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CINEMA DE PERRA GORDA

Jack Hively

THE SPELLBINDER (1939, Jack Hively) [El gran orador]

THE SPELLBINDER (1939, Jack Hively) [El gran orador]

De entrada, THE SPELLBINDER (1939, Jack Hively), se encuentra situada en un periodo puente dentro de la producción de serie B de la RKO. En realidad, nos encontramos ante un contexto de inflexión en la propia producción de Hollywood, dirigida a un mayor periodo de esplendor una vez se iban disipando las carencias de la Gran Depresión con los efectos de las políticas del New Deal. Nos encontramos ante uno de los ejercicios de mayor febrilidad en el cine norteamericano -nunca he coincidido sin embargo con los que señalan que fue el mejor año de dicha cinematografía-, contando en él con el hito comercial e industrial de GONE WITH THE WIND (Lo que el viento se llevó, 1939. Victor Fleming).

Por supuesto, el título que nos ocupa se encuentra en las antípodas del contexto de gran producción. Por el contrario, asistimos a una muy modesta producción de menos de setenta minutos, rodada pocos años antes de que en dicho estudio se articularan las célebres producciones de Val Lewton o, al mismo tiempo, el desarrollo del cine noir en dicho estudio. THE SPELLBINDER -dirigida por el curioso Jack Hively, de quien recuerdo la posterior y muy agradable comedia FATHER TAKES A WIFE (1941)- destaca, desde casi su inicio, por su extraña combinación de melodrama, comedia y relato criminal. La película se inicia contemplando en plena vista judicial la actuación de Jed Marlowe (Lee Tracy). Lo hará desde un primer plano de detalle que encuadra una flor que éste porta en el ojal -un elemento que sobrevolará todo el relato, y que permitirá una conclusión totalmente simétrica al mismo-. Marlowe es un abogado conocido y temido, sobre todo por sus capacidades y ardides a la hora de defender a sus pocos recomendables clientes, seleccionados todos ellos de los más bajos estratos del hampa. En realidad, la película nos lo muestra en plena acción, haciendo gala de sus tan reconocidas como innobles facultades y marrullerismos, llegando a invocar instintos maternales, buscando el enfrentamiento con el juez para ser expulsado de la sala y, con ello, dejar embastada la absolución del paupérrimo gangster al que defiende, que caerá desmayado al comprobar que ha sido exonerado.

Será esta la rápida, eficaz y percutante presentación de los mimbres de un argumento, que partiría de una historia del posterior realizador y guionista Joseph Anthony, y al mismo tiempo nos permite ir comprobando esa insólita mixtura de géneros que, a fin de cuentas, se erige como principal cualidad de una película ágil, que en ciertos momentos -sobre todo en el tratamiento de personajes secundarios y característicos- se escora hacia la comedia, y en otros, se adentrará en vericuetos melodramáticos -fundamentalmente cuando tiene especial protagonismo el personaje de la hija, Margaret (Janet Marlowe), y toda su peripecia amorosa-. Entre ellos, se insertará una cierta atmósfera turbia que se hará presente en torno a uno de los clientes de Marlowe. Se trata del joven, atractivo, acaudalado y arrogante Tom Dixon (Patrick Knowles). Un muchacho de pocos escrúpulos que no dudará en anunciar a su abogado la intención de asesinar a uno de sus operarios, que alberga pruebas que podrían incriminarle judicialmente. Pese a los deseos de zafarse de la encerrona, finalmente nuestro protagonista se verá en la encrucijada de defenderlo, una vez este cometa el crimen empujando a su víctima por una escalera, dentro de un aparente accidente. La vista, como no podría ser de otra manera y pese al seguimiento que realizará un avezado periodista, permitirá que el acusado sea una vez más absuelto, aunque para ello nuestro defensor se vea en la tesitura de enfrentarse al juez y ser condenado a un mes de cárcel. Lo que para el protagonista de entrada no supondrá más que el paso previo de su estrategia para cumplir el compromiso de exonerar a Dixon, casi de inmediato se convertirá en una pesadilla al conocer que este se ha unido a su hija, e incluso de manera furtiva ambos se han casado. Desesperado, pedirá salir de la celda e intentar revertir una situación calamitosa para su descendiente, para lo que tendrá que tomar una trágica decisión en la que se encontrará cuestionado su futuro.

Envuelta en una fotografía en blanco y negro definida por tonos grises, obra del aún incipiente Russell Metty, THE SPELLBINDER supuso una especie de retorno cinematográfico por parte de Lee Tracy. Conocido por sus estridentes participaciones en comedias años atrás, que aquí acierta a configurar una interpretación en la que aunaba esa aura picaresca heredada de años anteriores, pero insuflando a su retrato del pícaro abogado un aura de madurez y responsabilidad. Será algo centrado sobre todo en la devoción mantenida con su hija, que implícitamente ejerce como catalizadora de ese marco de redención. Ese contexto definirá su dolorosa actuación, encaminada a finiquitar el matrimonio de esta con el despreciable delincuente.

