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CINEMA DE PERRA GORDA

Maurice Tourneur

LA MAIN DU DIABLE (1943, Maurice Tourneur) La mano del diablo

LA MAIN DU DIABLE (1943, Maurice Tourneur) La mano del diablo

No son demasiadas, las obras que he podido contemplar, de entre la muy copiosa filmografía del francés Maurice Tourneur (1976 – 1961). Considerado todo un santón dentro de la cinematografía gala, lo cierto es que el paso del tiempo ha diluido un prestigio quizá desmesurado, un poco como el que caracterizó a René Clair. A partir de ese limitado acercamiento a su obra, suscribo esa relativa caducidad del estilo pictórico y plomizo de Tourneur, quien tuvo su mayor timbre de gloria por ser el padre de ese cineasta modesto, que con el paso de los años ha sido el mejor cineasta nacido en Francia y, si se me apura, que ha brindado la Historia del Cine; Jacques Tourneur. LA MAIN DU DIABLE (La mano del diablo, 1943), es uno de los últimos títulos de Tourneur Sr., rodado en plena ocupación francesa por los nazis en el estudio Continental, no faltando comentaristas que intuyen una velada alusión contra dicho yugo, implícita en las imágenes del relato. Sin embargo, más allá de esos posibles y larvados mensajes subliminales, creo más procedente insertar esta curiosa, estimable y en ocasiones sorprendente producción, dentro de la corriente sobrenatural que se exteriorizó en la mayor parte de las cinematografías mundiales, en plena coincidencia con la II Guerra Mundial. Algo que podríamos contemplar en Hollywood –ANGEL ON MY SHOULDER (El diablo y yo, 1946. Archie L. Mayo), en Inglaterra –A MATTER OF LIFE AND DEATH (A vida o muerte, 1946. Michael Powell & Emeric Pressburger)-, o incluso en la propia Francia, con la más lejana LA BEAUTÉ DU DIABLE (La belleza del diablo, 1950. René Clair). Estos y otros ejemplos, todos, eso sí, posteriores en el tiempo, son referencias de una temática que fue asumida por Maurice Tourneur, asumiendo la adaptación del relato de Gérard de Nerval, por parte del posterior realizador Jean-Paul Le Chanois.

La película se inicia en un hostal rural, el Abbey Hotel, situado en los Alpes, donde un grupo de hospedados proyectan sus personalidades ociosas, hasta que en medio de una tormenta, surgirá la inesperada presencia de un hombre, con la mano izquierda como un muñón, y portando un pequeño paquete. Este pronto se presentará como Roland Brissot (Pierre Fresnay) un pintor desesperado, esquivo a la hora de describir la pesadilla interior que vive, pero que se acrecentará al producirse un extraño apagón, que facilitará que el paquete desaparezca. Será el momento que permitirá el hundimiento de nuestro protagonista, quien se avendrá a retroceder a un año atrás, relatando la situación que vivía como pintor fracasado, el recelo que le manifiesta su novia Irène (Josseline Gäel), o el inesperado encuentro con un extraño cocinero. Le aparecerá la insólita oportunidad para poder prosperar en una existencia meditabunda, comprando literalmente un talismán, que quedará plasmado en una siniestra mano izquierda, amputada de un brazo, que se alberga en el interior de la caja. A partir de ese momento, la existencia de Roland cobrará un enorme cambio, viviendo con rapidez el triunfo profesional, así como una estabilidad sentimental con Irène. Sin embargo, pronto elementos inquietantes inducirán al pintor a dar marcha atrás en esa venta de su alma al diablo. No contará para ello con la astucia de este, encarnado en la figura de un veterano hombre de negro con bombín, quien pondrá en práctica una serie de argucias, que impedirán poder revertir aquel siniestro compromiso. La creciente angustia de Roland retornará al refugio de montaña, tras haber descubierto la clave para lograr evadirse de la maldición diabólica, aunque ello quizá leve aparejado la pérdida de su existencia terrenal.

