FATHER TAKES A WIKE (1941, Jack Hively) Papá se casa
Hace ya cierto tiempo que vengo prolongando una búsqueda de exponentes largo tiempo desconocidos, y me han hecho ratificarme en la impresión de la vitalidad que la comedia americana adquirió durante la década de los cuarenta. Más allá de los títulos canónicos que, según la historiografía general fueron decayendo en su importancia, firmados por referentes como Preston Sturges, Leo McCarey, Howard Hawks, Ernst Lubitsch, Mitchell Leisen o George Cukor, conviene recordar que el propio McCarey rodó en este ámbito una de sus mejores obras al tiempo que, de las menos conocidos, con la extraordinaria GOOD SAM (El buen Sam, 1949). Que incluso cineastas valorados en otros géneros rodaron exponentes inolvidables en la comedia -John M. Stahl; HOLY MATRIMONY, 1943)-, que se podría extender a cineastas tan inesperadamente ligados al mismo, como podrían ser Edgar G. Ulmer, Otto Preminger, Douglas Sirk o Allan Dwan. Pero junto a los grandes referentes del género, durante la década de los cuarenta destacaría el aporte de realizadores ligados al mismo, que incorporaron propuestas llenas de interés, como las auspiciadas por Alexander Hall o H. C. Potter. Nombres a los que cabría sumar la aún no demasiado reconocida suma de profesionales como Richard Wallace, Henry Koster o Charles Vidor, entre otros, capaces en no pocas ocasiones, de ofrecer títulos llenos de interés, ocultos durante décadas, y que quizá a consecuencia de un fracaso o escaso reconocimiento en el momento de su estreno sufrieron el injusto paso al rápido olvido. Es el caso de la hoy día casi ignota FATHER TAKES A WIKE (Papá se casa, 1941) que parte de la premisa de estar firmada por un realizador hoy día apenas conocido -Jack Hively- y acostumbrado aquellos años, de servir un poco como director de recurso, para relatos en calidad de serial en la RKO. En el momento de su estreno, la película supuso uno de los grandes fracasos del estudio, con unas pérdidas que superaron los cien mil dólares, y al mismo tiempo sirvió como retorno de una de las grandes divas del periodo silente -Gloria Swanson- a la gran pantalla.
Pero para lo que nos interesa, lo cierto es que la divertida cinta de Hively -otro más de los exponentes del género que merecen una mirada más atenta- forma parte de una pequeña corriente del mismo, enmarcada en el ámbito del mundo teatral o del espectáculo, en la que se ofrecen exponentes tan brillantes como apenas conocidos, que podrían desde el SLIGHTLY FRENCH (1948) de Douglas Sirk, el previo THE GREAT PROFILE (1940) de Walter Lang, o el divertidísimo BECAUSE OF HIM (Su primera noche, 1946) dirigido por el muy reivindicable Richard Wallace. En esta ocasión, la premisa argumental de Dorothy y Herbert Fields, se centra en la enésima demostración de la ‘guerra de los sexos’ establecida entre dos prometidos con una edad ya cercana a la madurez. Por un lado nos encontramos con el magnate naviero Frederick Osborne (un ejemplar Adolphe Menjou), quien de la noche a la mañana ha iniciado un affaire amoroso con la conocida actriz teatral Leslie Collier (una un tanto desubicada Swanson) a la que siempre acompañará y apuntará su hilarante tía Julie (sensacional Helen Broderick), con la que de manera inesperada se casará una vez la ha presentado el primero a su hijo Frederick Jr (John Howard) y su esposa Enid (Florence Rice). Muy pronto se percibirá los encontronazos emanados de dos nuevos esposos dominados por una compartida personalidad volcánica. Por un lado, Osborne desea someter a una figura artística como la de su esposa, a la que hará abandonar su condición de actriz mientras que, por otra parte, esta luchará por mantener su personalidad y no aparecer engullida por la de su recalcitrante y adinerado esposo. Todo ello irá conformando un intermitente cúmulo de enfrentamientos, que surgirán