador en el medio televisivo, se puede decir que Charles H. Haas fue uno de los directores más extraños de su tiempo, artífice de algunas de las películas más inclasificables, e incluso extravagantes, del cine norteamericano de la década de los cincuenta. Como si se diera en la mano en sus extrañas películas la indigencia de Ed Wood, con la notable inventiva de Edgar G. Ulmer, contemplar SHOWDOWN AT ABILENE (1956), quizá nos incline a pensar que nos encontramos ante su título más notable, aunque en su corta obra aparezca algún western más, que las crónicas señalan mantiene semejanzas con el que centra estas líneas. Y que al mismo tiempo cabe insertar, dentro de la curiosa implicación que el ex especialista Jock Mahoney brindó al género, hasta el punto que son varias las aportaciones llenas de singularidad que protagonizó –dirigidas por el reivindicable Richard Bartlett, o el más conocido George Sherman-. Serían todas ellas, suficiente motivo para proporcionarle un pequeño lugar en la andadura del cine del Oeste durante la segunda mitad de los cincuenta, encarnando en todas sus películas el modelo de un jinete de lacónica y enérgica presencia, en cuya personalidad anida el eco de un pasado en ocasiones tormentoso.

Punto por punto es lo que sucede en el film de Haas, que se inicia contemplando la llegada entre una pradera. Se trata de Jim Trask (Mahoney), que retorna hasta Abilene, en Kansas, tras haber concluido la guerra civil norteamericana, en la que combatió con los rebeldes. Han pasado cuatro años, y muy pronto descubriremos que encubre un ámbito tormentoso en su interior. En el camino se encontrará con el joven Chip Tomlin (Grant Williams, en uno de sus primeros roles cinematográficos, un año antes de encarnar al “hombre menguante” por el que pasará a la historia del cine). Tomlin también retorna a su granja, vistiendo el uniforme de la Unión. Muy pronto, en el cambio de impresiones entre ambos, descubriremos que Jim fue el sheriff de la población, y que en la misma se le ha dado por muerto, algo que se produjo con el amigo que le acompañaba. Desde el primer momento percibiremos la capacidad de concisión que alberga esta atractiva serie B, que se eleva del amplio conjunto de producción en el género producida por la Universal en aquellos años. Si algo destaca en SHOWDOWN AT ABILENE, es la capacidad de Haas para imbricarse en la entraña dramática del relato, proporcionando a su conjunto una extraña densidad, y un considerable sentido del ritmo, unido a la capacidad de descripción de sus personajes, hasta el punto de permitir ligar la estructura dramática de la misma como una nada desdeñable fábula sociopolítica, en la que no resultaría complejo extraer concomitancia en torno a la incidencia del maccarthysmo, tal y como por otra parte aparecería en otros valiosos exponentes del género.

Lo cierto es que el retorno de Jet supondrá un revulsivo para una población que creía se encontraba muerto. Y lo será de manera especial para Dave Mosely (el siempre ambivalente Lyle Bettger), a quien muy pronto veremos esconder el retrato de una mujer cuando se le anuncia la llagada del antiguo sheriff. Haas acierta al trasmitir esa soterrada tensión que permanece latente en el primer contacto entre ambos amigos, aunque en apariencia este aparezca amable. Pronto sabremos que el amigo fallecido en la guerra era el hermano de Dave, y aparecerá la amputación de la mano derecha de este, que se ha convertido en próspero negociante en el ámbito de la ganadería. La población aparece descrita desde el primer momento con unas crecientes tensiones, actuando como marshall el matón Dan Claudius (magnifico Ted de Corsia), perfecta definición de una mentalidad violenta de primitivo fascismo, inserta en el ámbito del Oeste americano. Los enfrentamientos entre ganaderos y agricultores serán moneda corriente, descubriendo el espectador que el mando de la situación lo asume Dave –la secuencia en la que sutilmente con un gesto conmina a Dan a que no responsa a Jim, cuando este ha defendido al joven Chip de un ataque en la población.

Con una enorme capacidad para la síntesis, Haas sabe articular por medio de los elementos más simples, la evolución de la creciente tensión marcada en la población, en la que finalmente Mosely recurrirá a Trask. Un detalle para entender la agudeza de la puesta en escena del realizador; la repentina mostración del brazo derecho amputado de este, que al margen de aparecer como un extraño revulsivo, servirá para justificar la aceptación final de este en el cargo; diez años atrás, cuando ambos eran jóvenes, Jim fue el responsable del accidente que le costó a este el brazo –nunca se relatará como sucedió este en realidad-. Sin embargo, y pese a la aparente normalidad que supondrá el retorno al mando de la ley, dos serán los elementos que centrarán la tensión acumulada en el relato. Por un lado, descubrir que Peggy (Martha Hyer), su antigua prometida, se encuentra a punto de casarse con Dave, tras largo tiempo asumiendo que este había muerto. De otro, la renuencia hacia quien se consideró el pistolero más rápido de los contornos, a empuñar un arma. Y precisamente en ese primer ámbito se insertará la mejor secuencia de la película, cuando Jim conozca la realidad de esa cercana boda, e incluso se encuentre con Peggy, mientras se estaba probando un traje. El pasaje revela el instinto visual del realizador –algo que no se le ha reconocido en las escasas críticas que he leído de la película-, al insertar entre los antiguos amantes, un espejo que reflejará la mirada inquieta y reveladora de Dave, captando el fuego que se refleja entre esos dos seres que años atrás estaban destinados a unirse en sus vidas.

Pero no será esa, la única ocasión en la que podremos percibir la implicación de Haas a la hora de elevar su relato, por encima de la sólida evolución marcada en su creciente densidad. Son pasajes como el fundido que se sobrepone a la afirmación de Dave ante su prometida, señalando que nada los separaría, y en el que contemplaremos a Jim durmiendo y sufriendo una de las pesadillas que le atormentan. O al sadismo que presidirá el episodio en el que los esbirros de Claudius, aprovechando una situación accidental de Chip, lo que permitirá a este azotarlo con saña hasta dejarlo desfallecido –planificando la violenta acción de manera concisa y percutante-. O, por supuesto, el climax del relato, cuando Jim se juegue prácticamente su existencia, exorcizando ese hecho que marcaría su vivencia en la guerra, por medio de una planificación cortante y precisa, al describir como contra todo pronóstico pueda imponerse al matón que le precediera en el cargo.

Capaz durante todo su metraje no solo de mantener, sino ante todo de lograr una creciente temperatura dramática, dotada de jugosos roles secundarios como el irónico ayudante que interpretará un joven David Jansen, y capaz de instantes intimistas tan dolorosos, como la confesión del joven Chip, traspasado de dolor y cicatrices en la cama, transmitiendo a Jim la necesidad de la violencia para mantener la paz, lo cierto es que SHOWDOWN AT ABILENE es una más de las muchas delicatessen que la producción de bajo presupuesto del western en la segunda mitad de los cincuenta, legaron a la posteridad para aficionados y estudiosos del género.

Calificación: 3