A partir de esas premisas, el film de Hively resalta, como antes señalaba, al ir ondeando esa triple adscripción genérica, centrando curiosamente los elementos más característicos de su vertiente como comedia, en la descripción de la tipología de personajes característicos descritos dentro de las sesiones judiciales. Es así como el trazado de roles secundarios episódicos marcados en esta vertiente, nos proporcionarán no pocos momentos de regocijo. Será el caso del gangster que en los primeros minutos se desmayará al conseguir la absolución a partir de las truculencias de su abogado, o ese doctor que actuará como testigo en la otra vista, al que Marlowe conseguirá muy pronto sacar de sus casillas. Ese trazado de comedia se exteriorizará en otro de los escenarios, como es el recinto carcelario donde el abogado cumple su breve condena, y que se exteriorizará en el divertido rol del carcelero.

En cualquier caso, en una propuesta tan modesta como atractiva en su mixtura de temáticas, no se ausentarán la presencia de atractivas elecciones de puesta en escena, en la que el plano de apertura y de cierre serán prueba concluyente, pero que tendrá otro brillante ejemplo en la grúa de retroceso que describirá el asesinato perpetrado por Tully en la gran escalera del restaurante donde se encontraba cenando con su víctima, o la elección de la elipsis para recrear el instante más intenso del conjunto.

Calificación: 2’5

FATHER TAKES A WIKE (1941, Jack Hively) Papá se casa

FATHER TAKES A WIKE (1941, Jack Hively) Papá se casa

Hace ya cierto tiempo que vengo prolongando una búsqueda de exponentes largo tiempo desconocidos, y me han hecho ratificarme en la impresión de la vitalidad que la comedia americana adquirió durante la década de los cuarenta. Más allá de los títulos canónicos que, según la historiografía general fueron decayendo en su importancia, firmados por referentes como Preston Sturges, Leo McCarey, Howard Hawks, Ernst Lubitsch, Mitchell Leisen o George Cukor, conviene recordar que el propio McCarey rodó en este ámbito una de sus mejores obras al tiempo que, de las menos conocidos, con la extraordinaria GOOD SAM (El buen Sam, 1949). Que incluso cineastas valorados en otros géneros rodaron exponentes inolvidables en la comedia -John M. Stahl; HOLY MATRIMONY, 1943)-, que se podría extender a cineastas tan inesperadamente ligados al mismo, como podrían ser Edgar G. Ulmer, Otto Preminger, Douglas Sirk o Allan Dwan. Pero junto a los grandes referentes del género, durante la década de los cuarenta destacaría el aporte de realizadores ligados al mismo, que incorporaron propuestas llenas de interés, como las auspiciadas por Alexander Hall o H. C. Potter. Nombres a los que cabría sumar la aún no demasiado reconocida suma de profesionales como Richard Wallace, Henry Koster o Charles Vidor, entre otros, capaces en no pocas ocasiones, de ofrecer títulos llenos de interés, ocultos durante décadas, y que quizá a consecuencia de un fracaso o escaso reconocimiento en el momento de su estreno sufrieron el injusto paso al rápido olvido. Es el caso de la hoy día casi ignota FATHER TAKES A WIKE (Papá se casa, 1941) que parte de la premisa de estar firmada por un realizador hoy día apenas conocido -Jack Hively- y acostumbrado aquellos años, de servir un poco como director de recurso, para relatos en calidad de serial en la RKO. En el momento de su estreno, la película supuso uno de los grandes fracasos del estudio, con unas pérdidas que superaron los cien mil dólares, y al mismo tiempo sirvió como retorno de una de las grandes divas del periodo silente -Gloria Swanson- a la gran pantalla.

