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CINEMA DE PERRA GORDA

Melville Shavelson

HOUSEBOAT (1959, Melville Shavelson) Cintia

No es la primera vez que lo señalo. Junto a los grandes cineastas que cimentaron el último gran periodo de la comedia americana -Donen, Edwards, Quine, Tashlin, Lewis, Minnelli, Wilder…- se aglutinaron las aportaciones, en ocasiones incluso llenas de brillantez, de otros artesanos del género como George Marshall, David Swift, Melvin Frank, Norman Panama o Melville Shavelson. Profesionales que en buena medida se pusieron al servicio de diversas y populares estrellas de la comedia y que, in situarse a la altura de los referentes antes citados, sí que brindaron en más de una ocasión títulos más que perdurables. El caso de Shavelson quizá estuvo destinado a un determinado ámbito de comedia familiar, en el que se encuadró buena parte de su no demasiado extensa filmografía, y de las que me gustaría destacar la apreciable y agridulce THE WAR BETWEEN MEN AND WOMEN (Guerra entre hombres y mujeres, 19729 y, sobre todo, su debut en la dirección cinematográfica en la estupenda comedia musical THE SEVEN LITTLE FOYS (1955) -biopic de la estrella de vaudeville Eddie Foy-. Y es curioso señalarlo, ya que las mejores virtudes de esta primera película, podemos trasladarlas a HOUSEBOAT (Cintia, 1959), que le supuso un enorme éxito comercial y de crítica, contando con el inigualable atractivo de la pareja protagonista, unos Cary Grant y Sophia Loren, cuya química se extiende a todos los fotogramas de la función. Sin embargo, al citar las virtudes que se disfrutan en esta película, me refiero sobre todo a la pericia en el tratamiento de actores y personajes infantiles -un terreno absolutamente temible-. Y, sobre todo, al dar vida una comedia que bordea lo romántico e incluso lo puramente melodramático, y hacerlo en todo momento con un pudor emocional y un intimismo cinematográfico realmente sorprendente, aunque en buena medida aparezca como una sabia inspiración, de referentes existentes en el cine de aquel tiempo, por medio de cineastas mayores como Leo McCarey -AN AFFAIR TO REMEMBER (Tú y yo, 1957)- o incluso Frank Tashlin -THE GEISHA BOY (Tu, Kiki y yo, 1957)-. De estas y otras referencias, Shavelson acierta a plasmar este guion articulado por él mismo junto al experto Jack Ross -aquí también productor-, a la hora de dar vida un argumento que, de entrada, podía resultar indigesto. Sin embargo, muy pronto percibimos el encontrarnos ante una deliciosa combinación de comedia romántica y familiar, en la que no faltan constantes elementos cómicos, e incluso algunos de ellos ligados al slapstick.

Tom Winter (Cary Grant) es un alto funcionario que ha quedado viudo de una esposa con la que no mantenía una especial buena relación, quedando a su cargo tres niños -dos varones y una pequeña- a los que apenas ha atendido en su crianza. Con ánimo de asumir su potestad los llevará al apartamento que mantiene en Washington, donde muy pronto se evidenciarán tanto sus carencias, como el casi nulo apego que le brindan los niños. Por ello se impondrá la captación de una niñera que, de manera inesperada, facilitará el más pequeño y distante de los niños -Robert (Charles Herbert)-. Este, tras encontrarse incómodo en un concierto huirá, hasta ser rescatado por Cintia Zaccardi (Sophia Loren). Se trata de una italiana en constante rebelión con su padre -el director del concierto-, para quien el encuentro con el niño supondrá la puerta de entrada a un nuevo mundo, independiente e inesperado. Winter pronto verá la oportunidad de encargarle la responsabilidad de los niños, e incluso retornar al entorno rural donde se encuentra su cuñada. Dicha decisión no será más que el inicio de una serie de penalidades, que llevarán al inesperado quinteto a residir en una vetusta casa flotante ubicada junto al río. Lo harán inicialmente para una sola noche, pero poco a poco el recinto se hará habitual y plácido para sus nuevos moradores, y a partir de ahí se irán estrechando -no sin conflictos- las relaciones entre todos ellos. Y es que, si el acercamiento de los tres niños con su padre se irá fraguando, de manera paralela lo hará el estrechamiento en las mantenidas entre Tom y Cintia. Entre ambos, se superpondrá la alargada y elegante sombra de Carolyn (Martha Hyer), la cuñada de este, siempre secretamente enamorada de él. En cualquier caso, la complejidad en la consolidación de los afectos, llegará incluso a entrelazarse entre las de sus hijos a su padre, y la de esa sirvienta que ejerce casi como de madre para ellos, pero que en un momento dado los propios pequeños encontrarán como inconveniente para el acercamiento hacia sus padres.

