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CINEMA DE PERRA GORDA

Edward Ludwig

THE LAST GANGSTER (1937, Edward Ludwig) El último gangster

THE LAST GANGSTER (1937, Edward Ludwig) El último gangster

Más allá de su propia configuración genérica –un relato de gangsters escorado muy pronto en el seno de un sórdido melodrama- o las características que ofrece su propia gestación –un insólito exponente de MGM con un actor heredado de la Warner, la presencia de William A. Wellman como uno de sus argumentistas o, en definitiva, la firma del extraño Edward Ludwig en las tareas de dirección-, lo cierto es que THE LAST GANGSTER (El último gangster, 1937) deviene rápidamente como uno de los retratos más rotundos que el cine norteamericano brindó en el cine de los años treinta, en torno a las diferentes formas de crueldad que alberga la condición humana. No se puede decir que el cine USA de aquellos años careciera de exponentes en esta línea –que van desde I AM A FUGITIVE FROM A CHAIN GANG (Soy un fugitivo, 1932. Mervyn LeRoy) a HEROES FOR SALE (Gloria y hambre, 1933) del propio Wellman-. Sin embargo, y pese a ciertas irregularidades que enturbian el conjunto de la película –generalmente centradas en la escasa definición o el convencionalismo que rodea la relación matrimonial que mantendrán la esposa del protagonista y el joven periodista Paul North (James Stewart)-, lo cierto es que nos encontramos con una película seca, primitiva en el mejor sentido de la palabra y concisa. Una propuesta que avanza en ocasiones de forma eléctrica, en la que se puede aplicar esa deseada máxima de una idea por plano, y en donde se describe el ascenso y la caída y finalmente la redención de un conocido e influyente gangster –Joe Krozac (un espléndido Edward G. Robinson)-. Una redención en su comportamiento quizá no advertida como tal, en la medida que sabemos que se trata de un hombre dominante, egoísta y vengativo, sino en su contraposición con una amplia galería de individuos –buena parte de ellos caracterizados en apariencia como seres respetables-, en los cuales quizá detectemos más bajezas y rasgos censurables que quien queda descrito como un exponente negativo de la sociedad que le rodea.

 

Dolorosa paradoja la de Krozac, al que contemplaremos inicialmente recién casado con la bondadosa Talya (Rose Stradner), una joven que apenas sabe balbucear el inglés y con la que nuestro protagonista se ha unido con la intención primordial de tener descendencia. Muy pronto conoceremos la expectación que la figura de Krozac despierta –es perseguido por periodistas a su llegada de viaje- y la crueldad de su carácter –mandará matar a los componentes de un gang enemigo, asesinando a tres de sus componentes, ambos hermanos. De esa dolorosa situación quedará otro hermano superviviente, pero curiosamente Joe será detenido por la policia federal acusado de evasión de impuestos –tal y como sucediera con Al Capone-. Será el inicio de su desdichada andadura vital posterior, siendo condenado a diez años de cárcel y trasladado a la prisión de Alcatraz. Ya en el traslado, el temible gangster sufrirá el martirio de ser despreciado y odiado por todos, recibiendo aquellas crueldades que él, al amparo de su poder, había infringido en el pasado. Serán humillaciones que no solo recibirá de los funcionarios e incluso el director de la prisión, sino incluso de delincuentes que en un pasado más o menos reciente han compartido andadura con él, siendo en su momento sojuzgados por el entonces poderoso protagonista. Será algo que en buena medida ejemplificará el constantemente quisquilloso Caspar (John Carradine), pero no es menos cierto que la galería humana que va acercándose en una u otra medida al personaje o la historia de Krozac, revelarán un conjunto absolutamente desolador. Su lugarteniente Curly (Lionel Stander) solo mantiene su relación con este para lograr a la salida de la prisión de su jefe apoderarse del dinero que sabe tiene escondido. Su abogado finalmente desistirá de su defensa cuando adivina que no puede sacarle más dinero. El editor del diario de San Francisco (Sidney Blackmer) no dudará en ofrecer el semblante más sensacionalista posible de la historia de Krozac, aunque ello lleve a perjudicar el futuro de su pequeño… Será precisamente el hijo de nuestro protagonista, el único eslabón que mantendrá un atisbo de aliento vital para que el condenado se mantenga activo y cumpla su condena. No lo había conseguido incluso el hecho de que Talya finalmente detecte la verdadera personalidad de su esposo y, sobre todo –en una secuencia de enorme fuerza- descubra el hecho de que realmente no le amaba a ella, sino que la había utilizado para tener descendencia, separándose de este y finalmente casándose con Paul North, no será óbice para que Joe finalmente logre salir con entereza de una condena que, desgraciadamente, no servirá para reactivar su vida. Diez años después su figura ya no inspira ningún temor, ni siquiera sentimiento de odio. Sin embargo, no dejará de ser engañado por Curly, e incluso torturado para que revele el lugar donde tiene depositado el dinero que esconde desde entonces. Ante su negativa, estos finalmente secuestrarán a su hijo –al cual no había visto Krozac, y que es ya un chico formado-, al que igualmente someterán a tortura psicológica delante de su padre, para que este revele donde guarda el dinero que en su día evadió al fisco. El protagonista accederá, y tanto padre como hijo serán abandonos en medio de una noche lluviosa en el campo. Serán apenas unas horas, el contexto en el que el último gangster podrá confraternizar con su hijo –que en ningún momento es consciente de estar ante su verdadero padre-, sintiendo nuestro protagonista la auténtica sensación de que con él –que además comparte algunos de los rasgos de su personalidad-, su existencia tiene una continuidad, y ya no es necesario que su lucha vital se prolongue. Finalmente, padre e hijo llegarán a la casa del muchacho, donde Talya y Paul –que ejerce como padre del muchacho, ya que ambos se casaron hace años- en sus miradas compasivas y hasta cierto punto avergonzadas, se sentirán culpables de haber abandonado a este hombre que, bajo su manto de crueldad y dureza, escondía sentimientos nobles. Será un breve momento para recuperar una dignidad perdida, ya que finalmente una lucha –dominada en un espléndido momento entre sombras, tras encuadrar a Krozac entre cubos de basura-, este luchará ya casi sin vida por defender el futuro de ese hijo que quizá jamás en su devenir descubra que tuvo un padre que desarrolló su vida en el mundo del hampa, pero que siempre tuvo en mente lo mejor para su hijo.

