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CINEMA DE PERRA GORDA

Curtis Hanson

THE BEDROOM WINDOW (1987, Curtis Hanson) Falso testigo

THE BEDROOM WINDOW (1987, Curtis Hanson) Falso testigo

Una década antes de que lograra su mayor tinte de gloria con el nostálgico y excelente L. A. CONFIDENTIAL (1997), y tres de rodar el hoy poco conocido pero brillante y malsano BAD INFLUENCE (Malas influencias, 1990), Curtis Hanson nos proporcionó con THE BEDROOM WINDOW (Falso testigo, 1987), una más de las muestras que formajron el thriller en la década de los ochenta, de la que fue su cultivador más perseverante Brian De Palma. De sus manos surgió una corriente que es probable no brindara ningún título de especial gloria, pero que generó exponentes más o menos ligados entre sí como EYETWITNESS (El ojo mentiroso, 1981, Peter Yates), GORKY PARK (1983. Michael Apted) y tantos otros. En líneas generales se trataban de propuestas urbanas, realizadas por nombres y “casts” emergentes, que oscilaban en sus tratamientos por la presencia de un nivel de atractivo apreciable, la constante de un erotismo más o menos explícito, y la casi obligada ascendencia hitchockiana, que podría estar presente tanto en citas explícitas, como en la articulación de algunos de sus tour de force más visibles. A partir de estas constantes se desarrolló una tendencia a la que pertenece por derecho propio THE BEDROOM… de la que con facilidad podemos detectar referencias a célebres títulos de Hitchcock como REAR WINDOW (La ventana indiscreta, 1954) o VERTIGO (De entre los muertos, 1958). No será a partir de dicha ascendencia –extensible a la practica totalidad de exponentes de esta corriente-, con la que podemos destacar las mayores virtudes de esta propuesta de suspense, que pese a sus bien visibles limitaciones, se erige como un producto de moderado interés, y que aguanta el paso del tiempo quizá mejor que otros ejemplos de esta vertiente.

 

Terry Lambert (Steve Guttemberg) es un joven y exitoso ejecutivo que no ha podido resistir la tentación de vivir una aventura amorosa con Sylvia Wentworth (Isabelle Huppert), la esposa de su jefe, Collin (Paul Shenar), un hombre de mediana edad y de previsible carácter violento y posesivo. Ambos protagonistas han decidido escapar de una de las fiestas organizadas por Collin, haciendo el amor en el apartamento de Lambert. Sin embargo, algo romperá la oscura placidez del deseo exteriorizado por ambos, ya que un joven pelirrojo se encuentra en la calle intentando abusar de una joven. Será Sylvie la que desde la ventana contemple la aterradora escena relatando a su amante la situación, y provocando que este –en una mezcla de deber cívico y ganas de aparecer como responsable ante esta- avise a la policía, erigiéndose como falso testigo de la situación vista en realidad por Sylvia. Lo que en principio se planteaba como una acción sin repercusión –el hecho de que media hora después se haya cometido un crimen con las mismas características fue el detonante de este aviso-, pronto irá acompañado de una serie de situaciones cada vez más complejas e incómodas para el emergente ejecutivo, quien será sometido a la prueba de identificación de sospechosos –en donde se encontrará el auténtico asesino-, y posteriormente incluso a una vista en la que el que había identificado como sospechoso –y verdadero criminal- tendrá la suerte de contar con un abogado defensor que alegará astutamente una deficiencia visual en Lambert. La situación incluso provocará el rechazo de su hasta entonces amante, y llegará hasta el punto de que la policía en apariencia vea en él al auténtico culpable de los crímenes.

 

