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CINEMA DE PERRA GORDA

Kenneth Branagh

JACK RYAN: SHADOW RECRUIT (2014, Kenneth Branagh) Jack Ryan: Operación Sombra

JACK RYAN: SHADOW RECRUIT (2014, Kenneth Branagh) Jack Ryan: Operación Sombra

A pesar de resultar bastante populares, no puede decirse que las aportaciones cinematográficas en torno al agente de la CIA Jack Ryan, hayan destacado por alcanzar un especial nivel. Es más, parece como si su discurrir fílmico no haya logrado consolidarse, teniendo que recurrir a diversos intérpretes y detectándose una serie de lagunas temporales, que denotan esa extraña sensación de suponer un personaje que, o bien no ha sido demasiado bien tratado en el cine, o quizá no revista un especial interés en sí mismo. La resurrección cinematográfica de Ryan en JACK RYAN: SHADOW RECRUIT (Jack Ryan: Operación Sombra, 2014), de la mano de un Kenneth Branagh que se ha convertido en inesperado artesano de franquicias de cine palomitero, de entrada introduce en el personaje a un Chris Pine que, preciso es reconocerlo, contra todo pronóstico, logra ofrecer la ingenuidad y al mismo tiempo el carisma, de un muchacho que se ve imbuido, casi de la noche a la mañana, en una peligrosa aventura que le superará, y al mismo tiempo hará madurar a marcha forzadas su personalidad.

No son pocos los aciertos que propone la recuperación de esta franquicia., De entrada, la reformulación del personaje, utilizando los rasgos preexistentes en las novelas generadas por su autor, el desaparecido Tom Clancy. Con notable astucia, la sorprendente presentación de Ryan (Pine), lo presenta en primer plano, que el retroceso de la cámara mostrará a un joven tumbado en un banco de parque, hasta que poco después contemple el terror provocado por los atentados del 11S. En muy pocos minutos, Branagh logra sintetizar el devenir del personaje, aliándose en la guerra contra Irak, sufriendo un atentado en vuelo, recuperándose, y siendo observado por el veterano agente Thomas Carter (magnífico Kevin Costner). Este logrará convencerlo para que se incorpore como agente financiero de la CIA, introduciéndose en una de las firmas ubicadas en Wall Street, para controlar con ello las irregularidades financieras que pudieran provocar desequilibrios. Un bloque narrativo dominado por su interés, que concluirá con el descubrimiento por parte de nuestro agente, de una serie de sospechosas operaciones sugeridas desde Rusia, que indican una posible y peligrosa situación futura.

Será el momento en el que se envíe a Ryan hasta Moscú, teniendo este que ocultar a su novia –Cathy (la insufrible Keira Knightley)-, el origen de su esquivo comportamiento –ante ella solo aparece como agente financiero-. Será el instante donde la película aparecerá, por un lado, inserta dentro de las convenciones inherentes al cine de acción y agentes secretos en nuestros días –la molesta presencia de planos aéreos, para dotar de espectacularidad a determinados pasajes y presentar sus diferentes marcos-, y, por otra, demostrará sus mayores cualidades, al combinar sus obligadas set pièces, con otros segmentos caracterizados por su intimismo o, en el mejor de los casos, brindando al espectador el deguste de lo que, -pese a una recepción no demasiado entusiasta del producto en USA-, puede ser el principio de la revisitada franquicia sobre el personaje.

Hay que decir que, al igual que podría suceder en no pocos de los exponentes del ciclo Bond, JACK RYAN: SHADOW RECRUIT funciona estupendamente como propuesta de cine de acción. Alberga los suficientes ingredientes, tanto a la hora de ofrecer espectaculares fragmentos insertos dentro de la acción pura y dura –el escalofriante ataque que Jack vive nada más llegar a su lujosa habitación del hotel; la angustiosa odisea de este cuando ha de acudir al centro de donde ha de encontrar los datos informáticos, mientras su novia tiene que mantener la atención del peligroso Cheverin (magnifico Branagh), sabiendo la debilidad de este por las mujeres comprometidas sentimentalmente, o la buscada tensión marcada en su episodio final, retomando el sentido de la amenaza instaurado en el evocado 11S. Y es precisamente en el tratamiento del  siniestro personaje de Cheverin, donde a mi modo de ver se encuentra lo más valioso y perdurable de la función. La capacidad con la que este expresa una maldad envuelta en lucidez, y a la que habrá que sumar el enfermedad terminal que este sufre –y que le detectará la enfermera Cathy en dicha cena-, el entramado psicológico que rodea su comportamiento, la intensidad de sus miradas, sus dudas al ejecutar la operación que colapsaría las finanzas del bloque occidental, o la lucidez al asumir su derrota final, en una breve y excelente secuencia que mantiene ecos de THE GODFATHER (El padrino, 1972. Francis Ford Coppola), mostrando la turbiedad en ese lado oscuro de las instituciones, son exponentes de la densidad que emana en este personaje.

