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CINEMA DE PERRA GORDA

Alfredo Giannetti

GIORNO PER GIORNO DISPERATAMENTE (1961, Alfredo Gianetti) Día a día desesperadamente

GIORNO PER GIORNO DISPERATAMENTE (1961, Alfredo Gianetti) Día a día desesperadamente

No es la primera ocasión en la que señalo, el extraordinario y, mucho me temo que irrepetible, nivel que el cine mundial asumió a inicios de la década de los sesenta. Junto a un Hollywood en plena transformación, puede decirse que todas las cinematografías conocieron un extraño efluvio creativo, fruto del cual emergieron una serie inigualable de títulos, buena parte de los cuales se encuentran en la memoria de los buenos aficionados. Como país destacado entre las plataformas europeas, en aquellos años Italia podría presumir del aporte de cineastas de la tala de Fellini, Visconti, Zurlini, Monicelli, Bolognini… Y junto a ellos se podría concitar el aporte de otros nombres a los que el paso del tiempo condenó a un injusto olvido. Entre ellos, se podría traer a colación la figura del galardonado guionista Alfredo Giannetti –uno de los tres oscarizados como coautores del libreto de DIVORZIO AL’ITALIANA (Divorcio a la italiana, 1961. Piedro Germi)-, que ese mismo año iniciaba una andadura como realizador extendida en ocho títulos, así como una amplia andadura televisiva. Lo haría con la espléndida GIORNO PER GIORNO DISPERATAMENTE (Día a día desesperadamente, 1961), que une sus atractivos, por la imbricación que plantea, entre diversas corrientes que aparecían en pleno esplendor en el cine italiano del momento. Al mismo tiempo, nos encontramos como una de las extrañas ocasiones, en las que el cine europeo se insertó en el universo de la locura, adelantándose en sus intenciones al Marco Bellocchio de A PUGNI IN TASCA (Las manos en los bolsillos, 1965).

GIORNO PER GIORNO DISPERATAMENTE funciona a diferentes estratos, siendo el más cercano de ellos la narración de la dolorosa vivencia de los Dominici, descrita en medio de una Roma que apenas despunta al progreso. La presencia de la agresiva enfermedad mental de Dario (Tomas Milian, en su debut ante la pantalla), supondrá una auténtica tragedia diaria para los restantes componentes de la familia. Lo será para su madre, Tilde (Madaleine Robinson), por entero entregada a proteger a su muchacho, sin vislumbrar la necesaria distancia, para permitirle entender que en su casa no se puede cuidar de un ser con sus facultades mentales alteradas. Será sin embargo la mirada lúdica que sí vislumbrará su padre –Pietro (Tino Carraro)-, aunque no se atreva a exponerlo con claridad a su esposa, ya que se trata de un hombre vencido, que solo aspira a consolidar su única aventura como ser humano; su independencia laboral, estableciéndose como dueño de un pequeño taller de sastrería, que lleva como puede. Sin embargo, el gran destinatario del drama familiar, será el hermano de Darío; Gabriele (Nino Castelnuovo), que tendrá que renunciar a cualquier aspiración personal, al objeto de atender la demanda de la madre de ambos, y cuidar de su hermano. En un momento dado, y tras un ataque de ira, este será internado en un recinto psiquiátrico, donde la madre intentará con pequeños sobornos, que el personal atienda a Darío con un interés especial, dentro de un recinto donde los enfermos se hacinan casi como animales. En un momento dado, y mientras Dario en apariencia mejora, Tilde no dudará en atender el anuncio que propone una supuesta eminencia sita en un país extranjero, anunciando la posibilidad de una cura, pese a los consejos en contra de los doctores del establecimiento. El joven será dado de alta y volverá a su domicilio, mientras se vive una falsa estabilidad emocional. No durará mucho la misma, viviéndose de nuevo un estallido lindante con la tragedia, precisamente cuando Gabriele estaba dispuesto a iniciar su vida separado de su ámbito familiar.