Desde sus primeros instantes, HOUSEBOAT deja bien clara la limpieza y elegancia de su planteamiento. El hermoso score de George Duning, ayudado por la belleza que le proporciona el Vistavision de Paramount, la iluminación en color de Ray June, potenciada por el imprescindible consultor de color del estudio, Richard Mueller, en muy pocos planos acierta a describirnos, con inusual pudor, la distancia existente entre ese padre viudo que retorna con unos hijos que apenas sienten nada por él. Casi de inmediato, los sorprendentes y modernísimos títulos de crédito de la película, articulado con el fondo de una alfombra a modo de diana, perfecta metáfora de ese anhelo de aciertos en los sentimientos que articulará el relato. Un anticipo que nos introduce a una comedia que alberga numerosas cualidades, la menor de las cuales no es, por supuesto, la capacidad que alberga en todo su metraje de alternar, sin estridencias, las diversas vertientes de comedia y melodrama que se alternan en su seno. Todo ello, en una tendencia ya consolidada en los nuevos modos de la comedia por numerosos de sus más célebres representantes, y que aquí Shavelson acierta a plasmar con considerable convicción.

Esa capacidad para penetrar con especial intimismo en las tribulaciones emocionales de sus cinco personajes principales, se expresa por medio de una cámara elegante, discreta y siempre pudorosa, pendiente del respeto en torno al drama interior de cada uno de ellos, por lo general sin forzar la planificación, utilizando con especial significación el esmerado diseño de producción y la escenografía. Y también, y como no podría ser de otra manera, en una película protagonizada por Cary Grant en su mejor momento de madurez, imbricándose en ese ámbito de comedia tan elegante como por momentos absurdo -cercano al slapstick silente-, que tiene su focalización en torno a las desventuras vividas por su personaje, acometidas con esa eterna impasibilidad que, a mi modo de ver, le acerca tanto a los modos cómicos de Oliver Hardy, y que tendría un discípulo tardío en el igualmente inigualable Walter Matthaw. Esa capacidad de asumir con estoicismo cualquier contratiempo -la rebelión de sus hijos en el apartamento de Washington; las enormes torpezas sufridas en la vieja barcaza donde residirán; ese impertérrito hundimiento en las aguas tras partirse la pasarela hacia la barcaza, que nos recuerda un gag similar de la mítica BRINGING UP BABY (La fiera de mi niña, 1938. Howard Hawks), y que tendría una nueva prolongación en la casi inmediata THE GRASS IS GREENER (Página en blanco, 1950. Stanley Donen)-. Esa diversidad de líneas se encuentra entrelazada con sorprendente serenidad por un realizador que sabe en todo momento de dotar a cada secuencia o giro argumental del adecuado grado de sensibilidad. De la sonrisa hasta casi la lágrima. Desde el absurdo cómico hasta la profunda emoción. Desde el estallido emocional hasta el gesto casi imperceptible. Todo tiene la justa medida en una propuesta que podría incurrir en los excesos más temibles, pero que, por el contrario, adquiere bajo nuestros días una frescura y una sinceridad emocional y cinematográfica sorprendente. Es más, este argumento que habla de la necesidad del amor y la comprensión, a diferentes escalas, y que en no pocos momentos aparece como un nada velado precedente de la espléndida THE COURTSHIP OF THE EDDIE’S FATHER (El noviazgo del padre de Eddie, 1963. Vincente Minnelli), se encuentra trufado de momentos de notable brillantez fílmica.