De alguna manera, THE BEDROOM WINDOW se somete incluso a no pocas reglas argumentales marcadas en el thriller marcadas en la década de los ochenta, centradas en el protagonismo de un falso culpable, o incluso en la dependencia a unos modos visuales y de ambientación muy propios del cine de los ochenta –en sentido peyorativo-. Unamos a ello la elección de un protagonista caracterizado por su blandura –el entonces de moda Guttemberg- y quizá encontremos en ello las mayores fisuras de la función. Sin embargo, ello no nos debería llevar a engaño, en la medida por un lado que la propia debilidad mostrada por dicho intérprete, en última instancia beneficia al resultado final al mostrar un ser dotado de una especial fragilidad debajo de su atractivo y emergente condición profesional. Pero sin duda la gran virtud mostrada en la película, y la que a mi modo de ver le ha permitido envejecer quizá de modo más saludable que otras propuestas similares más datadas y envejecidas, es la clara apuesta de Hanson por una narrativa de raíz clásica, en la que huye de manera deliberada por el juego con las trampas argumentales y visuales, y por el contrario adopta unos modos en los que predominen los planos generales y americanos, trabajando a fondo la utilización de la pantalla ancha, y no incurriendo en exceso por el cliché cinéfilo –aunque sí esté presente en esas referencias a la figura de Poe, centradas en el pub en el que trabaja Denise (Elizabeth McGovern), la víctima que a última hora salvó su vida, y que se encuentra presente en ese cuervo que adorna el despacho de Collin-. Es esa serenidad narrativa y la apuesta declarada por dejar de lado en la medida de lo posible los giros de última hora –que se encuentran presentes de manera cotidiana e incluso con cierto sentido del humor, como en la secuencia en la que Lambert desea infructuosamente llamar en una cabina de teléfono, peleándose con el rústico ocupante de la misma-, es donde podemos apreciar las moderadas cualidades de un producto de suspense en el que lo relativamente previsible de su argumento –algo que Hanson no se molesta en ocultar- deja paso a un interesante estudio de caracteres, centrados ante todo en el débil sujeto dotado de atractivo exterior, que en realidad no será más que una aventura pasajera para la sofisticada Sylvie, y en la posibilidad que para ese se vislumbra en el inesperado acercamiento mostrado hacia Denise. Por fortuna, el film de Hanson huye también del alegato reaccionario en contra del adulterio –tan en boga en aquellos años-, aunque ello no evite insertar en el personaje de Sylvie el episodio más memorable de la función –nunca mejor dicho-. Se trata de la secuencia desarrollada en la función de ballet a la que acude esta acompañada de su esposo, estando presente el propio Terry y el asesino. Su dramática planificación y rotundo montaje, permiten que el enésimo eco hitchcokiano de THE MAN WHO KNEW TOO MUCH (El hombre que sabía demasiado, 1956), TORN COURTAIN (Cortina rasgada, 1966) o la previa NORTH BY NORWEST (Con la muerte en los talones, 1959), nos haga admirar una set piece extraordinaria.

 

No será la única parcela brillante en una película que sabe incidir en esa vertiente psicológica de sus principales personajes, tal y como quedará reflejado en la igualmente magnífica secuencia de la vista, en la que con gran sentido de la planificación, Hanson logrará intercalar la reacción y relación de Terry en su interrogatorio por el defensor, las señales que le va indicando Sylvie desde el patio de asistentes –ha sido sometido a una prueba en la que se demuestra que es miope-, y la mirada inquisitiva de una Denise que advierte en el intento de comunicación de ambos, que la segunda fue en realidad la auténtica testigo del intento que ella protagonizó. Esa espléndida secuencia, o la evolución que se establece entre un Terry que tendrá que irse despojando de la vacuidad con la que ha iniciado la vivencia, hasta encontrar su autenticidad como ser humano en la relación que establecerá con esa joven con la que se unirá de manera inesperada. Cierto es que en ese proceso veamos situaciones un tanto ridículas como la transformación que esta asumirá para atraer de nuevo la atención de psicópata asesino, pero ello no evita que nos encontremos ante un conjunto más que estimable, que revela las costuras de un cineasta quizá no extraordinario, pero si respetuoso con el pasado del buen cine, como demostró con el paso de los años.

 