Como antes señalaba, el film de Giannetti funciona a varios niveles, y lo brillante de su conjunto reside en que las diferentes subtramas que aborda, se encuentran por lo general adecuadamente imbricadas entre si, lo que permite un conjunto denso, sombrío e intenso, que en sus pasajes más intensos provoca incluso una dolorosa sensación de incomodidad. Dentro de dicho radio de acción, lo primero que llama la atención en la película es la crudeza con la que describe un universo familiar desgarrado y absolutamente desolador. Una familia destrozada por la presencia de ese hijo deficiente mental, que malvive en una enorme y desvencijada finca de apartamentos, ubicada en uno de tantos barrios familiares de esa Roma que está a punto de abrirse a la modernidad. La cruda fotografía en blanco y negro de Aiace Parolin, unida la la fisicidad en el uso del formato panorámico, nos permite casi oler esas limitaciones económicas y la siempre latente tensión que se vive en una familia dominada por la temperamental Tilde, a la que todos sus componentes se someten.

Junto a ello, GIORNO PER GIORNO DISPERATAMENTE destaca por esa visión que ofrece de esa Italia urbana, descrita en los usos y costumbres de una Roma que ya vive la pasión del fútbol –el partido al que Gabriele asiste junto a su amigo, en los instantes iniciales del relato-, o que muestra la viveza de esa oficina en la que será empleado este, y donde se encontrará con la joven Marcella (Franca Bettoja), hasta ese momento incapaz de emerger de su condición de simple soporte sexual para su jefe. En esa simbiosis de ámbitos, no cabe dejar de lado la mirada, revestida de crudeza, pero carente de sensacionalismo, que ofrece de la vida del universo de la locura en los recintos entonces existentes. Serán pasajes en los que Giannetti introducirá imágenes documentales, en las que la presencia de auténticos enfermos mentales, tal y como se insertan en su conjunto, proporcionan al conjunto una extraña aura existencial, que por momentos nos ligan quizá con el cine de Pasolini, en aquellos momentos uno de los cineastas que despegaban en la cinematografía italiana.

Por todo ello, nos encontramos con una película que aparece como una dolorosa simbiosis de diversas corrientes que en aquellos años coexistían en el cine italiano. Entre ellas, no conviene olvidar esa querencia por el melodrama extremo, que el año anterior desplegaría el Visconti de ROCCO E I SUO FRATELLI (Rocco y sus hermanos, 1960) –de la que se recupera la presencia del magnífico, sensible y atormentado Nino Castelnuovo-. Por ello, aparecen de nuevo los estallidos emocionales tan característicos del mèlo italiano –los dos episodios en los que Dario es trasladado del domicilio familiar por los enfermeros, entre la algarabía del vecindario-. Pero al mismo tiempo, la película no omite la presencia del off narrativo para huir del tremendismo –la elipsis que nos trasladará al final del relato, en el que Gabriele finalmente no podrá exteriorizar su futuro de manera libre-. Nos encontramos ante una espléndida película, en la que el gusto por el detalle –la conmovedora secuencia en la que Pietro pide a su antiguo jefe un préstamo, que este le brindará sin pedir nada a cambio; las limitaciones culturales de Tilde, al recurrir a una echadora de cartas ¡en una parroquia! que prácticamente le aconsejará acudir a ese supuesto científico extranjero que puede curar a su hijo-, no altera el doloroso reguero que seguimos, de una familia condenada al fracaso, y en la que la presencia de ese hijo, no será más que la expresión física, de una convivencia inexistente. En un conjunto tan sombrío y pesimista, en que justo es destacar el homogéneo aporte de un cast admirable, que transmite con autenticidad el drama recreado, uno no puede dejar de destacar dos secuencias extraordinarias, rodadas cada una de ella en un largo plano sostenida, que hablan a las claras, del talento como realizador de Giannetti. Ambas comparten la presencia de Pietro, el padre, y la primera de ellas se desarrollará junto a Dario, situando a los dos encima de la cama de este, mientras contempla imágenes del álbum familiar, que el joven logra recordar, transmitiendo el episodio casi un eco melancólico en torno a una felicidad perdida, mientras la cámara se desliza lentamente en un travelling en torno a ellos, casi acariciando sus rostros, y contagiándose de este espejismo de serenidad familiar. La otra, describirá en movimiento el discurrir del padre y Gabriele, mientras el primero hace ver a su hijo su necesidad de independencia, entregándole un dinero que le ha proporcionado su esposa. La cámara seguirá al joven una vez se despida del padre, en ese larguísimo travelling de retroceso, hasta que en un momento dado decida llamar por teléfono. Será quizá la constatación de una corazonada, que le hará comprobar en carne propia, la imposibilidad de huir de su destino familiar y, en ese caso concreto, toparse cara a cara con la tragedia.

Calificación: 3’5