Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

Jerry Lewis

ONE MORE TIME (1970, Jerry Lewis)

ONE MORE TIME (1970, Jerry Lewis)

Resulta bastante difícil de comprender el rápido ocaso que alcanzó la andadura como realizador de Jerry Lewis, según fue finalizando una década, la de los sesenta, en la que solo siguió manteniéndose como una de las estrellas más taquilleras en el cine norteamericano, mientras que para la crítica francesa fuera uno de sus “niños mimados”. Fue este un aprecio crítico estimo bastante justificado, en la medida de encontrarnos ante uno de los más valiosos y perseverantes representantes de la comedia norteamericana, aunando en sus películas la herencia incluso del slapstick mudo, y mostrándose al mismo tiempo permeable al cine de aquel tiempo, del que incluso emergió como uno de sus representantes más renovadores. Pero sucedió que los tiempos iban cambiando en la industria de Hollywood, que el propio Lewis iba creciendo, y su fama de cómico para todos los públicos fue decreciendo. Si a ello unimos que en su país jamás fue considerada en serio su aportación como cineasta, o la transformación que fagocitó el modo de entender el cine conocido por todos, facilitó la relativa decadencia de un hombre que, en plena oposición a dichas características, intentó buscar nuevos caminos expresivos, que permitieran reconocerle como un buen cineasta, no un simple protagonista de entretenimientos familiares. Es así como surgió en 1972 el rodaje de THE DAY THE CLOWN CRIED, un título que más de tres décadas después sigue sin ver la luz pública, secuestrado por litigios de producción, y que Lewis rodó con la confianza de mostrar otra imagen de su propia personalidad artística, narrando la historia de un payaso que servía como entretenimiento a los niños, antes de que estos fueran gaseados en los campos de exterminio nazi. Una base argumental sin duda impactante, que tanto tiempo después ha servido como referente más o menos cercano, de títulos como LA VITA È BELLA (La vida es bella, 1997. Roberto Benigni).

 

En cualquier caso, tras la disolución de su contrato con la Paramount, Lewis rodó para la Columbia dos títulos –uno de ellos estupendo-: THREE ON A COUCH (Tres en un sofá, 1966), y otro también interesante, aunque de menor entidad –THE BIG MOUTH (La otra cara del gangster, 1967)-, en el que se atisbaba una cierta carencia de medios, algo esencial para la obra del cómico. Tres años fueron necesarios para que Lewis acometiera de nuevo otra película, la única además en la que no interviene como protagonista, haciendo tan solo un breve cameo que, lo reconozco, ni yo mismo supe detectar. Se trata de ONE MORE TIME (1970), sin duda la realización menos conocida de todas cuantas acometió, y ya no solo por el hecho de no haberse estrenado jamás en nuestro país, sino que incluso ni llegó a hacerlo en Francia. Podríamos decir con bastante pertinencia que se trata de un encargo propiamente alimenticio, ya que se trata de una nueva andadura cinematográfica de los personajes que, encarnados por Peter Lawford y Sammy Davis Jr., protagonizaron el debut cinematográfico de Richard Donner –SALT AND PEPPER (Sal y pimienta, 1968)-.

 

Puede que fuera bastante poco para una personalidad como Lewis, tener que asumir una especie de secuela que, en apariencia, poco tenía que ver con su mundo expresivo, siendo en cierto modo una bajeza para este. Puede sin embargo que se planteara como un divertimento para satisfacer a dos viejos amigos como los citados Lawford y Davis Jr. –que ejercieron como productores-. Inscribiendo la película en una u otra vertiente, lo cierto es que la misma evidencia esa relativa decadencia de su director, sin que ello impida que en sus imágenes se encuentren episodios afortunados, y en todo momento reconozcamos en ella el sello de su artífice.

 

ONE MORE TIME prolonga la andadura lúdica sobrellevada por Charles Salt (Sammy Davis Jr.) y Christopher Pepper (Peter Lawford). A ambos se les cerrará un club que estaban a punto de inaugurar en Londres, llegando a ser multados por incumplimiento de normas. La situación se tornará insostenible para ellos, teniendo Christopher que recurrir a su hermano gemelo –nació un minuto antes que él-, Lord Sydney Pepper (encarnado por el propio Lawford). Este acepta pagar la multa de Pepper con la condición de que abandone Inglaterra, ya que su presencia le supone un auténtico desprestigio –Lord Sydney es un hombre muy altanero-. Totalmente decepcionados abandonarán su domicilio, aunque más adelante Chris retorne para hablar con su aristocrático hermano, encontrándolo cadáver. Dentro de la inquietud del momento, no se le ocurrirá otra idea más que suplantar su personalidad y, con ello, poder vivir cómodamente el resto de su vida. Incluso contratará a Salt como ayuda de cámara, convenciéndolo para que acuda allí a vivir con él y trabajar en su nuevo cometido.

