Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

John Carpenter

ELVIS (1979, John Carpenter) Elvis

ELVIS (1979, John Carpenter) Elvis

Aunque hoy día su figura parece haberse eclipsado de manera casi irremediable, no se puede poner en duda que la obra del norteamericano John Carpenter ha generado y sigue manteniendo una mítica considerable. El hecho de que se le pretendiera introducir como uno de los herederos del clasicismo en el cine USA, su reconocida adscripción al cine de Howard Hawks –de quien no pocos los situaron como supuesto heredero- o, lo que es más justificable, su inclinación al fantastique en diversas vertientes, fueron facetas que a mi modo de ver proporcionó una mítica a su cine con la que, lo reconozco, jamás me he sentido identificado. No quiero decir con ello que este se encuentre desprovisto de interés. Es más, haciendo excepción de su soporífero debut con DARK STAR (1974), en líneas generales he encontrado sus películas moderadamente atractivas y dotadas de un pulso en ocasiones vibrante. Sin embargo junto a estas características, por lo general he encontrado su cine frío y carente de emoción. En ocasiones me ha dado la impresión de que sus incursiones cuando más se inclinaban al cine de terror, menor implicación demostraban. En definitiva, y aunque seguro que es una apreciación que sus numerosos fans no compartirán, no puedo ubicar a Carpenter entre las figuras destacadas del género surgidas en las últimas décadas –como sí lo haría con el hoy día denostado M. Night Shyamalan o el casi ignorado Andrew Niccol-. Es más, con sinceridad he encontrado propuestas mucho más atractivas mostradas de manera aislada por cineastas posteriormente ignorados –la relación sería muy extensa-, que las propuestas por Carpenter en su filmografía, estancada en los últimos años.

Dicho esto, en su obra se encontraba un título bastardo. Una producción televisiva que en nuestro país conoció su estreno en la pantalla grande, y que recibió una unánime desaprobación, cuando no una olímpica ignorancia a la hora de tratar en conjunto su obra. Ahí era nada; atender el análisis de un biopic centrado en la figura del cantante Elvis Presley. Una figura tan típicamente norteamericana, como cuestionada en el resto del mundo –al margen de los fanáticos de su figura, entre los que tampoco me encuentro-, no iba a ser precisamente plato de buen gusto a la hora de someterlo a la defensa incluso por parte de los más acérrimos seguidores del director de THE FOG (La niebla, 1979). Además de esas connotaciones peyorativas que podían emerger del recorrido de una de las figuras más kitchs del show bussiness USA, hay que constar que en su estreno en las pantallas de ciertos países europeos –entre ellos el nuestro-, lo hizo con una amputación de su metraje original de 168 minutos, por uno standard de 105. Es decir, si unimos al desafecto que podía proporcionar un producto de origen televisivo –como lo fue también el celebrado DUEL (El diablo sobre ruedas, 1971) de Steven Spielberg-, la figura retratada, y el hecho de que la propuesta se alejara por completo de las características que otorgaron la fama a su realizador, no es de extrañar que ELVIS siga durmiendo el sueño de los justos.

Pero curiosamente, y esta opinión se refleja tras poder contemplar la versión completa que fue estrenada en la televisión norteamericana –con un formato de pantalla ancha-, recibiendo tres nominaciones a los premios Emmy de aquel año, no ha dejado de suponerme una grata sorpresa. Sorpresa no por que en ella encontremos ninguna obra maestra –la filmografía de Carpenter carece a mi juicio ni siquiera de exponentes brillantes-, pero sí una obra que trasciende con su tratamiento cinematográfico la indudable carga de homenaje que recoge en torno a la figura del célebre cantante. La acción de ELVIS se inicia en Las Vegas en 1969 –el propio realizador aparece en un cameo como jugador en uno de sus casinos, durante los preámbulos del concierto con el que Presley va a volver a la actualidad tras varios años retirado del mundo activo de la canción. Estamos situados en un contexto sociológico en el que la música rock se encuentra en decadencia, y la propia figura del artista estará sometida a la paranoia y el temor de que va ser asesinado –una llamada anónima plantea dicha posibilidad, reclamando cincuenta mil dólares para eliminar dicha amenaza-. Los primeros instantes en que contemplamos a Presley (en una muy esforzada performance a cargo del entonces jovencísimo Kurt Russell), nos lo muestra como un hombre derrotado, definido en esos ropajes chirriantes y desaforados, acentuados por su prematuro envejecimiento. Este se encuentra aislado y protegido por su propio personal, al margen de los agentes del FBI que rodean el edificio, y en su estado de paranoia llegará a disparar contra el aparato de televisión que destaca en un noticiario el retorno de “el rey del rock” como si fuera ya un elemento del pasado. Será el detonante del largísimo flash back que centrará la casi totalidad de la película, y que recorrerá la biografía del cantante desde su infancia, en donde la circunstancia de ser el superviviente de una pareja de gemelos, y la enorme influencia que sobre él ejerció su madre –encarnado por la veterana Shelley Winters-, en su eterna recreación de mujer posesiva, amable y dominada por una concepción cerrada y conservadora de la vida.