Calificación: 2’5

LUCKY YOU (2007, Curtis Hanson) Lucky You

LUCKY YOU (2007, Curtis Hanson) Lucky You

Partamos de una premisa; tengo absoluta debilidad por las películas que tratan las adicciones a juegos. Dependencias desaforadas que de alguna manera se imbricaron en determinadas crónicas sobre tipologías marginales en la Norteamérica contemporánea. Podríamos hablar de referentes legendarios como THE HUSTLER (El buscavidas, 1961. Robert Rossen), e incluso en menor escala, su secuela THE COLOR OF MONEY (El color del dinero, 1986. Martin Scorsese). Pero es que todas aquellas ficciones desarrolladas en el mundo del juego, el póker o demostraciones de azar, bien sean en casinos o pequeños garitos, siempre me han suscitado una especial atención. Un interés que podría remontar incluso a la lejana y demasiado olvidada THE GREAT SHINNER (El gran pecador, 1949) de Robert Sodmak, y a partir de cuyas referencias, podríamos hablar de títulos como BOB LE FLAMBEUR (1956. Jean-Pierre Melville) o LA BAIE DES ANGES (La bahía de los ángeles, 1963. Jacques Demy) en el cine francés, una muy agradable comedia sixties rodada en Inglaterra con Warren Beatty y la desparecida Susannah York –KALEIDOSCOPE (Magnífico bribón, 1965. Jack Smitgh) pero que dentro del contexto del cine USA tendría dos referentes más o menos cercanos en el tiempo. Se trata por un lado del modelo propuesto en la efectista THE CINCINNATI KID (El rey del juego, 1965. Norman Jewison) –un artefacto ideado al servicio de la, para mí, incomprensible mítica generada en torno a la figura de Steve McQueen-, y en un puesto totalmente opuesto, tendríamos ocasión de reseñar la estupenda THE GAMBLER (El jugador, 1974), la primera incursión del checoslovaco –aunque refugiado en Inglaterra- Karel Reisz, uno de los “padres” del Free Cinema inglés, se asoma a una mirada sobre la pasión autodestructiva emanada por dichas prácticas, con ecos de la obra de Dostowieski.

Ante dichos referentes, sin duda cabe pensar que a la hora de filamr LUCKY YOU (2007), Curtis Hanson tuvo el acierto de tomar como referencia en un mayor grado el título de Reisz, aunque mirando de soslayo el fácil impacto provocado en su momento por aquella peliculita de un Norman Jewison, que muy pronto dejaría entrever era un falso buen cineasta. En este caso, parece que en el público y la crítica norteamericana, el ejemplo puesto en imagen por Hanson no gozó ni de su beneplácito. Una negativa acogida que se me antoja tan sorprendente como hasta cierto punto justificada, en la medida que Hanson decidió acometer esta propuesta centrada en el contraste entre el aprendizaje y la madurez –y para ello, resultan procedentes los ecos de la mencionada THE COLOR OF MONEY-, y en la que si bien es justo reconocer que en todo momento se advierte una relativa ausencia de mayor arrojo, que hubiera permitido un resultado más elevado del que se obtiene, no es óbice para dejar de considerarla como un interesante drama, con fragmentos incluso excelentes, entre cuyas costuras se vislumbra esa visión del juego como un tamiz sobre el que trasladar un determinado modo de vida, centrado ante todo en un determinado contexto de la sociedad USA. Esa querencia por el riesgo, afrontar la vida como un elemento de permanente riesgo, el placer incluso de caminar sobre peligrosos límites, son los que manifiesta esta atractiva producción de un Curtis Hanson que demuestra una vez más su pericia ante la cámara, e incluso a nivel temático se pueden detectar no pocos ecos de títulos suyos precedentes –me refiero con ello a L. A. CONFIDENTIAL (1997) y la posterior e inferior WONDER BOYS (Jóvenes prodigiosos, 2000)-.

