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CINEMA DE PERRA GORDA

Fletcher Markle

THE MAN WITH A CLOAK (1951, Fletcher Markle)

THE MAN WITH A CLOAK (1951, Fletcher Markle)

Por encima de sus posibilidades y deficiencias, THE MAN WITH A CLOAK (1951, Fletcher Markle), es de una más de esas singularidades que pobló el cine norteamericano en un periodo dorado para el cine de estudios. Producida bajo el amparo de la Metro Goldwyn Mayer, no cabe duda que desde sus primeros fotogramas nos encontramos ante una propuesta establecida de manera tan alejada a los parámetros de dicha productora, como cercana a un ámbito de una determinada qualité. No quiero que se me entienda mal, planteando ese tan generalmente denostado concepto a la hora de hablar de esta película. Al igual que sucediera con títulos como el olvidado y estupendo THE TALL TARGET (1951, Anthony Mann), la película del desconocido Peter Markle se describe en sus primeros instantes con un tan extraño, como atractivo y en ocasiones artificioso elaborado juego de planificación. El recorrido por el decorado de la New York de mediados del siglo XIX, se plantea ya desde los primeros compases del film en el encuentro de dos personalidades tan contrapuestas como el extraño y carismático Dupin (un estupendo Joseph Cotten) con la joven Madeline Minot (Leslie Caron). El primero es un hombre de modales elegantes, adicto a la bebida y sin fondos, que se encontrará en unos de sus paseos con el caruaje por el que discurre esta joven francesa, que ha acudido hasta la ciudad norteamericana viajando desde París. Enamorada como está de un joven seguidor de la republica gala, llegará hasta la figura de su abuelo Charles Thevener (impagable Louis Calhern), al objeto de mediar para que la fortuna de este irascible y moribundo personaje sea legada a su nieto para financiar su causa.

 

Indudablemente, dentro del cómputo de debilidades del film habría que consignar la ocasional debilidad de sus propuestas argumentales. Se entiende –y justifica- poco el viaje de la muchacha, como tampoco quedan debidamente planteados a nivel dramático diversos virajes de una narración, en la que se entremezcla un alcance gótico, resabios de intriga y lances novelescos. Todo ello establecerá una mirada bastante disolvente en torno al alcance de las relaciones humanas, la fuerza de los sentimientos, la codicia del ser humano y la incidencia del azar. Es a partir de ese contexto cuando el film de Markle mostrará en muchos momentos debilidades tan evidentes, como la manera con la que el personaje de Cotten resuelve el encuentro del testamento que determinará la conclusión de la historia, u otras previas como la persecución que sufrirá entre la niebla neoyorkina por parte del áspero sirviente Martin –en ambos casos la presencia del agente de policía resulta muy poco convincente-.

 

No obstante, sería por mi parte pecar de injusto dar una importancia especial a estas limitaciones, ya que en su oposición THE MAN… revela por un lado la singularidad de su propia configuración, y se detecta en todo momento la intención e intuición de todos aquellos que participaron en el film, al atisbar que se encontraban ante una propuesta revestida de notable singularidad. Es algo que proporciona la propia interpretación de sus intérpretes –especialmente un Louis Calhern que prefigura notablemente los lances histriónicos definidos años después por el gran Vincent Price-. Pero también lo proporcionará la fuerza y determinación que brinda la aportación musical de David Raksin, determinante a la hora de delimitar los perfiles y matices del relato, y brindando ese alcance de cuento cruel en el que prácticamente ninguno de los personajes actúa por motivaciones nobles, aunque el interés de cada uno de ellos esté envuelto en diferentes mantos de credibilidad y ética. El espectador se encuentra consciente de asistir a una propuesta que intenta mostrar una determinada personalidad por parte de su realizador –con pocos títulos en su haber, y consagrado posteriormente a una dilatada trayectoria televisiva-. Una intención de personalidad que, a mi modo de ver, se basa de manera notable en una ascendencia wellesiana, a la que probablemente no fue casual la elección de Cotten en su cast. Es por ello que THE MAN… se encuentra delimitada por una planificación rebuscada en ocasiones, basada en la utilización de la profundidad de campo y una potenciación de alcance granguiñolesco en ocasiones, unido a una movilidad de la cámara rebuscada en ocasiones, pero que en conjunto logra insuflar de una notable singularidad al conjunto, en la medida que pudieran hacerlo aquellos años títulos como el ya citado o REIGN OF TERROR (El reinado del terror, 1949), también perteneciente al periodo inicial de Anthony Mann.

 

Por momentos –su ambientación y estructura escénica y configuración de lances dramáticos-, el film de Markle me recordó episodios de la vieja televisión americana, manifestados en series tan admiradas por mí como The Wild Wild West. No señalo esta circunstancia como un elemento cuestionador –soy un gran admirador de dichos seriales televisivos, que merecerían un análisis mucho más profundo que el que habitualmente han recibido, y al mismo tiempo sirvieron como prolongación profesional a tantos realizadores cinematográficos de talento-. En el título que nos ocupa, esta circunstancia resulta más que palpable, y la posterior implicación de su realizador en tareas televisivas no hace más que evidenciar dicha circunstancia.

 

Pero hay un elemento que bajo mi punto de vista proporciona un revulsivo a la narración, cuando esta parece alcanzar una conclusión más o menos convencional. Una última imagen, descrita bajo la lluvia, y cuyas gotas destruyen la tinta bajo la que se ha escrito la identidad de ese extraño Dupin –que no revelaré para no evitar al espectador la extraña sensación que me produjo dicho instante-, ante esa curiosa Madeline, y tras cuyo apercibiendo nos daremos cuenta que todo aquello que hemos contemplado, tiene una justificación y un referente que pronto sería expresado de manera creativa bajo la narración literaria.

 

En cualquier caso, ese rotundo, romántico e irremisible cierre que brinda dicha secuencia bajo la lluvia, se plantea en mi opinión como una de las conclusiones más conmovedoras e impactantes que el cine norteamericano brindó en aquellos años, siguiendo además el criterio que nada hay mejor que un gran final, para lograr elevar la consideración que cualquier película pudiera ofrecer previamente en el ánimo del espectador. Puede decirse, sin lugar a dudas, que en esta ocasión lo consiguieron.

 

Calificación: 3