incluso en la celebración de su boda, o incluso en la fiesta posterior. Sin embargo, pronto aparecerá en ellos el amanecer de la reconciliación hasta que, en su viaje de luna de miel, sea rescatado en el crucero un joven y apuesto cantante mejicano -Carlos Bardez (un muy divertido Desi Arnaz)-. Lo que inicialmente se planteará como la ayuda hacia alguien que se ha fugado y aparece con las características de un náufrago, muy pronto se convertirá en la casi tormentosa presencia del muchacho en el entorno del nuevo matrimonio, hasta el punto de que la esposa no dudará en promover la carrera de este en USA, lo que hará renacer en ella su condición artística. Será algo que Osborne asumirá con unos iracundos celos, ante lo que para él supone intuir que su esposa se encuentra coqueteando con el joven cantante. Su hijo intentará disuadirle de sus sospechas, una vez Leslie abandone a su padre harta de sus sospechas. Sin embargo, lo que Jr. jamás podrá imaginar, es que dicha situación se reproducirá con su propia esposa, y tendrá que ser ayudado por su progenitor para emerger de una crisis matrimonial de igual calado.
Entre la ‘guerra de los sexos’, la presencia de atractivos ecos screewall, E insertando un elemento tan común al género como una inusual sospecha de relación triangular, lo cierto es que nos encontramos ante una comedia en no pocos momentos gozosa, en la que destacan la agudeza de sus diálogos, un impecable sentido del ritmo, e incluso en no pocas ocasiones la pertinencia de una banda sonora de Roy Webb encargada de subrayar y potenciar sus elementos más cómicos.
Y hay que reconocer que, desde sus primeros compases, FATHER TAKES A WIFE aparece pródigo en ellos. Desde el impagable y casi interminable silencio que se establecerá en la primera toma de contacto de Leslie con el hijo de Osborne y su esposa tras el saludo inicial. Del gigantesco slowburn en que se convertirá la celebración de boda de la pareja, en donde los propios novios aparecerán literalmente arrastrados a empujones de manera casi antinatural. En el propio enfrentamiento que se establecerá entre ellos mientras en la planta baja se celebra la fiesta, a cuenta de una batalla de egos iniciada a partir de las iniciales de las maletas de la nueva esposa. O toda la acumulación de grotescas y ridículas situaciones que se producirán una vez entre en escena el joven y estúpido Bardez ¡al que tendrán que organizar una hipotética gira por toda Norteamérica, auspiciada de manera astuta por los Osborne padre e hijo, para poder quitárselo de sus vidas de manera definitiva!
En cualquier caso, dentro de un conjunto hilarante hay tres pasajes que brillan de manera especial. Uno de ellos se centra en la casi surrealista reiteración del enfrentamiento entre marido y mujer que se establecerá en el hijo de Osborne, acudiendo el padre con un estoicismo digno de mejor causa a recogerlo, al intuir que dada la injerencia de Bardez el enfrentamiento va a producirse de nuevo. Por supuesto, resulta especialmente divertida toda la presencia del personaje de la tía de la protagonista, disparando buena parte de los diálogos más mordaces de la película. Entre ellos, no puedo dejar de resaltar la impagable secuencia en la cual esta aparece como enlace telefónico entre Osborne y la herida Leslie, refugiada en la habitación de un hotel, desde donde su tía escenificará una tronchante y falsa conversación entre los enfrentados consortes. Sin embargo, sí me tuviera que quedar con un pequeño fragmento del film, no sudaría en elegir el larvado enfrentamiento que se establece entre los dos contrayentes en la propia celebración de la ceremonia nupcial hasta que, en un momento determinado -maravillosos en ese momento Menjou y Swanson-, el veneno que llevan dentro se transforme de inmediato en la expresión máxima de la felicidad compartida.
Calificación. 3
0 comentarios