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CINEMA DE PERRA GORDA

Francis Lawrence

I AM LEGEND (2007, Francis Lawrence) Soy leyenda

I AM LEGEND (2007, Francis Lawrence) Soy leyenda

Si hubiera que evocar títulos de referencia en la literatura fantástica, ante los que siempre se ha polemizado sobre el decalage producido en sus adaptaciones cinematográficas, estoy seguro que el ‘Soy leyenda’ escrito por Richard Matheson en 1954 ocuparía uno de los puestos de cabecera, si no se situaría de manera directa en su punto de partida. Pocos años después de su edición, la británica Hammer Films estudió una adaptación dirigida nada menos que por Terence Fisher, que lamentablemente no se llevó a cabo. Hubo que esperar hasta 1964 para que surgiera la atractiva copropducción italo norteamericana THE LAST MAN ON EARTH, realizada por el artesano Sidney Salkov -bajo el pseudónimo del italiano Ubaldo Ragona-, y en el que el guion de Matheson -que firmó bajo el seudónimo de Logan Swanson- finalmente renegó de toda autoría. Aunque alejada del espíritu de la novela que le serviría de base, y olvidada por completo durante décadas, lo cierto es que se trata de una atractiva propuesta de fantastique destacada en su vigorosa atmósfera existencial, y que adelanta en su contexto apocalíptico el posterior NIGHT OF THE LIVING DEAD (La noche de los muertos vivientes, 1968. George A. Romero). Nada de ello se puede decir de la muy posterior THE OMEGA MAN (El último hombre… vivo, 1971. Boris Sagal) caracterizada por la mediocridad narrativa de su firmante, por completo deudor de los peores vicios visuales de su tiempo, e insertando un contexto reaccionario y simplista nada recomendable. No he visto I AM OMEGA (2007, Griff Furst), que se estrenó directamente a video, cuyas referencias no pueden ser peores, y estimo que rodada al servicio de la justamente olvidada estrella de cine de acción Marc Dacascos.

Pues bien, ese mismo 2007, también plasmada como vehículo al servicio del muy solvente Will Smith, se pone en marcha I AM LEGEND (Soy leyenda, 2007) para la cual se elige como realizador al conocido director de video clips Francis Lawrence -que había dado sus primeros pasos en el fantastique con la muy discreta CONSTANTINE (Constantine, 2005)-, y para lo cual se parte no del original literario de Matheson -su propio autor siempre señaló que esta era la versión que más se alejaba de su novela-, sino fundamentalmente de la base argumental escrita en 1971 por Mark Protosevich y Akiva Goldsman, que serviría de base a la lamentable versión firmada por el muy prescindible Boris Sagal. Por fortuna, y aun encontrándonos dentro de un producto que no se eleva de un nivel general discreto, en el que los servilismos mainstream y hacia su estrella protagonista lastran posibilidades que emergen en sus mejores momentos, no es menos cierto que en líneas generales logra aplicar un mínimo de interés, como si entre sus costuras pugnara por aparecer ese pathos existencial descrito en su base literaria.