 

Un sencillo punto de partida –en el que hay que tener ciertas tragaderas al asumir esa innecesaria sustitución de Chris por el asesinado Sydney, ya que de todos modos él hubiera sido heredero de sus propiedades-, que nos lleva a un marco en el que Lewis dejará bien a las claras los ejes de su particular manera de entender la comicidad cinematográfica. Así pues, dentro del castillo encontraremos desde la presencia de un viejo mayordomo de desesperante lentitud en su cometido –una idea que retomó años más tarde Blake Edwards con el personaje de la vieja ayudante del sacerdote en 10 (10. La mujer perfecta, 1979)-, hasta la presencia de gags absolutamente ligados al nonsense lewisiano –ese viejo calentador que estalla repentinamente-, o incluso la presencia de divertidos private joke –como la presencia de Christopher Lee y Peter Cushing, encarnando por un instante sus arquetípicos personajes-. Todo ello en una trama de ecos policíacos, donde unos y otros intentan liquidar al falso lord, buscando una fortuna de diamantes que el asesinado tenía guardado, mientras que la policía intentará esclarecer el verdadero causante del crimen.

 

En lo que realmente destaca ONE MORE TIME, es la manera con la que Lewis alterna lo serio y lo divertido casi de manera automática, o en la entrega dispensada en facetas como la escenografía del interior del castillo, que permitirá elementos de decoración tan llamativos por su modernidad como los dormitorios de Pepper –en donde se despliega un juego con la cámara para extraer todo el partido posible de su presencia-, o incluso en detalles como la analogía que Lewis establece del reciente 2001: A SPACE ODYSSEY (2001. Una odisea del espacio, 1968. Stanley Kubrick), a partir de la descomunal puerta que Salt logrará abrir, introduciéndose de forma curiosa en un salón que es mostrado al espectador por medio de picados. Son, indudablemente, rasgos inherentes a la personalidad del creador de THE NUTTY PROFESSOR (El profesor chiflado, 1963), que hay que reconocer funcionan con eficacia en la película.

 

Pero hay algo más. Sus imágenes evocan en el espectador la vieja estructura de los títulos protagonizados en la década de los cincuenta por el propio Lewis con Dean Martín. En esta ocasión, podríamos decir que Davis Jr. sería el equivalente del Lewis cómico, mientras que Lawford ejercería como heredero de Martín. Esta circunstancia, a mi modo de ver constituye uno de los lastres de la función, en la medida que David jamás debió imitar los rasgos cómicos de Lewis, realizando una sobreactuación que el espectador asume con cierto rechazo. De manera paradójica, Lawford realiza en su doble papel una labor notable, sobre todo manifestado en las miradas de ternura que muestra hacia su fiel amigo, cuando se esconde bajo la identidad del lord asesinado. Al parecer, el propio Lawford se quejó a Lewis de esa preponderancia del personaje de su partenaire, en una reclamación estimo bastante justa.

 

ONE MORE TIME concluye de manera disparatada y casi con un auténtico desprecio de la ortodoxia argumental. Para ello la película insertará en sus últimos fotogramas una distanciación de los dos protagonistas de la acción, anunciando sus propios nombres como intérpretes, y prolongando con ello la tendencia que el propio Lewis llevó a cabo en varios de sus films, especialmente en la asombrosa conclusión de THE PATSY (Jerry Calamidad, 1964). Por supuesto, el título que comentamos se sitúa muy por debajo de los grandes títulos del autor, pero dentro de sus irregularidades –que no son pocas- permiten recrearnos con la reconocible personalidad de su artífice, así como al menos acercarnos a un título prácticamente invisible, incluso por los más acérrimos seguidores de su cine.