De entre ellos, no puede dejar de destacar dos de sus secuencias. Una de ellas, es sin duda la desarrollada en la fiesta de sociedad, en la que, tras haberse comprometido Tom con la eternamente postulante Carolyn, sin solución de continuidad este bailará con Cintia, en unos instantes provistos de una enorme sensualidad -la química entre ambos en esos momentos, resulta asombrosa-. Todo ello, en unos instantes que, en ciertos momentos, nos evocan la secuencia similar de PICNIC (Picnic, 1955), el debut de otro de los más grandes cineastas románticos de aquel tiempo; Joshua Logan. Sin embargo, y con anterioridad, nos encontraremos con pasmoso episodio, trufado de sensibilidad, en el que el padre intenta acercase a su hijo mayor, el conflictivo David (Paul Petersen). Para ello, decidirá ponerse a pescar junto a él desde la barcaza, estableciéndose entre ambos una conversación dotada de tal sinceridad, que sin duda podría situarse entre los mejores pasajes del melodrama de su tiempo.

Calificación: 3

THE SEVEN LITTLE BOYS (1955, Melville Shavelson) [Mis siete hijos]

THE SEVEN LITTLE BOYS (1955, Melville Shavelson) [Mis siete hijos]

El paso de los años ha definido a Melville Shavelson como uno de los más temibles representantes de la comedia sentimental emanados desde Hollywood en las décadas de los cincuenta y sesenta. Es cierto que he ido evitando contemplar exitosos y presuntamente temibles ejemplos como HOUSEBOAT (Cintia, 1958) o IT STARTED IN NAPLES (Capri, 1960), pero en su momento sí que tuve que soportar A NEW KIND OF LOVE (Samantha, 1963), que no dudo en considerar una de las peores comedias de los sesenta. Sin embargo, he encontrado entre no muy extensa filmografía -Shavelson se insertó esencialmente en el medio televisivo- dos propuestas de cierto interés, como fueron ON THE DOUBLE (Plan 402, 1961) -uno de los vehículos más aceptables de Danny Kaye- o la posterior y bastante amarga THE WAR BETWEEN MEN AND WOMEN (Guerra entre hombre y mujeres, 1972).

En cualquier caso, no puedo ocultar mi relativa sorpresa, al contemplar -y disfrutar- del título que supuso su debut. Singular -y muy libre- biopic en torno a la figura de la estrella del vaudeville Eddie Foy, THE SEVEN LITTLE BOYS (1955), apenas oculta su condición de vehículo al servicio del cómico Bob Hope, tan poco apreciado en nuestro país como idolatrado por el público norteamericano -nunca podremos olvidar el fervor que siempre le ha profesado Woody Allen-. Personalmente, y habiendo visto bastantes de las películas protagonizadas por Hope -en la que se encuentran comedias bastante apreciables-, no dudo en situarla entre las más interesantes, junto a las igualmente olvidadas y carentes de estreno en España, THAT CERTAIN FEELING (1956, Melvin Frank y Norman Panama) y THE FACTS OF LIFE (1960), esta última dirigida en solitario por Frank. Y lo cierto es que, en los primeros instantes, al contemplar al hijo del protagonista en plena actuación junto a su retahíla de hijos, vestidos todos de amarillo, uno se teme lo peor. Sin embargo, ya podemos percibir una de las grandes virtudes de la cinta; el cromatismo que desprende el look Paramount a través de la iluminación de John F. Warren y la ayuda del consultor de color Monroe W. Burbank. Y unido a ello, la incorporación de una voz en off que ejecuta con fuerza y sentido del humor Eddie Foy Jr., el propio hijo del homenajeado.

