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CINEMA DE PERRA GORDA

John Llewellyn Moxey

THE CITY OF THE DEAD (1960, John Llewellyn Moxey).

THE CITY OF THE DEAD (1960, John Llewellyn Moxey).

No cabe duda que al mencionar los mejores periodos del cine fantástico y de terror a lo largo de su historia, tenemos que reseñar un marco de extraordinaria fuerza con la llegada de la década de los sesenta. Es entre 1960 y 1961, cuando tanto en Estados Unidos como en Inglaterra o Italia, tiene lugar la aparición casi simultánea de clásicos irrepetibles como PSYCHO (Psicosis, 1960. Alfred Hitchcock), THE FALL OF THE HOUSE OF USHER (El hundimiento de la casa Usher, 1960. Roger Corman), THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961. Jack Clayton), LA MASCHERA DEL DEMONIO (La máscara del demonio, 1960. Mario Bava), PEEPING TOM (El fotógrafo del pánico, 1960. Michael Powell), THE BRIDES OF DRACULA (las novias de Drácula, 1960. Terence Fisher), entre otros. Exponentes todos ellos ilustres y reconocidos –unos más que otros, todo hay que decirlo-, que hablan de la pujanza en la expresión de un género y, en definitiva, de la expansión y extraordinario momento de creatividad que el denominado séptimo arte vivió en aquellos años en todo el mundo. Dentro de aquel cómputo de referentes que podrían figurar con todo merecimiento en cualquier antología del género, el paso de los años ha permitido que algunos otros títulos hayan engrosado la condición de cult movies entre un determinado sector de aficionados. Entre ellas, cabría citar sin lugar a duda el ejemplo de THE CITY OF THE DEADHORROR HOTEL en su estreno en USA- (1960, John Llewellyn Moxey). Un ejemplo como también podría ser el de CARNIVAL OF SOULS (1962, Herk Harvey), o incluso el de NIGHT OF THE LIVING DEAD (La noche de los muertos vivientes, 1968. George A. Romero), sino fuera en este último caso por el sorprendente éxito comercial y la repercusión que permitió su –a mi juicio inmerecida- entronización dentro de la historia del fantastique. Es curioso comprobar que pese a su aparente variedad, estas cult movies se asemejan en la aparente singularidad de sus planteamientos, en un formato casi al margen de los circuitos habituales de producción, y en el hecho de servir como insólito referente a propuestas posteriores. También, bajo mi punto de vista, suelen aglutinar a partes iguales, cualidades y desaciertos, conformando curiosamente una extraña amalgama a ratos fascinante y en otros momentos incluso irritante.

 

No escapa a dicha clasificación THE CITY…, que no pocos aficionados guardan en su memoria por la circunstancia de encontrar semejanzas en el planteamiento del asesinato de la protagonista a la media hora de iniciada la función, tal y como sucedería en la inmediatamente posterior y ya mencionada PSYCHO. Sinceramente, basar las previsibles virtudes de la película con dicho argumento, me parece algo que en el fondo no tiene ninguna validez, cuando ya en la bastante más lejana MYSTERY STREET (1950, John Sturges) se planteaba una situación similar y otros elementos de referencia posteriormente retomados por Hitchcock en la que para mi sigue siendo su obra cumbre ¿Esta curiosa circunstancia puede legitimar el film de Moxey –posteriormente destinado a una gris trayectoria televisiva-? A mi juicio no es la manera más pertinente de valorar este pequeño, desazonador e irregular film de horror. Una pasadilla cinematográfica plagada de obviedades e ingenuidades, pero al mismo tiempo definida en sus mejores momentos por una atmósfera de pesadilla que, a fin de cuentas, resulta su cualidad y rasgo de estilo más destacable, erigiéndose finalmente como una auténtica precursora en la manera de tratar la temática de la brujería en el cine británico y norteamericano. En este sentido, títulos posteriores como THE HAUNTED PALACE (1963, Roger Corman), THE WITCHES (1966, Cyril Frankel) o EYE OF THE DEVIL (1966, John Lee Thompson) –todos ellos a mi juicio de interés, y curiosamente, ligados al film que nos ocupa por carecer de estreno comercial en nuestro país-, deben parte de su razón de ser a la existencia de esta pequeña serie B surgida de una historia de Milton Subotsky, pocos años después uno de los “padres” de Amicus Films, la gran competidora de Hammer en la producción de cine de terror en Inglaterra.