 

Calificación: 2’5

THE FAMILY JEWELS (1965, Jerry Lewis) Las joyas de la familia

THE FAMILY JEWELS (1965, Jerry Lewis) Las joyas de la familia

Es indudable que para los seguidores del Jerry Lewis cineasta –reducido círculo en el que abiertamente me incluyo-, contemplar o recuperar THE FAMILY JEWELS (Las joyas de la familia, 1965) supone una manera de reencontrarse con numerosos aspectos que conformaron el mundo personal y cinematográfico del conocido cómico. En mi ejemplo personal, he vuelto a acercarme a la película tras un cuarto de siglo, y lo cierto es que esta nueva visita me permite apreciar ese mundo inventivo, personal y exquisitamente visual de uno de los exponentes más valiosos que la comedia cinematográfica norteamericana contempló en los años sesenta. Se trata esta, de una valoración que, lamentablemente, sigue sin tener el reconocimiento debido entre sus compatriotas –que, por otra parte, en sus años en activo siempre le brindaron el apoyo masivo del público; Lewis fue durante varios años una de las estrellas más taquilleras de la Paramount-. Pero es que ese olvido generalizado, se extiende a nuestro país –faltaría más- y a muchos otros de su entorno, que siempre han negado el pan y la sal a un realizador cinematográfico de tan visible talento, con la excepción del público y la crítica francesa, que desde el primer momento acogieron al cómico judío con auténtica veneración.

 

Mi valoración de la figura de Lewis siempre ha sido muy curiosa. De pequeño era uno más de sus tantos admiradores, pero con el paso de los años me he distanciado de su estilo como actor cómico, cosa que ha ido en oposición a mi alta estima a su valía como realizador. Quizá ello parezca una contradicción aparente, pero estoy convencido que no soy el único en sostenerla, aunque sí de los pocos en hacerla pública. Y creo que ahí reside una de las claves por la que aún, tantos años después de su retiro cinematográfico –ocasionalmente aislado por el interés de un Martin Scorsese o apariciones en excelentes películas como FUNNY BONES (1995. Peter Chelsom)-, quizá la obra de Lewis aún siga sin un análisis desprejuiciado –en un sentido u otro-, a lo que ha contribuido la lejanía del mismo a la hora de realizar cine –su última película fue SMORGASBORD (El mundo loco de Jerry, 1983), que encontró algunos rendidos admiradores, pero que personalmente no encontré ni de lejos a la altura de sus posibilidades-.

 

Todas estas disgresiones vienen a mi mente tras revisar THE FAMILY… que supuso para el cómico y realizador –o realizador y cómico- la finalización de su largo contrato con la Paramount. Es por ello que, probablemente de modo inconsciente, este título de despedida queda como un auténtico compendio de lo que este hombre de cine había ofrecido a la comedia cinematográfica norteamericana. Un film recopilatorio que nos reencuentra con situaciones, personajes, modos de plasmar y elementos de producción, que Lewis había plasmado desde su excelente debut con THE BELLBOY (El botones, 1960), y que prácticamente tendría una continuidad bastante menguada en el posterior cine norteamericano dentro de su contrato con la Columbia Pictures, hasta culminar una trayectoria como director que quizá habría que plantear bajo el prisma renovador que recorrió el cine norteamericano desde finales de los cincuenta, pero siempre mirando por el rabillo del ojo aquel entorno clásico que en aquel tiempo estaba a punto de desaparecer ¿Puede que fuera por ello que su cine poco a poco se alejara de los gustos del público norteamericano? ¿Es probable que la veneración que la crítica francesa le profesaba, le llevara a discurrir un sendero que cada vez planteaba títulos más personales y, por ello, alejados del terreno que había practicado con gran éxito hasta entonces? Es difícil delimitar situaciones y decisiones, pero lo cierto es que la película que nos ocupa me parece un producto poco divertido, pero por otro lado una comedia espléndida, aunque no proceda ser situada en la cima de su filmografía –en líneas generales, de nivel muy elevado-, ubicándose esta además entre dos obras de la categoría de THE PATSY (Jerry Calamidad, 1964) –puede que su obra más memorable- y THREE ON A COUCH (Tres en un sofá, 1966).