En realidad, LA MAIN DU DIABLE alberga aparejada dos películas, de desigual calado, que no siempre alternan con el debido equilibrio, provocando que el conjunto aparezca desigual, alternandose pasajes de gran atractivo, con otros donde la atonía campa por sus respetos. De un lado tenemos esa crónica en tono de tragicomedia, en la que se puede detectar ese apelmazamiento habitual en el cine de Maurice Tourneur –al menos, el que he tenido oportunidad de presenciar-, que en no pocos instantes lo acerca al ya citado René Clair. Esa tendencia a una interpretación pesada, y a una narrativa en ocasiones plúmbea, irá aparejada al gusto decorativista del realizador, que procura en todo momento una composición pictórica de sus encuadres, ubicando la presencia de estatuas y motivos decorativos rodeando a los intérpretes. Evidentemente, nos encontramos con el aspecto más caduco del relato. No obstante, lo mejor de LA MAIN DU DIABLE, se encuentra en su condición de malsano cuento sobrenatural de carácter faústico y, sobre todo, por apreciar en no pocos momentos, elementos en esta película, que serían retomados por su hijo Jacques, para rodar quince años después, una de las cumbres del cine de terror; THE NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1958). Desde el uso de las sombras que aparecen en algunos de sus mejores momentos –la escaleta en la escalera del mesón, donde la sombra agigantada de un camarero desaconseja a Roland que lleve a cabo su pacto-, hasta elementos concretos como la propia formulación del pacto del Diablo –esa huella que aparece en la puerta de la casa rural, como señal diabólica-. A este respecto, me gustaría destacar el instante que considero más valioso de la película, la búsqueda desesperada de Roland al Diablo tras la fiesta en la que expone su nueva obra, sin lograr llegar hasta él, aunque su risa en off devenga especialmente inquietante. No se por qué, pero me recordó enormemente la célebre secuencia del encuentro de Dana Andrews y Nial McGuinnis en la biblioteca británica, en la ya mencionada cumbre dirigida por el hijo.

Más allá de estas referencias, que intuyo asumió Jacques a modo de pequeño homenaje a esta singularidad en la obra de su padre, lo cierto es que el lado fantastique aflora en no pocos instantes, como la manera que aparece de envolver el paquete que contiene la mano / amuleto –con cámara rápida y usando solo la mano izquierda-, que nos retrotrae al Buñuel y Dalí de UN CHIEN ANDALOU (Un perro andaluz, 1929), o la propia existencia de esa mano con vida propia, que muy poco después, sería el germen de la obra fantastique de otro realizador francés; Robert Florey –THE BEAST WITH FIVE FINGERS (1946)-. Tourneur llegará a plantear un episodio casi delirante, con el encuentro del desesperado protagonista con las siete almas que con anterioridad a él vivieron la maldición. Un fragmento que servirá como catarsis y reflexión, a la hora de encontrar una posible solución, para evadirse de la irrefrenable maldición de este humanizado y acomodaticio Lucifer. Todo ello, tendrá lugar en un climax quizá un tanto forzado, que desaprovecha las posibilidades visuales y dramáticas de un combate cuerpo a cuerpo, en las ruinas exteriores del monasterio que se encuentra apenas fuera del hotel alpino.

No cabe duda que LA MAIN DE DIABLE es una curiosidad que ha de verse con un cierto grado de aprecio, y  debe ser ubicada dentro del aporte que la cinematografía gala brindó al fantastique, especialmente en aquellos años tan convulsos. Sin embargo, uno no deja de echar de menos un mayor aprovechamiento de caudal de posibilidades que albergaba tanto su argumento, como su plasmación visual y dramática. En definitiva, se aprecia la incapacidad de un hombre de cine excesivamente mitificado, para poder asumir unas sugerencias, que su hijo ya había demostrado sobradamente allende el océano, con la extraordinaria CAT PEOPLE (La mujer pantera, 1942).

Calificación: 2’5

CÉCILE EST MORTE! (1944, Maurice Tourneur)

CÉCILE EST MORTE! (1944, Maurice Tourneur)

Es curioso comprobar las vueltas que da  la vida en el terreno de la valoración de cualquier faceta del arte, una de las cuales es el cine. Ello viene a colación al comprobar como el paso de varias décadas ha variado por completo la valoración esgrimida en la obra de dos cineastas que compartieron apellido en calidad de padre e hijo, y cuyo progenitor gozó en su momento de una enorme fama, mientras su hijo hasta no hace demasiado tiempo no fue reconocido como uno de los grandes del cine. Me estoy refiriendo, por supuesto, a la valoración que en el pasado gozó la dilatada filmografía del francés Maurice Tourneur (1873 – 1961), y la posterior de su hijo Jacques (1904 - 1977). Es curioso como en un momento determinado el peso del prestigio del primero oscureció al del segundo, y hoy día el de su hijo prácticamente ha hecho olvidar el nombre de Maurice. No sería justa dicha apreciación sin señalar que pese a todo, Jacques Tourneur ni es ni será nunca un director de masas –y quizá es bueno que siga manteniendo dicha condición-, pero lo que ha resultado curioso con el paso del tiempo es el absoluto olvido que ha merecido la figura de su padre, cuya obra durante largo tiempo fue enormemente considerada, sobre todo en una filmografía en la que destacaban –al parecer- sus cualidades estéticas y el especial cuidado otorgado a la dirección artística de sus obras. Y digo eso, en la medida que podemos decir que su cine está prácticamente vedado al conocimiento de las nuevas generaciones. Hasta la fecha tan solo había contemplado uno de sus títulos -KÖNIGSMARK (Justicia imperial, 1935), de la cual existe también la versión inglesa, rodada por el mismo realizador- y punto por punto concordaba con las características antes señaladas, sin provocarme mayores entusiasmos –de hecho, apenas lo recuerdo-. Es por ello que la oportunidad de acceder a un lote de títulos firmados por Tourneur padre, me decidí al visionado de CÉCILE EST MORTE! (1944), antepenúltimo título de su amplísima obra, que presentaba la particularidad de suponer un extraño policial, rodado además en el seno de los estudios Continental, en el periodo final de la ocupación francesa por parte de los alemanes en Vichy –aspecto que no tiene ninguna referencia en el film-.

