THE LAST OF THE FAST GUN (1958, George Sherman) [El último hombre de la frontera]
El recuerdo de títulos como BIG JAKE (El gran Jack, 1971) –enésima aportación al ciclo seminal de un John Wayne inclinado por completo a un cine reaccionario y desprovisto de los valores que hicieron grande buena parte de su filmografía previa-, o la propia inclusión en el cine español con las inefables LA NUEVA CENICIENTA o BÚSQUEME A ESA CHICA –que no he tenido el gusto de conocer-, ambas rodadas en 1964 al servicio de Marisol, durante muchos años despegaron en mí el más mínimo interés en la filmografía de George Sherman. En su nombre veía a un cineasta despojado de cualquier atractivo, apagado en una amplia filmografía que no me había interesado en intentar al menos atisbar, pese a mi reconocida afición en la búsqueda de rarezas, o a adscribirme por completo en la, por mi denominada, “política de las películas”. Este enunciado, es el que me ha venido de nuevo a la mente de nuevo, al contemplar la francamente atractiva THE LAST OF THE FAST GUN (1958) –nunca editada comercialmente en España, aunque editada recientemente en DVD bajo el título de EL ÚLTIMO HOMBRE DE LA FRONTERA-. Amparada bajo el formato de una extraña serie B de la Universal Internacional –apenas ochenta minutos de duración-, aunque caracterizada desde el primer momento por una impronta visual subyugante marcada por el uso del CinemaScope y un apabullante cromatismo de Alex Phillips. En realidad, la película de Sherman se erige como una curiosa mezcla de dos westerns coetáneos -¿O ambos se reflejaron en las sugerencias emanadas por este?- Sería conveniente fijarse en las fechas concretas de rodaje para establecer una opinión al respecto, que al parecer avalan esta última teoría-. Uno de ellos ha adquirido ya estatus de culto –THE WONDERFUL COUNTRY (Más allá de Río Grande, 1959. Robert Parrish)-. El otro sin embargo, solo en los últimos tiempos ha logrado recibir un cierto grado de reconocimiento; NO NAME ON THE BULLET (1959, Jack Arnold). Como se puede comprobar, los tres se rodaron en fechas más o menos similares, mientras que del primero de los referentes, se asumiría el rasgo fronterizo que caracterizo a diversos westerns de aquellos años. Por su parte, del film de Arnold se trasladaría la figura del protagonista encarnado por Audie Murphy. Aquel singular “ángel de la muerte”, que en el título que nos ocupa parece estar representado en el pistolero Brad Ellison (un Jock Mahoney impecable dentro de su pétreo rostro, antes de ser uno de los innumerables y olvidables tarzanes fílmicos). La cámara del realizador nos lo describe a la perfección vestido enteramente de negro, con un chaleco de cuero y unas botas donde destaca el sonido de sus espuelas –que en un momento dado le llegarán a salvar la vida-. En apenas escasos instantes percibimos la personalidad taciturna de un hombre lacónico, que llega a una localidad a donde se dispone a batirse en un duelo que los habitantes conocen –atención al detalle admirable de contemplar un hoyo dispuesto en el cementerio por el que discurrirá Ellison-. Será el lugar donde se entierren los restos del perdedor del mismo; finalmente su oponente.
Hay que rendirse a la evidencia; los primeros minutos de THE LAST OF THE FAST GUN son magníficos, con un perfecto dominio de la pantalla ancha, utilizando insinuantes panorámicas, al tiempo que apostando por una planificación en la que ni falta ni sobra ningún plano. Tras cumplir con el duelo, Ellison comprobará con el sheriff la limpieza de su actuación, remitiéndole este a la llamada que le formulará el terrateniente John Forbes (Carl Benton Reid), un hombre que discurre con silla de ruedas, y que le propondrá la búsqueda de su hermano, al que dieron por muerto hace muchos años, pero que él considera con vida, al objeto de repartir con él la dotación de la riqueza de una mina, eliminando con ello la participación de un tercer socio tras su muerte. Para ello, tentará al escéptico pistolero –que en realidad se trata de un transportador de ganado- con veinticinco mil dólares, al objeto de instigarle a dicha búsqueda.