Nos encontramos en la ciudad de Nueva York -no en el Los Ángeles de la novela-. Por cierto, ¿Por qué siempre se ha de establecer la ciudad de la Gran Manzana como referente del mundo occidental en cualquier cinta más o menos ligada al cine de catástrofes? La película muestra mientras discurren las compañías productoras, unas locuciones televisivas que nos introducirán de manera muy percutante a una entrevista realizada a la doctora Alice Krippin (un convincente cameo de Emma Thompson), en donde esta afirmará con serenidad que ha logrado una vacuna que cura el cáncer. La afirmación en primer plano fundirá de manera impactante con un plano general de las calles de Nueva York con el subtítulo “Tres años después”, describiendo un entorno urbano dominado por la ausencia de vida urbana, y dominado por una agreste vegetación que ha inundado el asfalto de la gran urbe. Será el inicio del atractivo fragmento inicial, en el que la cámara de Lawrence acertará a describir ese contexto de soledad urbana y desolación en el que realiza su vida diaria el médico Robert Neville (Smith), eternamente acompañado de su perro e intentando conformar una vacuna que pueda revertir -de manera inútil- la infección que ha convertido a los supervivientes de una pavorosa pandemia, en auténticos y temibles zombis que atacan de noche. Más allá del cierto temor que supone contemplar esta película, cuando las consecuencias de la Covid19 parecen disiparse de una vez, lo cierto es que la primera mitad de I AM LEGEND ofrecen numerosos pasajes y episodios adornados de interés. Desde la manera con la que se describe la cotidianeidad de la vida solitaria del protagonista, su reclusión en una vivienda en la que se encuentra provisto de planchas de hierro para aislarse cada noche de la llegada de estas criaturas, y en donde de día utilizará viejas grabaciones televisivas para intentar adquirir la impresión de comunicación. Y es que para ello no dejará de hablar con su perro, o cada jornada acudirá sin demora al puerto de Nueva York, a ver si ha respondido alguien a su llamada de encuentro con otros seres humanos. O la habilidad que pondrá en práctica a la hora de intentar cazar un ciervo -lo que permitirá una fantasmagórica conclusión, con la inesperada presencia de un león- y, de manera muy especial, uno de esos zombis, con los que intentará proseguir en sus investigaciones que irá desarrollando en un bien pertrechado laboratorio ubicado en el sótano de su vivienda. Allí prolongará sus nuevas fórmulas en animales enjaulados, y no cejará en dejar documentado el devenir de su búsqueda científica.

Dentro de esta primera mitad, que se erige de bastante superior interés sobre la parte que le sigue, y que estará punteada con una serie de flashbacks que ilustrarán el proceso de la llegada de la pandemia para el protagonista y su entorno familiar, uno destacaría tres pasajes dotados de especial fuerza cinematográfica. Uno de ellos combinará a la perfección el suspense y la propia frontera del terror, cuando el perro de Neville se adentre en una gran superficie abandonada y totalmente oscura, a la que este se adentrará a rescatarlo, no sin tener que sufrir la cercanía del horror de saber que allí se encuentran un gran número de estas criaturas, que se encuentran prestas a atacarle. Unos instantes brillantísimos, como lo serán, esta vez en vertiente más dramática, el largo primer plano sostenido sobre Smith, al mostrar el dolor que le produce comprobar como su inseparable mascota ha quedado infectada sin posibilidad de salvación por parte de estas criaturas, teniendo que estrangularla en el off narrativo. Sin embargo, por encima de estos dos atractivos instantes, uno destacaría una extraña secuencia, que por lo ha general resulta más desapercibida, y en la que se expresa de manera admirable la soledad existencial del protagonista. Me refiero a la que describe la primera visita de Neville a un abandonado videoclub, en cuyas dependencias este ha ubicado una serie de maniquís a modo de clientes del mismo. Las conversaciones sin respuesta de Neville, y la excelente planificación y uso del formato panorámico por parte de Lawrence, proporcionará los instantes que considero más inquietantes de la película.

Una vez muerta su mascota, el protagonista entrará en una rápida depresión… y la película nunca recobrará el pulso que hasta entonces había alcanzado. Dispuesto a ser inmolado provocará a los zombis, en una secuencia donde se abandonará de manera definitiva esa contención en la presencia activa de estas criaturas, para abocarse por completo en ese espectáculo ‘palomitero’ que hasta entonces se había esquivado con notable habilidad. Neville será atacado sin piedad, y solo la inesperada ayuda de alguien desconocido le salvará de la muerte, despertando de manera sorprendente en su hogar, donde descubrirá a la joven Anna (Alice Braga) y su pequeño Ethan (Charlie Tahan), A partir de ese momento esa aura existencial que, de manera más o menos latente ha estado presente en la película, será sustituida por la presencia de un personaje femenino sin sustancia, e incluyéndose incluso pasajes dominados por la comedia romántica -esa evocación a la figura de Bob Marley- que se sitúan como los más prescindibles de la película. Será el bloque en el que se dilucidarán las dudas de Neville para acompañar a Anne a ese lugar donde según su instinto se encuentran supervivientes, su descubrimiento in extremix de una vacuna eficaz contra la infección o su negación de la divinidad. Todo ello tendrá su clímax en una eficaz plasmación del ataque de estas criaturas a la vivienda hasta entonces oculta de Neville, siempre dentro de los parámetros del cine de acción, y obviando por completo ese sentido del pathos que no se encontrará presente ni el el momento del sacrificio del protagonista.

