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CINEMA DE PERRA GORDA

Dorothy Arzner

THE BRIDE WORE RED (1937, Dorothy Arzner)

THE BRIDE WORE RED (1937, Dorothy Arzner)

La retrospectiva que el Festival de Cine de San Sebastián dedicó en 2014 a la realizadora Dorothy Arzner, ha sido uno de los escasos avances que en los últimos años, se ha puesto en marcha para redescubrir a las nuevas generaciones una obra no demasiado extensa –una quincena de largometrajes-, pero sí bastante influyente, en el melodrama cinematográfico norteamericano de las décadas de los treinta y cuarenta. Inserta en la obra de cineastas como George Cukor, Sydney Franklin, Clarence Brown, Frank Borzage, Gregory la Cava, Mitchell Leisen o John M. Stahl, la singularidad de Arzner reside, a ojos vista de nuestros días, en el hecho de ser la única realizadora que gozó de peso en la industria de su tiempo. Otra cosa creo de mayor calado, sería intentar profundizar en los rasgos de estilo y en la auténtica singularidad –si es que la tuvo- presente en su cine. THE BRIDE WORE RED (1937), es una de sus últimas obras, la única que realizó al amparo de la Metro Goldwyn Mayer, y en mi caso es el tercer título suyo que he podido contemplar hasta la fecha. De entrada en ambos referentes, se puede constatar un considerable grado de interés, incitando a un seguimiento de ese amplio porcentaje de su trayectoria que se encuentra aún pendiente de una necesaria accesibilidad.

Lo cierto es que THE BRIDE… aparece como una de las producciones del estudio del león, marcada por la impronta de producción de Joseph L. Mankiewicz, y en sus compases iniciales podría aparecer como una mixtura de estilos entre los enmarcados en la Paramount –en el que la Arzner desarrolló la parte más extensa de su obra- y la propia Metro, y también una simbiosis de la obra que por aquel tiempo podían representar Lubitsch o el ya citado Borzage –ahí tenemos el ejemplo reciente de DESIRE (Deseo, 1936. Frank Borzage) para tomar una referencia-. Pero es que el mismo tiempo la película aparece como una oposición entre sentimiento y deseo, entre amor y materialismo o, en definitiva, en una más de esas querencia de la realizadora por plantear cinematográficamente, distintos exponentes de la lucha de clases en la sociedad de su tiempo. En este caso, se utilizará una obra teatral de Ferenc Molnar, no por casualidad utilizado por los dos cineastas antes reseñados. Como podemos comprobar, el circulo se estrecha y se cierra, configurando la decidida personalidad de un melodrama que se inicia con tintes de comedia, hasta ir discurriendo por terrenos menos halagüeños.

THE BRIDE WORE RED se inicia en la localidad italiana de Trieste. Allí comprobamos la racha de suerte que tiene el conde Armalia (un sensacional George Zucco), al que acompaña su joven amigo, el diletante y acaudalado Rudi Pal (Robert Young). Será el inicio para que el veterano aristócrata aleccione a su pupilo sobre la presencia de la suerte, a la hora de favorecer a los ricos sobre los pobres. Para ratificar dicho enunciado, y prolongando una jornada lúdica en la que este aparece casi despojado de cualquier interés material –repartirá dinero y propinas a todos con los que se encuentre-, preparando de inmediato un plan destinado a convertir a Anni (Joan Crawford), la cantante de la taberna más degradada de la ciudad. La idea se basa en trasladar a esta hasta un lujoso hotel ubicado en la zona montañosa del norte italiano –el mismo en el que se va a alojar Pal, junto con su prometida-, durante un par de semanas, teniendo a su servicio todos los medios posibles. Será el inicio de la aventura de esta joven rodeada de limitaciones y estrecheces en su vida privada, pero que muy pronto vivirá la aparente felicidad de asumir una nueva condición en la que la comodidad económica irá aparejada por ser cortejada por hombres. Dos serán los que se fijen en ela. En primer lugar, el amable y sincero Giulio (Franchot Tone), encargado de los envíos telegráficos en la población, Por otro estará –como presumía Armalia- Rudi, en el fondo poco centrado en su noviazgo y pronto esponsal con la joven Maddelena (Lynne Carver), y que verá en Anne un referente más para confirmar una personalidad volátil y juguetona. Así pues, el film de Arzner se establece en un constante juego partiendo de esa falsa identidad, que engañará a alguien tan poco dado a honduras como Rudi, pero que quizá no lo haga tanto con el joven Giulio, quien desde el primer momento intuirá que se encuentra con alguien que no demuestra su auténtica realidad, pero al que interesa por lo que en ella contempla de auténtico. Es ahí donde aparecerán detalles en principio inadvertidos al espectador, como el especial cariño que ofrecerá a Anne la presencia de un entrañable camarero –Alberto (magnífico Frank Puglia)-, quien en todo momento ayudará a la recién llegada, limitando esos detalles que delatan su baja clase social ¡y que más adelante se revelará como primo de Giulio!.

