Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

Alberto Lattuada

IL DELITTO DI GIOVANNI EPISCOPO (1947, Alberto Lattuada)

IL DELITTO DI GIOVANNI EPISCOPO (1947, Alberto Lattuada)

No cabe duda, que en los primeros exponentes de la filmografía del italiano Alberto Lattuada, se encuentran buena parte de sus mejores obras. Es algo que podría extenderse a buena parte de los cineastas que en aquellos años conformaron un periodo glorioso para el cine italiano, extendiendo su vertiente neorrealista incluso en títulos englobados en géneros en teoría alejados de aquel fundamental –y no por ello menos inesperado- giro dentro de la historia del cine. De alguna manera, esta circunstancia se puede encontrar perfectamente definida en IL DELITTO DI GIOVANNI EPISCOPO (1947), una de sus realizaciones iniciales, por más que su enunciado temático –extraído de una novela de Gabrielle D’Annunzio- se desarrolle en las postrimerías del siglo XIX e inicios del XX en una Roma que se expresa de manera provinciana y áspera.

Nos encontramos de entrada ante un título que destaca por la envergadura de su equipo de guionistas –en el que encontramos, entre otros, a la imprescindible Suso Cecchi d’Amico, Federico Fellini, y a su propio protagonista, el excelente Aldo Fabrizi-, y por una magnífica ambientación de época que casi traspasa la pantalla y se adhiere a la mirada del espectador, a la que ayudará no poco la excelente fotografía en blanco y negro de Aldo Tonti. Con este bagaje, su metraje se inicia de manera fascinante –lo que contribuirá en cierto modo a que su desarrollo ulterior aparezca en determinados momentos un tanto decepcionante-, describiendo mediante suntuosos y un tanto lóbregos travellings, el interior de las inmensas instalaciones del archivo del estado, donde se almacenan incontables volúmenes de legajos que han ido compilando diversas generaciones reempleados del estado. Los que se encuentran trabajando en el momento en que se inicia el film, parecen esclavos encerrados en la oscuridad de un trabajo tedioso y, sobre todo, carente de vida. Sus alienados –aunque paradójicamente respetados- funcionarios ofrecen una estampa triste y decadente, a la que se unirá la voz en off que nuestro protagonista irá desplegando en diversos pasajes del film. Este es Giovanni Episcopo (Fabrizi), un hombre ya maduro, respetado por todos pero dominado por una absoluta soledad. Se hospeda en la casa de uno sus compañeros, casado y con una hija, y teniendo como única compañía personal una tortuga y un pajarito. El ya veterano y respetado funcionario decidirá un día intentar romper con su rutina habitual, estrenando un traje nuevo y siendo llevado hasta una tasca, en lo que supondrá el inicio de una espiral de progresiva degradación, a partir del desdichado encuentro mantenido con Giulio Wanzer (Roldano Lopi), un bon vivant sin escrúpulos, que muy pronto se adueñará de la voluntad del débil Giovanni. Será este, a mi modo de ver, el flanco más débil de la película –pese a la excelente performance efectuada por Fabrizi-, a la hora de no articular con la debida gradación ese proceso de dominio de Wanzer –que con extremada facilidad logra desprender a nuestro protagonista del entorno casi familiar en el que se encontraba hospedado-. Así pues, resulta poco creíble la excesiva docilidad de Giovanni, mientras que no se atisba el menor elemento de atractivo –dentro de malignidad-, en un ser tan despreciable como ese sujeto siempre rodeado de mujeres, y dedicado a aprovecharse de los demás. Se echa de menos, en este sentido, la complejidad de procesos más o menos similares que podrían establecerse en títulos previos como DER BLAUE ENGEL (El ángel azul, 1930. Joseph Von Sternberg), o bastante posteriores como THE SERVANT (El sirviente, 1963. Joseph Losey). Llegados a este punto, esa primera mitad dominada por el dominio de Wanzer se resiente de cierto grado de maniqueísmo, que invita a pensar en encontrarnos ante un film pleno de debilidades, por más que esa ya señalada magnífica y triste ambientación, en todo momento contribuya a diluir dicha percepción, unido a la descripción de esa pandilla de diletantes –uno de ellos encarnado por el jovencísimo Alberto Sordi-. Estos factores permitirán mantener el interés del relato, que volverá a cobrar un especial atractivo con la llegada al mismo de Ginevra Canale (Yvonne Sanson), una amante de Wanzer, que a la huída de este a Argentina –merced a una compra fraudulenta de un brillante, que le hará ser objeto de la búsqueda por parte de la justicia-, poco a poco irá acercándose a Giovanni, llegándose a casar con este cuando se lo proponga, más por el hecho de poderse convertir en una mujer respetada que por exteriorizar sentimiento real por este.

Lo que parecía inevitable pronto se hará realidad, cuando la ya esposa de Episcopo vuelva a retomar su alcance mundano y frívolo, dejando a su marido prácticamente en la soledad –otro aspecto en el que el esquematismo aparecerá en el film-. En un momento determinado –coincidente con la llegada del siglo XX, Giovanni reprochará a su esposa su despreciable comportamiento, esgrimiendo ella el hecho de encontrarse embarazada. Con dicha coartada sentimental, la película asumirá en su tercio final un alcance de tragedia contenida. Episcopo dimitirá de su puesto de trabajo instantes antes de que sus superiores lo despidan –su aspecto externo y su propia actitud delatarán a un hombre acabado-, dedicándose a una serie de tareas indignas, que serán mostradas con un oportuno sentido de la elipsis, hasta llegar a un nuevo estatus de normalidad cuando este se emplee en un diario, encontrándose con su hijo –Ciro (encarnado por Amedeo Fabrizi, el propio vástago del actor)- ya con la edad suficiente para observar la diferencia entre la actitud recta de su padre, y la siempre frívola de su esposa. En un momento determinado el inesperado retorno de Wanzer –tras siete años de ausencia- supondrá remover la cicatriz de unas heridas latentes, ligándose de nuevo a Ginevra, y  provocando el detonante de una tragedia prácticamente anunciada. Puede decirse que en este tramo final, el film de Lattuada levanta el vuelo incorporado un sentido del pathos casi inevitable, modulado con unas pinceladas sentimentales –centradas en la relación entre padre e hijo, que uno quizá intuye fueron aportadas por el propio Fabrizi-, lo que contribuye a redondear el conjunto de un relato finalmente revestido de una irresistible patina de tristeza, permitiéndole ser considerado entre los títulos más atractivos del periodo más brillante de la filmografía de su artífice. Lástima de ese grado de maniqueísmo que impide que su conjunto alcance cotas más elevadas. Sin embargo, ello no nos debe impedir reconocer un bagaje francamente estimulante.

Calificación: 3