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CINEMA DE PERRA GORDA

Jack Garfein

THE STRANGE ONE (1957, Jack Garfein)

THE STRANGE ONE (1957, Jack Garfein)

Tras varias décadas sufriendo un injusto olvido, hace pocos años era recuperada en lanzamientos digitales, la hasta entonces desconocida SOMETHING WILD (1961). Fue algo que incluso llegó hasta nuestro país, recuperando la singular figura de Jack Garfein, fallecido por cierto a finales del pasado 2019, a la edad de 89 años de edad. Garfein nació en la antigua Checoslovaquia, exiliándose en USA con apenas 15 años, tras sobrevivir como prisionero en los campos de concentración de Auschwitz. Una vez en territorio norteamericano, su andadura artística se inclinó por el entorno teatral de Broadway, debutando como director en 1953, e incorporándose incluso al Actor’s Studio, donde llegó a ejercer como ayudante de Elia Kazan. Fruto de su versatilidad en dicho contexto creativo, aparece esa ocasional inclinación a la realización cinematográfica que, en el título antes citado, cristalizó en un turbulento drama psicológico, dominado por una casi irrespirable atmósfera, en el que destacaría su vigorosa dirección de actores, brindándole a la que entonces era su esposa -Caroll Baker-, uno de los mejores roles de su irregular carrera.

Esa mirada tardía al efímero aporte cinematográfico de Garfein, antes o después nos deberían permitir recuperar, el que supuso su debut tras la cámara y que, bajo mi punto de vista, no solo resulta sorprendente en ese estreno como realizador, sino que considero supera los logros de su único título posterior. En cualquier caso, en una u otra cinta, se comparte una mirada turbulenta en torno a los claroscuros de la condición humana, expresada a través de personajes que viven al límite, descritos en atmósferas tensas y opresivas. Todo ello, punto por punto, se plasma en THE STRANGE ONE (1957), producción de Sam Spiegel, que desde el primer momento se centra en el ámbito de una rigurosa escuela de cadetes, ubicada en la localidad sureña de Southern. Los rompedores y casi jazzísticos compases musicales de Kenyon Hopkins, nos introducen en unas instalaciones de vaga arquitectura oriental, describiéndonos el casi anacrónico rigor militar de los jóvenes soldados internos, en medio de la aparente tranquilidad de la noche. Será el entorno donde muy pronto, conoceremos al epicentro del relato -basado en una novela y obra teatral de Calder Willingham, también autor de su guion cinematográfico-. Este se centrará en la turbia mixtura de carisma y arrogancia, que desplegará desde el primer momento, el joven Jocko De Paris (un debutante Ben Gazzara). Ya en el bloque inicial del relato, lo contemplaremos, arrastrando en sus deseos a su compañero de escuela Harold Koble (Pat Ingle). Juntos, forzarán a dos novatos -Robert Marquales (George Peppard) y Maynard Simmons (Arthur Storch)-, para que participen con ellos, en una timba de cartas, desarrollada en la nocturnidad prohibida de una de sus habitaciones, al objeto de lograr desplumar, mediante trampas, a uno de sus compañeros, la estrella del equipo de futbol Roger Gatt (James Olson). Los objetivos se lograrán a plena satisfacción, pero con lo que no contarán, es con el hecho de ser observados desde una ventanilla, por otro de los cadetes. Se trata de George Avery (Geoffrey Horne), hijo del mayor Avery (Larry Gates), quien advertirá de manera inútil, la celebración de esa actividad nocturna prohibida. El joven Avery irrumpirá en la partida, siendo apaleado por De Paris, y sometido a una estratagema, haciéndole parecer como un borracho que ha sufrido un accidente, siendo expulsado con deshonor de la academia. Pese a la canallesca argucia de nuestro protagonista, este seguirá extendiendo su dominio psicológico entorno a Koble y, sobre todo, hacia Marquales y Simmons. Sin embargo, poco a poco irá haciendo mella la presión del mayor Avery, deseoso de alcanzar los testimonios necesarios, al objeto de poder demostrar la culpabilidad de Jocko, ya que ha escuchado los testimonios de su hijo, al que sabe sincero en las auténticas circunstancias, de la encerrona que ha protagonizado.