Una vez en el lujoso hotel, se ofrecerá ese constante enfrentamiento entre la falsa personalidad de Anni, en la inane sofisticación que se detecta en la vida del hotel, en el encuentro de la cantante con una antigua compañera de taberna, que ha logrado establecerse como sirvienta en el lujoso establecimiento, o en los intentos de la madre de Maddelena –la condesa Di Meina (Billie Burke)-, para ratificar la falsa identidad que del mismo modo ha intuido en ella y, consecuentemente, lograr con ello eliminar ese interés que el prometido de su hija va consolidándose en Rudi.

En medio de una comedia con creciente impronta melodramática ¿Dónde podemos detectar el talento cinematográfico de Dorothy Arzner? De entrada, en el cuidado, la singularidad y la ambigüedad con el que se retrata el personaje de Joan Crawford, del que no se omiten ni aspectos dignos de ser cuestionados –su egoísmo y frialdad, por otra parte consustancial a la personalidad fílmica de la actriz-. Por otro lado, se puede percibir un especial uso de la profundidad de campo, a partir de la cual se jugará con el uso de la iluminación, los claroscuros y la disposición de su diseño de producción. Es de destacar asimismo el gusto por el detalle, que servirá como metáfora en algunas ocasiones. Aspectos como ese nido que Anni encontrará junto a la ventana de su habitación, irán unidos por el cuidado en la presencia de personajes secundarios, como ese camarero que la cuidará, y que cuando esta abandone el hotel de manera deshonrosa, será el único que le abra la puerta, en un gesto de solidaridad. Es de destacar igualmente el tratamiento adulto en las relaciones, que tendrá quizá su punto más álgido en el momento en que la condesa reciba ese telegrama que se habia retenido, descubriendo toda su familia y Rudi, la auténtica condición de la protagonista. Todo se resolverá con miradas, disculpas y serenidad.

Sin embargo, Dorothy Arzner no dejará de insertarse por momentos, en la égida del romanticismo tan practicado por el ya mencionado Frank Borzage –es cierto que su sombra planea sobre buena parte de esta película-. Lo hará en esa asociación de lo auténtico al tomar como referencia lo imponente de los valles montañosos que rodean el hotel. Será algo que tendrá una especial incidencia en el encuentro de Giulio y Anni en el exterior de la cabaña del primero. Allí se irá percibiendo el sincero amor existente entre ambos, hasta sucumbir ambos a sus deseos y, en un detalle genial, escaparse de su chaqueta y volar ese telegrama que revelaba la autentica condición de ella.

Y provisto de una inusual fuerza dramática, aparecerá ese travelling de retroceso, iniciando con intensidad la descripción esa fiesta en la que todos los personajes vivirán algunos de sus instantes más tensos en la expresión de sus sentimientos. Densa y ligera, sombría y esperanzadora, sutil aunque en algunos momentos sin dominar a nivel de montaje la descripción de tiempos, THE BRIDE WORE RED es una muestra de los derroteros de la comedia sentimental de su tiempo, tamizados por la personalidad de una realizador que sabía “sacar pecho” en un contexto tan rico y definido.