 

Esa general ausencia de verdadera diversión, quizá conllevara un planteamiento de puesta en escena más estilizado e intelectualizado. Es probable, pero ello no debe evitar ver en ella magníficos momentos de la mejor tradición cómica, la reedición de la maestría de Lewis con el slow burn –el atropello del abogado con el puro que le estalla en la cara, las secuencias en el estudio fotográfico-, su abierta adscripción con el absurdo –ese grupo de rock que se encuentra en el viejo avión aportando el hilo musical del mismo, el inolvidable gag del agujero en la tierra que describe Willard (el mayordomo encargado de la niña protagonista) al recorrer un círculo en su abierta preocupación por el destino de la pequeña-, el componente satírico contra determinados vicios de la sociedad norteamericana –la familiar crítica al matriarcado que se expresa en las viejas que surcan vuelo, la opinión despectiva a los políticos que se manifiesta en este auto promocional, la eterna visión del consumismo que muestra la filmación de spots en el estudio del fotógrafo- y, también, esa querencia de Lewis por el moralismo, que en no pocas ocasiones le llevaron a ser acusado de sensiblería. Es curiosamente en este último término, donde tantos años después la película se conserva de forma admirable. La magnífica elección de la pequeña Donna Butterworth como protagonista y, por supuesto, la destreza del realizador y cómico en este terreno resultan impecables, logrando deslizar la tendencia de esa hipotética sensiblería hacia unos terrenos, sino complejos, si bien medidos y equilibrando un film para públicos familiares, dentro de una visión de conjunto de la andadura cinematográfica lewisiana. No sería difícil detectar elementos ya existentes en títulos suyos anteriores –e incluso, y todo hay que decirlo, una cierta reiteración; es una de las escasas pegas que se le puede hacer a su resultado-.

 

La anécdota de THE FAMILY… es ciertamente sencilla –como por otro lado han venido siendo el conjunto de títulos de su filmografía-. El recurso de una cuantiosa herencia que se disputan los tíos de la pequeña huérfana protagonista, es la base que permite a Lewis incorporar hasta seis personajes diferentes en la misma película –este sería el KIND HEARTS AND CORONETS (Ocho sentencias de muerte, 1949. Robert Hamer) del cómico norteamericano-, y dar un repaso a sus roles más conocidos –que reiteraría tanto en sus posteriores films como, sobre todo, en sus actuaciones en vivo. Pero, una vez más, y con el matiz surrealista que llega a impregnar sus mejores momentos, lo cierto es que si cabe señalar su resultado como ciertamente magnífico, esto es por la poderosa impronta visual de su realizador. Desde incluso sus títulos de crédito, nos encontramos con una comedia que bebe a partes iguales de clasicismo y modernidad, que destaca en el esplendor de su cromatismo, que por instantes parece insertarnos en géneros tan contrapuestos como el policíaco o el melodrama –de lo que dan cuentan sus sorprendentes imágenes iniciales que logran integrar un atraco con una jugada de béisbol que nos presenta a los protagonistas-. Una vez más, el magisterio cinematográfico de Lewis nos envuelve con una magnífica y renovadora planificación, una dirección artística absolutamente deslumbrante –uno de los elementos más perdurables y cuidados de su cine-, y un conocimiento de la técnica cinematográfica presente en todo momento, al que habría que aunar esa libertad formal que permite que esta comedia transgreda sus aparentes límites, con variaciones y disgresiones cómicas que aún hoy día pueden resultar sorprendentes.

 

Entre el desfile de personajes, situaciones cómicas y alardes formales de la película, hay un elemento que me llamó poderosamente la atención, y que pese a su -en apariencia- escasa significación, finalmente resulta un elemento especialmente relevante. Me estoy refiriendo a la breve presencia del clown –uno de los tíos-candidatos de la protagonista para ser su padre adoptivo-. La descripción del personaje es tan aparentemente simple como rápidamente sorprendente: se trata de un payaso desganado de su actividad y despreciativo de los niños, que solo piensa en su jubilación y del disfrute de los ahorros que atesora en Suiza. Conociendo la querencia de Lewis por la profesión del clown, quizá cabría pensar por la aplicación de un matiz autocritico o una ironía proyectada en la valoración que los norteamericanos mantenían sobre su figura –la de un payaso enriquecido y narcisista-. Es más que probable esa afinidad –tendría que repasar algunas declaraciones del actor-director-. Aunque, en todo caso, esos momentos finales en los que Willard asume dicha caracterización para finalmente lograr la adopción de la pequeña, permitan definitivamente intuir esa mirada crítica contra la percepción de su propio personaje público.

Calificación: 3’5