En realidad, la peripecia argumental de THE STRANGE ONE deviene mínima, ya que se reduce a la plasmación de un rápido proceso; el de derrumbe del contexto de dominio, que brinda el siniestro Jocko De Paris. Es más, el fragmento inicial de la película -mostrando la timba de cartas nocturna-, destacará quizá por cierta morosidad a nivel narrativo y resulte, por ello, quizá un poco seco a la hora de ser asimilado por el espectador. Sin embargo, más tarde nos daremos cuenta de su pertinencia, al tiempo que servirá para adelantarnos las pautas por las que seguirá Garfein, a la hora de plasmar este intenso drama psicológico que, al tiempo que entroncaba con unos modos narrativos, que podrían plasmar propuestas firmadas por nombres tan opuestos como Preminger -THE MAN WITH THE GOLDEN ARM (El hombre del brazo de oro, 1955)-, Kubrick -PATHS OF GLORY (Senderos de gloria, 1957)-, el tan ignorado Irving Lerner -MURDER BY CONTRACT (1958)-, o en las vísperas de un debut como el de John Cassavetes con SHADOWS (1958). Es decir, nos encontramos con un contexto de producción convulso, específicamente dominado por una atmósfera claustrofóbica, y visualmente enmarcado en un oscuro blanco y negro. Todos ellos coincidirán, dentro de la diversidad de sus propuestas, por una mirada turbia y desencantada, casi como si se pusieran de acuerdo a la hora de plasmar un universo divergente, pero coincidente en la apuesta por un claro nihilismo, que si bien podría aparecer como herencia tardía de un noir ya a punto de disolución, puede decirse que adquirieron personalidad propia, por medio de esta derivación dramática, inmersa en un contexto de especial febrilidad en el cine norteamericano.

Es por ello, que THE STRANGE ONE se centra en escasos bloques narrativos. En una apuesta directa por proponer una peripecia argumental, en el fondo muy simple y, a través de ella, plasmar con considerable intensidad, un cuadro de relaciones de poder, descritas en un contexto cerrado y opresivo, como es la propia academia militar, en cuyo seno ejercerá como inesperado contrapoder, lo que, en cierto modo, aparece como respuesta de un individuo al que se presuponen unos orígenes humildes. Ese contraste de clases sociales no será, en cualquier caso, el epicentro de un drama oscuro y perverso. Por el contrario, la propuesta tendrá sus puntos fuertes en una estructura dominada por bloques o secuencias a modo de climax, centradas en la potenciación o el aura confesional de sus personajes. Todo ello, tendrá como premisa, la plasmación del contexto calculador, perverso, e incluso mefistofélico, del rol encarnado con tanta brillantez por Ben Gazzara. Un ser que no dudará en jugar en su alrededor, con aquellos seres con los que ha conformado una tela de araña, utilizando para ello ese magnetismo de su personalidad que, en un grado nada desdeñable, adquiere un componente decididamente homosexual, en un ámbito donde la juventud y la masculinidad, han de aparecer junto a la obediencia debida, como premisas irrenunciables, de un ámbito irrespirable, de aprendizaje y convivencia.

