SLEUTH (2007, Kenneth Branagh) La huella
Hay tanto de estéril como de perversamente atractivo, a la hora siquiera de imaginar una hipotética reedición en la pantalla de un título al mismo tiempo tan mítico y poco recordado como SLEUTH (La huella, 1972), el prematuro testamento cinematográfico de Joseph L. Mankiewicz, al tiempo que adaptación de un éxito teatral preexistente, original de Anthony Shaffer –The Wicker Man, Equus-. Es curioso constatar dicha circunstancia, en la medida que han abundado las voces contestatarias a la hora de decidir reeditar dicha historia en la pantalla. Voces quizá no tan ruidosas en otras ocasiones más justificadas -¿Alguien se inmutó cuando se perpetró un mediocre reencuentro con la admirable OUT OF THE PAST (Retorno al pasado, 1947. Jacques Tourneur) con AGAINST ALL ODDS (Contra todo riesgo, 1984. Taylor Hackford)?-. Es decir, sorprenden esas opiniones de rechazo de antemano, de una tendencia que se ha venido prolongando en toda la historia del cine, aunque cierto es que en las últimas décadas se haya recurrido en demasía a la misma, probablemente revelando con ello la dificultad de encontrar argumentos y guiones novedosos. En todo caso, en el terreno del remake ha habido de todo. Desde revisiones que han superado al original, otras que sin llegar a ello han demostrado una mirada enriquecedora, y también –justo es reconocerlo- productos absolutamente olvidables e indignos de haber retomado precedentes más o menos ilustres.
Quizá a la hora del rechazo previo –y también posterior-, que sufrió con motivo de su estreno SLEUTH (La huella, 2007) versión Kenneth Branagh, podamos intuir un relativo culto existente en torno a una de las rarezas del cine de los setenta –como, en otro terreno, la podría proporcionar THE PRIVATE LIFE OF SHERLOCK HOLMES (La vida secreta de Sherlock Holmes, 1970. Billy Wilder) o algún otro título que podríamos evocar sin mucha dificultad-. Se trataría de una rara avis, de una extraña fantasmagoría cinematográfica que logró trascender el contexto cinematográfico en el que estaba insertada, hasta alcanzar un estatus de cierta mítica. En ese sentido, mi notable aprecio hacia el film de Mankiewcz no me impidió enfrentarme ante su reedición en la pantalla con la curiosidad de atender a una nueva mirada revestida de curiosidad. Además ¿Cuántos amantes del cine del ayer realmente han visto el último film de Mankiewicz? Es por ello que el acercamiento al film de Branagh parecía bastante fácil y, hasta cierto punto, mantenía ciertos ases en la manga para inducir a una relativa aceptación. Llegados a este punto, he de manifestar de entrada que, bajo mi punto de vista, SLEUTH (2007) ni de lejos logra alcanzar el nivel de su referente, ni considerada en sí misma me parece una película destacable. Sin embargo, no dejo de reconocer a sus imágenes un moderado atractivo que probablemente lleve a un alejamiento de su referente teatral, y en el que se entremezcla la voluntad de ofrecer una mirada relativamente novedosa a su argumento. Por el camino, indudablemente, nos hemos dejado casi totalmente el atractivo de una intriga que Mankiewicz manejó con admirable pulso, pero de forma ciertamente mitigada nos adentramos en un extraño drama arty, que en sus mejores momentos nos adentra no en la personalidad de un realizador como Branagh, ejerciendo como simple orquestador de los materiales de que dispone, sino sobre todo en el sustrato de un subgénero –el drama psicológico- que el guionista de la función, Harold Pinter, propició en algunas de las más célebres obras que firmara a principios de los sesenta Joseh Losey.
Andrew Wyke (Michael Caine) es un escritor de enrome éxito que vive en una suntuosa mansión dominada por adelantos electrónicos y vanguardistas gustos artísticos. Allí recibirá la visita del ordinario Milo Tindle (Jude Law), quien le confesará ser amante de su mujer, pidiéndole que conceda el divorcio a esta para que puedan consolidar la nueva relación. Aún con cierta renuencia, Wyke logrará atraer a Milo a un peligroso juego que, más allá de su eliminación como rival amoroso de su esposa, en realidad lo que busca es humillarle como ser humano. Será todo ello el inicio de una peligrosa espiral en la que, más allá de una pugna amorosa, pueda vislumbrarse un cierto grado de sadomasoquismo psicológico que asumirá finalmente tintes trágicos.