En su defecto, la película ciñe su argumento a un caso de persecución policial a partir de una serie de crímenes surgidos de la mente del novelista George Simenon, ya que la película en sí no es más que una más de las que tuvieron como protagonista al Inspector Maigret (encarnado en esta ocasión por un áspero Albert Préjean). Su metraje nos muestra la llegada de este en el día de su cumpleaños a la comisaría, en donde una vez más le esperará la joven y especialmente sensible Cécile (Santa Relli), al parecer especialmente ligada al investigador, que tiene que soportar las chanzas de sus compañeros. Esta le relatará una serie de temores que vive en su residencia y comparte con su dominante tía, comentándole la existencia de ruidos nocturnos que el inspector se tomará sin gran interés, cansado de las constantes visitas de esta. Sin embargo, lo que parece una más de estas visitas generadas por la idolatrada vinculación a Maigret, pronto se convertirá en una sucesión de asesinatos, el primero de ellos de especial sordidez, en el que se aúna el estrangulamiento y posterior decapitación de una mujer. Todo ello no supondrá más que una espiral de crímenes que se extenderán a la tía de Cécile y a esta misma, en un turbio asunto que removerá unas relaciones de dominio establecidas en el entorno de la amargada tía de Cécile. A partir de dichos asesinatos, las investigaciones se centrarán en la figura del turbio y en apariencia respetable Dandurand (Jean Borchard), vecino de la ya madura asesinada, con quien mantenía una estrecha relación, sabiendo que esta escondía una serie de documentos comprometedores y el propio testamento final de sus pertenencias.

Para cualquier seguidor de este tipo de cine criminal puesto en práctica en la Francia de aquellos años, será fácil encontrar una serie de elementos comunes con exponentes filmados por otros cineastas; el tratamiento de ambientes cerrados y sombríos o la descripción de personajes antipáticos, serán elementos comunes que se reiterarán en este producto ya casi testimonial de Maurice Tourneur. Sin embargo, justo es señalar que uno echa de menos esa capacidad que directores como Henri-George Clouzot alcanzó en esta misma vertiente, logrando en sus obras mostrar una visión totalmente nihilista de la sociedad en la que se inscribían sus historias policíacas, que desconcertaron tanto a los ocupantes nazis como a los resistentes franceses. En su lugar, la película de Tourneur acusa un cierto estatismo formal y una sequedad que no se erige como norma de estilo sino como incapacidad de profundización de la galería humana que puebla su ficción –la excepción es la relativa riqueza que ofrece de la dominanta tía que sojuzga a toda la familia-. Sin embargo, esa cierta incapacidad para ahondar en los matices que piden a gritos sus personajes, no impide que destaquemos en la película un seco sentido del humor –un aspecto inusual en el cine francés de la época-, unido al especial aprovechamiento que el realizador utiliza de las numerosas secuencias de interiores que se prodigan en el metraje –especialmente en las desarrolladas en la edificación donde se centran los hechos-. Esa capacidad para trasladar un aspecto claustrofóbico de dichos interiores, unido al extraño sentido del humor aludido, serían a mi modo de ver los máximos alicientes a un título que, con todo, me ha provocado una cierta decepción, quizá por que esperaba más del mismo más de lo que me ha podido proporcionar, o quizá uno deseaba que por una vez, el padre hubiera tomado nota de lo que su hijo ya había comenzado a instaurar en USA, su país de adopción. Y es que la gran interrogante existente entre los Tourneur, y que Jacques nunca dejó demasiado claro en sus escasas entrevistas, es el grado de relación que se mantuvo entre ambos, y que a nivel específicamente cinematográfico me temo no fue demasiado influyente, de lo cual esta con todo curiosa CÉCILE EST MORTE! supone un ejemplo palmario. Espero en breve ir contemplando otros títulos de su responsable, que me sirvan para darme una opinión de conjunto con más peso del que me proporcionan los dos escasos que hasta ahora he podido contemplar.

Calificación: 2