 

Al principio de estas líneas señalaba que THE LAST GANGSTER era fundamentalmente un melodrama dominado por su sordidez. Clara superación al moralismo y esquematismo de no pocos de los exponentes del género rodados en el entorno de la Warner, sorprende encontrarse en el contexto de Metro Goldwyn Mayer un film de tanta dureza, en el que destaca la ausencia de moralismos, y que de alguna manera puede establecerse como puente entre títulos como THE PUBLIC ENEMY (1931, William A. Wellman) y la posterior THE ROARING TWENTIES (1939, Raoul Walsh). Con un ritmo percutante, utilizando una dosificación precisa de los contenidos de sus secuencias, elementos de montaje –la presencia de titulares de prensa, en los que se insertarán de manera sorprendente sus propios títulos de crédito; los rótulos que reflejan el paso del tiempo en la condena del protagonista-, y no decayendo en el retrato colectivo que ofrecen de una sociedad cruel y brutal incluso en los representantes que en teoría han de defender los valores más nobles de la misma –personal penitenciario, abogados y letrados, periodistas-, lo cierto es que el film de Ludwig deviene finalmente un extraño e incómodo apólogo moral –jamás moralista-, en el que se ofrece una descripción social nada complaciente en la que la definición del bien y del mal o la de la propia aplicación de la justicia, revelan un notable margen de ambivalencia.

 

¿Hasta que punto puede detectarse en THE LAST… la personalidad de su realizador, Edward Ludwig? Estimo que sin hablar de autorías, sí que nos encontramos ante un relato descrito con notable sequedad, en el que quizá su rasgo más destacable sea la propia fuerza de la progresión del relato, así como determinados elementos que revelan el alcance cruel de no pocas de sus secuencias –la manera con la que los presos son gaseados por el personal de Alcatraz cuando se enfrascan en una pelea, las torturas que sufrirá tanto Krozac como su hijo cuando los sicarios de Curly desean recuperar el dinero que el antiguo capo mafioso atesora escondido, los propios momentos finales del protagonista, que adquieren una vertiente casi cercana a la redención cristiana-. Es probable en este sentido que Ludwig heredara elementos bastante recurrentes en el cine de Wellman –implicado en el proceso argumental del film-, pero lo cierto es que no se puede negar en la película un extraño marchamo, al que cabría unir la constante recurrencia a la elipsis –que permite una rápida progresión y síntesis de la película-. Antes lo señalaba. Quizá la única objeción seria que pueda formularse a THE LAST GANGSTER sea el descuido y, lo que es peor, el convencionalismo con que son descritos los personajes de Talya y North una vez estos se internan en la normalidad burguesa. Será especialmente evidente en la ridícula caracterización a que es sometido Stewart con un inoportuno bigote. Sin embargo, esta objeción no debe permitirnos olvidar la notable fuerza que ofrece este subversivo cuento moral, que se mantiene vigente en nuestros días.