Siguiendo el guion elaborado al alimón por parte del propio Shavelson y su inseparable Jack Rose -este último también productor-, muy pronto la acción se retrotrae a finales del siglo XIX para ofrecernos la deriva humana de Eddie Foy (el propio Hope, en uno de sus trabajos más compactos). Esa interesante transición cinematográfica nos retrotrae a su antepasado, contemplándolo en teatros de vaudeville y percibiendo muy pronto su bien clara misoginia, haciendo alarde de su soltería. En una nueva actuación espera que sea contemplado por el productor de espectáculos Barney Green (estupendo George Tobías), pero la llegada de una pareja de artistas italianas, hermanas, que han de actuar previamente, pronto vivirán en carne propia su descortesía al no cederles el arisco protagonista su camerino. Ellas son Madeleine (Milly Vitale) y Clara Morando (Angela Clarke). A modo de venganza prolongarán su actuación en el escenario para desesperación de Eddie, deseoso de actuar delante del promotor teatral. Por ello, decidirá hacerlo dentro de la propia actuación de ambas, provocando de manera espontánea una entusiasta acogida del público. Green intuirá el potencial de la insólita agrupación, ofreciendo al protagonista un contrato pero junto a sus dos inesperadas compañeras. Consciente de la infranqueable frontera que él mismo ha creado en torno a las dos artistas italianas, dejará paso a su instinto e invitará a cenar a Madeleine ocultándole el objetivo último de dicha cita, aunque una inesperada presencia de Barney arruinará el plan, pese a la insistencia del protagonista bajo la lluvia. Las hermanas volverán a Italia, e incluso la joven seguirá escribiendo a Fey, indicándole su próximo compromiso matrimonial, quizá con la intención de estrechar los lazos que, pese a todo, les unen. Pese a su misantropía, poco a poco Eddie notará la ausencia de esa muchacha que, casi a pesar suyo, le ha hecho mella en sus sentimientos. Viajará hasta Milán, donde Madeleine estudia en una academia de baile, y sin poderlo remediar se casará con la muchacha, con la que retornará a USA y también junto a su hermana, aunque sin saber que se encuentra embarazada, lo que impediría que el contrato orecido por Barney se hiciera realidad.

Sin embargo, ello no supondrá más que el inicio de la vida familiar de Fey, ya que su esposa y su cuñada se retirarán de la vida artística al objeto de poder atender la numerosa prole de descendencia que se irá sucediendo, mientras nuestro protagonista irá ascendiendo en su carrera, encontrando un inesperado asidero en la heroica actitud mientras se produce un incendio en un teatro de Chicago, y actuando mientras tanto para evitar el pánico entre los espectadores. Eddie comprará a su familia una enorme casa de campo, que al tiempo que les alejará de su entorno habitual, favorecerá que él mismo se distancie de ellos, incluso sin conocer la creciente enfermedad de su esposa, que finalmente morirá. A la devastación del artista se unirá la crisis personal por no haber sido ni buen padre ni buen marido. Todo ello le provocará una catarsis de la que solo emergerá al atender al consejo de su agente y amigo, para que realice un número junto a sus descendientes, tal y como viene sucediendo con otras atracciones de índole familiar. Pese a sus reticencias, y al en apariencia desastroso estreno -acogido con entusiasmo por el público-, pronto consolidará la iniciativa en una imparable carrera al éxito, al tiempo que compartida por sus hijos. Sin embargo, ello no supondrá más que recaer en el distanciamiento con estos, algo que poco a poco irá reprochando la tía de los muchachos, hasta el punto que estos abandonarán sus compromisos en el momento en que tenían que realizar unas esperadas actuaciones en fechas navideñas. Será un momento en que Clara intente despojar a Eddie en la custodia de todos ellos,

¿Qué es lo que hace atractiva THE SEVEN LITTLE FOYS? Considero que su creciente interés se plantea en el equilibrio que sus imágenes muestran de comedia familiar, ecos de musical, vehículo al servicio de su protagonista, añoranza a unos pasados modelos de espectáculo popular y, también, ciertos ecos de slapstick. Todo ello, además, envuelto con un envidiable sentido del ritmo. Así pues, una de las virtudes de la película reside en los matices que se brindan en torno al retrato del protagonista, lo que permite a Hope un personaje provisto de inhabituales matices en su trayectoria, en los que sin embargo no dejarán de estar presentes esos habituales chistes y réplicas venenosas, inmersos sobre todo en la faceta reprobable de su personaje homenajeado.