 

Desde sus primeros compases, el film de Moxey deja bien a las claras la fuerza y expresividad de su narrativa. Por medio de unos primeros planos de gran intensidad, asistimos a la ejecución en 1692 de la bruja Elizabeth Selwyn en New England. De forma abrupta –y en este sentido el montaje se caracterizará en no pocos momentos por su inclinación a la elipsis, logrando con ello abrazar una economía narrativa no siempre de manera afortunada-, la acción pasará a tiempo presente, con la narración de estos hechos por parte del profesor Alan Driscoll (un estupendo Christopher Lee). Su relato prenderá el interés de la joven Nan Barlow (Venecia Stevenson), quien decidirá acudir hasta la pequeña localidad de Whitewood para poder investigar lo sucedido allí tres siglos atrás, e imbuirse de una práctica por la que manifiesta una extraña fascinación, aunque le desaconsejen en ese viaje su hermano y su novio. Hasta allí se desplazará en vehículo, llegando a un entorno casi fantasmal y dominado por la niebla y la sensación de vivir en una noche espectral permanente. Se hospedará en la “Posada del Pájaro”, conociendo a la enigmática Mrs. Newless (Patricia Jessel) así como a diversos de los habitantes del pequeño y siniestro poblado. Para su desgracia, su intento de profundizar en el alcance oscuro y numinoso de dicho entorno acabará con su vida, en una trágica ceremonia que revelará al espectador la terrible realidad de sus habitantes. Un par de semanas después, y comprobando que Nan no ofrece señales de vida, llevarán a la lógica preocupación de su hermano Richard (Dennos Lotis) y su novio Bill. Ambos viajarán hasta Whitewood por separado, pudiendo atisbar el lúgubre designio que esconde este pueblo dominado por las prácticas demoníacas, y que a punto estarán de cobrarse otra nueva víctima en la joven nieta del invidente predicador de la localidad, ofrenda elegida por los satánicos muertos en vida que pueblan el fantasmagórico colectivo, ofreciendo sus tributos a Lucifer para recibir a cambio un atisbo de inmortalidad.

 

Que duda cabe que para poder apreciar los alicientes que ofrece THE CITY… hay que asumir no pocas tragaderas, teniendo que poner en primer término dejarse llevar por un relato en el que el rigor no es precisamente su mejor aliado. Será algo que manifiesten la inconsistencia de sus secuencias de transición, por lo molesta que resulta una banda sonora repleta de sonidos sixties -eficaz no obstante cuando ofrece cánticos de siniestra evocación-, y por la sensación que alcanzamos tantos años después, de que lo que nos muestra la película ha sido posteriormente recogido por otros títulos con mayor grado de acierto. En cualquier caso, y pese a dichos inconvenientes, en sus mejores momentos el film de Moxey logra enfrentarnos cara a cara con un sentimiento profundo del horror absoluto, arcano y sin posibilidad de escape. Llega a importarnos poco que de un plano a otro abandonemos un entorno urbano y cotidiano y nos introduzcamos en otro dominado por la casi perenne oscuridad y unas nieblas obsesivas y amenazadoras. Es el encuentro con la fantasmal Whitewood. Un enclave en el que sus habitantes discurren como almas en pena en plena noche, en el que sus expresiones denotan la vivencia de una realidad paralela, y en el que su predicador es un viejo invidente amargado y pertrechado en su vetusta y casi ruinosa parroquia, como si ejerciera de embajador del bien en un territorio dominado por el mal. Pese a sus obviedades e ingeuidades, y a que su desarrollo argumental aparezca en nuestros días como algo previsible, la película alcanza ese grado de catarsis, ese pánico indefinible hacia lo desconocido, aportando incluso instantes que podrían fácilmente quedar como auténticos iconos del horror. Con ello me refiero a la súbita aparición en el camino hacia la localidad de una fantasmal figura entre la niebla que es recogida por Nan, y que podría ejercer como puente de referencia entre el predicador Powell genialmente encarnado por Robert Mitchum en THE NIGHT OF THE HUNTER (La noche del cazador, 1955. Charles Laughton), y la figura recortada a contraluz del padre Karras en THE EXORCIST (El exorcista, 1973. William Friedkin). Ese sentido profundo del horror en estado puro se encontrará en la brusca ruptura de la historia original de brujería, a su inmediato relato por parte de un apasionado Driscoll, o en el sentido fatalista de unos compases finales a los que podemos perdonar su apresuramiento o la ingenuidad con la que son fulminados los satanistas, quedándonos con la fuerza visual y la composición de su escenografía o el ominoso contraste del juego de luces y sombras, describiendo un auténtico clímax de terror colectivo, a modo de catarsis, en la sempiterna lucha entre el bien –representado por el icono de la cruz- y la fuerza del demonio.

 

En definitiva, no puedo en modo alguno considerar THE CITY OF THE DEAD como un título redondo, pero sí reconocer la valía de sus mejores momentos, y el hecho de ejercer como una valiosa referencia en el género, además insertada en uno de los mejores momentos de la evolución del mismo. No es poco.

 

Calificación: 2’5