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CINEMA DE PERRA GORDA

Boris Sagal

THE OMEGA MAN (1971, Boris Sagal) El último hombre... vivo

THE OMEGA MAN (1971, Boris Sagal) El último hombre... vivo

Novela mítica entre la literatura fantástica, I am Legend de Richard Matheson ha conocido hasta el momento dos adaptaciones cinematográficas. Una de ellas es la casi desconocida THE LAST MAN ON EARTH (1964, Sidney Salkow & Ubaldo Ragona) que, contra todo pronóstico, se erige como una afortunada singularidad del cine fantástico de los sesenta. Pocos años después se rodó una versión, indudablemente más conocida, pero al mismo tiempo abismalmente peor. Tenía de la película malas referencias, pero reconozco que tras lo visto estas se han quedado cortas.

Se trata de THE OMEGA MAN (El último hombre… vivo, 1971. Boris Sagal), que hay que incluir entre el conjunto de producciones que, dentro del género de ciencia-ficción, ubicadas en los primeros compases de la década de los setenta, y basadas en un concepto premonitorio de un futuro cercano sombrío para el devenir de la humanidad. Un pensamiento por cierto que lamentablemente está cerca de ser verídico, y que en su momento englobó títulos como SOYLENT GREEN (Cuando el destino nos alcance, 1973. Richard Fleischer), WESTWORLD (Almas de metal, 1973. Michael Crichton) o LOGAN’S RUN (La fuga de Logan, 1976. Michael Anderson), entre otros. Producciones todas ellas que comparten una serie de afinidades estéticas –entre ellas el uso de la pantalla ancha- y fundamentalmente, temáticas, conformando todo un capítulo en la configuración del género en el cine norteamericano.

Lo más atractivo de THE OMEGA MAN proviene precisamente de sus imágenes iniciales. Un coche rojo discurre plácidamente por entre una moderna ciudad que refleja una sorprendente tranquilidad. En él conduce Robert Neville (Charlton Heston) con aparente serenidad. Sin embargo, pronto aparece un detalle inquietante. El protagonista baja del coche y ametralla a unos extraños individuos vestidos con túnicas. La acción ha comenzado.

Practicante a partir de ahí todo el interés se diluye en una película que podría definirse como un auténtico empacho de varios de los peores elementos estéticos del cine de finales de los sesenta, e inicios de los setenta. Entre ellos, el más evidente es el uso y el abuso del zoom y el reencuadre en teleobjetivo que prácticamente se erige como recurso narrativo predominante –e incluso mareante en ocasiones-. Pero junto a ello la película quiere adoptar –y la penosa banda sonora de Ron Grainer y el vestuario contribuyen mucho en ello-, una estética pop –la secuencia en la que Neville contempla solo en una sala de cine el film WOODSTROCK (1970. Michael Wadleigh)    , demostrando que se la sabe de memoria; la rutina de su soledad-. Y más aún; la elección de Heston para el papel protagonista se me antoja un enorme fallo de casting y evidentemente no se atisba en el film ningún detalle por parte del inepto Boris Sagal de intentar una dirección de su trabajo. Antes al contrario, se nota que el protagonista impuso sus criterios, entre otros detalles por su inveterada manía de mostrar su torso desnudo cada dos por tres.

Pero es que aún hay más. Aparece por allí una muchacha negra –hay que explotar el black power- con un aspecto que parece copiado de “Cleopatra Jones” y luciendo en todo momento vistosos y ridículos modelitos dentro de un entorno de verdadera tragedia, que entabla un romance con Neville. Y al mismo tiempo los componentes de esa especie de secta de albinos ataviados con túnicas y cubiertos sus ojos con gruesas y oscuras gafas de sol –que en esta ocasión suplen los vampiros de la novela original y que están encabezados por el líder Matthias (Anthony Zerbe)-, ciertamente provocan la carcajada en cada una de sus apariciones, tal es su torpe y poco convincente caracterización. A ello habría añadir la pobreza con la que están realizadas las recreaciones de los cadáveres. Serán estas dos, junto con la vulgaridad de las secuencias de acción horriblemente punteadas por la música, las que en más de un momento nos hagan pensar no solo que nos encontramos ante una mala película, sino con un auténtico subproducto.

Nos queda muy poco, apenas la brillantez de la fotografía del gran Russell Metty, sin embargo totalmente inadecuada en su luminosidad y colorido, para un tipo de película que evidentemente tiene un mayor resultado en blanco y negro o, si esta  fuera en color, con unas tonalidades más lúgubres. En definitiva, y pese al injustificado reconocimiento de que goza entre públicos excesivamente condescendientes dentro del cine fantástico más o menos cercano, creo que THE OMEGA MAN es un desastre sin paliativos y una de las páginas más olvidables de la S/F norteamericana en la década de los 70. Dicho queda.

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