A partir de estas premisas, el film de Shavelson acierta sobre todo en suavizar todos esos componentes que podrían incidir en la vertiente sentimental del relato, por lo general revestidos de acertadas capas de ironía, en la que la presencia de la citada voz en off supondrá un impagable aliado. Fruto de ello, la elipsis marcará la boda de la pareja protagonista, aunque muy poco después se ofrezca la ironía de conocer que Madeleine se encuentra embarazada de manera oculta. O el irónico montaje que se recrea de los diferentes bautizos de los siete hijos del matrimonio, todos ellos plasmados en el mismo marco de la pila de bautismo. Sin embargo, el director no evitará mostrarse sombrío en el que quizá suponga el mejor momento de la película, inesperado por su dramatismo. Me refiero al picado que encuadrará en plano general al protagonista una vez llega al hall de su mansión a oscuras, mientras es contemplado acusadoramente por Clara, y el esposo -y con él, el espectador- siente físicamente el vacío de la irrenunciable ausencia.

En THE SEVEN LITTLE FOYS se percibe, por otra parte, ese extraño grado de feeling que podían proporcionar una manera de cultura popular, muy ligada a las masas de la América de aquellos inicios del siglo XX. Lo viviremos en esa mirada sobre los back stage, y también la plasmación de los diferentes números musicales, como aquellos que describirán la interacción de padre e hijos, en especial al catastrófico -pero exitoso- que caracterizará la simbiosis de Foy y sus hijos. Entre ellos, no puedo dejar de destacar el delicioso que describe una evocación de Chinatown que, por momentos, parece ejercer como inesperado precedente de la obra maestra de Frank Tashlin THE GEISHA BOY (Tu, Kimi y yo, 1957), Curiosamente, Shavelson tampoco se recata en brindar en nada oculto -y brillante- homenaje al número estrella de SINGIN’ IN THE RAIN (Cantando bajo la lluvia, 1952. Stanley Donen & Gene Kelly), en la atractiva secuencia donde Eddie busca un acercamiento con Madeleine. También dentro de esta vertiente, y ofreciendo quizá el rasgo por el que es más recordada esta película, cabe destacar esa impagable secuencia en la que Eddie Fey recibe un trofeo como ‘mejor padre’, donde James Cagney encarnará de nuevo al George M. Cohan -rol que le hizo acreedor del Oscar al mejor actor con YANKEE DOODLE DANDY (Yanqui Dandy, 1942. Michael Curtiz)-, y permitiendo la impagable actuación de Cagney en el terreno del vaudeville e incluso un número al alimón junto a Bob Hope que, por momentos nos permite al espectador el disfrute auténtico de un modo de espectáculo tan auténtico y popular. Es cierto que Melville Shavelson concluye la película quizá de manera algo abrupta, pero ello no le impide albergar la sensación de asistir a un espectáculo francamente placentero.

Calificación: 3

THE WAR BETWEEN MEN OF WOMEN (1972, Melville Shavelson) Guerra entre hombres y mujeres

THE WAR BETWEEN MEN OF WOMEN (1972, Melville Shavelson) Guerra entre hombres y mujeres