Una de las limitaciones que a mi modo de ver se evidencia, más allá de esa descompensación de su conjunto, reside en el hecho de no haber proporcionado el más mínimo matiz de humanización a las monstruosas criaturas. Se desaprovecha esa positividad en el último y catárquico encuentro de estas junto a Neville, que intenta explicarles infructuosamente el descubrimiento logrado que podría revertir su inevitable brutalidad. Es curioso señalarlo, pero si hay un momento en que se mire con cierta comprensión a dichos seres, este se describe en ese plano dispuesto en la mirada de Anna en el interior del laboratorio, cuando mire con dolor el panel con las fotografías de las numerosas e infectadas criaturas humanas con las que Robert ha ido experimentando de manera infructuosa, en su búsqueda reiterada de esa vacuna que durante años se la ha ido esquivando.

Calificación: 2

WATER FOR ELEPHANTS (2011, Francis Lawrence) Agua para elefantes

WATER FOR ELEPHANTS (2011, Francis Lawrence) Agua para elefantes

Hay una formula que ha venido extendiéndose dentro de lo que podríamos denominar “cine clásico”: la variante del melodrama centrada en parejas que en un periodo de su veteranía o desaparición recuerdan cuando se forjaron como tales en plena juventud. Sería largo y ocioso citar ejemplos de dicha vertiente, pero en los últimos quince años ha habido dos ejemplos muy concretos. Uno de ellos, el del multitudinario éxito forjado con TITANIC (1997, James Cameron), y otro el del menos comercial pero con el paso del tiempo convertido en una auténtica cult movie. Me refiero a THE NOTEBOOK (El diario de Noa, 2004, Nick Cassavetes). Vaya por delante que no considero ninguno de estos dos referentes, más que dignas propuestas de cine comercial destinado a un público adolescente con unos ciertos tintes, sino de nobleza, si al menos desmarcándose de los peores tics del cine teen, aunque mirando de reojo dicho sustrato de público tan importante para la comercialidad en las taquillas de nuestros días. Y es quizá en la conjunción de ambos elementos, donde quizá cuando se produce determinada “chispa” se logren referentes como los antes citados, que sin suponer grandes exponentes cinematográficos, han logrado ya un lugar en la mítica fílmica de los últimos años.

En dicha tendencia cabe introducir de manera más reciente, WATER FOR ELEPHANTS (Agua para elefantes, 2011), dirigida por el especialista en videoclips Francis Lawrence, de la que recuerdo la desaprovechada CONSTANTINE (2005). A tenor de su escasa experiencia en el largometraje, al menos cabe señalar que encontrándonos ante un título en última instancia discreto, su regusto a clasicismo entremezclado con cierto aire retro puesto en práctica por muchas otras películas de los últimos años, proporciona a la propuesta –destinada ante todo a consolidar como actor adulto a Robert Pasttinson, por más que en su tarea ante la pantalla se aprecien tanto sus enormes insuficiencias como intérprete, como una innegable fotogenia que solo en contados momentos puede traducirse como carisma cinematográfico-. Pattinson encarna en la película al joven inmigrante polaco Jacob –estudiante de veterinaria-. Su juventud aparecerá tras un preludio en el que contemplaremos a su personaje ya muy anciano ante unas instalaciones circenses a punto de ser desmontadas. En esos momentos, lo contemplaremos bajo los rasgos del veterano y excelente Hal Holbrook, quien a raíz de contemplar ante uno de los responsables del circo una foto de la que fue su enamorada y más tarde su mujer, empezará a relatar la historia de aquel pasado que, en forma de flash-back, se extenderá hacia la práctica totalidad del film.

