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CINEMA DE PERRA GORDA

Fred M. Newmeyer

GIRL SHY (1924, Fred M. Newmeyer y Sam Taylor) El tenorio tímido

GIRL SHY (1924, Fred M. Newmeyer y Sam Taylor) El tenorio tímido

Es bastante probable que GIRL SHY (El tenorio tímido, 1924. Fred M. Newmeyer y Sam Taylor) permanezca en la memoria del aficionado, amante del slapstick norteamericano, o simplemente seguidor de la figura de su protagonista, Harold Lloyd, por lo desenfrenado de su carrera final. No es ciertamente, motivo de menosprecio, la extraordinaria correría que realiza su protagonista, cronometrada con un timming perfecto de creciente tensión, tripulando un tranvía, caballos, coches que incluso se destrozan, e intentando con ello alcanzar su objetivo; impedir que la joven y adinerada Mary (Jobyna Ralston) se case con un pretendiente que además de ofrecerle nula confianza, resultar implícitamente un competidor para lo que le dicta su corazón –y también el de la novia- ¡¡es un bígamo!!. Pero sin negar la valiosa consideración del largo fragmento, lo cierto es que si algo despierta en mí una especial admiración en la película, es su modélica construcción como comedia. Se trata de una cualidad que en no pocos momentos roza el virtuosismo de guión y realización, y que habla bien a las claras del interés y la seriedad con la que se elaboraban estas películas de rodaje rápido y consumo masivo, destinadas para la diversión del público de la época. Evidentemente, ello no estaba reñido con la búsqueda de un conjunto de producción en el que junto a un ritmo indispensable, se aunara una notable elaboración de situaciones y descripción de personajes. En GIRL SHY prácticamente desde sus primeros fotogramas se nos ofrece una magnífica visión en torno al tímido, apocado y tartamudo Harold Meadows (Lloyd). Encargado junto a su tío de un pobre establecimiento de remiendos de ropa en una población rural –que los rótulos describen escuetamente como el clásico lugar en donde no sucede nada a lo largo de cada rutinario día-, nuestro protagonista se caracteriza desde el primer momento por su enorme timidez al enfrentarse con las mujeres. De ahí cuando tiene el más mínimo contacto con ellas le provoquen esos molestos tartamudeos que, es justo destacarlo, producen a lo largo de la película algunos de sus momentos más hilarantes, sobre todo cuando se contrarresta a ellos la presencia de algún silbido casual que ejerce como un casi balsámico freno. Personalmente, en más de un momento –sobre todo en sus instantes iniciales-, el personaje me pareció un precedente clarísimo del Jerry Lewis de la magnífica THE LADIES MAN (El terror de las chicas, 1961) –recordarán que allí Lewis estaba absolutamente traumatizado por una dolorosa experiencia con una novia de juventud-.

 

A partir de este sencillo planteamiento, la película desarrolla con inventiva la frustrada personalidad de su protagonista quien, como si fuera un Walter Mitty cualquiera, sublima su irrefrenable timidez con el público femenino, escribiendo e imaginando hipotéticas experiencias con jóvenes de diferentes características, en las que ejerce como supuesto macho dominante. En este sentido, son muy divertidas las dos breves secuencias surgidas de la imaginación del atribulado Harold –oponiéndose a una vamp y una flapper- que ha logrado relatar en un libro que quiere presentar para una edición. En ambas ejerce como hombre duro e implacable ante sus oponentes femeninas, permitiendo a Lloyd con ello no solo ofrecer un oportuno contrapunto, sino sobre todo permitir demostrar su versatilidad como intérprete de comedia.

 

Y es que, más allá de poder ser definida como una estupenda muestra de slapstick, GIRL SHY posee –como antes señalaba- una definida estructura de comedia. Sus situaciones, ideas visuales y concatenación de efectos están magníficamente insertadas en la acción, logrando una progresión francamente impecable. Para ello no habría más que detenerse en el partido que se extrae de la entrega del manuscrito del libro en la editorial, con las situaciones contrapuestas que ello provoca, o la previa del traslado en tren de Harold, su trayecto con Mary (Jobyna Ralston), o las incidencias que finalmente le llevan a sentarse con ella, todas las situaciones emanadas al intentar esconder el pequeño perro de la muchacha –que por otra parte es el que ha servido para que ella se fije en él-. En esta concatenación de causa-efecto, y en el magnífico aprovechamiento de las situaciones planteadas, es donde a mi juicio se encuentra la considerable vigencia de esta magnífica película, hilarante como pocas, trepidante e ingeniosa, en la que se observa ya una considerable madurez al apostar abiertamente por una construcción inteligente, sin que esa precisión ahogue su irrefrenable capacidad de diversión. En ese logrado equilibrio marcado en una estructura interna medida y sin fisuras, y la capacidad casi constante de diversión que provocan sus imágenes, es donde a mi juicio se encuentran las cualidades más evidentes de este título ya de madurez en la expresión cinematográfica del personaje de Lloyd, que en apenas un par de años pasó de productos simpáticos pero primitivos, a una estructura de comedia madura, de la cual GIRL SHY supone un exponente francamente notable.