Nos encontramos en los primeros años 70 y la comedia americana como, en general, el conjunto de los géneros clásicos que hicieron grande Hollywood, se encontraba ya en la práctica desaparición de un periodo irrepetible. Perdidas de su práctica, figuras como Stanley Donen, Richard Quine, Frank Tashlin -que ese año, filmaría su última y mediocre película-. En un periodo de desorientación, la obra de figuras como Jerry Lewis, Blake Edwards o Vincente Minnelli, es cierto que figuras de segunda fila o nombres emergentes, intentaron ocupar dicho cetro, logrando en ocasiones, resultados brillantes, como el que va del Norman Lear de la eternamente ignorada COLD TURKEY (Un mes de abstinencia, 1971), al brillante revisionismo Screewall de WHAT’S UP DOC? (¿Qué me pasa, doctor?, 1972. Peter Bogdanovich). En cualquier caso, los nuevos e inconexos modos del género, oscilaron desde la explotación de la corriente judía del mismo, hasta una nueva y más desencantada mirada, en torno a esa sociedad convulsa, envuelta en el trauma de Vietnam, la contracultura, o el desencanto de una sociedad urbana, donde la incidencia de la contaminación, o una futura crisis energética, definía la vida americana y, en conjunto, occidental.

Lo que sí se prolongaría en los exponentes de aquellos años, es el peso de las estrellas que en el mismo ya habían consolidado su popularidad desde bastantes años atrás. Una de ellas, consolidada desde mediada la década de los 50, fue sin duda Jack Lemmon, que prolongó su hegemonía en el mismo, en alguna ocasión con su inseparable Walter Matthaw y, en la mayor parte de las veces en solitario. Es más, creo que en Lemmon se personificó en buena medida, ese americano medio, adentrado en la madurez, testigo sufriente de esos excesos de esa civilización del progreso. Es algo que manifestaría en títulos como SAVE THE TIGER (Salvad al tigre, 1973, John G. Avildsen) -que le proporcionó su segundo Oscar, este en rol protagonista-, o THE PRISONER OF SECOND AVENUE (El prisionero de la Segunda Avenida, 1975. Melvin Frank). Sería esta una vertiente, que tendría uno de sus primeros exponentes, en la inmediatamente precedente THE WAR BETWEEN MEN OF WOMEN (Guerra entre hombres y mujeres, 1972), dirigida sin embargo por Melville Shavelson, uno de los especialistas en el género -en su doble versión de realizador y guionista-, caracterizados por una mayor blandura e inoperancia, debido quizá a la generalizada presencia de niños en sus películas. Será este un factor de inapelable efectividad, al proporcionar suplementaria cursilería a su cine, por más que este se encuente poblado de grandes estrellas, sean estas habituales en el género o no. Hay excepciones a esta preponderancia infantil. Recuerdo con horror el ejemplo de A NEW KIND OF LOVE (Samantha, 1963), una de las peores comedias americanas de la década y, por otro lado, también sin presencia infantil, ON THE DOUBLE (Plan 402, 1961), aparece por el contrario como una de las comedias más estimables, de cuantas protagonizara el para mi tan molesto Danny Kaye.

THE WAR BETWEEN MEN OF WOMEN sí que cuenta con niños en su base dramática, urdida al alimón por el propio Shavelson, Danny Arnold y James Thurder. Sin embargo, parte de una atractiva premisa, centrada en la figura del reconocido dibujante de comics Peter Wilson (Lemmon) -¿Se retomó el planteamiento de la brillante HOW TO MURDER OF WIFE (Como matar a la propia esposa, 1965) de Quine?-. Wilson es famoso por la tremenda misoginia que destila en sus viñetas. Por encima de dicha catalogación, se trata de un auténtico misántropo que disfruta una desordenada soledad, en la que pronto tendrá acto de presencia el drama. El descuido en un lejano síntoma en un ojo se le ha extendido al otro, estando en grave riesgo de quedar ciego y a la espera de una operación de incierto resultado. La caótica vida del protagonista, que sobrellevará como pueda su creciente ceguera, acentuando su agresividad hacia todo lo que le rodea, cobrará un inesperado giro cuando en una fiesta conozca a Terry Kozlenko (Barbara Harris). Rompiendo su sempiterna misoginia -el eje de su fama como dibujante satírico-, mantendrá una primera velada con ella y, poco después, se unirá en matrimonio, aún sabiendo que se encuentra divorciada y cuenta con dos hijas, un hijo y un perro. Contra todo pronóstico, e incluso la puntual injerencia del anterior esposo de Terry -Stephen (Jason Robards)-, el nuevo matrimonio irá funcionando, en medio de constantes peripecias, coincidiendo ese nuevo rumbo en la vida de nuestro protagonista con la pérdida de la mordacidad que caracterizó hasta entonces su aportación como dibujante satírico. Sin embargo, un nuevo inconveniente se adueñará de su existencia; su síntoma ocular le lleva prácticamente a una urgente operación, último y poco seguro paso para evitar una casi inevitable ceguera física.