Dotada de un notable sentido del ritmo. Beneficiada por la capacidad para evolucionar al crecimiento en edad y la vulnerabilidad de su personaje, por parte de Chris Pine. Utilizando con brillantez la espectacularidad. Sabiendo introducir esos nuevos modos de terrorismo que se ocultan en nuestros días, y también al mismo tiempo denotando una cierta carencia de ambiciones, que finalizado su metraje permite una cierta sensación de insustancialidad, lo cierto es que JACK RYAN: SHADOW RECRUIT deja en el aire la posible continuidad de su presencia en pantalla. Nada pasaría si la misma desapareciera, pero tampoco perjudicará si esta franquicia se prolonga, ya que aporta en sus imágenes una innegable dignidad, parangonable a otras producciones quizá más valoradas, en unos tiempos donde el cine de agentes secretos y de espías, aporta una mirada crítica en estos tiempos inciertos y cuestionables, en torno a la realidad sociopolítica del planeta. Así pues, entre convenciones y servilismos, entre un cierto virtuosismo de producción, en sus perfiles, bajo una trepidante propuesta de cine espectáculo, se esconde agazapara una mirada desencantada sobre la condición humana.

Calificación: 2’5

SLEUTH (2007, Kenneth Branagh) La huella

SLEUTH (2007, Kenneth Branagh) La huella

Hay tanto de estéril como de perversamente atractivo, a la hora siquiera de imaginar una hipotética reedición en la pantalla de un título al mismo tiempo tan mítico y poco recordado como SLEUTH (La huella, 1972), el prematuro testamento cinematográfico de Joseph L. Mankiewicz, al tiempo que adaptación de un éxito teatral preexistente, original de Anthony Shaffer –The Wicker Man, Equus-. Es curioso constatar dicha circunstancia, en la medida que han abundado las voces contestatarias a la hora de decidir reeditar dicha historia en la pantalla. Voces quizá no tan ruidosas en otras ocasiones más justificadas -¿Alguien se inmutó cuando se perpetró un mediocre reencuentro con la admirable OUT OF THE PAST (Retorno al pasado, 1947. Jacques Tourneur) con AGAINST ALL ODDS (Contra todo riesgo, 1984. Taylor Hackford)?-. Es decir, sorprenden esas opiniones de rechazo de antemano, de una tendencia que se ha venido prolongando en toda la historia del cine, aunque cierto es que en las últimas décadas se haya recurrido en demasía a la misma, probablemente revelando con ello la dificultad de encontrar argumentos y guiones novedosos. En todo caso, en el terreno del remake ha habido de todo. Desde revisiones que han superado al original, otras que sin llegar a ello han demostrado una mirada enriquecedora, y también –justo es reconocerlo- productos absolutamente olvidables e indignos de haber retomado precedentes más o menos ilustres.

 

Quizá a la hora del rechazo previo –y también posterior-, que sufrió con motivo de su estreno SLEUTH (La huella, 2007) versión Kenneth Branagh, podamos intuir un relativo culto existente en torno a una de las rarezas del cine de los setenta –como, en otro terreno, la podría proporcionar THE PRIVATE LIFE OF SHERLOCK HOLMES (La vida secreta de Sherlock Holmes, 1970. Billy Wilder) o algún otro título que podríamos evocar sin mucha dificultad-. Se trataría de una rara avis, de una extraña fantasmagoría cinematográfica que logró trascender el contexto cinematográfico en el que estaba insertada, hasta alcanzar un estatus de cierta mítica. En ese sentido, mi notable aprecio hacia el film de Mankiewcz no me impidió enfrentarme ante su reedición en la pantalla con la curiosidad de atender a una nueva mirada revestida de curiosidad. Además ¿Cuántos amantes del cine del ayer realmente han visto el último film de Mankiewicz? Es por ello que el acercamiento al film de Branagh parecía bastante fácil y, hasta cierto punto, mantenía ciertos ases en la manga para inducir a una relativa aceptación. Llegados a este punto, he de manifestar de entrada que, bajo mi punto de vista, SLEUTH (2007) ni de lejos logra alcanzar el nivel de su referente, ni considerada en sí misma me parece una película destacable. Sin embargo, no dejo de reconocer a sus imágenes un moderado atractivo que probablemente lleve a un alejamiento de su referente teatral, y en el que se entremezcla la voluntad de ofrecer una mirada relativamente novedosa a su argumento. Por el camino, indudablemente, nos hemos dejado casi totalmente el atractivo de una intriga que Mankiewicz manejó con admirable pulso, pero de forma ciertamente mitigada nos adentramos en un extraño drama arty, que en sus mejores momentos nos adentra no en la personalidad de un realizador como Branagh, ejerciendo como simple orquestador de los materiales de que dispone, sino sobre todo en el sustrato de un subgénero –el drama psicológico- que el guionista de la función, Harold Pinter, propició en algunas de las más célebres obras que firmara a principios de los sesenta Joseh Losey.