 

Calificación: 3’5

DR. JACK (1922, Fred. M. Newmeyer) El doctor Jack

DR. JACK (1922, Fred. M. Newmeyer) El doctor Jack

A pesar de no situarse a la altura de sus mejores tiempos, nadie puede negar que una comedia como DR. JACK (El doctor Jack. 1922, Fred. M. Newmeyer) es representativa del estilo y el personaje que convirtió a Harold Lloyd como una de las grandes estrellas del burlesco norteamericano. Lloyd representó en su larga producción, el prototipo del personaje alegre, optimista y con cierto tímido atractivo que, enfundado en su eterno traje y su canotier, en el fondo revelaba el espíritu del all american boy, al tiempo que lo combinaba con las sempiternas muestras de su ingenio. Ese registro fue prodigándolo en toda una serie de producciones cómicas que pronto adquirieron una enorme rapidez y un desarmante sentido del timming, que llegó a obras tan precozmente maduras como SAFESTY LAST! (El hombre mosca, 1923. Fred Newmeyer y Sam Taylor) –su título más recordado-, o la admirable SPEEDY (Relámpago, 1928. Ted Wilde), que cabe ubicar sin duda como una de las mejores comedias de los últimos exponentes del cine mudo, al tiempo que una película que captaba con enorme perfección la vorágine urbana newyorkina.


Indudablemente, no se puede situar DR. JACK en la misma valoración. Pero lo cierto es que en 1922 el slapstick no había alcanzado la madurez que muy pronto demostrarían sus numerosas producciones –y antes nos hemos referido al logro que apenas un año después protagonizaría el propio cómico-. Buena parte de ello se advierte en esta divertida andanza de un médico rural lleno de sagacidad, en su encuentro con una joven de buena extracción social, totalmente sobreprotegida por su padre, a la que se supone totalmente dominada por la enfermedad y la debilidad, a lo que contribuirá la constante compañía de un apergaminado y oportunista doctor. Se trata, indudablemente, de una sencilla premisa argumental, que da pie a una película de apenas una hora de duración, en la que se bordea la frontera del melodrama, y que en ciertos momentos anuncia el dinamismo que presidiría el cine cómico protagonizado por Lloyd, y determina ya los rasgos del personaje que iría reiterando a lo largo de su carrera como estrella del cine cómico, y al mismo tiempo se deja llevar por cierto esquematismo en situaciones y planteamientos de comedia.


Bajo mi punto de vista, lo mejor de la película tiene presencia en los minutos iniciales cuando, después de describir el entorno que rodea a la joven “enfermita” (una divertida Mildred Davis), su sobreprotector padre y el odioso médico que la aconseja, nos adentramos en el mundo del joven doctor que finalmente cambiará la vida de la muchacha. Jack (Lloyd) es un joven lleno de inventiva que igual “salva” a la muñeca de una niña que ha caído a un pozo –practicándole la respiración artificial-, que descubre la falsa enfermedad de un chaval que finge la misma para evitar ir a la escuela, pero al que igualmente salva de recibir una paliza por parte de su madre. En su afán de llegar a todos sus enfermos –aunque más cabría señalar “aconsejados”, ya que en realidad nadie padece síntoma alguno-, intenta aprovechar el mayor tiempo posible en sus desplazamientos en vehículos –lo que dará pie a una carrera por distintos medios que resulta lo más divertido de la función, y anuncia uno de los mejores rasgos del cine posterior de la estrella; su ritmo frenético-.


No se puede decir que en este caso, esta rigurosidad en su construcción y timming presida el conjunto, divertido pero también reiterativo, ingenioso y esquemático por momentos, en el que fundamentalmente cabría destacar el encanto que en todo momentos despliega el protagonista. En su entorno se desarrollan instantes llenos de ingenio –ese castillo en el aire que se plasma como pensamiento al encontrarse a la muchacha, que posteriormente se desmorona literalmente cuando un inoportuno incidente le lleva a besarla delante de su padre y doctor, y que posteriormente remontará en su construcción por medio de un divertido retroceso de la imagen; o la situación que se escenifica con un perro al que narcotiza con cloroformo para huir de su persecución-. En su defecto, secuencias como la de la partida de poker que desea boicotear, pecan de excesiva duración dentro de un conjunto tan corto, o la secuencia final en la que simula ser un monstruo para hacer despertar a la protagonista del letargo de su aparente enfermedad, me da la impresión que no se aprovecha en la medida de las posibilidades que muy poco tiempo después nos brindaría el mundo cómico de Lloyd.


Pero, reitero, aún nos encontrábamos en un periodo relativamente embrionario del cine cómico que muy pronto vería depuradas sus fórmulas, y esa relativa carencia de rigor –que, en aquellos momentos, aún demostraban la casi totalidad de figuras cómicas de relieve en aquel tiempo-, no impide que disfrutemos de una función divertida, y nos sirva para acercarnos a un cómico que quizá no ha alcanzado la mitología de Chaplin o Keaton, pero que sin duda hay que ubicar en un lugar de honor del primer gran periodo durado de la comedia cinematográfica norteamericana.


Me gustaría resaltar para concluir un detalle revelador de una mentalidad muy señalada en el cine de Hollywood: el trato marcado a la figura de los negros, aquí manifestados en la ridiculización que Lloyd ofrecía de los criados de color que pueblan la cinta, habitual incluso durante bastantes años después en el cine USA. Una tendencia que, muchos años después, evocarán de forma admirablemente modulada entre su evocación y el propio cuestionamiento de la propia existencia, los admirables minutos finales de BAMBOOZLED (2000, Spike Lee).


Calificación: 2’5