Lo mejor y lo peor que se puede decir al mismo tiempo de THE WAR BETWEEN MEN OF WOMEN, es que no carece de ambiciones, postulándose como una mirada crítica en el seno de esa sociedad urbana, atosigante, que aparece casi como telón de fondo, de las peripecias de sus personajes. Esa circunstancia, permite que Shavelson quiera pulsar muchas teclas, quizá demasiadas, en lo que supone un producto confeccionado, esencialmente, para el lucimiento de un Jack Lemmon, que se erige como protagonista casi absoluto de un relato. Por ello, contemplaremos su conjunto de tics y gestos característicos, que hicieron una de las presencias más entrañables en el género, sin añadir en su performance ningún timbre de gloria y, resultando, por el contrario, bastante más convincente, cuando se imbuye en fugas dramáticas -las secuencias con el oftalmólogo-. Barbara Harris se muestra llena de frescura, desentonando sin embargo las breves y episódicas presencias de Jason Robards, en un rol muy poco consistente, presente tan solo para plantear un inesperado apunte dramático en su definitiva ausencia. En la película, no faltarán esos apuntes disolventes en torno al mundo creativo en el que se desenvuelve el protagonista, contando para ello con el muy divertido rol del agente de Peter -Howard Mann-, encarnado por un magnífico Herb Edelman. Así pues, como no podía ser de otra manera, el film de Shavelson se adueña de la contrastada presencia de los tres hijos de la nueva esposa del dibujante, en la que no se ausentarán tópicos y estereotipos, aunque justo es reconocer que la amenaza de cursilería se encuentra relativamente mitigada. Todo ello conformará un conjunto dramático de costuras agridulces, que en sus mejores momentos acierta a describir ese caos sociológico de su tiempo, y que incluso apostará por dos arriesgadas secuencias, de desigual efectividad, en la que las criaturas dibujadas por Wilson cobrarán vida. La primera de ellas, coprotagonizada por Stephen, recreará una auténtica batalla campal en el salón central de la vivienda. La segunda, de carácter más moralizante, describirá un recorrido por los peores vicios de la condición humana, efectuando una apuesta por la fuerza del amor, estando acompañado el dibujante por la más pequeña -y conflictiva- de sus hijastras.

En cualquier caso, dentro de su apreciable nivel medio, y también en medio de sus desequilibrios y vaivenes -por lo general, bien envueltos en la melodía de Marvin Hamlish-, no se ausentará un episodio magnífico, en mi opinión el mejor con diferencia del conjunto, en el que se logra aunar la vertiente cómica del relato, con su cercana vena trágica. Me refiero a la que describe la cena entre Pete, su esposa y su representante -maravilloso Edelman-, mientras este intenta engañar a Terr, al decirle que Peter ha de irse durante un tiempo a una casa de campo, para elaborar un libro de dibujos que se encuentra atrasado. En realidad, es una tapadera para impedir que ella se entere de la operación que va a sufrir, ya que el dibujante no desea que su esposa comparta el sufrimiento. La imposibilidad de Howard en mantener la mentira, hará que este estalle en repetidas ocasiones a llorar, en medio de una escena de extraordinaria modulación, solo por la cual merece la pena ver la película.

Calificación: 2’5