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CINEMA DE PERRA GORDA

Anthony Simmons

FOUR IN THE MORNING (1965, Anthony Simmons) Cuatro de la madrugada

FOUR IN THE MORNING (1965, Anthony Simmons) Cuatro de la madrugada

El cine británico vivía a mitad de la década de los sesenta, un estado de vitalismo y desenfreno, que no siempre iba aparejado de las necesarias cualidades estilísticas, pero que es cierto, transmitía una determinada alegría contagiosa. Recordemos las obras –a mi juicio caducas- dirigidas por Richard Lester, o el mucho más válido Karel Reisz de MORGAN, IN A SUITABLE CASE FOR TREATMENT (Morgan, un caso clínico, 1965). Sin embargo, junto a ese vitalismo colectivo, el cine de las islas tuvo un lugar destacado para el aporte de dramas de diferente punto de partida, que en ocasiones podrían aparecer como prolongaciones de los kitchen drama emergidos en el Free Cinema, pero que en no pocas ocasiones desplegaban una capacidad para explorar nuevos senderos, o bien asimilar en sus propuestas, influencias en torno a las vanguardias marcadas en el cine mundial.

Algo de ello aparece en FOUR IN THE MORNING (Cuatro de la madrugada, 1965), una autentica y minoritaria cult movie de muy difícil visionado durante décadas –lo sigue siendo-, segunda y, probablemente, la obra más perdurable de esa singular personalidad que fue Anthony Simmons (1922 – 2016). Escritor, documentalista y ocasionalmente director de cine, recomiendo al mismo tiempo una sensible obra infantil THE OPTIMIST OF NINE ELMS (El optimista, 1973), todo un estrepitoso fracaso de taquilla en su momento, y que considero, cuenta con la mejor interpretación de la carrera de Peter Sellers. Es por ello, que durante años he anhelado contemplar esta película, intuyendo en ella una potencialidad que, preciso es reconocerlo, no se ha visto defraudada. Sin embargo, lo cierto es que he contemplado una obra bastante diferente a lo que intuía de su propuesta. Y es que, digámoslo ya, el film de Simons aparece como una de las obras más sombrías y desesperanzadas del cine inglés de los sesenta. Sus pasajes iniciales, descritos en el amanecer de la zona portuaria londinense, nos inducen a trasladarnos ante una producción más o menos cercana a los postulados del Free. Se descubre entre las aguas el cadáver de una joven, de la que nunca se mostrará su rostro, siendo recogida por personal pertinente y llevada con absoluta frialdad en medio de un frío ataúd, que percibimos ya ha sido utilizado en numerosas ocasiones. Desde el primer momento, la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Larry Pizer, nos sumerge en una cotidianeidad oscura, casi emergida de un duermevela y, por supuesto, muy alejada del ámbito del Swinging London. Será una sensación de desesperanza que no abandonará el conjunto de la película, desplegándose muy pronto en dos historias paralelas. Por un lado, el encuentro de una muchacha –Ann Lynn-, responsable de un club, en su triste galanteo con un joven –Brian Phelan- del que poco sabremos. En su oposición, viviremos el doloroso enfrentamiento existente entre un joven y hastiado matrimonio, en el que la esposa –encarnada por una joven Judy Dench-, se encuentra harta de su papel pasivo, limitándose en su papel de madre de una pequeña, mientras su esposo –Norman Rodway-, se muestra insensible ante dicha situación, no privándose de juergas nocturnas con sus amigos.

Esta es, a grandes rasgos, la esencia de FOUR IN THE MORNING. La expresión de un doble drama de pareja, otorgando una especial importancia al sufrimiento de sus roles femeninos, e introduciendo como singular mcguffin, la presencia de ese cadáver femenino, que hasta el último instante de la película, no sabemos si realmente pertenece a una de nuestras dos protagonistas. Podría ser de alguna de ellas o de ninguna. Sin embargo, lo que realmente transmite esta magnifica película, que en algunos instantes aparece casi irrespirable por su dureza, es ese papel de víctima que la mujer inglesa de la época, aún asumía en una Inglaterra urbana y, en apariencia, en la vanguardia del mundo. En aquellos tiempos de las faldas de Mary Quant, el mundo de James Bond o las películas de los Beatles, he aquí que Anthony Simmons nos plantea una dolorosa balada impregnada de tristeza y de desesperanza. Una llamada de atención en la que aflora un grito de dignidad en torno a la mujer, sin por ello plantear una obra feminista. Por el contrario, el film de Simmons habla de sentimientos perdidos, de aquellos que se buscan y no llegan. De paseos en los que predomina el vacío. De esa alienación colectiva que rodeaba la vida inglesa del momento, y de la cual los propios personajes de la película no eran más que otros cuatro exponentes de dicha rutina existencial, sobre los que se ha detenido la cámara y la base dramática del propio Simmons.

Antes hablaba de determinadas influencias marcadas en torno a referencias cinematográficas aún vigentes en el cine de aquellos años sesenta. Y es por ello que las dos historias centrales de FOUR IN THE MORNING –punteadas en todo momento por el tenue y triste fondo sonoro aportado por John Barry-, aparecen complementarias, pero en su configuración dramática aparecen con divergencia en sus elementos visuales. La del matrimonio en crisis y sin solución de futuro, se caracteriza por un alcance claustrofóbico que, en sus momentos más intensos, deviene casi irrespirable. En sus imágenes, pese a estar descritas por un juego de cámara que se somete a la tensión interna de la pareja protagonista –y el aporte distanciador del amigo de ambos-, uno por momentos tiene la sensación de revivir el universo tenso y crispado universo de John Cassavetes. Pero al mismo tiempo, ese drama de pareja, no dejó de recordarme el espléndido y previo WOMAN IN A DRESSING ROOM (1957, John Lee Thompson).

En su oposición, la segunda historia se desarrolla en secuencias exteriores. Nos describe el paseo de la otra pareja, por los recién montados mercados londinenses. Se darán un paseo en una pequeña barca, donde aflorará la pasión entre ambos. Todo ello dentro de secuencias en las que quedará ausente la tensión, pero si aparecerá de manera progresiva un atisbo de desesperanza, que finalmente se adueñará en una historia de amor frustrada. Serán, al contrario que las descritas en el drama del matrimonio complementario, secuencias dominadas por una especie de vacío existencial, que nos conectan con el universo del cine de Antonioni. Ambas subtramas, en realidad dominadas por tintes descriptivos e intimistas, aparecen férreamente ligadas, mediante el espléndido montaje ofrecido por Fergus McDonell, y del que en un momento dado nos llegamos a olvidar de la singladura de ese cadáver anónimo, que aparecerá de nuevo en los pasajes finales del film, dominados por un profundo nihilismo.

Hasta cierto punto es comprensible que FOUR IN THE MORNING supusiera un fracaso. Creo que habría que llegar hasta el extraordinario CHARLIE BUBBLES (1968) de Albert Finney –en el que el citado McDonell también participó como montador, y que cosechó otro fracaso de público- para encontrarnos con una propuesta tan desesperanzada. Unamos a ello la presencia de un cast admirable e intenso, pero desprovisto de figuras conocidas –supuso el debut y el descubrimiento de la hoy consagrada Judy Dench-, para entender la dificultad en apreciar y valorar por el gran publico de aquel momento, una película que habla de la soledad, y la caducidad de los sentimientos. Que apuesta por la importancia del papel activo de la mujer, y ofrece un plano casi final –ese oscuro total que propicia el encuadre desde dentro de la cámara donde se congelará el cadáver de la muchacha-, sencillamente sobrecogedor.

Calificación: 3’5