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CINEMA DE PERRA GORDA

Mira Nair

VANITY FAIR (2004, Mira Nair) La feria de las vanidades

VANITY FAIR (2004, Mira Nair) La feria de las vanidades

No había tenido ocasión con anterioridad de visionar ninguna de las películas realizadas previamente por la realizadora hindú Mira Fair, aunque reconozco que tenía una cierta curiosidad en contemplar esta VANITY FAIR (2004) fundamentalmente atraído por la variedad de su cast y el previsible regusto a una crónica de costumbres. En buena medida este interés ha quedado moderadamente satisfecho, ya que si bien esta lujosa producción resulta finalmente un producto entretenido y hasta cierto punto correcto, no es menos evidente que su resultado está bastante por debajo de sus posibilidades. Sinceramente creo que la propia existencia de la misma responde al interés de propiciar un producto de qualité con posibilidades de llegar a públicos jóvenes –y la elección de Reese Witherspoon como protagonista tiene bastante que ver con ello-.

VANITY FAIR adapta una novela de William Makepeace Thackeray –llevada hace décadas ya a la pantalla por Rouben Mamoulian en su LA FERIA DE LA VANIDAD (Becky Sharp, 1935). Su argumento plantea una irónica comedia de costumbres en la Inglaterra de las primeras décadas del siglo XIX, sobrellevando en ella por un lado el “arribismo” de las nuevas clases sociales en un entorno dominado por una aristocracia que indefectiblemente va camino de su progresiva desaparición. La trama se centra en la figura de Becky Sharp (Witherspoon), que de una infancia caracterizada por la miseria junto a la compañía de un padre que malvendía su pintura, ya en su juventud utilizará su encanto y desenvoltura para ir integrándose y codearse con la opulencia de esas clases sociales a las que demuestra una mayor cercanía que los rigurosos corsés de unos modales ya caducos y llenos de hipocresía.

Es así como la película muestra –con tanta amenidad como superficialidad- ese recorrido en el que se van integrando diversos personajes, como su amiga Amelia (Romota Garay) que de alguna manera la integra en la alta sociedad. En ella poco después conocerá al apuesto Rawdon Crawdoy (James Purefoy), un mujeriego dotado de una arrolladora personalidad con el que contraerá matrimonio, teniendo ambos que sortear no pocas dificultades para sobrevivir.

Mas allá de la estupenda ambientación, el cuidado de la dirección artística –no así una planificación que en ocasiones rompe su clasicismo-, la en ocasiones adecuada inclusión de fundidos o utilización de voces en off mediante cartas que unos personajes se envían a otros y que hacen avanzar la acción o la eficacia de su reparto coral, no oculta la gran limitación de la película. Esta no es otra que el no apurar hasta sus últimas circunstancias como irónica comedia –la parte inicial en la que Becky va allanando su ascenso social-, mientras que en muy pocas ocasiones llega a alcanzar la temperatura dramática que en ocasiones piden a gritos sus imágenes. En su defecto, VANITY FAIR bascula generalmente con no demasiada fuerza entre uno u otro género, quedando como una discreta narración que, eso sí, nunca aburre pese a sus más de dos horas de duración, pero que únicamente en contados instantes prende la mecha de la complicidad con el espectador. Una excepción a esta cortedad de miras se centra en la magnífica secuencia que se produce entre Becky y Rawdon poco antes de que este acuda a luchar en la batalla de Waterloo. En unos pocos planos este le enumera todas sus pertenencias en caso de la posibilidad de morir en combate, mientras ambos revelan con una intensidad hasta entonces inusitada, el amor que ambos se profesan. Lamentablemente, las secuencias finales en las que Amelia –un personaje desaprovechadísimo y una pobrísima interpretación- descubre el secreto amor que Dobbin le profesaba por encima de la superficialidad que George le había mantenido hasta su muerte, carecen de poder evocador y definen la superficialidad del film. Una superficialidad en la que contribuye la desacertada elección de una Reese Witherspoon incapaz de ofrecer la profundidad necesaria a su protagonismo, y en su defecto brindando un en ocasiones molesto recital de mohines y insinceras poses que no hacen más que distanciar al espectador. En su vertiente opuesta, no voy a ocultar la gratísima impresión que me ha producido el intérprete que encarna a su esposo en la pantalla. Un magnífico James Purefoy que da la medida del apuesto y carismático Rawdey y que ofrece la debida evolución a un personaje que desde un segundo plano tanta influencia ejercerá sobre su entorno.

Calificación: 2