Calificación: 3

CHRISTOPHER STRONG (1933, Dorothy Arzner) Hacia las alturas

CHRISTOPHER STRONG (1933, Dorothy Arzner) Hacia las alturas

Conocida a través de su nombre por ser prácticamente la única directora existente en el Hollywood de los años treinta, y del mismo modo apenas apreciada a través de su obra, de antemano he de reconocer que el visionado de CHRISTOPHER STRONG (Hacia las alturas, 1933) supone para mi el primer contacto con la filmografía de una realizadora que se extendió en poco más de una quincena de títulos, hasta su retirada en 1943 –falleció en 1979 con ochenta y dos años de edad-. Por algo se empieza, y he de reconocer que de entrada no esperaba demasiado, a través de la frivolidad que transmiten los primeros minutos de esta producción de la KO Pictures –aún no había llegado la RKO-, en la que se describe un ambiente de alta sociedad, donde sus jóvenes pupilos se plantean en una fiesta una serie de juegos sobre sentimientos. Lo que en un principio se puede establecer como una película –que no llega a alcanzar los setenta minutos de duración-, caduca e irrelevante, poco a poco va adquiriendo carta de naturaleza, siempre dentro de la modestia de su planteamiento. Un planteamiento que se establecerá en la oposición entre dos seres totalmente antitéticos. Por un lado la figura de la fuerte y masculinizada Cynthia Darrington (Katharine Hepburn) –a la que no costaría trasladar como un trasunto de la propia realizadora- , una joven y aguerrida aviadora a la que se ha elegido como representante de uno de esos estériles juegos, por ser una mujer que alardea de no haber amado a nadie nunca. Por su parte, otro de los juegos traerá a Sir Christopher Strong -Colin Clive, bien diferente y demasiado envejecido, en comparación a su rol en FRANKENSTEIN (El Doctor Frankenstein, 1931. James Whale), definido en su demostrado amor hacia su esposa Eleine (Billie Burke), y padres ambos de Mónica (Helen Chandler). Lo que podría parecer una paradoja del destino, pronto se irá convirtiendo en una casi increíble realidad, puesto que dos seres tan opuestos en su pensamiento y comportamiento como Cynthia y Christopher, ambos relevantes en sus respectivas profesiones, y caracterizados por el hecho de suponer destacados exponentes de sendas formas opuestas de entender la existencia, quedarán unidos precisamente a través de dicha oposición. Para el político, el encuentro con la aviadora supondrá la apertura hacia un mundo que hasta entonces se mantenía cerrado, mientras que esta verá en él una sensibilidad de la que hasta entonces jamás había gozado. Se abrirá para ellos una relación amorosa que permanecerá ajena a la esposa de Christopher, mientras que la hija del matrimonio quedará repudiada por su madre al ligar esta a un joven y atractivo muchacho que se encuentra casado –Harry Rawlinson (Ralph Forbes)-.

En definitiva, lo que poco a poco propone con un conseiderable sentido del ritmo, utilizando de manera muy especial los silencios y las miradas de sus intérpretes, es el desmoronamiento de un mundo anacrónico –especialmente el representado por el matrimonio Strong-, aunque la fuerza del representado por la aguerrida aviadora, en el fondo no sea aún suficiente para proponer una renovación y, sobre todo, una sensación de que la sociedad de aquellos primeros años treinta, se encontraba aún convulsa en plena gran depresión –aunque la misma se desarrolle en ámbitos de la alta sociedad-. En ellos se plasmará la posibilidad de aceptar determinados códigos de comportamiento y libertad de sentimientos que, de manera progresivamente dramática, irá introduciendo la realizadora con un considerable sentido de la sensibilidad. Secuencias como la que permite contemplar a la esposa del Christopher a los dos amantes –cuando en realidad ambos se están despidiendo del romance que han mantenido en realidad casi a distancia-, son reveladoras de una mujer que sabía trasladar a la pantalla con sensibilidad el sentimiento amoroso, sino con una personalidad especialmente definida, si al menos a la altura del nivel medio esbozado por nombres como Gregory La Cava o John Cromwell –dos de los directores más recurrentes de la productora en aquellos años-. Dentro de ese conjunto, la Arzner demuestra un nada desdeñable sentido de la delicadeza, y sobre todo, cabría destacar CHRISTOPHER STRONG como una auténtica película puente, dentro de la implantación del nefasto código Hays. Realizada en 1933 –año en que este se implantó-, estoy convencido que caso de haberse filmado apenas un año antes, la conclusión del film no hubiera adquirido el alcance trágico que propone. Sin embargo, y sin que ello sirva como elemento de justificación, hay que reconocer que la elección de dicho final propondría una insólita catarsis en el cine de aquellos tiempos y, quizá por ello, la contundencia de ese esfuerzo casi sobrehumano de Cynthia por superar todos los records de altura, queden superpuestos –un detalle de puesta en escena magnífico- a los recuerdos gratos y menos gratos que han forjado una relación que jamás ya va a poder prolongarse en el tiempo. En definitiva, y pese a su aparente corto alcance, no cabe duda que la propuesta de la Arzner sigue manteniendo parte de su vigencia, sobre todo sostiene sus costuras vigentes ocho décadas de su realización y, sobre todo, invita al seguimiento de todo aquello que pueda llegar hasta nosotros de su obra –lo cual, cierto sea de paso, no resulta tarea fácil-. Lástima que el enunciado dramático que permite la conclusión del relato no llegue hasta sus últimas consecuencias –da la impresión que el rodaje pilló la misma en plena implantación del señalado código Hays-, proponiendo la tragedia absoluta que no solo se cernirá con la joven accidentada, sino ante todo en los personajes que, con vida, tendrán que sufrir en sus conciencias el hecho de haber sido copartícipes de la misma.

Calificación: 2’5