A partir de ese momento, nuestro protagonista se trasladará hasta la frontera de México, tomando contacto con el rancho que comanda el irlandés Michael O’Reilly (Lorne Greene). Poco antes, en un apunte imbuido de cierto erotismo, habrá contemplado a su hermana Maria (Perla Cristal), bañándose, y recogiendo este un pañuelo de ella, planteando el detalle de una atracción inmediata, quizá ausente hasta entonces en su vida. Poco a poco se planteará en su proceso de búsqueda la figura de Miles Lang (Gilbert Roland), a quien Brad salvará de una muerte segura con el manejo de las boleadoras que pondrá en práctica en un caballo rebelde, aceptando la invitación de O’Reilly de permanecer en dicho rancho. De forma gradual, nuestro protagonista irá descubriendo que los testimonios que alberga coinciden en afirmar que Forbes, el hermano de John que ha buscado, o bien coinciden en mostrarlo como fallecido, o avalan una misteriosa desaparición, que se remonta a varios años atrás. Sin embargo, junto a esa búsqueda en la que Ellison no cejará, imbuido de la extraña intuición de que se encuentra vivo, poco a poco el film de Sherman sabrá enhebrar un cambio de la personalidad de este lacónico y duro personaje, que en la estancia del rancho orá encontrando una extraña y al mismo tiempo sobria calidez, en la que tendrá su punto de cabida el entrañable Padre José (Eduard Franz) –un rol de especial importancia-, o el propio y sutil acercamiento entre el invitado y la ya citada Maria. Serán todas ellas, secuencias que el director filmará con una espléndida planificación, en algunos de cuyos planos incluso se hará presente la ausencia del hombre que busca este –uno de dichos planos en pantalla ancha, llega a mostrar en su extremo izquierdo una silla vacía-.
Ese grado de cierta camaradería, no impedirá que el protagonista deje de vivir persecuciones, a las que responderá con su casi infalible puntería. Y todas provendrán en realidad de los enviados del tercer y anónimo socio de la mina que se mostraba en litigio junto a los hermanos Forbes, quienes llegarán a reducir al protagonista, atándolo y yendo en la búsqueda del hermano que, en realidad, si se encontraba vivo, aunque decidiera años atrás abandonar por completo cualquier apego material, para integrarse en la comunidad fronteriza mexicana, en donde modificó su auténtica identidad. Todo este proceso, es mostrado por George Sherman con un considerable grado de inspiración, alternando ese grado de intimismo, planteando sutilmente esa modificación en la mirada escéptica ante la existencia que hasta entonces había mostrado Brad Ellison, al tiempo que resultando tremendamente efectiva en las secuencias caracterizadas por su violencia –destacando especialmente la que se produce entre este y Miles en un entorno rocoso-, donde el detalle genial de despojarse de sus espuelas y el nuevo uso de las boleadoras que le salvaran en el pasado la vida supondrán su sentencia de muerte.
Algo hay de segunda oportunidad no solo para ese hombre hasta entonces taciturno y vestido provocativamente con ropas oscuras, al tiempo que caracterizado por el laconismo y la misantropía de su comportamiento. Pareciera que su estancia en la frontera, suponga para él una nueva oportunidad vital, en la que quizá el amor pueda tener incluso una presencia hasta entonces velada para él. En definitiva, y pese a ciertos instantes en los que se pueda detectar una cierta blandura en su tono, THE LAST OF THE FAST GUN es un título francamente interesante. No se si nos encontraremos ante la mejor obra de este artesano tan prolífico –que en aquellos años iniciaría su extensa y paralela andadura televisiva-, pero confieso que me invita a seguirle la pista.
Calificación: 3