A partir de dichos inicios, ELVIS propondrá a través de su guión –obra de Anthony Lawrence-, el recorrido de diversos pasajes de la vida del artista, en ocasiones in explicar ni justificar elementos significativos de su mitología –como, por ejemplo, por que eligió esos atuendos y el tupé que le caracterizó desde siempre; simplemente lo vemos en su juventud como decide asumirlos, estando a punto de ser agredido por sus compañeros, y encontrando la defensa de Red West (Robert Gray), quien desde ese momento se convertirá en uno de hombres de confianza –aunque esta esté a punto de quebrarse cuando el cantante no le invite a su boda-. El recorrido vital ofrecido sobre la figura de Presley no se puede decir que sorprenda al espectador, inclinándose de manera bastante ostentosa dentro de los cánones más previsibles, combinando con tanta previsibilidad como sentido del ritmo, episodios conocidos por todos de su biografía, con otros en los que las progresivas crisis y paranoias del artista vayan haciendo mella en su personalidad. Es más, incluso a nivel narrativo, podemos detectar la división en capítulos de la función, por medio de fundidos en negro que servirían en su momento para la inserción de la publicidad.

En cualquier caso, y aún reconociendo de antemano esa previsibilidad en su desarrollo ¿Qué es lo que permite, a mi juicio, dotar de un inesperado interés a ELVIS? Sin lugar a duda, la apuesta de Carpenter por una narrativa sosegada, alejada no solo por completo de los standarts televisivos de la época, sino de los tics seventies. El gusto por los planos largos, la apuesta por la narrativa clásica –la manera con la que un sencillo juego de plano-contraplano describe el inicio de la relación del protagonista con Priscilla-, el ya señalado buen ritmo narrativo –las casi tres horas de metraje se contemplan con placidez y sin altibajos-. Todo ello permiten que pese a la carencia de matiz autocrítico en el retrato de su protagonista -¿Cómo nos podemos creer su inquietud por roles cinematográficos más notables, alguien que asumió progresivamente un look” y unas convicciones tan chirriantes y horteras?-, o incluso la adopción de una conclusión indigna del resto del metraje –esa superposición hagiográfica de instantes de la vida del cantante-, el resultado de esta película que siempre se ha escondido debajo de la alfombra de la filmografía de Carpenter, quepa situarla a la altura de sus títulos más célebres y prestigiados. Es decir, en el límite del producto competente, bien ejecutado, de cierto regusto clásico, pero al mismo tiempo limitado en su alcance. Y, en una impresión final un tanto arriesgada, uno se plantea la posibilidad de que en su obra nuestro director se equivocara de elección genérica, ya que en el ámbito del melodrama -sobre el que recae esencialmente ELVIS-, demuestra unas maneras en absoluto desdeñables. Ello, aunque a la hora de retornar la acción al momento de inicio de la misma, la película ofrezca una extraña elección formal, al reiterar ese instante en el que el protagonista dispara contra la pantalla televisiva que evoca la decadencia de su figura –un poco como en la excelente LOLITA (1962) de Stanley Kubrick-.

Calificación: 2’5