A la hora de intentar valorar el alcance y las limitaciones de esta nueva SLEUTH, tendríamos que partir de la base de una pretendida inocencia al adentrarnos en su argumento. En este caso resulta difícil tal circunstancia, pero intentando plantear hipotéticamente dicha mirada novedosa, creo que sus imágenes proporcionan ciertos alicientes que inicialmente podríamos establecer en el estilizado y al mismo tiempo chirriante diseño de producción, o en el elemento suplementario que supone que Michael Caine encarne en la nueva versión el rol que en la previa interpretó Laurence Olivier, teniendo entonces Caine que asumir a Milo. Es bastante previsible que Jude Law –ejerciendo igualmente como productor- de alguna buscara potenciar su carrera –no tan brillante como pudiera plantearse pocos años antes- o, al menos, abrir su personalidad artística en una propuesta como esta, en realidad bien delineada en el terreno del marketing
Finalmente, lo que muestra SLEUTH está dominado de una parte por el juego de actores que realizan sus dos únicos intérpretes y, sobre todo, por la impronta que ofrece al relato la aportación realizada por el recientemente desaparecido Harold Pinter. Y es ahí, precisamente, donde se encuentran los mejores momentos de la película. Serán situaciones de enfrentamiento psicológico de ambos personajes basadas en la inicial humillación de uno contra otro, y seguidas posteriormente por una contundencia réplica por parte del afectado. Una mórbida charada que en esta producción destaca en una mayor franqueza sexual, incidiendo de manera quizá excesiva en una lucha de matiz homosexual, y que escatima en todo momento ese alcance de análisis de las relaciones de clase que quedaba imbricado en cada plano del film de Mankiewicz.
Esa señalada ascendencia con el mundo dramático elegido por el desaparecido Premio Nóbel de Literatura, a mi modo de ver permitió a este componer una extraña recreación de situaciones, conflictos y personajes que tuvieron su más adecuada traslación cinematográfica en un título tan capital como THE SERVANT (El sirviente, 1963. Joseph Losey). Y es que, precisamente encontramos muchas más semejanzas entre en los Andrew y Milo de esta versión con el aristócrata que interpretaba tan maravillosamente James Fox y el mórbido criado encarnado por el soberbio Dirk Bogarde en el clásico de Losey, antes que con el dúo de personajes que poblaron la versión del realizador de ALL ABOUT EVE (Eva al desnudo, 1950. Joseph L. Mankiewicz). Hay un momento absolutamente significativo en este sentido cuando Milo “ordena” a Andrew que le sirva, como pase previo para atender una propuesta que le ha hecho. Ello nos remite al instante que en THE SERVANT planteaba una situación casi idéntica, cuando el criado ponía a prueba su capacidad de dominio ante el joven y débil amo, pidiéndole que le sirviera una copa.
Es en sutiles facetas y detalles como el mencionado, donde un espectador más o menos avezado puede intentar atisbar un cierto grado de interés de una película, que quizá por otra parte haya intentado sumarse a tantos y tantos exponentes de thrillers en nuestros días, dominados por complejos entramados dramáticos, aunque paradójicamente si a algo se acerca es a esa determinada puesta en escena “metálica”, aportada con mayor grado de pertinencia por cineastas como el norteamericano Neil LaBute. Con todo ello asistiremos finalmente a un espectáculo falsamente posmoderno en el que en realidad se dirime la apuesta personal de un actor interesante aunque más limitado de lo que se le suele reconocer –Law-, para sublimar su personalidad hacia quien desde siempre ha supuesto su referente previo en la pantalla. No soy el primero en reconocer que dentro de este tablero, la partida la gana Michael Caine dentro de unos elementos dispuestos para que juegue sobre seguro. Sus miradas, su manera de expresar su ambivalencia existencial son, sin duda, lo mejor de este tan discreto como relativamente atractivo SLEUTH.
Calificación: 2
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