Pero para lo que nos interesa, lo cierto es que la divertida cinta de Hively -otro más de los exponentes del género que merecen una mirada más atenta- forma parte de una pequeña corriente del mismo, enmarcada en el ámbito del mundo teatral o del espectáculo, en la que se ofrecen exponentes tan brillantes como apenas conocidos, que podrían desde el SLIGHTLY FRENCH (1948) de Douglas Sirk, el previo THE GREAT PROFILE (1940) de Walter Lang, o el divertidísimo BECAUSE OF HIM (Su primera noche, 1946) dirigido por el muy reivindicable Richard Wallace. En esta ocasión, la premisa argumental de Dorothy y Herbert Fields, se centra en la enésima demostración de la ‘guerra de los sexos’ establecida entre dos prometidos con una edad ya cercana a la madurez. Por un lado nos encontramos con el magnate naviero Frederick Osborne (un ejemplar Adolphe Menjou), quien de la noche a la mañana ha iniciado un affaire amoroso con la conocida actriz teatral Leslie Collier (una un tanto desubicada Swanson) a la que siempre acompañará y apuntará su hilarante tía Julie (sensacional Helen Broderick), con la que de manera inesperada se casará una vez la ha presentado el primero a su hijo Frederick Jr (John Howard) y su esposa Enid (Florence Rice). Muy pronto se percibirá los encontronazos emanados de dos nuevos esposos dominados por una compartida personalidad volcánica. Por un lado, Osborne desea someter a una figura artística como la de su esposa, a la que hará abandonar su condición de actriz mientras que, por otra parte, esta luchará por mantener su personalidad y no aparecer engullida por la de su recalcitrante y adinerado esposo. Todo ello irá conformando un intermitente cúmulo de enfrentamientos, que surgirán incluso en la celebración de su boda, o incluso en la fiesta posterior. Sin embargo, pronto aparecerá en ellos el amanecer de la reconciliación hasta que, en su viaje de luna de miel, sea rescatado en el crucero un joven y apuesto cantante mejicano -Carlos Bardez (un muy divertido Desi Arnaz)-. Lo que inicialmente se planteará como la ayuda hacia alguien que se ha fugado y aparece con las características de un náufrago, muy pronto se convertirá en la casi tormentosa presencia del muchacho en el entorno del nuevo matrimonio, hasta el punto de que la esposa no dudará en promover la carrera de este en USA, lo que hará renacer en ella su condición artística. Será algo que Osborne asumirá con unos iracundos celos, ante lo que para él supone intuir que su esposa se encuentra coqueteando con el joven cantante. Su hijo intentará disuadirle de sus sospechas, una vez Leslie abandone a su padre harta de sus sospechas. Sin embargo, lo que Jr. jamás podrá imaginar, es que dicha situación se reproducirá con su propia esposa, y tendrá que ser ayudado por su progenitor para emerger de una crisis matrimonial de igual calado.

Entre la ‘guerra de los sexos’, la presencia de atractivos ecos screewall, E insertando un elemento tan común al género como una inusual sospecha de relación triangular, lo cierto es que nos encontramos ante una comedia en no pocos momentos gozosa, en la que destacan la agudeza de sus diálogos, un impecable sentido del ritmo, e incluso en no pocas ocasiones la pertinencia de una banda sonora de Roy Webb encargada de subrayar y potenciar sus elementos más cómicos.

Y hay que reconocer que, desde sus primeros compases, FATHER TAKES A WIFE aparece pródigo en ellos. Desde el impagable y casi interminable silencio que se establecerá en la primera toma de contacto de Leslie con el hijo de Osborne y su esposa tras el saludo inicial. Del gigantesco slowburn en que se convertirá la celebración de boda de la pareja, en donde los propios novios aparecerán literalmente arrastrados a empujones de manera casi antinatural. En el propio enfrentamiento que se establecerá entre ellos mientras en la planta baja se celebra la fiesta, a cuenta de una batalla de egos iniciada a partir de las iniciales de las maletas de la nueva esposa. O toda la acumulación de grotescas y ridículas situaciones que se producirán una vez entre en escena el joven y estúpido Bardez ¡al que tendrán que organizar una hipotética gira por toda Norteamérica, auspiciada de manera astuta por los Osborne padre e hijo, para poder quitárselo de sus vidas de manera definitiva!

En cualquier caso, dentro de un conjunto hilarante hay tres pasajes que brillan de manera especial. Uno de ellos se centra en la casi surrealista reiteración del enfrentamiento entre marido y mujer que se establecerá en el hijo de Osborne, acudiendo el padre con un estoicismo digno de mejor causa a recogerlo, al intuir que dada la injerencia de Bardez el enfrentamiento va a producirse de nuevo. Por supuesto, resulta especialmente divertida toda la presencia del personaje de la tía de la protagonista, disparando buena parte de los diálogos más mordaces de la película. Entre ellos, no puedo dejar de resaltar la impagable secuencia en la cual esta aparece como enlace telefónico entre Osborne y la herida Leslie, refugiada en la habitación de un hotel, desde donde su tía escenificará una tronchante y falsa conversación entre los enfrentados consortes. Sin embargo, sí me tuviera que quedar con un pequeño fragmento del film, no sudaría en elegir el larvado enfrentamiento que se establece entre los dos contrayentes en la propia celebración de la ceremonia nupcial hasta que, en un momento determinado -maravillosos en ese momento Menjou y Swanson-, el veneno que llevan dentro se transforme de inmediato en la expresión máxima de la felicidad compartida.

Calificación. 3