Ayudado por una excelente iluminación de blanco y negro del gran Burnett Guffey, destinada a acentuar los contrastes y claroscuros de un entorno opresivo, lo cierto es que THE STRANGE ONE va deambulando, atesorando en su mochila una creciente apuesta por la densidad. Fruto de ello, surgirán una serie de episodios de creciente desasosiego, centrados inicialmente en el abrasador dominio psicológico de Jocko. Uno de ellos, será esa secuencia ‘a tres’, en la que este mostrará sin recato su actitud dominante, forzando a Simmons a tener un encuentro con una muchacha, renunciando este a dicho encuentro, para lo cual asumirá peregrinas argumentaciones, hasta reconocer que su estancia en la academia, obedece a su deseo de ejercer como capellán. Sin embargo, el episodio, tal y como está rodado y descrito, mostrará la sumisión de Simmons, quien en esos mismos instantes no dejará de mostrar su adoración por Jacko, mientras le abrillanta sus zapatos. Esa querencia homoerótica, se prolongará en no pocos instantes del relato, surgiendo de manera inesperada el extraño y amanerado Perrin McKee (Paul E. Richards), que por casualidad fue testigo presencial del incidente con el que se iniciará la película. Se trata de uno de los alumnos más extravagantes y despreciados de la academia, pero al que el protagonista deberá sortear. Todo ello, al saber que tiene la llave de su testimonio veraz, comprobando que este se encuentra nada veladamente enamorado de él, hasta el punto de hacerlo protagonista de una novela, en la que le ha otorgado el rol protagonista, e incluso denominándole como un príncipe.

Densa, oscura y nada complaciente, THE STRANGE ONE fue producida por el conocido Sam Spiegel. Este, al parecer, tuvo muchos encontronazos con su director, quien finalmente lo expulsó del plató, dadas sus constantes injerencias para suavizar su transgresora carga argumental, dándose la circunstancia de que el propio Spiegel, condenó la película a un lanzamiento limitado. Podríamos decir que, de alguna manera, Jack Garfein parece preludiar en esta película, las costuras de drama psicológica, que en aquellos años empezaba a consolidar en Inglaterra, el posteriormente reputado Joseph Losey -ese mismo año, dirigió la magnífica TIME WITHOUT PITY (1957)-. Esa apuesta transgresora que, de manera deliberada, huye del cuestionamiento de la mentalidad militar -el enfrentamiento de Jacko con el mayor Avery, viene plasmado en una estupenda e insólita secuencia, en la que el primero resultará vencedor en sus tácticas-, será plasmada por su director, apelando a una puesta en escena, buscando ante todo una dramatización de ascendencia teatral -en el mejor sentido de la expresión-, y a la intensidad de una excelente dirección de actores, en la que se contó con jóvenes debutantes, como Gazzara o Peppard -encarnado el complejo personaje sobre el que recaerá el peso de la conciencia y la justicia-. Todo ello, posibilitará una propuesta por momentos irrespirable. En otros, dominada por el aura confesional de sus personajes -es especialmente sincera, la conciencia de Marquales, al evocar el sacrificio de su familia, para costearle su estancia en dicha academia-. Pero siempre dominada por un estado de desesperanza e incluso crueldad, que tendrá siempre fondo, tanto en el cruel comportamiento de Jacko, como en la conciencia de la injusta expulsión del joven Avery, que pesará sobre todo en el introspectivo y ya señalado Marquales. Todo ello, confluirá en una terrible y magníficamente plasmada catarsis, en el que el universo despreciable del protagonista, casi de inmediato se revelará de pies de barro, cuando las tácticas de su dominio emocional, se enfrenten de manera abierta con la propia jerarquía del grueso de alumnos de la misma. Será el momento de que este reciba la respuesta a su destructiva personalidad -y que el propio Perrin le vaticinará-, en un episodio revestido de violencia latente, en la que la aparente seguridad de alguien tan destructivo, no irá acompañada de una valentía al afrontar la respuesta a sus constantes provocaciones.

Es cierto que algunos instantes de THE STRANGE ONE, revelan una involuntaria querencia a la parodia -esos excesos al marcar a Simmons y Marquales su posición de firmes-. Son, en cualquier caso, muy escasos los elementos cuestionables, a una propuesta construida de manera encomiable, que apela a unos modos dramáticos caracterizados por la densidad de sus personajes, y que plantea una base argumental bastante desusada en su tiempo que, dada su intensidad, ha sobrevivido casi sin mácula al discurrir de más de seis décadas.

Calificación: 3’5