 

Andrew Wyke (Michael Caine) es un escritor de enrome éxito que vive en una suntuosa mansión dominada por adelantos electrónicos y vanguardistas gustos artísticos. Allí recibirá la visita del ordinario Milo Tindle (Jude Law), quien le confesará ser amante de su mujer, pidiéndole que conceda el divorcio a esta para que puedan consolidar la nueva relación. Aún con cierta renuencia, Wyke logrará atraer a Milo a un peligroso juego que, más allá de su eliminación como rival amoroso de su esposa, en realidad lo que busca es humillarle como ser humano. Será todo ello el inicio de una peligrosa espiral en la que, más allá de una pugna amorosa, pueda vislumbrarse un cierto grado de sadomasoquismo psicológico que asumirá finalmente tintes trágicos.

 

A la hora de intentar valorar el alcance y las limitaciones de esta nueva SLEUTH, tendríamos que partir de la base de una pretendida inocencia al adentrarnos en su argumento. En este caso resulta difícil tal circunstancia, pero intentando plantear hipotéticamente dicha mirada novedosa, creo que sus imágenes proporcionan ciertos alicientes que inicialmente podríamos establecer en el estilizado y al mismo tiempo chirriante diseño de producción, o en el elemento suplementario que supone que Michael Caine encarne en la nueva versión el rol que en la previa interpretó Laurence Olivier, teniendo entonces Caine que asumir a Milo. Es bastante previsible que Jude Law –ejerciendo igualmente como productor- de alguna buscara potenciar su carrera –no tan brillante como pudiera plantearse pocos años antes- o, al menos, abrir su personalidad artística en una propuesta como esta, en realidad bien delineada en el terreno del marketing

 

Finalmente, lo que muestra SLEUTH está dominado de una parte por el juego de actores que realizan sus dos únicos intérpretes y, sobre todo, por la impronta que ofrece al relato la aportación realizada por el recientemente desaparecido Harold Pinter. Y es ahí, precisamente, donde se encuentran los mejores momentos de la película. Serán situaciones de enfrentamiento psicológico de ambos personajes basadas en la inicial humillación de uno contra otro, y seguidas posteriormente por una contundencia réplica por parte del afectado. Una mórbida charada que en esta producción destaca en una mayor franqueza sexual, incidiendo de manera quizá excesiva en una lucha de matiz homosexual, y que escatima en todo momento ese alcance de análisis de las relaciones de clase que quedaba imbricado en cada plano del film de Mankiewicz.

 

Esa señalada ascendencia con el mundo dramático elegido por el desaparecido Premio Nóbel de Literatura, a mi modo de ver permitió a este componer una extraña recreación de situaciones, conflictos y personajes que tuvieron su más adecuada traslación cinematográfica en un título tan capital como THE SERVANT (El sirviente, 1963. Joseph Losey). Y es que, precisamente encontramos muchas más semejanzas entre en los Andrew y Milo de esta versión con el aristócrata que interpretaba tan maravillosamente James Fox y el mórbido criado encarnado por el soberbio Dirk Bogarde en el clásico de Losey, antes que con el dúo de personajes que poblaron la versión del realizador de ALL ABOUT EVE (Eva al desnudo, 1950. Joseph L. Mankiewicz). Hay un momento absolutamente significativo en este sentido cuando Milo “ordena” a Andrew que le sirva, como pase previo para atender una propuesta que le ha hecho. Ello nos remite al instante que en THE SERVANT planteaba una situación casi idéntica, cuando el criado ponía a prueba su capacidad de dominio ante el joven y débil amo, pidiéndole que le sirviera una copa.

 

Es en sutiles facetas y detalles como el mencionado, donde un espectador más o menos avezado puede intentar atisbar un cierto grado de interés de una película, que quizá por otra parte haya intentado sumarse a tantos y tantos exponentes de thrillers en nuestros días, dominados por complejos entramados dramáticos, aunque paradójicamente si a algo se acerca es a esa determinada puesta en escena “metálica”, aportada con mayor grado de pertinencia por cineastas como el norteamericano Neil LaBute. Con todo ello asistiremos finalmente a un espectáculo falsamente posmoderno en el que en realidad se dirime la apuesta personal de un actor interesante aunque más limitado de lo que se le suele reconocer –Law-, para sublimar su personalidad hacia quien desde siempre ha supuesto su referente previo en la pantalla. No soy el primero en reconocer que dentro de este tablero, la partida la gana Michael Caine dentro de unos elementos dispuestos para que juegue sobre seguro. Sus miradas, su manera de expresar su ambivalencia existencial son, sin duda, lo mejor de este tan discreto como relativamente atractivo SLEUTH.

 

Calificación: 2