Ya la brillante secuencia progenéricos, nos define a la perfección la personalidad del joven protagonista –Hugh Cheever (un estupendo Eric Bana)-. Lo veremos por vez primera acudiendo a una casa de empeños, en donde logrará embaucar a su veterana propietaria para que le ofrezca una mayor cantidad cuando acude a empeñar una cámara digital nueva, a lo que acompañará un anillo perteneciente a su madre, de gran valor sentimental para él. Cheever pronto se nos describe como un simpático y atrevido sablista, dotado de una enorme inteligencia para triunfar en las partidas de poker que se realizan en los casinos de Las Vegas, pero que aún no posee esa otra cualidad suprema; la serenidad. Esa carencia es la que le impedirá ser considerado un triunfador, aunque la película tampoco lo describa como un perdedor. Es clara la actitud de Hanson de evitar brindar en sus imágenes una especial inclinación sórdida y decadente. Nada de ello sucede, y es probable que esa decisión –supongo que muy bien pensada-, es la que a la postre impidiera una positiva recepción de su resultado, por más que el mismo demuestre la gran clase cinematográfica de su director, exponiendo la película con una planificación pausada, un tempo no demasiado habitual en nuestros días, una puesta en escena de resonancias clásicas y, sobre todo, esa capacidad para integrar presente y ecos del pasado en una narración que sabe tratar a sus personajes –a los que mira cara a cara-. El realizador no recurre a efectismos ni trucos visuales, y demuestra ante todo honestidad e implicación en su desarrollo. LUCKY YOU parece brindar la continuidad de aquellos postreros ejemplos del cine de Americana, brindados por propuestas dirigidas por Peter Bogdanovich, o manifestadas en títulos notables y tan desconocidos como FLESH AND BONE  (Cómo uña y carne, 1993. Steve Kloves). Cierto es que Hanson no aborda el drama cara a cara, apenas muestra la dependencia del juego como un elemento enfermizo y peligroso –tan solo tiene un atisbo de dicha circunstancia la visita que nuestro protagonista recibirá de dos matones que lo amenazan al perder un dinero que se le ha prestado-. En su lugar, la película se inclina a mostrar su práctica como una forma de vida, como una muestra para ejercitar la inteligencia –son por lo general magníficas las observaciones que se intuyen e incluso expone nuestro protagonista en sus partidas-, en las que irá siempre acompañado un elemento de riesgo, que en el personaje se manifiesta en una forma de vida tan libre –representada en ese uso de la moto como metáfora de un alma que no desea ser limitada por nada- como desprovista de asideros materiales y emocionales. En este segundo rasgo, LUCKY YOU presenta esos dos personajes que confluirán en la evolución de Huck. Por un lado el reencuentro con su padre –L. C. Cheever (un supremo Robert Duvall)-, con quien exteriorizará su desapego –tiene aún presente la dura situación que vivió con su desaparecida madre-, y que en su interacción proporcionará los mejores momentos del film. Por otro lado, se abrirá una nueva luz a este cuando conozca a Billie (Drew Barrymore), una cantante a la que en primera instancia utilizará –como habría hecho en otras ocasiones previas- para utilizar provisionalmente su dinero y destinarlo a apuestas. No puede decirse que la ligazón de ambos se encuentre a la misma altura en la película que la mantenida entre Bana y Duvall.

Pero llegados a este punto, lo cierto es que esa misma desigualdad, es la que en un momento dado proporciona a sus imágenes esa irregularidad que nunca supone descuido formal. Nadie puede negar el talento de Curtis Hanson para mirar con la debida distancia a sus personajes, y mostrar una narrativa ajustada e incluso inspirada que tiene una buena demostración a la hora de filmar las secuencias de juego, que constituyen por sí mismas un auténtico placer para el espectador, sea este o no aficionado al póker. La presencia de figuras legendarias de dicho juego, puede suponer un guiño hacia los más allegados en la materia –no así para los profanos como un servidor-. Sin embargo, en el magnífico bloque final que describe un torneo de gran calado, sí que convendría destacar ese contraste entre dos mundos que se establece en las maneras tradicionales de vivir las incidencias y la intromisión que supone la ingerencia de cámaras televisivas y comentaristas, acentuando ese contraste que también se manifiesta entre padre e hijo… y de alguna manera tiene lugar en el devenir de una película que se degusta con cierto placer, y en la que la serenidad de su desarrollo, en ocasiones se ve alterada con la confluencia de ciertos episodios que no se encuentran a la altura del conjunto del metraje. Un perfecto ejemplo de lo señalado lo tenemos en el contraste que ofrece LUCKY YOU tras el magnífico episodio en el que padre e hijo se disputan una partida cuando desayunan en un drive in –una perfecta metáfora de la necesidad de relacionarse ambos, e incluso intercambiar sus experiencias vitales-, que quizá se erija como el fragmento más memorable del film, a cuya conclusión se plasme la disputa de una apuesta por parte de Huck, cuando este ha perdido el dinero que tenía a manos de su padre, digno de cualquier comedia de escaso calado. En todo caso, pese a sus pequeñas debilidades, y aún reconociendo que su propuesta podía haber indagado aún más si cabe en esa lucha por la comunicación y la decadencia de un mundo tan auténtico como anacrónico, no voy a dejar de reconocer que esta película me ha proporcionado la satisfacción de reconocer en el relato de Curtis Hanson, el sabor del buen cine de siempre.

Calificación: 3