A través de esa emotiva introducción –en la que el rostro de Holbrook supone un aliado de considerable calado a la hora de crear una atmósfera de emotividad-, la película se traslada mediante la voz en off de su protagonista a los tiempos de la Gran Depresión, en donde la familia de Jacob vive sin privaciones la misma, acostumbrados a las superiores estrecheces de su país. Sin embargo, un inesperado accidente de tráfico se cobrará la vida de sus padres, descubriendo al mismo tiempo la situación precaria con la que el fallecido sobrellevaba su negocio, que forzará al muchacho a quedarse prácticamente en la calle –un bello plano mostrado desde el interior de la vivienda familiar que se encuentra vacía y en el momento de abandonarla, nos introducirá a ese mundo al que se enfrenta un joven que hasta entonces vivía una relativa seguridad y estabilidad-. Ese caminar le obligará a ocupar como polizón un vagón de tren, trasladándole de manera inesperada a la tripulación del circo de los hermanos Benzini. Dentro de una extraña recepción, Jacob conocerá al propietario del mismo, el inquietante y carismático August (Christoph Waltz), quien lo admitirá como tal veterinario, teniendo como primer cometido que sacrificar al bello caballo que suponía la estrella del circo, al margen de gozar del cariño de la joven y bella Marlena (Reese Whiterspoon), esposa de August y máxima figura del espectáculo. Poco a poco comprobaremos como dentro del depauperado paisaje social descrito, los circos irán poblándose de la quiebra de otros de ellos, y el promotor del que protagoniza el film, no tendrá escrúpulos de desembarazarse de los operarios a los que no puede pagar, llegando a titarlos del tren en marcha. Es decir, dentro de un ambiente sórdido propio de la época y la descripción de roles secundarios, el film de Lawrence destaca por su espléndida fotografía en color de Rodrigo Prieto, la pertinencia de la banda sonora de James Newton Howard, y un tempo narrativo dominado por la serenidad. Y es que si bien el espectador que acuda a contemplar WATER FOR ELEPHANTS no creo que tenga margen para las grandes sorpresas, a partir del original literario en que se basa –una novela de Sara Gruen-, sí que es cierto que el mismo conserva cierto regusto al cine de antaño, que sus secuencias en líneas generales están planificadas con presteza –sobran algunos apuntes románticos en los que se recurre al innecesario ralenti-, y esa cadencia se combina de manera adecuada al contraste que le proporciona la siniestra personalidad que desde el primer momento esgrime August.

Una vez más, WATER FOR ELEPHANTS nos permite la oportunidad de contemplar la sordidez de un contexto como el circense, en teoría creado para el disfrute de las masas, pero en su interior partícipe de un mundo sacrificado e incluso destinado a las humillaciones. La película de Lawrence no deja de mostrar la faceta bella e incluso esteticista que se muestra bajo la carpa –sobre todo manifestada en esa secuencia en la que el elefante que ha comprado August huye de la misma, y Marlena logra revertir la inesperada y peligrosa situación, haciendo parecer ante el público que se encontraba prevista-. A partir de dichos mimbres, nos encontramos ante un melodrama tan anticuado como ligero y grato de contemplar. Tan dirigido al público adolescente, como evocador de un tipo de cine hoy día en desuso, tan revelador de una época triste y compleja, como embellecido en su look –aspecto este en el que otros títulos precedentes le abrieron el camino-. En definitiva, una muestra más o menos discreta, más o menos admisible, de ese “cine de palomitas”, que al menos nos permite contemplar una historia, una narrativa más o menos relajada, en la que quizá se antoje un poco más de arrojo o intensidad entre su pareja protagonista –los rumores hablan de que en el rodaje los jóvenes se llevaron bastante mal-. Pero ello no evita asistir a una pequeña propuesta que, dentro del hecho de su previsibilidad, atesora en sus mejores momentos cierto grado de temperatura emocional y, sobre todo, cierta nobleza en su trazado cinematográfico.

Calificación: 2