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CINEMA DE PERRA GORDA

Jesse Peretz

OUR IDIOT BROTHER (2011, Jesse Peretz)

OUR IDIOT BROTHER (2011, Jesse Peretz)

Prácticamente ignorada por el gran público –en España ni siquiera ha sido editada digitalmente-, THE CHÂTEAU (2001) supuso una pequeña y simpática experiencia de comedia, establecida en la Francia rural y protagonizada por Paul Rudd y Romany Malco. Una película rodada en formato digital y con unos deliberados escasos medios, partiendo además de una casi absoluta carencia de guión, lo que permitió un gran margen de improvisación a sus actores –Rudd siempre ha sentido un gran aprecio hacia la misma, señalándola como una de sus mejores interpretaciones-. Desde aquel entonces, la andadura de Peretz se ha ido centrando en el medio televisivo, realizando desde entonces tan solo la inadvertida FAST TRACK (2006). Por ello, la presencia de OUR IDIOT BROTHER (2011) supuso una pequeña sorpresa, en la medida de encontrarnos ante un título de escaso presupuesto, estrenado en su momento en el Festival de Sundance, y que gracias a la compra de su derechos por parte de Harvey Weinstein, logró una relativa distribución que le permitió una recaudación cercana a los treinta millones de dólares en Estados Unidos –una cifra nada desdeñable, dado su limitado presupuesto- y una acogida crítica notable.

En cualquier caso, y aún no compartiendo algunos de sus más elogioso valedores, lo cierto es que nos encontramos con una grata comedia de carácter coral, centrada en la figura de Ned (Paul Rudd), un joven vendedor de frutas que al mismo tiempo ofrece marihuana, y que ha sido llevado a la cárcel precisamente por caer en la sencilla trampa que le brinda un agente de policía amigo suyo. Desde el primer momento podremos comprobar tanto la bondad como la inocencia rayana en la abulia mental de un ser que contempla con alegría todo lo que le rodea, que pone en práctica su concepción de la buena acción, sin pensar que ello va a provocar situaciones más negativas que las que en su inocencia desea solventar. Estas características, incidirán de manera muy especial en sus tres jóvenes hermanas, las cuales acogerán de manera provisional a Ned cuando este desee infructuosamente retornar con la que fuera su novia, y que al mismo tiempo custodia su perro, el amado “Willie Nelson”. A partir de ese punto de partida, que en algunos momentos parece ofrecerse como una extraña variación del Leo McCarey de MAKE WAY FOR TOMORROW (1937), nos encontramos en realidad con una curiosa y modernizada parábola cristiana en torno al valor de “poner la otra mejilla” –y la propia caracterización de Rudd envuelto en barba y larga cabellera parece incidir en dicha vertiente crística. Eso sí, OUR IDIOT BROTHER, plasma dicha parábola dentro de un contexto coral caracterizado por su enfoque contracultural. Es decir, que su galería de personajes de caracterizan por su abierta visión de las relaciones sexuales –aunque en ocasiones se planteen con menos libertad de lo que pudiera parecer a primera instancia; véase la reacción de la amante de una de las hermanas de Ned, al conocer que esta se encuentra embarazada-.

Peretz logra plasmar con bastante sencillez y sin aspavientos cinematográficos –su puesta en escena es más transparente y cuidada que la de THE CHÂTEAU-, ese cúmulo de vivencias y situaciones que irá provocando Ned, al ir descubriendo de manera casual la falsedad e hipocresía que esconden una serie de seres que presumen de su carácter abierto y liberal –por ejemplo, el adulterio cometido por Dylan (Steve Coogan), esposo de Liz (Emily Mortimer) con una bailarina a la que dedica un documental-. En todo este recorrido, Ned aparece como una extraña mezcla de Stan Laurel –ese personaje que Rudd debiera encarnar en la pantalla, en una película de obligado homenaje al gran cómico-, combinado con el escepticismo de Monsieur Hulot –la película incluye una reveladora cita al Inspector Clouseau-. En su recorrido por los distintos hábitats que describen el entorno familiar de sus hermanas, nuestro protagonista será el causante de numerosas situaciones incómodas para todas ellas, hasta provocar el hartazgo colectivo de las mismas, decidiendo dejar al pobre Ned a su suerte, y teniendo este que refugiarse en la figura de su madre –Ilene (la veterana y siempre excelente Shirley Knight)-. Pero su propia inocencia, rayana en la imbecilidad, es la que le hará volver a la cárcel, de la que no querrá salir, cuando sus hermanas comprueben que la ausencia de este ha provocado un extraño vacío en sus vidas. Por una vez, este las mandará al infierno, y no será más que mediante la argucia de utilizar a ese perro al que tanto quiere, con lo que estas conseguirán que este decline en su actitud de permanecer encerrado en la cárcel, al margen de ese mundo en el que parece no tener cabida.

Provista de una divertida e irónica conclusión, lo cierto es que OUR IDIOT BROTHER tiene su máximo atractivo en la relajada y sincera dirección de actores puesta en práctica por su artífice. Ello se da cita en todo su cuadro de intérpretes, pero tiene especial incidencia en un Paul Rudd entrañable y tierno, que en todo momento parece no estar actuando, sino ser él mismo ese nerd que, como si fuera un remedo contracultural de Jerry Lewis, provoca contratiempos allá por donde pasa, siempre a partir de su sinceridad y –también- su inoportunidad a la hora de exteriorizar involuntariamente situaciones incómodas de las que ha sido testigo –la afirmación de una entrevistada por su hermana Miranda (Elizabeth Banks), que le costará su puesto de trabajo en un magazine-. La película se beneficia de esa sencillez narrativa puesta al servicio de los actores, de la placidez de su ritmo, de esa mirada siempre compasiva hacia su personaje protagonista, la luminosidad de su fotografía –casi a tono con la singular fábula que describen sus imágenes-, y el cuidado en las canciones introducidas en su banda sonora, ligadas a ese aspecto bucólico y revestido de sencillez de su conjunto. Una sencillez que, en definitiva, se convierte en la mejor aliada de una película modesta, que no aspira a ocupar ningún lugar puntero, pero que en su propia humildad deja caer en voz baja no pocas cargas de profundidad en torno a la sociedad de nuestros días y la superficialidad de unos supuestos comportamientos revestidos de modernidad, pero en el fondo embadurnados por una evidente y perenne mezquindad.

Calificación: 2’5