 

Calificación: 3

THE FIGHTING SEABEES (1944, Edward Ludwig)

THE FIGHTING SEABEES (1944, Edward Ludwig)

Para todos aquellos –entre los que me encuentro-, a los que les gusta “escarbar” rarezas dentro del cine norteamericano escorado hacia la serie B, es indudable que nos puede resultar hasta cierto punto familiar encontrarnos con el nombre del ruso Edward Ludwig (1898 – 1982).. Realizador incluso reivindicado dentro de algunos exponentes de la crítica francesa de los años sesenta, lo cierto es que su nombre aparece asociado a una serie de exponentes del cine de aventuras en la década de los 40 y 50, que cuentan con un relativo prestigio. Me estoy refiriendo a títulos como WAKE OF THE RED WITCH (La vengasnza del bergantín, 1948), SANGARÉE (La mansión de Sangarée, 1953), o JÍBARO (1954), estimados por numerosos comentaristas y aficionados. Pese a no haber podido contemplar varios de estos títulos, puedo atestiguar la singularidad del primero de los citados, aspecto este que me motivaba al visionado de THE FIGHTING SEABEES (1944), con la esperanza de acceder a un exponente atractivo de cine bélico. En función de dichas relativas expectativas, la decepción es notable. Cierto es que aquí y allá se pueden detectar detalles de un realizador con intuición cinematográfica, e incluso algunas de sus secuencias –fundamentalmente las dos que describen los combates mantenidos contra los japoneses-, revisten intensidad e incluso una cierta originalidad. Sin embargo, ninguno de estos ocasionales aciertos puede demasiado con una película en líneas generales bastante pobre –nos encontramos ante una arquetípica producción de la Republic-, dominada por los tópicos, estática en su desarrollo, y envuelta en un enorme rosario de convenciones a partir de su guión –aunque este fuera responsabilidad del prestigioso Borden Chase, posteriormente artífice de una gran aportación en su parcela dentro del “western”-, también artífice de la historia original que sirve de base al film.

 

THE FIGHTING… se describe con los tintes de un melodrama triangular de corte bélico, centrado en la relación que la aguerrida periodista Consatnce Chesley (Susan Haward) mantiene con el comandante Robert Yarrow (Dennos O’Keefe). Yarrow es un militar que entrará en conflicto con Wedge Donovan (John Wayne). Donovan por su parte es el cabecilla de un grupo de trabajadores civiles que se encuentran desarrollando su labor en el Pacífico, expuestos al ataque de los japoneses ya que por ley están obligados a no poseer ni utilizar armas. La existencia de bajas mortales y numerosos heridos, es lo que provocará el enfrentamiento que encabeza su representante. Una vez en contacto con Yarrow, todos ellos regresarán hasta la zona de conflicto, donde tras un ataque en el que sufrirán numerosas bajas, merced a una inicial imprudencia marcada por la respuesta a una emboscada de los nipones. A raíz de esta circunstancia, el grupo de trabajadores será adherido a la armada, permitiéndoseles portar armas y siendo Donovan nombrado comandante. Junto a este reconocimiento en su aportación, este se verá progresivamente ligado a Constance, aspecto este que advertirá Yarrow, hasta entonces unido emocionalmente a la periodista. Este conflicto emocional oscilará en el posterior desarrollo dramático, hasta que finalmente –y como solía suceder en películas de estas características-, todo se tenga que solventar con la desaparición de uno de ellos.

 

Como antes señalaba, poco se puede esperar de las sugerencias argumentales de un título que no se anda en sutilezas. Buena parte de los tópicos inherentes al género se encuentran presentes en un metraje pesado y en ocasiones incluso plomizo, dejando en no pocas ocasiones –como en los propios instantes finales, que malogran incluso un travelling de retroceso en grúa, llena de emotividad dentro de una ceremonia militar-, entrever un carácter militarista bastante antipático.

 

Sin embargo, y contra estos poderosos inconvenientes, la pobre definición del trío protagonista, los estereotipos, el aire propagandístico destilado, el estatismo y el escaso dinamismo del conjunto, es cierto que en algunos momentos se despliega la singularidad de Ludwig tras la cámara. Es algo que se destila en la composición casi arquitectónica de algunos planos, o en la intensidad de sentimientos que se desprende en instantes en donde el triángulo amoroso expresa sus instantes más definitivos. Me estoy refiriendo al momento en que Constante se encuentra herida en una cueva y Donovan le confiesa su amor –mientras Yarrow contempla en segundo término la sinceridad de tal aseveración-, o en aquel otro posterior en el que se describe la declaración de la joven hacia el segundo de sus pretendientes, algo que este rechaza caballerosamente, mientras en el fondo del encuentre se ubican las sombras de una ventana de fondo.

 

No obstante, si hay algo perdurable en este título finalmente mediocre, es en la intensidad e incluso originalidad de las secuencias de los ataques entre norteamericanos y japoneses. Especialmente aquella en la que los trabajadores –ya entonces adheridos a la armada- atacan a los nipones con sus escavadoras, desarrollándose una explosión de mayúsculas proporciones, que servirá para que los segundos emerjan de sus escondites, y se encuentren a tiro de los norteamericanos. Momentos y secuencias que indudablemente devienen de importancia secundaria, en un título de escasas cualidades que, sin embargo, no remiten mi curiosidad en el acercamiento a la producción de este extraño Edward Ludwig, que no pienso, sin embargo, nos lleve a encontrarnos con ninguna figura desconocida en el panorama del cine USA de antaño.

 

Calificación: 1